Sobre “Las Elegías de Duino” de Rainer Maria Rilke

 

“El ángel de las Elegías es ese ser que reconoce en lo invisible un grado superior de la realidad. Por eso es “terrible” para nosotros, aún suspendidos en lo visible, del que somos amantes y transformadores”

Rainer Maria Rilke

Hay cosas que nos sobrepasan de entero, hay cosas de las que no se puede decir ni una sola palabra, todo es ya contundente y acercarnos, aunque se un poco, es tantear un cuarto extraño con las luces apagadas. Hay cosas que no tienen sinónimos, el amor y la muerte no tienen sinónimo, el odio y lo bello no tienen sinónimo, fornicar no tiene sinónimo, todo eso acaso es un imposible.

Una de las tareas del poeta es ponernos en un mano a mano con esos imposibles, hacer invisible esa conflagración de visibilidades.

Las “Elegías de Duino” lo hacen, pero se acercan tanto, tocan tan de lleno que aún el mismo Rilke decía que “lo superaban infinitamente”, es uno libro en el que uno no entra directo, las “Elegías de Duino” se van clavando despacio y se quedan con nosotros como un dolor ya antiguo, como una molestia corporal que se acentúa con los años, pero de una belleza constante. “Elegías de Duino” se instala en nosotros y nos va ocupando, así como la fiebre.

“La afirmación de la vida y la afirmación de la muerte se muestran como una sola cosa” dice Rilke a su editor Witold Hulewicz que le pide a Rilke una pista, un dato para comprender su asombro ante las “Elegías de Duino” y es que la “Elegías” es recordar nuestra transitoriedad, pero como un atributo, para tropezar con el ser profundo que vive en nosotros.

Esa transitoriedad que esta en todo lo que nos acompaña, debe ser transformada por nosotros; para Rilke eso es lo que muestran las Elegías: “Las elegías nos muestran ese trabajo, en el trabajo de estas perdurables transformaciones de lo amado invisible y aprehensible en la invisible oscilación y excitación de nuestra naturaleza, que introduce nuevas frecuencias de oscilación en el universo“.

Y más valor en esta época de consumo para las elegías, porque es devolverle a cada objeto su valor, negar la producción en masa, o su novedad tecnológica, su precio, es decir no, es resistirse, para  hacer así de las cosas algo nuestro, creer que cada cosa nos contiene, “nuestro abrigo”, “la casa”, “el florero”, “el paraguas”. Para nuestros ascendentes por ejemplo son cosas familiares, más que familiares, infinitamente suyas y únicas.

Las elegías son una puerta que da a un salón con infinitas ventanas, la noche, los amantes, los ángeles, la insuperable belleza, la fragilidad de la existencia, la conservación del recuerdo, la transformación, los vuelos y las caídas de nuestro amor.

 

Primera Elegía1

” Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros
de los ángeles? Y aun suponiendo que alguno de ellos
me acogiera de pronto en su corazón, yo desaparecería
ante su existencia más poderosa. Porque lo bello no es sino
el comienzo de lo terrible, ése que todavía podemos soportar;
y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña el destruirnos.
Todo ángel es terrible.
…..Y así me contengo, sofocando el llamado seductor
de oscuros sollozos. Ay, ¿a quién podemos
recurrir entonces? A los ángeles no, a los seres humanos tampoco
y los astutos animales advierten ya
que no estamos muy confiados y como en casa
en el mundo interpretado. Tal vez nos queda todavía
algún árbol en la ladera que podamos contemplar
de nuevo cada día; nos queda la calle de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre
que se complació en nosotros y así permaneció y ya no se fue.
—– Oh, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de espacio sideral
nos muerde el rostro; ¿a quién no le queda al menos ella, la anhelada,
que nos decepciona suavemente y con esfuerzo aguarda
al corazón de cada cual? ¿Es la noche más leve para los enamorados?
Ay, ellos sólo se ocultan uno al otro su destino.
—– ¿Aún no lo sabes? Arroja desde los brazos el vacío
hacia los espacios que respiramos; quizá de modo que los pájaros
sientan el aire ensanchando con un vuelo más íntimo.

