La imagen proviene de un video amateur, sin pretensión de ninguna especie, como lo define su autor. Solo brinda un testimonio de la grandeza de uno de los mejores directores de la historia de Inglaterra, sir Neville Marriner, dirigiendo una de las obras más emblemáticas de la música británica, las Variaciones Enigma, op. 36, de sir Edward Elgar, compuesta en 1898 y estrenada el año siguiente. Variaciones Enigma es el retrato sonoro de los amigos de Elgar. Uno de ellos, el crítico musical August J. Jaeger, es musicalizado en el fragmento más célebre de la obra y uno de los más hermosos y conmovedores de toda la música inglesa, “Nimrod”, que quiere decir cazador (Jaeger, en alemán, como el apellido de su amigo). Una noche, mientras Elgar y Jaeger discutían sobre la belleza de los movimientos lentos beethovenianos, el crítico Jaeger le dijo a su amigo Elgar que era casi imposible componer algo tan bello de nuevo. Elgar tomó eso como un reto y compuso un movimiento de inconmensurable belleza que es, de hecho, un himno a la más pura amistad.

En la versión de Marriner, con las manos frente a la Orquesta Nacional de Lyon, se comprueba por qué en vida fue un director tan idolatrado. Observad los rostros de los músicos: la concentración, la compenetración, el milagro que solo los grandes directores logran, el clímax en el momento justo, la contención del aliento por parte del público y ese suspiro que se ha convertido en un instante que persiste en la memoria. Tiene razón su anónimo autor, esta grabación no es profesional, pero sí es un testimonio de gratitud hacia esta música y quienes la ejecutan.

Sir Neville Marriner fue violinista profesional (trece años fungió como el principal de los violines segundos en la Orquesta Sinfónica de Londres). En 1958, fundó una de las más renombradas orquestas de cámara del mundo: la Academy of Saint Martin in the Fields, que toma su nombre de una iglesia londinense. Inicialmente, la idea de esta orquesta era tocar sin director. Después de estudiar dirección orquestal con Pierre Montieux, debutó como director en 1969 y, desde ese año, surgió una de las relaciones más fructíferas entre un director y su orquesta, que derivó en cientos de grabaciones y conciertos anuales, principalmente para los sellos Argo, Philips y EMI. Un caso similar de estrecha colaboración entre director y orquesta existió en el caso de Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlín.

 

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A todo esto, hubo una colaboración cinematográfica que ensanchó los públicos tanto para la Academy of Saint Martin in the Fields, como para Neville Marriner, y fue el hecho de que interpretaron la banda sonora de la película Amadeus (1984), de Milos Forman. Dicha banda sonora fue registrada, inicialmente, en dos discos para el sello Decca y, posteriormente, ampliada con un tercer disco complementario. ¿Qué se puede comentar de estas grabaciones? Que son fantásticas. Gracias a esta banda sonora, se elevó la popularidad de Mozart; por unas semanas, estuvo en las listas de la música más escuchada, compitiendo con los artistas populares de su tiempo. Y mucho ayudó para tal éxito la imagen tan sugestiva del anónimo enmascarado que, en la película, llega a solicitar a Mozart la composición de un Réquiem (Misa de Difuntos, en la tradición latina). Esa figura enigmática era para Peter Schaefer, guionista del filme, el mismo padre de Mozart, Leopoldo, transfigurado en un desconocido mensajero.

Para la mencionada película, Neville Marriner escogió las obras que serían interpretadas. Tres de ellas son icónicas por su carácter oscuro, dramático y sin concesiones para el escucha: el primer movimiento de la Sinfonía número 25 en sol menor, K. 125, el terceto de la ópera Don Giovanni (A cenar teco) y el Réquiem, K. 626. Marriner da sentido al drama interno de Mozart. Acorde al guion del filme, es un Mozart nacido bajo la estrella del triunfo y el estrellato, pero con una existencia desvalijada por la crudeza de su padre y la sociedad a la que servía.

Independientemente de que Amadeus contiene inconsistencias biográficas, posee, en cambio, escenas de singular emotividad y propiciatorias de la admiración al genio de Salzburgo. La primera de ellas es donde Antonio Salieri recibe a la esposa de Mozart, Constanza, para revisar algunas de las creaciones de su marido. Con cierta timidez y duda, ella le pregunta si le parecen correctas, a lo que él responde extasiado y fuera de sí: “¡Es un milagro!”. Salieri comienza a revisar las partituras, todas originales, de un legajo que incluye el Concierto para arpa y flauta, K. 299; luego, la Sinfonía número 29, K. 201; la Sinfonía concertante para violín y viola, K. 364/320d; concluye con el Kyrie de la Gran Misa en Do Menor, K. 427, y no soporta el éxtasis que le provoca la frase Eleison, cantada por la soprano. Con voz en off, Salieri, ya grande, le detalla a su confesor lo que sintió al ver esa música y escuchar internamente cada nota: “Es la misma voz de Dios… la más absoluta belleza… ¡es milagrosa!”. La segunda escena se presenta en el momento en que Salieri describe a su confesor el tercer movimiento de la Serenata para alientos, K. 361. En dicha escena, Salieri pierde su mirada para presentar la entrada de los instrumentos solistas: “De pronto, un oboe, luego un clarinete…”.

