Francisco escuchó el timbre del intercomunicador y fue a abrir la puerta, no sin antes echar una mirada de reojo al escritorio donde se extendían las notas que la prensa madrileña le había dedicado aquella mañana como ganador de un prestigioso premio de ensayo que su posición de poder en el mercado editorial francés en traducción y, había de reconocerse, también su talento, le habían otorgado. Definitivamente, el regreso a París había sido su mejor jugada. Tras la muerte del líder y el ascenso a las alturas de personeros mucho más turbios, nada le quedaba por buscar en Venezuela. Además, sus esperanzas de obtener el Premio Nacional se habían desintegrado completamente, pues el nuevo régimen había blindado toda posibilidad de galardonar a quien no comulgase abiertamente con sus políticas.

Así que este otoño lo encontraba ocupando definitivamente el apartamento que su esposa heredó de los padres, volviendo a su puesto en la universidad y el conglomerado editorial, y disfrutando de un nuevo laurel en su obra. Sí, “la vie est belle”, como decía la reciente canción del congolés Fally Ipupa que sus alumnos escuchaban, cuando él creía que seguían en el iPod una de sus lecturas magistrales. Hasta Nicole, a pesar de su reticencia a volver, iba igualmente acostumbrándose a las rutinas, grandiosidades y dobleces de la ciudad donde nació. La hija de ambos, sin embargo, había decidido quedarse en California tras terminar los estudios y hoy engrosaba las filas del high-tech en ascenso del Silicon Valley.

Sí, en aquella familia todo iba en subida, gracias a su habilidad para cultivar los contactos precisos en puestos clave. Por eso no le extrañó que la primera llamada de felicitación fuese de un antiguo colega y escritor, ampliamente reconocido por la democracia fundacional, y hoy representante del régimen madurista en la UNESCO.

“Para que no se diga que algunos sagaces intelectuales nuestros no han sabido estar bien tanto con dios como con el diablo”, se dijo camino a la puerta. Al abrir, encontró a un sonriente joven veinteañero, quien trabajaba ad honorem como asistente en Radio France Internationale, que le recordó su propio paso por aquella emisora tres décadas atrás, e inmediatamente se sintió como en casa. El muchacho, un promisorio autor peruano, protégé del director de uno de los espacios, le felicitó efusivamente aunque sin servilismos, lo cual le agradó a Francisco, quien no toleraba en absoluto a los aduladores gratuitos.

Yendo al grano ofreció café y se sentaron a articular la entrevista que la emisora quería difundir aquella misma noche, por lo cual debían trabajar con rapidez y eficacia. Dos de las virtudes de Francisco, que también admiraba en quienes se asociaban con él para llevar adelante algún proyecto profesional, tan diferente a las relaciones personales, especialmente entre esposas, amigas y amantes, donde lo que le apetecía era más bien que fuesen lánguidas e ineficaces, a fin de poder desplegar con ellas “mis dotes protectoras”, decía. Una afirmación sumamente discutible, especialmente por parte de las afectadas, quienes terminaban por separarse, alejarse o dejarlo colgado, hiriéndole en su amor propio. Porque Francisco, tan centrado en sí mismo, hasta se sorprendía de tal comportamiento, tildándolas además de neuróticas y desagradecidas.

Incluso Silvie, aun cuando él opinara lo contrario, seguía aborreciendo aquel lado suyo tan “patronizing”, añadía la hija menor, educada en el postfeminismo estadounidense. Pero Francisco no se daba por enterado y ensayaba su mejor sonrisa buscando desarmar a la adversaria de turno, quien finalmente lo dejaba estar porque entendía aquello de que “perro viejo ladra sentado”. Y, en el fondo, no era porque planease tal comportamiento con premeditación y alevosía, no, era más bien algo natural en él; herencia de la proverbial cultura “masculinocéntrica”, agregaba igualmente Nicole, de nuestros pueblos.

