Opción 183, Septiembre 2014.


Pausa de cielo. Polvo, pausa, así comenzaba algo, no sé bien qué. O quizá terminaba. Adormecer la trampa del silencio, has dicho eso. No estoy solo hasta que lo pienso. Tú sabes que pienso eso, me arrinconas como a un Dios en su jaula. Te tumbas en la cama y quizá sólo piensas que te tumbas, te tumbas con el pensamiento, te piensas al tumbarte. Espero. Algo resiste como una trama vegetal enredada en el culo de un barco. Llegamos aquí. Esperas. Danzan aún en este mutismo hiriente, en este cuarto semidestruido por la conciencia, nuestros demonios de siempre. La derrota de ayer crece y la ausencia aguijonea como un espolón. Llegamos aquí, uno junto al otro. Nunca hubo desprendimientos, ni dobles. Adormecer la virulencia del silencio. No me engaño. Rompes a tiempo el boleto para la tortura ritual de los espejos. Ahora nos escuchamos como frecuencias lejanas, como salidas de un radio en el fondo de una piscina, idea recurrente y acrobática; nos escuchamos porque no hay sonidos. ¿Cómo podría haberlos? El Motel emanando esa luz detrás del mundo; una ventana que se traga otra ventana, el contraluz y el despertador que gotea su veneno en el cuarto vacío. Incansable, como metrónomo, se alía con tu rostro que se disuelve en una calle, se disuelve como una aspirina con los mil patios que me prometían tus manos. Entumir la pausa aquí, aún se puede. La cama, el techo, mi cuerpo que se mueve, sombras en la pared engendradas por esta pereza, por esta lentitud de molusco. Los postes de luz, la publicidad mugrienta, los tinacos, los perros, sólo son fragmentos mal pintados en óleos distantes. Camino en medio de segunderos, el tapiz de mal gusto adorna esta cómoda celda. Jaula empapelada para la pausa del cielo. No me mientas, no me enmarañes con la esquizofrenia recurrente, ya no hay por qué sacar credenciales para poder entrar aquí. Tu grito se me pierde en ese límite de los regresos, en un lienzo demasiado sucio. La araña de cobre sigue disecada, la luz la irá acercando a su deseada disolvencia. ¿Y si la pausa que engendra el silencio no es más que este perseguir, este mirar lámparas horribles que penden sobre nosotros? Caerse inútilmente en una cama que ha sido millones de camas, correr detrás de esa disolvencia como ahora que corro delante de mi pensamiento. Una persecución que te deja cansado, así te quedas, cuerpo horizontal en las mentiras nocturnas. ¿He dicho mentiras? No hay amanecer ni forma de salir, sé que un leve giro temporal y todo volverá a su cauce. Una crucifixión más, la estás esperando en cada no esperar, la presientes mientras allá afuera los edificios y las calles emanan un grito mudo que no te toca, focos alumbrando como estúpidas estrellas de mar, señales marinas sucias de fosforescencia celeste. Se te ocurre que todos esos letreros de luz neón desvencijados son formas sumergidas en un oleaje culpable, lento como la noche. El aire se contagia de esta luz azulada, de esta lentitud que me apura, que te hace callar; el cuarto gravita intermitentemente, se pega a la cama, hace que todo confluya insoportablemente hacia este rincón; luego, como si recuperase una ligereza olvidada, se dispersa hacia las cosas inertes que yacen en lo invisible, hacia la araña barroca pegada al techo, hacia esta sombra tuya que es la mía. Presiento lo invisible, presiento todo lo que no va a pasar, presiento nuestro diálogo como el decir reciclado de los televisores, zapping convulso. Escuchas el movimiento lento de tu cuerpo, escuchas los resortes del colchón, los sientes saltar, estás sintiendo el desmoronamiento de este cuarto. El tentáculo se extiende en la noche para tocar lo que quedará sepultado, óptica inversa a la del vidente, me muevo en ella, me detengo en ella. Este fluir lento, este latido enlodado, no es el tiempo, no puede serlo; es esta pereza, quiero pensar en eso, es esta pereza que envuelve como un manto, como una repetición. Es la fuerza de la noche que mastica débilmente este vacío. El tentáculo ignora sus espirales etéreas, sus juegos exploratorios que va dejando atrás, detrás del mundo que ladra allá afuera y detrás de este cuarto intoxicado de una luz invasora. El goteo sonoro me hace recordar una bomba, piensas un tiempo hecho de bombas, de separatismos, pero sólo en otro lugar las bombas suenan. Piensas que nadie podrá observar las extensiones de molusco trepar sobre nuestros pensamientos. ¿Te oigo? Proyecciones, una rodilla muerta en el muro. Ya no digo nada, lo invisible se mete en el habla como una cifra y ahora miras el silencio y una cosa viva, una conciencia-cama, espera el fin de la pausa. Proyectos, proyección, me giro y la rodilla vuelve a su anonimato. Introduzco el despertador en un cajón y entonces todos mis destinos explosivos se ponen a bailar en un mutismo irreal, se retuercen con la escarcha absurda de una riña luminosa en torno a mi cuerpo. La pausa crece, casi no notas la ausencia del segundero bomba; te quiero recuperar, construir, y entonces una lluvia nos invade lentamente como una explicación. Saco un árbol de no sé dónde y ahí, tirado en el horizonte, vulnerable a todo lo que respira lentamente, se deja mirar en lo invisible. No lo imagino, no lo invento, lo estoy sacando de algún lado, así como alguien me saca de este cuarto, de este cielo polvo, donde las aves del insomnio se posan sedientas, mi memoria, tu memoria.

