La cultura nace libre. Se desarrolla en la conversación, se le anima con la plática, con la discusión de ideas. Ahí vive el conocimiento, esa es la academia. La universidad adopta el adjetivo para ensalzarse, pero no es académica. Luego esa cultura —a través de quienes la cultivan— intenta preservarse, busca ir allende de su tiempo y de sí misma. Así surgen las tertulias recurrentes, las generaciones, los libros, las publicaciones periódicas, las revistas.

La cultura es una puerta que se abre a todo el que toca, pero como cualquier oportunidad, muchos deciden no tomarla. Y no está mal, la pluralidad enriquece a una sociedad; sus miembros recorren caminos diversos y muestran que en los lugares más extraños se pueden encontrar tesoros. Empero, que no haya una larga fila detrás de la puerta no significa que hay que sellarla.

El hombre, desde tiempos inmemoriales, está sentado en rededor de una fogata bailando y contando historias, y así sigue, aunque el baile, la fogata y las historias no sean las mismas. La cultura sobrevive porque, en un mundo dominado por la entropía, lo único que puede salvarnos del vacío es la creación, aquello en que materializamos nuestros sueños, nuestras preocupaciones, nuestros seres, ahí donde dejamos a quienes somos. Hablar de cultura es hablar de trascenderse y de evadir, por un instante, nuestra finitud.

Tristemente, la cultura debe enfrentarse a menudo a quienes la ven como enemiga. Se enfrenta a quienes creen que es inservible porque no produce robots que arman coches ni medicinas que curan de inmediato. En eso tienen razón, la cultura es tan inútil como el amor: fundamental para la vida a pesar de que nunca entrará en una estadística. Se enfrenta también a quienes quieren darle a todos un micrófono, a pesar de que eso signifique que nadie será escuchado; a quienes por todos los medios quieren obligar a la cultura a ser patrimonio general, y tildan a los que no lo desean de elitistas. Se equivocan. La cultura es como las matemáticas: ¿quién diría que los matemáticos son elitistas por no volver asequible la demostración del último teorema de Fermat a todo el mundo? Todos tenemos la posibilidad de participar del entendimiento de los números tanto como queramos, pero hacerlo requiere un esfuerzo que no todos estamos dispuestos a poner. Eso no quiere decir que la cultura no sea accesible, sino que se refugia y vive donde hay alguien con el deseo de rebasarse, de hacer algo más de sí.

Opción es un refugio para esas ideas, para esas personas, desde hace más de 35 años. Es una trinchera de la discusión apasionada, del interés por el mundo, sus preguntas esenciales y los senderos que pueden llevar a mejorarlo. Opción se resiste a ponerse al servicio de cualquier texto porque busca siempre lo mejor para echar a andar el debate. Opción está abierta a la crítica que al denunciar lo que hay que cambiar ya está construyendo algo más fuerte. Opción es el lugar donde los estudiantes pueden dejar las ideas que cambiarán el iluso futuro.

 

Este texto apareció en la última edición del periódico El supuesto del semestre primavera 2017.

opcion-lg