Pero más allá de los pormenores de la discusión donde ellas se rezagaban, Francisco seguía avanzando velozmente por la pista cultural hacia el colofón definitivo que, en su caso particular, no era sino su inclusión en el panteón de los grandes intelectuales hispanoamericanos, donde reinaba supremo Mario Vargas Llosa; no solo por haber alcanzado con el Premio Nobel el pináculo literario, sino por haberse agenciado, a sus casi ochenta primaveras, nada más ni nada menos que a una de las consentidas de las revistas del corazón, Isabel Preysler, por quien decían las malas lenguas estaba a punto de abandonar a su esposa, tras 50 años de matrimonio.

“Radiante, sonriente y feliz”, como aquella pareja, quería también Francisco verse reflejado en sus páginas predilectas. No tanto las rosa, sino las de los suplementos literarios y periódicos de primer orden, que revisaba frecuentemente a ver si había sido objeto de alguna mención o aparecía citado uno de sus libros; googleándose además a diario, el mejor termómetro con que medir las fluctuaciones de su perfil en las redes sociales y profesionales. Por todo ello, esta entrevista para RFI en el fondo la aceptó porque quería cancelar una deuda pendiente con la emisora donde se había iniciado la internacionalización de su carrera. Así que, sin más, se arrellenó en la butaca y comenzó a responder las preguntas.

Imagino que para usted es motivo de reminiscencia el conceder esta entrevista a RFI donde empezó a darse a conocer en Francia.

Siempre es una satisfacción el volver a casa. Efectivamente, en RIF junto tuve la oportunidad de presentar a muchos autores de prestigio y promover sus obras, al tiempo que pulía mi capacidad para precisarlos. No te olvides de que muchos escritores buscan ocultarse en las palabras en vez de revelarse. La labor del entrevistador consiste en alzar ese velo para descubrirle al público su verdadero rostro que, en el caso de Francisco, no era sino otra máscara bajo la cual escondía la agenda donde tenía proyectados los pasos hacia un triunfo, astutamente escrutado hasta en sus matices más insignificantes, porque no hay detalle pequeño cuando la meta ambicionada pareciera poder tocarse con solo alargar un poco la mano.

Tanto sus ensayos como los autores de habla hispana que usted selecciona para ser traducidos y publicados, se caracterizan por una visión monolítica del continente, heredada de la literatura del boom y la tradición decimonónica en lengua española.

            Mi interés se centra en la gran literatura, cuyo canon conforma el tronco de nuestro haber literario. No se te olvide que sus representantes han marcado el camino e internacionalizado la escritura en español. Las ramificaciones derivadas de dicho tronco constituyen, a mi entender, una literatura menor en la cual no estoy particularmente interesado, si bien la respeto desde la distancia no tan lejana, sin embargo, al haber sido sus voces las que mejor negociaron la entrada de Francisco por la puerta grande a los círculos académicos e intelectuales europeos y norteamericanos. De hecho, galardones literarios, invitaciones a impartir cursos en universidades extranjeras y cargos permanentes en instituciones francesas, le fueron concedidos gracias a la intervención de mujeres y gays, que sin embargo nunca obtendrían de él reconocimiento alguno; solo el silencio o una indiferencia igualmente maquillada por sus dotes seductoras y soltura para persuadir y convencer.

A su regreso a Venezuela usted dirigió una importante Fundación cultural, comentándose en algunos círculos literarios su cercanía con los grupos de poder económico y político, lo cual le restó quizás tiempo para el pleno desarrollo de su obra.

