III. Historia mínima del Dr. Simón

Eran las nueve de la noche y no había un alma en la facultad, sólo quedaba consigo mismo el Dr. Simón, que desde medio día no podía dejar de pensar en las palabras de Baldomero, las recordaba junto con sus antecedentes: que había militado en partidos de izquierda, en las luchas anarco-obrero-sindicales, que era un hombre que solía criticar al neoliberalismo, al capitalismo tardío, la política económica y las burbujas financieras, pero que a estas alturas vivía cómodamente en un departamento de Lavalle, la mejor zona de San Juan.

Veía el rostro de Baldomero estampado en ese currículum una y otra vez, analizaba sus facciones, buscaba cualquier indicio que pudiera confirmar su teoría: el que se hacía llamar doctor en las aulas era en realidad un guerrillero disfrazado de académico.

El Dr. Simón daba vueltas en torno a si su competidor era un idealista o en realidad formaba parte de las ahora extintas, pero sospechosas, células urbano-revolucionarias del centro del país y que su presencia en la Uasur era, en realidad, para hacer un trabajo de formación de cuadros guerrilleros.

La duda lo carcomía, se decía a sí mismo que la desconfianza era la madre de la seguridad. Sin más, decidió comunicar el caso, al fin que su estrategia —brillante y macabra— apuntaba a matar dos pájaros de un solo tiro: por una parte quedar bien con sus superiores de la ssn y, por otra, asegurarse otros cinco años en la dirección, acusando a su rival más fuerte de sedición. La ecuación resultaba perfecta.

Parte de guerra 1
Detección de foco rojo

Se ha detectado la presencia de posible célula guerrillera revolucionaria de corte marxista-leninista-estalinista en la Universidad Autónoma del Sur (Uasur). La cabeza del movimiento se hace llamar Dr. Julio Baldomero.

Quedo a la espera de órdenes para actuar contra el enemigo.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S4

Se encontraba solo. El silencio fue siempre su única certeza al llegar a casa. Había sido un día extenuante, entre el calor, la visita y las llamadas al rector, el discurso incendiario del baldomerismo, el reporte enviado a sus superiores y la puesta en marcha de su plan para alcanzar la dirección. Simón dormía profundamente.

El hombre entrenado para las batallas, el de los debates en la dirección, el preferido del General en Jefe, el que enviudó a los treinta y cinco, el que con el tiempo disfrutó de la soledad y su pequeña fortuna, el que había sentido la universidad como una especie de retiro adelantado, el que tenía cincuenta y cinco años, el militar que entró encubierto como director a la Uasur, el que había enviado durante cinco años reportes a la ssn con el título Sin novedad en el frente, perdía la batalla antes de iniciar la guerra. Durmió aquella noche tan profundamente que jamás despertó.

No lo derrotó ni Baldomero, ni el alumnado ingenuo o escéptico, ni el rector, ni sus jefes militares de la ssn; fue la muerte, que lo agarró dormido. Después de calentarse aquel té de tila, su agotamiento se había traducido en torpeza al dejar escapar el gas de la estufa, justo el día que descubrió lo que durante cinco años había buscado, aquel día en que se había dispuesto a realizar su blietzkrieg contra los subversivos.

Parte de guerra
URGENTE

Hoy a las 7:30 de la mañana, el director de la Facultad de Asuntos Públicos fue encontrado muerto en su domicilio por la señora de la limpieza. La noticia empieza a tener impacto local.

Quedo a la orden.

La seguridad de la Nación es primero.

Agente S11

La muerte de Simón fue como un balde de agua fría para el ala militar de la ssn. No habían pasado ni veinticuatro horas de recibido el reporte y su agente había sido nulificado —no sabían si fortuita o intencionalmente—.
Con reporte en mano y un poco fuera de sí, el Mayor Acosta, enlace con los agentes de campo, llegó a la oficina del General en Jefe.

—Mi General, me da pena tener que informarle que el Agente S4, comisionado como director de la Facultad de Asuntos Públicos en San Juan, fue encontrado muerto en su domicilio. Así nos lo reporta el S11.

—¡¿Qué carajos me está diciendo?!

—Sí, mi General. S4 fue encontrado muerto esta mañana, dicen que por una fuga de gas. Lo descubrió la señora que iba a hacerle la limpieza. La noticia ha causado revuelo, según lo afirmado por S11.

El General hizo una mueca de extrañeza. No esperaba esa noticia. A Simón, quien fuera de sus más cercanos colaboradores, lo había mandado de infiltrado a la Uasur como una especie de premio a su lealtad. Es preciso decir que el entorno académico les resultaba “suave”, por lo alejado de las tensiones y requerimientos de la vida militar.
No pudo, como tampoco quiso, llorar. El rumor de la guerrilla había ofuscado cualquier muestra de afecto hacia su fallecido amigo.