Erevank Argel, Opción 183, 2014.

Erevank Argel, Opción 183, 2014.

Está esperando algo que no vendrá, no se engaña, sabe que no vendrá. No es exactamente el silencio lo que reina en esa cama de Motel, es una pausa que se ha bifurcado en ropajes que engañan. Mil vestidos para el disfraz recurrente, mil diálogos falsamente esquizofrénicos; retóricas autoinmoladoras que se convierten en mantos, en máscaras, en telas incoloras de una sola textura. Todo inútil, los muebles inertes del cuarto, este espacio anónimo en donde el tiempo late en un cajón críptico. La contingencia absurda de lo lacrimoso; la pereza persiste, quiere crecer en él como la otra cara de la moneda, revés de esa parte del mundo que se mueve allá afuera. Él no se engaña, no puede, porque la luz miserable y débil que aún se introduce en esa habitación le dice que no habrá coartada posible. Le pegó, usó los puños que no puede desconocer ahora. Usé los puños que temblaban en ese cuerpo que ahora duerme eternamente como felino ovillado bajo la oscuridad. Desnudo, desnudo ante sí y ante las cosas, sin luz y sin oscuridad, como arrojado a la parte maldita de sí mismo, zona intermedia en donde hasta el mínimo pathos se neutraliza; aletargado ahí, en ese lugar obligado, espera; espera la decisión milimétrica, exacta, piedra angular de una acción. La decisión se descuelga de las ramas cerebrales como un animal que encarna exactamente la misma lentitud del cuerpo en la cama. Y, ahí, reconstruye los trozos de imagen que le impiden la amnesia deseada, ese olvido que no podrá llegar, un olvido que, como el perdón, jamás llegará del exterior. ¿El exterior? Recuerda la humedad en la calle, el frío en las manos, la caminata nocturna hasta ese bar, recuerda esa banqueta larga como un túnel. Y sobre esa acera otro hombre, quizá el único testigo. Un hombre que ha salido del bar. Caminé como en un texto bíblico y enfermo. Y ahora que piensa y dice testigo, piensa otra vez en la culpa, esa pegajosa ansiedad que viene a instalarse en él. Después de cruzarse con aquella figura en la banqueta, llegó hasta la puerta del bar. Ella estaba sentada en una esquina, fumaba, fumaba la maldita nicotina de la realidad; más allá, dos tipos jugaban ajedrez como náufragos en una isla. Había llegado a la cita, ella había llegado y él no sabía ya cómo responder a eso. Después todo se enlazaba poco a poco, como una apertura bien jugada, el olor molesto del cigarro, su indiferencia, el bar silencioso, el muchacho limpiando la barra, el deseo de salir inmediatamente de ahí, salir de ella, de esos gusanos de humo que se movían como en una danza funeraria. Afuera había sido el taxi, el beso, la bofetada. La luz sigue haciendo que la rodilla en el muro sea una torre babilónica, un monte sumergido, un perfil atroz. La cama suena, cada resorte que truena le recuerda que eso no podrá durar, que no podrá encapsularse literariamente en un fragmento, en una instantánea, en una acrobacia de unicel, sabe que vendrá el futuro y que la locura no bajará del cielo para protegerlo, para arroparlo como una mortaja o un diagnóstico. Sabe que lo que sigue es la desnudez y el disfraz, los mil nuevos ropajes que habrá que inventar, la cara de esa mujer que es la maldición y la ofensa, el llanto. El taxi que vira y no cesa, el hotel, el cuarto pausado.