Primeramente me parece arbitraria esta aseveración ya que nunca dejé de escribir y publicar mientras detenté el título de Gerente General de la Fundación. De hecho, uno de mis libros de ensayos alude a temas, coyunturas y desarrollos de los que fue testigo de primera mano durante mi permanencia en el cargo. Remito a mi página en internet para quienes deseen leer una descripción detallada de los títulos, artículos y entrevistas que he dado a conocer hasta el momento. En cuanto a mi contacto con las cúpulas políticas y económicas, siempre me he mantenido al margen de los partidismos e ideologías, concentrándome en negocios absolutamente legales, dentro de un país donde la legalidad no existe. De ahí que la aseveración de Francisco fuese el intento de, nuevamente, ocultarse tras unas afirmaciones desmentidas por el propio lenguaje, en su intento de defender lo indefendible, derramándose por entre las estrías de sus negocios, no siempre diáfanos, de bienes raíces. Unos negocios permitiéndole igualmente concertar, si no alianzas, sí acercamientos a quienes hoy refutaba desde la seguridad de su vida parisina.

La pregunta anterior nos devuelve, igualmente, a la discusión del rol del escritor dentro del colectivo nacional.

            Esta es una pregunta con muchas aristas, estimado periodista. Porque, si bien el intelectual no juega hoy el papel preponderante que tuvo en el pasado, su voz sigue alzándose contra las injusticias y los absolutismos para nada discutidos ni discutibles públicamente por Francisco. Él había hecho más bien alarde de una prudencia rayando en la cobardía, para mejor proteger sus intereses y silenciar todavía más una voz que había perdido todo viso de credibilidad, más allá del estrecho círculo donde orbitaban sus acólitos.

¿Escribe para huir de algo?

Nunca huyo, me enfrento. Soy tan pertinaz que los obstáculos más que entorpecerme me estimulan. No me siento, sin embargo, en deuda con nadie, pues las conquistas logradas se las debo fundamentalmente a mi capacidad de trabajo. Por eso en mí la escritura es una labor activa, casi agresiva, podría decirse donde el precio que Francisco había pagado por sus laureles provenía del trabajo de las mujeres en quienes se había apuntalado para ascender. Desde su primera esposa, quien le proporcionó los contactos clave para ingresar en el establishment francés, además una hija que durante años representó más bien para él un estorbo, pasando por subsecuentes amantes, que le facilitaron la cotidianeidad a fin de poder dedicarse exclusivamente a sus proyectos, hasta la esposa actual, quien había aparcado sus propias ambiciones para consagrarse plenamente a las de Francisco.

¿Usted siguió la polémica acerca del Premio Nacional? Muchos opinan que resolvió volver a Francia al negársele repetidamente este galardón.

—La seguí con alguna curiosidad pero nunca le di demasiada importancia o trascendencia. Me siento al margen de tales discusiones y, una vez más, refiero a la bibliografía propia y sobre mi obra para quienes deseen opinar al respecto. En cualquier caso, tengo la satisfacción de haber cumplido una labor importante dentro de las letras nacionales, como autor y administrador, y no descarto la posibilidad de volver al país en un futuro para seguir trabajando en pro de la cultura, siempre y cuando, claro está, esa misma cultura llevara impresa su sello, para poder beneficiarse con las anheladas prebendas. Algo dándole vueltas, mientras respondía a las preguntas del joven autor, más astuto de lo que él se había imaginado. “Ciertamente, no se puede subestimar a nadie sin conocimiento de causa”, pensó, blindándose para el embate siguiente.

¿Entre sus proyectos, no está el escribir un libro sobre el mejor modo de gerenciar las instituciones culturales de su país?

            Ya que me lo preguntas, debo decirte que llevo tiempo pensando en ello. No peco de inmodesto al afirmar que la Fundación a mi cargo prosperó considerablemente durante mi tenencia. Profesionalizamos la revista, creamos programas de apoyo a las comunidades de artistas en el interior del país, y abrimos nuevas sedes en la capital y zonas adyacentes, permitiéndole ese mismo proyecto a Francisco, seleccionar propiedades que posteriormente revendió con una ganancia considerable. Ello le ayudó simultáneamente a estrechar vínculos con nuevos y viejos empresarios del sector inmobiliario, y acabar con la distinción entre bienes públicos y privados; con lo cual cada nueva transacción le aportaba un beneficio en metálico o en favores entre los grupos empresariales y gubernamentales, que capitalizó en numerosas ocasiones. Si bien le quedaba clavada la espina del apetecido Premio Nacional, al cual no había renunciado.

