A Paul…

I. PRIMER VERSO

No sé quién fui. Quizás un enigma invencible que no volverá a nacer; en un espejo murmurando elíxires profundos. En presagios persistí… cuando las luces de la obscuridad me tentaban a surgir; en un siglo equivalente a una forma sin rostro. Frondosos árboles, manzanas exánimes y un cielo; tez en trance. Tormentas de color, ningún escape. Una hoja recogida, acarician los amantes. Ya no existe lo imposible, sólo el trance. Cuando ver personas me extermina, y no hay escape. Al mismo tiempo, amo todo ángel. Mi mirada está en la niebla de un siglo sin amantes. Y la niña ya se fue… hasta el día de ángeles pasados, hasta el día de días perdidos; a intentar alcanzar las vírgenes futuras. (El cumpleaños sin familia es feliz si no es tortura.) Nunca me escapo, intentando ver el sol cambiar de permanencia, pues la luna gris sucede antes. Y ahora danzo desde el borde, caminando sobre la invencible animación una vez más. Aunque sea de noche, y ya no exista luz del día, y aparezca San Nicolás sin salvavidas, cuando sienta un dedo de una sombra creceré; y el niño de mi memoria estará aquí. La incertidumbre profunda traspasa el frío… y un fantasma traspasa muros en un mal sueño insensible. Pero aun así regreso a mí, finalmente, a ser yo mismo, contando al fin… cuántos caminos curvos he abarcado. (El tacto con la gente fue un extraño.) De penumbra a penumbra, sintiendo el remolino de la canción silente, cuando calla el mundo y nadie siente, porque hablo; para ser recordado como un castillo en conmoción. Pero aun así, me mantengo vivo, ¡pues confío en esta solución! Y lo haré siempre.

Por más que el camino de la luna atraiga hambre, y todo el paisaje de los barcos quemándose se inunde; ya que me acerco de una vez al mundo a tientas y me decido ensombrecer. (Infinitamente cansa el mundo.) Y lo amaré… con la certeza de un hombre que ha vivido más que sus propios ojos, seguiré las pistas que el siglo deja ante mis pies. (Protegerme de las llamas y absorber.) Pero cuánto necesito una mano eterna que me diga que siempre permanezca… y esté sintiéndola sin ver. En la ciudad del incendio azul y el pasado extinto; y la casa cenicienta me logre conmover. Una piedra perpetua en la mano tiembla, sentir que sólo existe un solo hogar, al cual volver…

II. SEGUNDO AMOR

Insistí morirme en tus palabras, insistí convertirme en corazón… querida Ida Cenicienta, novia secreta, piensa en mí; no sé cuántas veces prometí jamás reaparecer. Un impacto profundo. Cayó del cielo. Y fuimos tú y yo un solo ayer. Traspasando el verso del hado duermo, y coexistimos a lo lejos; nuestras manos aprietan dedos hasta cerciorarlos hechizantes. Mi absorción en ti ya no sucede. Y pasan sueños secretos que perdemos… te confieso, estoy creciendo; la gente dice que los muertos son fantasmas, yo abro versos. Parte de ti, cuando era niño, por colorear las pecas de tus mejillas rosas me hizo feliz. Tus manos tiemblan, rechazando y prometiendo hacerse mías; pero cada caricia me bastó para alcanzarte, ¡para consumirte aquí en este fin! Ennegreciéndose el mar, comienzas a ver en mí un solo ángel… entristecido por el fin de su extinción, vuelve contigo. (Tus manos sin corazón lo enfrían.) Extienden velas en el viento, atraídas por el incienso del silencio. (En tu sonrisa un ser posible yo lo venzo.) Y ahora el niño truena los dedos para sentir que la inexistencia es no estar muerto. Las cartas fueron una certidumbre de que consumiría nuestro combate en precipicios. Mientras traspasaba una invencible confusión. Pero alzando el espadín a cada paso, encajándolo en el aire, tu corazón en mí aún se perpetúa. Cada paladín, palabra mía, te hacía morir. La llave estuvo en extraer de tu sonrisa mi dolor. Cuando todos los recuerdos eran felices, y reconocer el ahora es imposible. (Alcé las trampas de la aparición que sufre.) Y fuiste mía… cuando subsistí el bosque que se conflagraba porque lo único que quedaba en mi reflejo azul era yo mismo. Al compás de llamas combatientes… una vela carga un niño. Y tiembla, por la vez que mataste conocernos. Un corazón oculto, en una noche esculpida, te cantó su última voz. Cientos de rosas muertas sobre una tumba sin adiós, donde intentó exigir de ti palabras nuestras. Sin querer reconocer la esencia muerta. (Convirtiéndose en ángel de mis venas.) Así se acaba. Con una última respiración… navideño, el niño retorna a ti con luces ciegas. Y en el disfraz de lo irreconocible se sumerge. Adiós Para Siempre te nombró. Y en un respiro amante lo atrapaste. Encubres los ojos con los puños, te acercas, y golpeas su agitación mortuoria. Fuiste el advenimiento de una cruz. El encierro maligno de un silencio total. Adiós…

