Opción 1, Noviembre 1980.


 

Era un tipo intrascendente, de aquéllos que, imperceptiblemente, se hunden en la mediocridad cotidiana. Se esforzaba en bostezar con disciplina, en tropezar con elegancia. Pasaba horas eternas contemplando la pared, escudriñando el suelo… Podría haber sido artista, pero la monotonía de la vida disolvió sus energías. Temblaba al menor chirrido, se excitaba con tibieza.

Intentó “ser poeta”: se le negó la Inspiración y acabó plagiando anónimos. Decidió “ser asceta”: el rigor espiritual lo acongojaba y el cielo, cada día, se alejaba.

¿Desdichado, malogrado, hechizado?

Simplemente… hipnotizado.

Se creía profeta, guerrillero… Rasguñaba paredes, desgarraba papeles; militaba por la social-democracia, o mejor, por la democracia cristiana: refinada, MODERADA.

Pretendía conquistar el mundo admirando las estrellas.

Finalmente optó por escapar a su desgracia; descubrió un colchón –más blando: una elegante silla, un escritorio Luis XVII, que pronto se cubrió de cenizas y migajas, de tazas despostilladas, fotografías pornográficas y firmas “importantes”. Escribía memoranda con estilo acompasado, le sudaba la mano, la pluma le pesaba; hasta el café lo aletargaba.

Sin embargo, tranquilamente…

Nuestro caballero andante, idealista abotagado, activista institucional, burócrata enconchado, prosiguió su camino plácidamente y, así, dada la coyuntura, imperceptiblemente… llegó a Presidente…

de su Real República.

 

Manuel Domínguez, El elegido, Opción 10, 1981.

Manuel Domínguez, El elegido, Opción 10, 1981.