El artista desaparece de sus amistades. Viste colores tímidos, aquellos que pasan desapercibidos en su mutación… al acercarse a la luna durante la noche o al apropiarse del día con el velo de la luz. En su primera aparición su nombre cesa de sí mismo y su persona informa un rostro inexistente. La condición artística es seducida por el espejo narcisista de la percepción y al ser hallada se transforma con el velo de una imagen que distancia de la opresión del mundo su ser íntimo. La solución: enviar una imagen en llamas ante el mundo, desde el comienzo, y así extinguir la posibilidad de ojos poseídos por su aparición. El enmudecimiento es la llave que lo expurga; pues al hablar lo trágico silencia. Para no sentir el ahorcamiento de los sentimientos encuentra el aislamiento. El único futuro es un presente inmutable dentro del cual se somete a una artesanía. (El pianista sin abandonar el corazón atado al juguete del secreto de su subsistencia.) El objeto intocable de lo íntimo conforma un templo divino. La corrupción del mundo no lo inunda. La ligereza de sus pasos transforma el piso en agua caminable. Al nadar por el río a su propio tempo, sin preocuparse por lo que ocurre alrededor del tiempo, siente la absorción del reloj llameante. El artista es libertad al someter la prisión del mundo a la mano quemadora. El artista cobra vida en el sepulcro cuando el horror del mundo es sepultado. El pianista transmutado en artístico destierro cuando el artista escucha su adagio inmóvil. El tiempo contenido en el pianista transmutado por el artista en vida. Entonces, el pianista y el artista forman una amistad más allá del ensueño. Así sería. Hay un hombre… y un pianista considerado un fantasma divino por la percepción mundana de lo inmortal. Entonces, el hombre se transforma en artista al transmutar al pianista en su propio objeto, al reducir el ensueño del mundo ante lo eterno a un simple objeto de su percepción. Seducido por la cualidad mortal reduce al inmortal al sepulcro propio. Y así se vuelve artista. El artista: Me entra el carácter de la rebelión y no sé cómo suprimirlo. Una sonrisa aventurera me somete a actos que algún día me quemarán de lleno. Quisiera poder vivir sin ellos, pero a la vez reconozco que son lo que infunden vida en mí. Entonces, un destino insoluble donde quemarse es la solución me marca para siempre. Mis manos frías, se preparan llenándose de frío, para conllevar el impacto de la quemazón sin su exterminio. Pero yo ya perdí la esperanza, pues el tiempo de la subsistencia me desarma, y prefiero morir silentemente. Dejar intacto el corazón. Pero entonces, clavo una estaca al interior.

en. 24, XXIII.