III. TERCER HERMANO

Hay un ángel cantante que transfigura el cielo transparente… la espada y la armadura, y el escudo acerado rompen fácil; tras un ligero toque con el índice de la mano al expresarse mi luz presta. Muevo un arma de modo trémulo porque no existo. Perpetuamente rechazado, estaré vivo, deslizándome por la luz silente como un ángel en el frío; Lucas de Dios está caído, y hay voces de auxilio persuasoras cuando siento las gotas de una niebla enmudecer relámpagos conmigo. No me gusta estar con gente que me hace sentir que no estoy vivo; entonces entre cuevas me deslizo. En el cuarto de estudio serio del niño délfico, las piezas de madera se tiñen de luz triste. El único amigo murió en el accidente, el morado es un color que robo en muerte… para escapar de la atmósfera del espíritu, todo ardor duerme. Y destruir la visión es un peligro, pues entonces el fantasma saca filo, a los cuchillos invisibles… cuando un soldado tiembla, junto a heridos sangrientos sin conciencia. Padezco una muerte que arrastra siete cenicientas. Aquí se acaba, ya nadie vela; hermano. (Querido Lucas, guardián mustio.) Al cuento infame pertenezco, y quemándose en el Leteo de absoluto embelesamiento, mi hermano robador de versos cruza el puente de madera alzándose al castillo… y sus manos escapistas se concretan en mi abismo. (Mi verso impregna experiencia al castillo, hacedor de versos de experiencia.) Mi armadura concentra tinieblas fáusticas. El alquitrán incendia las casas del siglo en tregua. El centinela urde el embrión secreto mientras los demás intentan verse. Exteriorizando pistolas, soldados compran uniformes harapientos. El verso inferno existe porque al expresarme exijo la desaparición del cielo. (El enigma es darle a lo inexistente la persuasión de lo existente, dice el ángel.) Y el enigmatista queda silenciado. El viento cobra sentido, porque encuentra que al fin mi velero alcanza su razón para escaparse… ya no estaremos juntos, hermano mío. Ya no en esta vida, ¡sin mí no habrá siguiente! (Construyo un barco y muero siempre.) La niebla perpetua, no la sientes… sólo aquí existe la energía, las luces verdes… la evidencia en flamas; y Lucas, mi juez amado y adivino dictamina subrepticiamente lo que siento, y el dictáfono concuerda. Volver a vernos nunca será siempre.

IV. PRIMA ÚLTIMA

La gente se va, la gente vuelve, y ahora no sé si seguiré escuchando; la soledad es fría, mi cuerpo piensa, y como una rosa en el viento que no expresa, se perdió… la última rosa de mi eclipse, Eugenia Rosa. La solitaria contigua se siente más próxima que el aire. Navidad fue más azul que un cielo amable. Rosa, en el alma nocturna espera hablarme. Dime, Dios, cuántos ángeles escondes, si en el cielo que examino existe uno. El límite de un reino siempre es triste; la leyenda consiste en ser amada… y es un dolor vivir con familiares muertos, porque el único que ha muerto está aquí mismo. (Umbría, la alcazaba amada, es más constante.) Me mandó cenizas su ancestral aparición forzada, olvidando el cielo vuelve al habla… y ahora quiere verme más que antes. Me dejó un símbolo y un medallón dolidos, como una llama hiriente que no escapa. Y ahora vuelve a comprender los ojos de las lámparas, para desearme equilibrar mis botas lustres. (Seré mortal o seré tiempo.) Durante la queda del pueblo se acerca el murmurio al cuento. Absorbo un ruido, versos infernos. La sala de niebla edénica proyecta un sueño aislado. Atrapado en la subsistencia solitaria sin obsequios, quiero amar un cuento amado. El vespertilio asusta porque indica el cuarto en que estuvimos. Ya todas las damas principales han caído, en la cuna de la obscuridad escriben libros; y en lagunas letificantes de creación, donde las formas brotan de hundimientos, sólo así conozco. La alegría inocente me hace daño… las niñas vienen a la camilla mortífera a colocar en mis párpados sus pétalos sin árbol. (Un fuego absorbe lo intocable, y besan versos observados.) Róseo el peligro inunda el sueño. Me levanto, y todos ven alzarse al muerto. Soy un cuento de hadas, y precipito el calor de mis pies a estar con alguien. (Se llama Eugenia un solo ángel, se llama Rosa un solo ángel.) Ahora sólo soy un ser que nace. Alcanzo el rincón obscuro, y una manzana negra me fuerza a emponzoñarme. Mis manos ahorcan mi cuello pálido. Y Eugenia intenta conocerme porque he muerto. Toma a un niño de la mano, luces duermen, besa el cielo… exprime lágrimas, en mí mi enterramiento. Qué belleza, el mundo infunde luces bellas… no hay luces en la noche que no vea; ¡por qué es que siempre el cielo vuela! Única la flor final.

