A la memoria del padre Ángel Ma. Garibay K.

Y el dicho Huitzilopuchtli dixo a uno que se llamaba Tocancalqui que encendiese
una culebra hecha de teas que se llamaba xiuhcóatl, y ansí la encendió, y con ella
fue herida la dicha Coyólxauh, de que murió hecha pedazos, y la cabeza quedó
en aquella sierra que se dice Coatépec, y el cuerpo cayóse abajo, hecho pedazos.

Fray Bernardino de Sahagún, “Del principio que tuvieron los dioses”,
cap. i, libro iii, Historia General de las cosas de Nueva España.

Allá en Coatepec

sopló el viento frío su pluma de quetzal

su pluma entró en el seno de mi madre

su hijo predilecto engendró la muerte

en su seno de muerte

y se repitió mi destino

como un umbral que recibe

calaveras y cascabeles

 

Coyolxauhqui. Signos y símbolos, 2008.

Coyolxauhqui. Signos y símbolos, 2008.

Era Coaxalpa tierra de nopales, tierra seca y triste. A la Coyolxauhqui le dolió esa tierra, sus grietas. Algo allí le recordaba a su madre y auguraba el fin de su cuerpo. Coaxalpa la sumió en una tristeza adelantada.

Sólo faltaban dos días para llegar al cerro sagrado, a la guerra sagrada, a la muerte sagrada.

Dos días para morir y matar.

 

Durmió bajo los efectos alucinantes de los hongos que masticó con calma hasta caer en un sueño de agua.

En Apetlac vio su muerte en las aguas de un lago. Se vio de niña expulsada del mundo por la muerte de cuna, la mentada muerte azul. Llegó a los brazos de Tláloc y habló con él de las lluvias, del trueno y del rayo, de todas sus posesiones.

Al despertar recordó su camino hacia la muerte en combate. Su mundo era el cielo florecido de estrellas.

El agua sólo le serviría de espejo.

 

Yo fui la traidora, la instigadora del crimen en contra del Sol, ese astro, Tonatiuh, ese todopoderoso amor que infunde maíz en la tierra, frijol, calabaza y chile.

Fui la de la intensa guardia, la que esperaba la muerte del nacimiento del colibrí, la que revistió su cuerpo de cascabeles y papel ensangrentado.

Grité la invocación de la pena y sentí la vergüenza de pasar a la historia como la luna de cara de conejo, como la envidiosa hija del valiente hijo, como la esclava del Sol.

 

Encendida la culebra hecha de teas que se llamaba xiuhcóatl la mató sin pena. Parecía que el mundo daba vueltas por primera vez. Símbolo de la supremacía del Sol sobre la Luna, las teas encendidas hirieron de muerte a la Coyolxauh, quien rota de pies a cabeza, desmembrada como un juguete inútil, como una muñeca vieja, calló y cayó hecha pedazos.

 

Los dioses me castigaron manchando mi rostro con el pelaje blanco de un conejo herido. Mancharon de sombra mi cuerpo que resplandecía tanto o más que el Sol.

Pero me hicieron dueña de la noche.

Dueña del jaguar y los nahuales.

 

Las mujeres abandonadas por sus maridos no se lavaban las caras hasta su regreso del campo de batalla. Esas mujeres sucias hacían rituales día y noche, sin descanso, a la par que barrían sus casas y esperaban que cayera la pluma de la ventura sobre sus amantes.

Coyolxauhqui también pintaba su rostro de estiércol.

El ritual de la suciedad de las caras se repetía una y otra vez hasta que cesaba la guerra. Ese día entraban al temazcal, nacían de nuevo de las hojas de menta y el perfume de las flores.

 

Y, ¿no era el amor por lo que lucharía ardientemente en el cerro de la serpiente?

El amor de su hermano, hombre-dios inmisericorde. El amor de los siervos que cantan y bailan cada cincuenta y dos años para que el fuego no se apague. Nahui ollin, cuatro movimientos, de toda esperanza.

Pero más que amarla, sentían un temor profundo por ella, la desmembrada, la que dañaba las cosechas y daba labios leporinos, la diosa de la desdicha, la eclipsante.

 

¡Ma ahuia, xi paqui! ¡Estoy alegre, estoy contenta! Bailo. Mis huesos se rompen al ritmo del tambor. Los trituro. ¡Estoy alegre! El pueblo ha llegado a mí con sus danzas cotidianas. Hasta las jóvenes del templo danzan también, emplumados sus brazos y piernas. Yo me lleno de plumas rojas, verdes y azules. Hay en mí una algarabía de pueblo, de conjunto. Ma ahuia, xi paqui, y soy de todas y de todos.

 

¿Y el amor? ¿Y esa lucha por conseguirlo? Cantando. Haciendo la guerra. Bañada en el temazcal, fundida en su vapor. A toda hora buscando el amor ciego, a ciegas. Entre ofrendas de agua y fuego no consiguió nada.

Coatepec, ahora lo sabía, la borraría del amor del mundo.