Erevank Argel, Opción 183, 2014.

Erevank Argel, Opción 183, 2014.

Sabes que te sigo, como una huella en la arena movediza del miedo, sabes que te confecciono justificaciones y argumentos, he ahí los vestidos que el buen samaritano usará esta noche de carnaval. Sabes, ¿cómo podrías ignorarlo?, que te acoso y te perdono, me sabes, no puedes prescindir ya de mis manos que te rozan, me sientes en este preciso instante en el que te abandonas, y sabes que la vemos, que la repetimos con otros ojos, que la sentimos empapada y tibia, que nos estrechamos las manos con ese líquido que nunca se limpia, pegamento de odio y labio que une todo menos estas frases. Sabemos del baile y la estocada final, ritual a medias porque tú me das capotazos que no crees, porque esta semioscuridad la inventas para que no te hable. Me sabes, sabes que la vemos, que la incorporamos a la mente con su cuerpo rendido bajo nuestros brazos, te siento como si tu pelo fuera el de ella, como si tu aliento oliera a tabaco todavía; toco tus aristas geométricas en el borde de la cama, en los filos que el Motel dibuja contra las nubes; desciendo acantilados en sus senos y en sus muslos, porque tú me la muestras en mi cuerpo, te sé, te sé espiándonos como un voyeur, como un juez con facultades rupestres, pretérito invasor que no me dejas, porque la siento en tus manos, porque la beso en tus labios que no fuman sino hablan, parlotean, verborrea que espejea el metrónomo asesinado en el cajón. Latido invisible de eso que respira y que sé que es una intuición, una condición para que esta angustia o este pavor trepen hasta las últimas ramas. No nos tragamos el anzuelo, sabemos limpiarnos estos dedos que son los de ella, la asepsia de los silogismos nos absuelve. Las sentencias huyen en su origen recóndito, conozco las semillas; ella fumaba, olía a cigarro, se convirtió en algo distinto, en algo enorme que no cabía ya en el asiento del taxi, hay que ordenar todo eso. Me pides que lo ordene. Conoces la genealogía de toda esta plática falsamente moral, no puedo llorarte ni llorarla; no puedes hacer del puño en su mejilla la cola de una enredadera, la sensación no lame con lengua de arrepentimiento, eso lo sé y te lo digo. El puño se queda en la nada, en la cadena lógica de eventos que tú y yo observamos como ahora lo hacemos con esta sombra inerte en la pared. Hablas, te hablo por ella, me siento en tu hablar, en tu sangrar constante que mancha la alfombra del cuarto, como si mancharas para siempre la piel del mundo, como si esa sangría fuera yo mismo que te hablo para borrarte, para ahogar la lucidez maldita de saberte, de sentirte como un grito y un gemido; queja que dice mi falso dolor en este cuarto en el que tú la sientes bajo tus brazos como una tierra húmeda y pesada, peso muerto en la cintura que tocas con estas manos que ahora arrugan las sábanas en un crispar de dedos que es el tuyo, que es el de ella que no deja de estar ahí. De estar ahí en la alfombra que no ves porque ahora veo el muro y mi sombra, sombra de una rodilla que es todo lo que existe por un segundo; y quieres extender ese segundo, llevarlo más allá, dilatarlo como una pupila, pero no puedes. Es estúpido intentarlo, no puedo, no puedes, porque el aire de este cuarto oxigena una cavidad de ecos que se ordenan implacablemente, en un orden capaz de limpiar el puño y la alfombra. Un aire nada extraño que oxigena el infierno de la metodología que ya has empezado a disparar. No puedes extender ese segundo, como no pudiste alargar la espera, como no podré postergar más esta pausa, pausa del cielo, polvo, pausa.

Erevank Argel, Opción 183, 2014.