V. PEQUEÑO HERMANO

Cuando caiga el sol estaré más muerto… sólo los niños son perpetuos; una vez, recuerdo, mi puño enfurecido alcanzó el rostro del único espíritu existente, Benito Víctor era su espíritu naciente; confesor de las lágrimas que observan ríos inexistentes; ¡fuera de los funerales duermen inocentes! (Sólo Benito Víctor es mi duende, cuando San Nicolás sube al trineo la noche adquiere tintes inconscientes.) Los familiares nocturnos profundizan imágenes mortales. Cuando encuentro una alberca llena de rumores, pienso en la transfixión de un ángel… y el acompañante persistente bebe de la laguna del espíritu sin sangre. Una niña escribe sobre rosas amarillas, absorbe el mundo y lo transforma en ser amante. La tierra comete crímenes, cuando el único testigo contrata una fusilería, se aproxima al muro de la muerte, tiemblan manos y suspira… cien mil fuegos artificiales rey del mundo seré alguien. Los secretos íntimos revelan la posibilidad de un fusilamiento en zonas familiares. Pero la vida muere antes, cuando uno expresa el ser inexpresable. Y la expresión despierta en la batalla de las órdenes mortales. (Un militar exige identidad, y en la perdición desértica se funde.) En susurros turbios urdo un verso. La bienvenida es un recuerdo del que aún no expreso nada interno… querido hermano. Pocajontas en la obscuridad, a nadie extraño; la vida es trágica cuando uno intenta amar sin ser amado. Y así sucederá, con la lluvia en la niebla y puertas sin llave; la voz desvanecida en ultimatos… todos los secretos coexisten en un bosque subterráneo, y el cofre que los contiene al ser abierto infunde versos más que la recepción de un ser de un mundo mágico. Un fusilamiento escoge el reloj destino, y yo sólo pienso en ser humano… intentar volver al río silente donde los niños inocentes al expresar sus íntimos consuelos son ahogados. (Un caballo decide ser sacrificado y nada al centro del río para el sacrificio.) Paso el día sin ser reflexionado; la noche sin resistencia muere en días envenenados. Seremos viejos, y jugaremos juntos ajedrez con un rey triste. Las torres de marfil infunden sueño… el rey es más amable que un familiar que existe en sueños. (Cada cielo es una precisión de años de infancia; en especial, mi tumba extrae palabras.) Y mi malinterpretación escoge golpes a mí mismo, ya no hay otro humano en quien confío, hasta morir serás Benito.