IV. Contra la historia oficial

—Así que uno de nuestros ojos en el frente ha sido tapado —respiró profundamente—. Estoy seguro de que fue intencional —parecía responderse a sí mismo el General, mientras Acosta guardaba un silencio expectante—. A mí no me engañan, en éste desmadre no hay casualidades, ésta chingadera seguramente es obra del enemigo —remató un consternado General en Jefe.

—¿O sea que lo descubrieron? —replicó a modo de obviedad y aprobación Acosta.

—Sí, puede ser que la guerrilla tenga intervenidas las comunicaciones y hayan descubierto al General Simón. De cualquier modo, tenemos que actuar para saber qué carajos pasa.

—¿Qué prosigue, mi General? —respondió Acosta.

—Infiltraremos a otro de los nuestros. No podemos quedarnos ciegos ni sordos en la parte administrativa. El agente S11 ha hecho una buena labor como alumno, pero no creo que él solo nos sirva para ser nuestra oreja en los edificios de docentes. Además, él no sabe que el General Simón era de los nuestros, y transferir alguno de nuestros agentes desde otra unidad académica o facultad puede resultar contraproducente.

La SSN tenía como regla que, en el campo de trabajo, los agentes no debían conocerse entre sí, para no viciar el proceso de recopilación de información. Actuar pensando que estaban solos permitía que mandaran reportes sin sesgos. Esto explica, en parte, porqué lejos de asistir a los cubículos a escuchar a Baldomero, el agente S11 buscaba focos rojos en el Bar Tonalá.

—Necesitamos a alguien discreto, con menos personalidad que el General Simón, para no causar ruido, que no sepa nada de la supuesta guerrilla y que tampoco haya participado en otras operaciones, para que, en una de esas, a través de su ojo puro pueda confirmarnos la noticia —prosiguió el General.

—Pero, mi General, ¿y si la guerrilla se nos adelanta?

—No, al parecer no tienen nada preparado todavía. Otros agentes han buscado indicios históricamente y, hasta el momento, no reportan nada fuera de lo común. Nuestras unidades desplegadas a lo largo y ancho de San Juan tampoco. Se me hace que esto apenas empieza.

Extrañado, tratando de pensar en las palabras de su General, el Mayor Acosta pensaba que perdían el tiempo. Si por él fuera, ya hubieran sitiado la universidad y decretado el toque de queda en el estado de San Juan, pero quería saber qué presentía el viejo lobo de mar al mando.

—Mi General, ¿no será mejor adelantarnos y detener a ese tal Baldomero? Es decir, como un mensaje de efectividad y contundencia para la guerrilla —propuso con orgullo Acosta.

—¡Sería una estupidez!

—Perdone, mi General.

—Sé que quisiera actuar rápido, pero al parecer, por la información que tengo, la cosa va despacio —replicó el General a las hojas que tenía en la mano—. Así que, antes de pescar, dejemos que más peces lleguen a la red, mi buen Acosta —así le decía cuando sabía que las cosas podían ir bien.

—Perdone la insistencia, mi General, pero ¿cómo piensa lograrlo?

—Mire, ahora que recuerdo y que leo los reportes recibidos, se me hace que la guerrilla, aparte de descubrir a Simón, lo eliminó de la jugada electoral. La Facultad de Asuntos Públicos atraviesa por unas elecciones y el tal Baldomero suena fuerte para director. Ese dichoso puesto es clave para el manejo de, al menos, unos setenta millones de pesos anuales. Eso es mucho dinero a lo largo de cinco años. Imagine usted todo lo que haría con esa cantidad la guerrilla, pero el dinero no lo es todo, además de eso, están las relaciones que se tejen, el empuje mediático, toda la capacidad de movilización que se adquiere… ¡Imagínese!

—Entonces, se trata de ocupar la dirección y desde ahí alimentar la guerrilla con financiamiento… ¡Qué hijos de pu…! —remató para sí mismo y en voz baja Acosta—. Ahora comprendo su estrategia, señor, habrá que ver quiénes más están involucrados para luego desarticular todo el movimiento, ¿verdad, mi General?

—Así es, mi buen Acosta, dejemos que el enemigo se confíe, que construya su red, que nos arroje más información sobre los involucrados. Pagarán por lo que hicieron, te lo aseguro. Al mal tiempo, darle buena bala. El primer paso será infiltrar otro de los nuestros.

—¿Quién puede ser? —preguntó Acosta.

—Mande a llamar al Mayor Matute.

—¿Matute? —preguntó Acosta escéptico, pero sumiso.

—Sí, al Mayor Matute.

—Como usted ordene, mi General.

V. Vigilar y castigar

Matute García era un tipo de facciones finas, delgado y de estatura media. Cierta calvicie se le asomaba por las entradas de su frente —algo amplia, por cierto—. Su caminar era rígido, sus movimientos eran precisos —como estudiados—, propios de un tipo calculador. Ingresó al ejército dadas sus aptitudes físicas y su relativa frialdad para enfrentarse a los retos.