Por eso le ofreció al joven de Radio France un whisky y fue llevándolo hacia su terreno, pues había intuido en él a un posible aliado, dentro de las nuevas generaciones a las cuales, sabía, era necesario cultivar, ya que de allí saldrían los futuros conocedores, puestos a mantener en un primer plano su obra mediante presentaciones, artículos, tesis doctorales, reediciones, antologías y entrevistas como aquella. Efectivamente, pese a una latente agresividad discernible en las preguntas, el joven peruano estaba hecho de la misma pasta que Francisco y le tocaba a este moldearla.

—¿Y cuánto tiempo llevas trabajando en RFI? —inquirió, alargándole el vaso.

—Unos seis meses. Antes estuve estudiando periodismo en Lima, pero decidí probar fortuna afuera, estimulado por ejemplos como el suyo.

—“El tuyo”, puedes tutearme sin problema.

—Gracias, el tuyo, sí, porque había ya leído uno de tus libros antes de venir a París. De hecho, estuve en una charla que diste en la Alianza Francesa de Lima, donde conversaste acerca de los autores latinoamericanos en traducción.

—Y seguro te imaginaste formando parte de mi catálogo.

—No te voy a negar que lo pensé. Y aun cuando eso es aún un sueño, hacia allí se encamina una de mis metas.

—Eres ambicioso y eso me gusta.

—He tenido buenos maestros.

—No me cabe la menor duda.

—De hecho, el director de cultura de la Alianza fue quien me animó a asistir a tu charla, aunque consideré mejor no presentarme ante ti entonces. Prefería hacerlo en tu terreno, no sé si me entiendes.

—Por supuesto. Si con tan poco tiempo aquí ya estás de pasante en RFI y entrevistándome, imagino que sabes moverte bien. Te digo, me recuerdas un poco a mí cuando llegué a París, más o menos a tu edad. Entonces el ambiente era mucho más cerrado y competitivo. No se te olvide que muchos autores del boom y el post boom aún estaban muy activos, y no le daban cuartel a nadie fuera de su grupo.

—Pero tú te abriste paso con cierta facilidad.

—El director de la Fundación venezolana que me dio la beca para estudiar en l’école me puso en contacto con uno de los escritores hispanoamericanos que tenía un espacio en RFI e inmediatamente empecé a trabajar con él. A su muerte, heredé también su puesto en la editorial. Fácil, ¿no?

—Te envidio. Hoy día, sin embargo, me parece más difícil abrirse camino afuera, pues somos muchos más los jóvenes que salimos ante el descalabro creciente de nuestros países.

—Quizás, sí. Recuerdo que cuando me fui de Venezuela, mis compañeros de generación más bien volvían o, si se iban, era temporalmente porque el país ofrecía muchas oportunidades a quienes quisieran aventurarse hasta sus costas. De hecho, en los talleres, revistas y suplementos literarios de aquella época me encontré con muchos chilenos, argentinos y uruguayos, quienes habían llegado escapando del infierno de las dictaduras militares en sus respectivos países.

—Venezuela era entonces un país dadivoso y desprendido.

—No lo sabes tú bien. Podría nombrarte a diversos escritores, editores, periodistas y diseñadores gráficos latinoamericanos que fueron recibidos abiertamente y en seguida encontraron trabajo dentro del sector cultural, desplazando incluso en ocasiones, a los propios venezolanos de sus puestos.

—Aunque algunos, imagino, fundaron allí una familia y siguen batallando dentro del país por un cambio político democrático.

—Ciertamente; si bien otros abandonaron hace mucho el barco, pero no obstante siguen mudos y sin voz a la hora de denunciar públicamente al régimen.

—(…)

—¿Te sirvo otro whisky?