VI. ÚNICOS PADRES

Una odisea, querida madre, Lucy Ángel; una odisea ha consistido transformarme… volver a ser un ser que es alguien; y ahora por fin sé que existo en ti. Veo personas pasar, querida madre; y una pregunta surge en mí, a quién buscas… y entonces mi intuición contesta al aire en grito, busco ángeles. La visión beatífica me invade. (Ya no hay personas, sólo ángeles.) El padre es un hermano de su padre, y Popeye Ayub confunde el traje. Espinacas diario, las sirvientas son amables; son la familia íntima y secreta de la casa cuando hay nadie; ¡dan nalgadas a sus madres! (La sombra obscurece el silencio en versos.) Y un corazón partido relincha cabalgando. (Los fantasmas sueñan con caballos.) La creencia en el hogar es la raíz profunda de un esclavo… vuelvo a casa y sólo hay cuartos vacíos y una obscuridad constante en la linterna de un recuerdo al fin memorizado. Mi conexión eterna ha sucedido… las velas lucen el camino. Hay una niña en una cueva que sólo entiende estar conmigo; tejedora eterna del abrigo de mis versos, a ella escribo… y sin querer mis libros obscurezco, para adentrarme en el olvido; porque el pasado expulsa cuántos paraísos, y sólo en la obscuridad cree el valiente en la iluminación de versos vivos. Un niño abandonado colecciona los versículos concentrados por su padre en la escuela del espíritu en peligro; la rebelión es la precisión de un escape interno en cada vínculo. Los cuadernos son el arma blanca de un niño en desaparición mortal desconocido. La universidad se vuelve una existencia externa entrando al río, pero al fin coincide con la corona de los príncipes perdidos… donde los bosques poetas se inspiran en vientos vagabundos. El soldado alza la mano y ya no muere en el pantano, tomando un respiro de la imaginación tortuosa en consecuencia del pasado. Vuelve a casa y su hogar está habitado únicamente por las inscripciones de cada ser antepasado. Un caballo pasa enarbolado y tumba un árbol. Un demonio encuentra su propia casa, y al instante cesa su esencia demoníaca. La Avenida de la Paz sucede en almas… querido padre, Popeye infante; no le eches agua a un hombre que se quema en el infierno y ya no enferma; porque por más que vaya de salida, ya no siente. El último Popeye resucita, Lucy Ángel con respiración de boca a boca le da vida. (Me acecha el espectro de los cambios.) La odisea final retorna en acto.

VII. PRESENTE FIN

La llave del rey crepuscular Artús Eclipsi perpetra apariciones… cuando la desaparición perpetua es la única carta de una amante; el sol se funde, el sol renace, y todas las señas indican una tumba en este mundo. Una mano atraviesa el imperio diurno, encontrando en cada rincón algún misterio obscuro; pero un árbol durmiente y una niña cantando con murmullos tiernos y ostentosos la sosiegan, y entonces se inmoviliza, y acaricia la atmósfera sin acercarse. (Ya no existen versos sino ángeles.) La escoba de una bruja ordena fragmentos, sueños, cantos y secretos invernales… cuando las luces se obscurecen y todos los ángeles aman seguir despiertos sin soñarse. (El sol se adueña del cementerio divino al ver eclipses.) La vida soñolienta me ha incapacitado, imposibilita mis pasos fríos, mis pasos falsos; y a través de charcos arrastro el cuerpo imaginario… cuando caigo en el hechizo de la vida ya no existen mis fracasos. (El amor perdido es encontrarlo.) Darle la espalda a la niña amada y someterme al verso del mundo sin delirio; mi mano empuña un sueño obscuro en ser por fin un dios vencido… donde los rojos sueltan armas impotentes y de los verdes surgen reyes. Artús empuña el cetro ardiente, exhala profundamente y observa el suelo montañoso en que no hay rastro, se aquieta y absorbe la pipa y exhala niebla. (Pálido, el cielo retorna a exigir tinieblas.) Un verso intenta ser milagro… pues mi robador de años vive sin cansancio. No me gusta decir que estaré muerto, pero lo digo y es muy cierto… ya no vivo, ya no entiendo; sólo hay niños navideños. Mi examen será vencido, dice Artús al enemigo, y entonces relampaguean los ojos del castillo; pero una niña escucha y sufre el universo, y soy al fin un ser querido. Es imposible ver la luz del día, ya no hay ventanas en mi vida. Sólo persianas y niñas de mentira. Las hadas del corazón sin verso vacían el pozo inadvertido. La impenetrabilidad del confesor fuerza a reflexionar al confesante. El incendio es haber vivido y en un momento morir nadie. Acaricio mis propias manos constantemente para sentir que estoy con alguien. Y el árbol compasivo deja caer sus ramas y sus hojas para intentar acompañarme. Artús, perpetuamente enamorado de tener a alguien a su lado, dice al ente del pasado, ¡en mí está el fin de los amados! Y se ajusta el sombrero negro y nunca volverá…

 

Stephanie, in memóriam.

Paolo Gasparini, Las Torres de Satélite 30 años después, 1994.

Paolo Gasparini, Las Torres de Satélite 30 años después, 1994.