uno

Todo lo que interpreto soy yo. No podría ponerme una máscara e interpretar algo que no soy.

Paulina Rubio

Ellos ya habían visto el show y sabían que yo me meto botellas por el culo, me madreo con otro güey mientras canto, le escupo cerveza o tequila al público. Tú sabes cómo soy, siempre subo al escenario con una botella de alcohol en la mano. Se los enseñé desde antes y ellos dijeron que sí les gustaba, pero cuando llegué al Zócalo se acercó uno de los organizadores y me pidió que no cantara Ser tu perro. Culeros. Luego me quitó la botella de tequila. No-pueden-tomar, dijo. Esta marcha se está vendiendo como un evento familiar y hay gente del gobierno. Pero no mames, había güeyes borrachos y drogados en todas partes. ¿Has ido a alguna marcha? La fiesta es cabrona, imagínate todo Reforma lleno de vestidas medio pedas. Total que desde ahí empezaron las tensiones: antes de subir ya sentía con ellos un ambiente muy pesado. La gente sí aplaudió en la primera canción, obvio que nadie me conocía pero andaban bien jajaja con la jotita, ¿sabes? Aunque la mayoría ni hacía caso. Nadie va a ver el show, chance solo joteas un rato con las Jeans y luego sigues en tu desmadre. Yo haría lo mismo, la verdad. Pues entonces tiran la otra pista y de repente se va el audio. Normal, pensé… pero era Ser tu perro. De repente vi que este güey se fue a hablar con los de la cabina de audio. El pedo era que no querían que la cantara… ¿Conoces a Mariano? Sí, seguro lo ubicas, iba de mujer en la posada de La puri. ¿No?… Bueno, él salía en el show con la verga parada. En Ser tu perro nos pegábamos mientras él se desnudaba y yo me echaba el tequila encima. Era una cosa como de violencia, golpes y mucho sexo. Yo empecé a tirar los atriles y a darle patadas a las bocinas: ahí fue cuando todos se sacaron de pedo, ¿estará drogado este güey? Imagínate sin música y yo destrozando el escenario. Lo que no entendían es que mi show es así: a la gente no le gusta que le pongas esas cosas en la cara. Volvió el audio y todos aplaudieron, fui el foco de todo, muy perra como siempre. Nos seguimos pegando y la gente sí se reía. Todo iba bien hasta que empezaron a bajar el volumen de la música, ahí ya empezaron a abuchear. Buuuuu. Buuuuu. Buuuuu. Y yo seguí cantando a capela, Mariano me pegaba sin música. Obvio que la gente ya no sabía qué onda, el audio se iba y regresaba a cada rato. Aventé un atril y el público ya andaba bien prendido: un chavo se saltó la barda y los de seguridad lo empujaron. Nomás les dieron rienda a las jotas. Pinches güeyes. O no sé… no fue solo mi culpa, era una mezcla de todo. Nadie entendió qué pasaba. Después me cortaron el micrófono, pero yo seguía en el escenario dando vueltas como loca. Entonces se subió otra de las organizadoras Ay, un aplauso a Galo y me da una madre de que participé en la marcha. Le arrebaté su micrófono y los mandé a todos a la verga. ¡Pito, cabrones! Me bajé, todo se calmó, salió otro artista y ya. ¿Que si fue mi culpa? No mames, la gente abucheó porque no había música en el escenario. Mi hermana estaba entre el público y dice que nadie supo qué pasaba, dos cabrones empezaron a chiflar y todos los siguieron como borregos, así es la gente. Al otro día en la página de la marcha pusieron que el único artista con propuesta era yo y que eran unos culeros por haberme cortado. ¡Pues sí, güey! Se hizo todo un tema, salieron un par de notas por esa onda de la censura, ¿sí las viste? Ahora cada vez que salgo a cantar escucho los abucheos desde antes de subirme al escenario. ¿Ya te dije que soy obsesivo compulsivo? No me los puedo quitar de la cabeza. Yo creo en Dios, en la vida, en el karma. Güey, llevaba menos de un año dando show y ya estaba frente a miles de personas, claro que algo malo tenía que pasar. La gente no sabe que te preparas desde meses antes: gastas varo, no te pagan por el vestuario, las personas que llevas, los ensayos. No mames, para llegar a ese punto de mi vida tuve que pasar por drogas, violencia, güeyes que me trataron como mierda, mil cosas. La gente no sabe lo que te cuesta estar ahí… ellos nunca saben.

Henri Matisse, Grand Acrobate, 1952.