Erevank Argel, Opción 183, 2014.

Y adentro, en el corazón de repliegues infinitos, en el eje floreado que palpita en el centro del molusco, la frialdad de los razonamientos corta sutilmente los avances que habían logrado los tentáculos. En un frío que no es orgánico, que no es transmitido en forma alguna por el cuerpo, se puede casi escuchar el eco de una voz que no es voz sino certeza, saber. Ahora la resolución, bañada en ese saber, se desprende como fruto maduro de las ramas que antes, como racimos de coral, se entretejían para transformar y analizar las imágenes. No es la caída ruidosa de un fruto metafísico, de un peso sorpresivo como de ángel cortado, no es tampoco la zambullida de un clavadista; sino la caída de una pluma mental, una gota lenta que se traduce no en palabras sino en acciones que serán necesarias. Encadenamiento de causas y efectos que hacen considerar los laberintos habituales como simulacros tontos, apenas importantes o complejos. Tus estúpidos cuentos, lo sabes, sabes que no importa lo que me digas. Y es que la amenaza de la confusión, de la explosión fragmentaria, se ha disuelto en una trayectoria paulatina y progresiva, lenta y sin embargo sólida. Todos esos gérmenes ficcionales que nos contabas se han convertido en la estupidez del charco en la acera, en la alegría infantil de la sonrisa, en el gesto recurrente de abrir las cerraduras; cosas todas ellas convertidas en migajas, en migas insignificantes de un pan absurdo. Porque ya no hay alimentos, sólo ahora él lo siente, no hay alimentos ni eucaristía de rebajas, hay sólo un cuarto sin nadie y sin nada, un cuarto como caverna en donde el goteo óntico resbala sin peligro junto a la claridad y la sencillez. Hay una secuencia que él ya no desprecia ni juzga, es ella bajando del auto, el portazo amarillo, negro. La llave, el vértigo de la claridad, la alfombra del cuarto, el primer golpe, el segundo, la facilidad, sobre todo eso, la maldita facilidad de los puñetazos, que ahora se obstina en no dejarnos, en revolotear encima de toda esta escena. Una facilidad que venía a destrozar todos esos mitos sobre la complejidad, esa balaustrada erótica de la complejidad, esa dialéctica de podredumbre que se retorcía entre lo salvaje y lo inconsciente. Una facilidad de risa, de metal y seda, que se erguía sobre la carne y la oruga. Él sabe, y ese saber le comunica una fuerza distinta, una furia que no era la del toro, distinta a la de la roca en el derrumbe; una fuerza apolínea que le hace girar lentamente las piernas para que la sombra de la rodilla en la pared, dibuje distintas formas. Y es que ahora, la sombra y su morfología no corren con la bomba oculta del cajón, corren en otro carril, en otra línea de fuerza que está juntándose con una claridad absoluta más allá o, mejor dicho, más acá, más hacia el ónfalos secreto que palpita como un feto en el interior de un tronco. Los tentáculos informan de la angulosidad de la cama, del filo de los muebles, de la densidad pegajosa de la sangre, de la respiración extinta en la alfombra, del ligero dolor en el puño. Aún puede mantenerse alejado del estruendo de remordimientos, aún crees poder mantenerme alejado de la furia implacable de las consecuencias; y crees poder guardar esa distancia, porque precisamente ahora las consecuencias son mensurables, fáciles de prever y calcular. Hay una forma de blanquear ese cuarto y esas manos, la conoces. Hay una forma de desaparecer ese cuerpo de mujer que ahora estorba como una evidencia, como una mueca de animal grotesco que sale de la infancia, que sale de un paseo zoológico. Hay forma de eliminar el zoo, de hipertrofiar higiénicamente la otra mitad, hay forma de limpiar los muebles y de alejarse de ahí, de extinguir ese goteo que suena como la bomba en el cajón. Hay una mano capaz de quitar esa mesa y esa cama, esas sábanas; hay una mano que puede quitar lo pegajoso y destruir la sombra, él conoce esa mano. Mira el reverso de la palma, aún impregnado de la sangre de esa mujer, que antes amó. El reverso de la palma con la que acarició miles de veces esas mejillas. Pero ahora sólo hay una forma y una mano para la recuperación de la vacuidad, hay, hay, y él sabe, sólo sabe.