– Sí, al parecer las primaveras te necesitaban.
Algunas estrellas te exigían que las percibieras.
En el pasado se levantaba, acercándose, una ola
o cuando pasabas tú junto a la ventana abierta
se entregaba un violín. Todo eso era misión.
¿Pero pudiste con ello? ¿No estabas todavía
distraído por las expectativas como si todo
te anunciara una amada? (¿Dónde quieres albergarla,
cuando grandes y extraños pensamientos entran y salen de ti
y a menudo se quedan por la noche?) Pero,
si te abruma la nostalgia, canta a los amantes; mucho falta todavía
para que su célebre sentimiento sea lo bastante inmortal.
Y a esos abandonados que tú casi envidias y a quienes encontraste
aún más capaces de amar que a los satisfechos.
Una y otra vez recomienza la alabanza inalcanzable;
piensa: el héroe perdura y hasta su mismo ocaso
fue para él sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero la naturaleza, agotada, recoge de vuelta a los amantes
en su seno, como si le faltaran las fuerzas
para llevar a cabo dos veces la tarea. ¿Has pensado bastante
en Gaspara Stampa, para que así alguna muchacha
a quien dejó su amado, ante el ejemplo señero de esta amante,
sienta: y si yo llegase a ser como ella?
¿No deberían, al fin, hacérsenos más fecundos estos viejos dolores?
¿No es tiempo ya de liberarnos, amando, del amado
y de resistir estremecidos, como resiste la flecha a la cuerda,
para ser, concentrada en el salto, más que ella misma?
Porque no hay permanecer en parte alguna.

– Voces, voces. Escucha, mi corazón, como antaño
sólo escuchaban los santos, de tal modo que el llamado gigantesco
los alzaba del suelo; pero ellos, los imposibles,
seguían ahí de rodillas, indiferentes:
Así estaban escuchando. No es que tú puedas soportar
la voz de Dios, ni mucho menos. Pero escucha el soplo,
el mensaje incesante que se forma del silencio.
Ahora susurra hacia ti desde aquellos jóvenes difuntos.
Donde quiera que entraste, ¿no te habló quedamente
su destino en iglesias de Nápoles y Roma?
¿O se te impuso, sublime, una inscripción en relieve,
como recientemente esa lápida en Santa María Formosa?
¿Qué quieren ellos de mí? En voz baja debo deshacer
la apariencia de injusticia que limita un tanto a veces
el puro movimiento de sus espíritus.

— Por cierto que es extraño no habitar más la tierra,
no seguir practicando las costumbres apenas aprendidas,
no dar el significado de un porvenir humano a las rosas
y a tantas otras cosas llenas de promesas;
no seguir siendo lo que uno era
en unas manos infinitamente angustiadas
o incluso dejar de lado el propio nombre
como un juguete destrozado.
Es extraño el no seguir deseando los deseos. Es extraño
ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró.
Y el estar muerto es laborioso y tan lleno de recuperaciones
que sólo lentamente percibe uno algo de eternidad. Pero los vivos
cometen todo el error de distinguir con demasiada vehemencia.
Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo
si andan entre los vivos o los muertos.
A través de ambas regiones el eterno fluir
siempre arrastra consigo a todas las edades, acallándolas.

Por último, ya no nos necesitan ellos, los que se fueron temprano;
suavemente uno se va desacostumbrando de lo terrenal, así como
se emancipa con ternura de los pechos de la madre. Pero nosotros,
que tenemos necesidad de tan grandes misterios, de los cuales,
y desde la tristeza, surge a menudo una prosperidad bienaventurada:
¿podríamos existir sin ellos? ¿Es vana la leyenda de que antaño,
en el lamento funerario por Lino, la primera música, osada,
atravesó el arido estupor; y que recién en aquel espacio dominado
por el terror, del cual el joven semidiós escapó de pronto y para siempre,
entró el vacío mismo en aquella vibración
que aún ahora nos arrebata, nos consuela y nos ayuda? ”

 

Rainer Maria Rilke.

 

1 Rilke, R.M. Antología poética. Traducción de A. Hurtado Giol, Prólogo de José Arier Matons, Barcelona, ediciones Zeus, 1964