Henri Matisse, Grand Acrobate, 1952.

dos

Confecciónate una nueva virginidad cada cinco minutos…

Oliverio Girondo

La primera vez que vi a Galo Santo eran las nueve de la noche afuera de un antro en la colonia Juárez. Una vestida de tetas gigantescas se asomaba desde dentro y apenas vio al muchachito veinteañero de voz chillona y cintura diminuta –cincuenta y seis centímetros– se abalanzó sobre él. Ambos habíamos olvidado nuestra identificación y el gorila que custodiaba la entrada no nos permitía el paso. La vestida y Galo imploraban pero el esfuerzo era inútil, poco importó el outfit extravagante: abrigo de piel falsa, pantalones entallados, lentes oscuros, ombliguera blanca que dejaba entrever brillos en su abdomen. Junto a él esperaba un hombre que le doblaba la edad, barba poblada, playera fosforescente sin mangas, irredenta musculoca que pasa horas en el gimnasio. Twink y daddy absolutos. Después, sabría que su nombre es Rodrigo y que es novio de Galo desde hace varios meses. Después, sabría mucho sobre Galo, lo encontraría todas las noches de fiesta, devendríamos en confidentes casi sin darnos cuenta. Aquella vez, ambos logramos entrar a la fiesta. El under chilango se manifestaba en aquella cueva con cajas de cervezas amontonadas en el fondo, piso pegajoso, beats que eran el latido de una bestia indócil. Galo ocupaba el centro, su cuerpo emitía un brillo artificioso producto del maquillaje y la luz multicolor chocando contra su piel. Pensé, entonces, que existen quienes se saben nocturnos. Galo es consciente que buena parte de su vida se desarrolla bajo reflectores en medio de lo oscuro. Sus movimientos se encuentran en el linde de lo masculino y femenino, del sexo más violento y la caricia tierna, arrebato irracional y consciencia profunda sobre el cuerpo. Protagonista de la vida nocturna autoproclamada queer, su carrera de cantante despegó casi sin que él lo notara. De pronto, Galo Santo se hallaba en el Zócalo de la Ciudad de México, frente a miles de asistentes a la Marcha Gay que escuchaban una canción sobre sadomasoquismo y sumisión sexual. La leyenda de una jotita que había sido censurada en un ambiente que se jacta libre, tolerante e incluyente le vino bien a Galo: poco tiempo después fue headliner de un festival en el Foro Alicia, se presentó en el Laboratorio Arte Alameda y fue el acto de apertura de La prohibida. Y quizá es una canción de esta drag queen, ícono de la fiesta madrileña, lo que mejor describe al Galo nocturno, su baile extático: algo fugaz y un tanto artificial, como un flash eléctrico que te puede matar.

 

 

tres

Aquel cuyo rostro no irradia luz nunca será estrella.

William Blake

Mis encuentros posteriores con él sucedieron siempre de noche, ya un poco borrachos, reflectores trémulos y música dance. No recuerdo cómo comenzó la amistad pero sé que pronto quise escribir su historia. Galo estuvo de acuerdo, me citó en casa de Rodrigo una tarde antes de salir de fiesta, arrastraba una maleta de ruedas con maquillaje y varios vestuarios por una calle transitada de la Del Valle, no había probado bocado porque temía que su abdomen se viera un poco abultado, tenía tos. Galo Santo habló sin parar durante tres horas. Yo me limité a asentir, hacer preguntas o soltar algunas risas durante el relato. Aun cuando habla con otro, Galo se encuentra en un frenético diálogo consigo mismo. Supe que le obsesiona la fama, lo asusta el fracaso, le conmueve pensar en el amor después de la muerte. Galo hablaba con furia, no hacía pausas, planteaba nuevas versiones de sí mismo todo el tiempo: se declaró chica travesti, niño-niña, cantante punk, artista queer, genderblender, performer cercano a la escena drag, pieza clave del under. Aunque al final decidió deslindarse de todos: Galo es futuro salvaje. Apenas evocó el pasado, como si se tratara de una fisura o derrota que habría de encubrir con promesas, sueños o delirios. Insistí un poco y la historia cambió de rumbo, Galo eligió las palabras con mayor tiento.

Carlos –así fue antes– no salía de fiesta en tacones ni tiara.

Carlos cantaba canciones sobre amor burdo vestido con saco de pana, pantalón de vestir, piernas temblorosas, no makeup.

Carlos, adolescente curioso que conoció el alcohol y la coca demasiado pronto.

Carlos, hubo un novio y creyó entonces en el amor.

Carlos supo que el paraíso no existe cuando volvía a cobrar consciencia y los violadores se habían ido: aquella fiesta, aquel departamento, aquel novio y sus amigos.

Carlos devino en Galo, una forma de encarar el pasado cada noche: burlándose, pisoteándolo, rabia contenida en letras violentas y música disonante.

Ser tu perro, aquella canción que no terminó de sonar en la plancha del Zócalo y que sí se escuchó en su fiesta de cumpleaños, mientras se arrastraba por el piso cubierto por varias capas de mugre y cerveza: estoy muy solo, te quiero aquí tirado en el suelo, te quiero a ti […] ahora quiero ser tu perro, ser tu perro, ser tu perro.

Día soleado, 2016. José Pablo Loyola García.

Día soleado, 2016. José Pablo Loyola García.