El culto mozartiano se ensancha, partitura tras partitura, a través de las versiones de la Academy of Saint Martin in the Fields, dirigida por Neville Marriner, convirtiéndose en adicción. Uno desea más y más de Mozart conforme avanzan las pistas. “Mediocres del mundo, ¡yo los absuelvo, yo los absuelvo!”, vocifera Salieri al final del filme y aparece el segundo movimiento del Concierto para piano número 20, K. 466, una de las obras más enternecedoras y cristalinas que pueda haber en su repertorio. ¿Qué caracteriza al Mozart de Marriner? Su pulcritud (el aria Ruhe Sanft de la ópera Zaide, K. 344); la sublimidad (como en el final del acto IV de la ópera Las bodas de Fígaro, K. 492); el gozo de interpretarle (tal cual se escucha el tercer movimiento del Concierto para piano y orquesta número 22, K. 482) y una vitalidad asombrosa (ejemplificada en la marcha militar Ich Wolter der Kaiser sein en arreglo para banda sinfónica y el final de la ópera El rapto en el Serrallo, K. 384).

Sin embargo, a pesar del gozo que producen las versiones en el estilo de Marriner, una parte del mundo de la academia piensa distinto. En las últimas dos décadas, ha cambiado radicalmente el concepto de interpretación en la música clásica. Los movimientos historicistas, que pugnan por un modo de ejecución con el menor vibrato posible, con ensambles lo más reducidos que se encuentren y conceptos interpretativos que sigan las normas y técnicas de la época, han impuesto sus criterios. Hoy son casi absoluta mayoría. Por esta causa, nombres como I Musici, I Solisti Veneti, Orpheus Chamber Orchestra, Capella Istropolitana o la Academy of Saint Martin in the Fields sean vistos, por el establishment, como anacrónicos, debido a su estilo brillante y bello de concebir el sonido. Son los tiempos. Son las modas académicas.

¿Se ha preguntado usted por qué ya casi no aparecen dentro de las novedades discográficas? Ese salto ha obligado a los músicos a tocar de pie y ya no sentados; a tocar sin emoción, sin furia, sin arrebatos, porque eso es “romántico”; a desterrar toda monumentalidad, incluso ahí donde la hay por naturaleza, como en la Misa en Si Menor, de Bach; a excluir del canon interpretativo de la música barroca y del periodo clásico a directores legendarios: Wilhelm Furtwängler, Karl Richter, Herbert von Karajan, Karl Böhm o Leonard Bernstein, por citar algunos nombres. El caso de Claudio Abbado es paradigmático en estos cambios, ya que tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos, cambiando su Mozart pleno de vida, que grabó en los años noventas, por el Mozart más políticamente correcto de la última etapa de su vida.

La prueba más contundente del aggiornamento es el criterio de selección interpretativo de la edición completa de las obras de Wolfgang Amadeus Mozart, del año 2006 (con el auspicio de la Deutsche Grammophon y Decca), comparada con la previa de 1991 (bajo el sello Philips). Lo que se ha ganado en investigación, en rigor académico, se ha perdido en vitalidad y asombro en la escucha. Todas las grandes orquestas del orbe están alejadas de las interpretaciones de Bach, Mozart o Haydn, como si estorbaran. Y si interpretan una sinfonía o una cantata, se les obliga a hacerlo bajo la nueva usanza musicológica.

Para fortuna de los escuchas a la usanza clásica, casi todo el repertorio fue grabado de forma digital, así que, gracias a eso, está resguardado y la mayoría de las agrupaciones de cámara arriba mencionadas siguen en activo, en espera de que la postura imperante aminore su influencia, como ocurre con toda tiranía.

Además del repertorio barroco, clásico y romántico temprano, Marriner incursionó en un vasto repertorio que abarca hasta la música del siglo xx. Su versión del Adagio para cuerdas, op. 11, de Samuel Barber es providencial. Qué decir del Ascenso de la alondra para violín y orquesta, de sir Vaughan Williams, interpretada al violín por Iona Brown, acompañada por la Academy of Saint Martin in the Fields. La más exquisita poesía. Y del mismo autor, la Rapsodia número 1, Norfolk, obra intermedia entre el posromanticismo y el impresionismo, inspirada en la belleza y majestuosidad de ese condado agrícola, ubicado al este de la Gran Bretaña. Al escucharla, uno puede imaginar el ardor interno que provocan esos campos, esos cetrinos horizontes otoñales, sin más límite que la embriagadora beatitud de quien los contempla.

Uno de los registros más disfrutables de sir Neville Marriner es aquel doble dedicado al compositor español Joaquín Rodrigo. Se puede tomar como ejemplo de tal registro la grabación del Concierto andaluz para cuatro guitarras y orquesta, del citado compositor valenciano. En esta versión es notable la perfecta combinación existente entre el director británico, sus músicos y los solistas españoles de la familia Romero. En el Concierto andaluz, la Academy of Saint Martin in the Fields suena como un terciopelo y la alegría de esta obra se desarrolla en un interminable crescendo. Notas y notas se suceden en un jubiloso recorrido. Las interpretaciones de Marriner de la música de Joaquín Rodrigo son una prueba más de la perfección que alcanzaron el director y su orquesta.

Un último hecho a resaltar en el legado de sir Neville Marriner al frente de la Academy of Saint Martin in the Fields es el cuidado hasta en los más mínimos detalles, por ejemplo, en las portadas de sus innumerables discos. De entre tantos, se le invita a tomar uno, aquel dedicado a los Conciertos para corno y orquesta, de Wolfgang Amadeus Mozart. En la portada se observa un corno francés en toda su belleza, rodeado por doradas letras con los créditos correspondientes al solista, en este caso Peter Damm, la orquesta y el director. Bien, ahora se debe proceder a tomar el disco y extraerlo con cuidado, colocarlo en el aparato de sonido e iniciar su reproducción. Comenzará, de inmediato, la música más divina, en palabras de Antonio Salieri.