Acostumbrado desde su casa a una vida austera y disciplinada, no tuvo problemas en su paso por el colegio militar. Por su perfil, al egresar, fue transferido inmediatamente a la sección de inteligencia, donde se le preparó para infiltrarse en el ámbito civil; producto de ello, obtuvo algunos títulos académicos proporcionados en las aulas del mismo ejército: una especialidad en gestión pública, una maestría en comunicación organizacional y del desarrollo, y estaba por concluir un doctorado en ciencia política.

—Buenos días, mi General. ¡A sus órdenes! —exclamó Matute, solemne.

—Es soltero, ¿verdad? —le preguntó el General desde el sillón, mientras hojeaba el expediente de Matute.

—Sí, señor —asintió Matute.

—Es de la generación del doctorado, ¿verdad?

—En efecto, señor.

—No ha concluido la tesis, ¿verdad?

—Negativo, señor. Me encuentro redactando el estado del arte.

El General respiró profundamente, como solía hacerlo cuando iba a decir o hacer algo importante. Volteó finalmente a ver la cara de Matute.

—Lo he llamado porque tengo una misión importante para usted.

—¡Listo y dispuesto, mi General! —replicó Matute.

—Le comento en corto que hará su primer trabajo de campo. Será en el estado de San Juan. Necesito de usted su mejor esfuerzo. En muy poco tiempo, usted se volverá nuestros únicos ojos y oídos desplegados allá. Recuerde que preservar la seguridad nacional nos exige esfuerzos, así que prepárese para realizar toda serie de sacrificios. Incluso si las cosas salen mal, sepa que no podremos salvarlo, pues a toda costa debemos preservar nuestro honor como institución, así que una vez encaminado, no habrá marcha atrás.

—Lo que usted ordene, señor. ¡La seguridad de la Nación es primero!

—Pues bien, recibirá un documento donde se le indicará todo lo que tiene que hacer. Le pido que, al término de su lectura, lo destruya. Nadie debe saber que usted se encuentra allá.

—Señor, permiso para preguntar, señor.

—Concedido —respondió seco el General.

—¿A qué lugar de San Juan seré transferido?

—A la Universidad Autónoma del Sur, a la Facultad de Asuntos Públicos. Lo enviaremos como docente-investigador. Al parecer, un maestrito de la facultad se petateó y ha quedado una vacante libre que será lanzada a concurso. Es una oportunidad para infiltrar la estructura universitaria. Lo mandaremos, como primera misión, a ocupar dicha plaza.

—Señor, permiso para preguntar, señor.

—Concedido.

—¿Y si me ganan la plaza? ¿Si otro ocupa mi lugar?

—Será poco probable. Verá, por ley, toda vacante para concurso es publicada a nivel nacional. Aunque en ocasiones existe amaño, usted irá con una carta de presentación irresistible. Lo mandaremos al frente con el grado de doctor y, de paso, con el nivel SNIF II, para que nadie dude en contratarlo. Los civilotes (término despectivo para los civiles de la SSN) nos han facilitado esos grados académicos sin problema alguno. Usted será alguien nuevo. Incluso yo seré el único en tener acceso a su expediente. Allá afuera nadie sabe que usted es militar, salvo yo y el Mayor Acosta. Usted será en la Uasur un académico respetado. ¿Entendió?

—¡Sí, señor!

—Además, para que vea que la tendrá fácil, será el único que se presente al concurso por la plaza. Toda la correspondencia digital y física de la universidad se encuentra intervenida. Todos los correos que lleguen para postularse al cargo serán removidos sin que se sepa, de suerte que le dejaremos libre el camino, ¿entendió?

—¡Sí, mi General!

—Pues bien, Matute, es hora de que prepare sus cosas. En una semana debe estar allá para el reclutamiento. Puede retirarse.

—¡Sí, señor! Con su permiso.

Memorándum secreto
Instrucciones para vivir en San Juan

   • Obtener vacante de docente-investigador.
   • Observar y reportar todo movimiento sospechoso en el entorno.
   • Adentrarse en los círculos selectos de la universidad.
   • Generar empatía con los alumnos y profesores, en especial con
el director en turno.
   • Hacerse pasar por activo crítico.
   • Detectar y reportar focos rojos que puedan ser amenazas a la
Seguridad Nacional, por ejemplo:
      a) Manifestaciones de inconformidad del alumnado.
      b) Manifestaciones de inconformidad de la planta académica.
      c) Apoyo de universitarios a causas y movimientos sociales.
      d) Asociaciones y grupos organizados con fines políticos.
      e) Todos los señalados en la Ley de Seguridad Nacional.

La seguridad de la Nación es primero.