Nuestra sociedad quizás está en el proceso de poner un fin a lo social, de enterrar lo social debajo de una simulación de lo social.

Jean Baudrillard, A la sombra de

las mayorías silenciosas (1983)

 

El 2016 introdujo la frase echo chamber en el discurso político estadounidense. Mientras que muchos académicos asociaron el éxito de la campaña de Obama al alcance efectivo de sus redes sociales, pocos fueron los que a su vez consideraron el posible efecto de interiorización de éstas, cómo pueden las redes sociales cegarnos a puntos de vista opuestos y aplastar un diálogo efectivo envolviéndonos en un discurso político unilateral. Las elecciones del 2016 dejaron clara esta influencia imprevista de la web. Las “burbujas de filtro” de las redes sociales aislaron a republicanos y demócratas en sus respectivas aldeas ideológicas y previnieron que cualquiera de los dos exploraran más allá de sus fronteras políticas. Tras los resultados de encuestas que predecían el triunfo rotundo de Clinton, la elección de Donald Trump es una evidente indicación de cuan anegado está el electorado estadounidense en un sistema de interpasividad.

Redes sociales. ¿No es interesante cómo ha cambiado nuestro entendimiento de lo social? Por décadas, teóricos sociales han discutido la diferencia entre relaciones primarias y secundarias: primarias las que enfatizan las conexiones sociales emocionalmente cercanas, de largo plazo y cara a cara, que eran el pilar de la vida social premoderna; mientras que las secundarias hacen referencia a las conexiones sociales más periféricas, de corto plazo y basadas en el interés, que se desarrollaron bajo las fuerzas de la modernización, la urbanización y el capitalismo. La vida en los pequeños pueblos rurales de la Europa premoderna era notablemente diferente de la vida en los nuevos centros urbanos emergentes de la primera parte del siglo xx. El volumen, la densidad y la diversidad de la población causó formas muy diferentes de interacción social. Los teóricos de la modernidad tenían un especial interés en el cambio de relaciones primarias a secundarias que transformaron nuestra experiencia del otro, de profundamente personal a tangencialmente vacía.

La omnipresencia de las tecnologías digitales en la sociedad contemporánea ha llevado a otra transformación en la interacción social, una que Slavoj Žižek define como interpasividad. Cada vez más, nuestras conexiones inter-activas con otros se convierten en inter-pasivas. Como la tecnología media nuestras asociaciones, éstas requieren un esfuerzo emocional menor y producen conexiones personales más superficiales que las asociaciones secundarias. Considérese gente en un aeropuerto, centro comercial, restaurante o algún otro espacio público contemporáneo: la mayoría tiene su atención centrada en sus dispositivos móviles antes que en las personas en su rededor. Estamos rodeados por otros, sin embargo, nos desconectamos cada vez más de ellos. Juntos pero solos (Alone together), como el título del libro del 2012 de Sherri Turkel sugiere.

Para Žižek, la interpasividad destruye lo social al romper las conexiones emocionales entre nosotros. La tecnología digital determina patrones de asociación mediante algoritmos complejos que previenen o remplazan el trabajo emocional que la interacción social exige, proveyendo una simulación de la vida social en lugar de la experiencia auténtica. Esta pobreza de afecto nos ayuda a entender mejor el ambiente político norteamericano actual: mientras que las tecnologías digitales posibilitan el acceso a una amplia gama de perspectivas políticas, pasivamente filtran hacia las personas únicamente aquellas perspectivas que vayan de acuerdo con sus inclinaciones políticas.

Crucialmente, este filtrado no es de selección propia; la gente no elige dedicar su atención solamente a los mensajes ideológicos preferidos. Como en el behavioral retargeting, en el que la publicidad en línea orienta productos a consumidores con base en su historial de búsqueda previo, los filtros burbuja de Internet seleccionan electrónicamente gente para recibir información que es congruente ideológicamente con su actividad en línea pasada. Como Eli Pariser demostró en su trabajo pionero sobre los filtros burbuja, las búsquedas en Internet de temas específicos dan resultados notablemente diferentes basados en el historial de búsqueda del usuario, y sitios web tan diversos como agencias de noticias, agencias de marketing, redes sociales y buscadores dependen de los metadatos de usuarios para personalizar el acceso a la información. Cuando las cookies de buscadores y los algoritmos computacionales hacen el trabajo por nosotros, nos transformamos en consumidores interpasivos, más que en participantes interactivos de la vida social.

La interpasividad también reprime el debate político. Los filtros burbuja eliminan en gran medida la necesidad de un pensamiento crítico. El suministro constante de un discurso político afable genera que la gente tenga poca inquietud por fundamentar o defender sus opiniones. Cuando sí se da el debate digital, frecuentemente se reduce a tuits de 140 caracteres, memes superficiales o ideas plagiadas que son compartidas o retuiteadas; no ideas desarrolladas mediante un pensamiento independiente. Mucho de lo que pasa por acción política hoy es, en realidad, interpasividad política, emocional, crítica y objetivamente desconectada de una honda comprensión de los problemas y sus consecuencias.

Finalmente, la interpasividad ocasiona un detrimento en la conciencia de nosotros mismos. Una premisa fundamental en sociología es que no podemos tener conciencia propia sin tener conciencia de los otros. Tal como sugiere la teoría de C. H. Cooley del looking-glass self, nos vemos a nosotros mismos como pensamos que los otros nos ven, nos conocemos exclusivamente en la medida en la que conocemos al otro; nuestra intrasubjetividad requiere intersubjetividad. Desde esta perspectiva, la interpasividad no sólo erosiona nuestro conocimiento de los otros, sino también el conocimiento de nosotros mismos. Considérese un programa reciente del Better Angles Project que logró reunir a residentes de Ohio con puntos de vista políticos opuestos durante trece horas en una discusión estructurada y cara a cara. Los resultados mostraron que, aunque ninguno de los participantes cambió su decisión en cuanto a las elecciones presidenciales del 2016, todos descubrieron que tenían más en común con aquellos del otro lado del espectro ideológico de lo que pensaban debido a su interpasividad político. En otras palabras, por medio de la interacción cara a cara con los otros participantes, llegaron a un entendimiento más profundo de sí mismos.

La interpasividad no está limitada al contexto político, influye en todas las facetas de la cultura norteamericana y ha seguido a la penetración de la tecnología digital en todo el mundo. Subyugado al control de sistemas en línea, neutralizado en el trabajo emocional de la interacción cara a cara y aislado de la influencia de otros, el sujeto interpasivo apenas es un ser, en el sentido ontológico. A medida que las tecnologías digitales entierran lo social debajo de una simulación de lo social, el yo se atrofia, se aleja aún más de la intersubjetividad, que es el recurso mismo de la auto-conciencia. El sujeto interpasivo se convierte en un cíborg animado por algoritmos que están fuera de nuestro control y hacen el embrollador trabajo emocional de la intersubjetividad por nosotros.


 

Versión en español de Santiago Hernández.