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Editorial Sexto Piso (2013)

A través del Estímulo a la Producción de Libros derivado del Presupuesto de Egresos de la Federación, el CONACULTA, el INBA y la editorial Sexto Piso presentaron en 2013 La historia de mis dientes, una novela escrita por Valeria Luiselli e ilustrada por Daniela Franco. Tuvo tanto eco que, dos años después, en una oportunidad que se suponía aleatoria, la seleccioné a manera de obsequio. Nos llevamos todas, me dijo. Dos días después ya me atormentaban las seis entregas (y agradecimientos) que componen la entre encomiada y polémica obra de la bella escritora mexicana domiciliada en Nueva York.

La historia de mis dientes, contra toda probabilidad, narra la vida de un odontofílico. En obstinada emulación accesoria a prácticamente cada una de las corrientes y manías que han tenido éxito en los últimos ciento cincuenta años, Luiselli retrata a Carretera, mote de un hombre de medianía cuya adultez le sirve para descubrir que no le gusta el sexo, ni su esposa, ni sus siguientes tres novias, Veni, Vidi y Vici, ni su hijo, ni su vida y que tiene la gracia innata para el arte de la subasta. Así, fugazmente, encuentra prosperidad y propósito hasta que el reencuentro edípico rencoroso con su hijo Ratzinger le produce una epifanía. Uno podría pensar que un renombrado subastador que ha cantado en Morton, Christie’s, Sotheby’s, Dorotheum, Tajan, Grisebach y Waddington’s de hecho subastaría alguna pieza artística. Carretera no, él subasta dientes, él se implanta la dentadura exhumada de Marilyn Monroe. Espíritu prometedor. Uno comienza a digerir los sucesos de la trama cuando una bruma onomástica obnubila el hilo conductor: a las tres páginas Carretera ya se topó con el Operador de Pasteurización, Salvador Novo, el de Servicio a Clientes, Joselito Vasconcelos, al párroco de Santa Apolonia, Luigi Amara, a los dueños de una chatarrería, Jorge F. Hernández y Jorge Ibargüengoitia, al difunto vecino del 4°A, Julio Cortázar y al inspirador guardia de reemplazo que ingiere cerumen sebáceo en público, Hochimín. La absurda retahíla se extiende a lo largo de la novela y, en el mejor de los casos, sólo es muestra presuntuosa de que la autora ha leído.

Valeria Luiselli consigue con este libro un grado de erudición infantil socarrona que la ironía no merecía. Apuntó hacia todos lados y acertó un par de hitos a costa de la estilizada narrativa recabada en Los ingrávidos. La historia de mis dientes es la historia de un empate. Refulge en la hipérbole (hiperbólica) y buena escritura defrauda. Mi ideario la empató con las anormales mezclas que hacía cuando de niño me topaba con un vaso y una máquina de refrescos.

Afortunados.