Publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación.
Gabriel Zaid


Aguilar Rivera, José Antonio,
Aire en libertad. Octavio Paz y la crítica
,
FCE,
México, 2016.


Cada día somos testigos de la aparición de numerosa bibliografía crítica sobre la obra de Octavio Paz, lo mismo editada en México que en el extranjero. Lo trascendente de este acontecimiento tiene que ver con la vigencia, en el medio intelectual contemporáneo, de los temas abordados por el nobel mexicano. Este texto responde a un ensayo sobre la obra de Paz, publicado en un libro coeditado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) y el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) consagrado a discutir, en clave contemporánea, el pensamiento político del intelectual mexicano.

Editar y publicar un libro representa una valiosa oportunidad para continuar la conversación sobre un autor por otros medios, en este caso la escritura. Se trata de un libro colectivo coordinado por José Antonio Aguilar Rivera, quien a partir de la organización de un Coloquio sobre la obra y figura de Octavio Paz, en el otoño de 2014, dio coherencia editorial a esta obra que reúne una pléyade de escritores conocedores del legado literario de Paz. La mayoría de los autores ha publicado sobre alguna de las vetas del pensamiento paciano.

Nos queda, a los lectores interesados, discutirlo y propiciar nuevamente el acto de la escritura.

A quienes nos interesa la obra de Paz, la aparición de este libro es bien recibida en tanto que logra penetrar la complejidad de su legado desde distintos frentes.

Los temas que articulan la obra son todas contribuciones originales que dan luz a temas tan diversos como el surrealismo, el liberalismo, el romanticismo, la modernidad latinoamericana, la función del intelectual público, la transición a la democracia en México, la naturaleza del Estado mexicano y los conceptos de rebelión, revueltos y revolución en el horizonte del pensamiento político de Paz.

En su ensayo Octavio Paz o las trampas de la nostalgia, José Antonio Aguilar Rivera nos dice: “Paz fue, ante todo, un polemista, un modelo de la impugnación moral e intelectual”. Y más adelante afirma: “mi desencuentro es con el Paz romántico”, a quien reprocha, nada más y nada menos, no haber escapado de ciertas ideas seminales constitutivas de su obra ensayística y poética; tales como, “el mito de la revolución como restaurador de un tiempo roto”, “la mitologización del otro”, el “catecismo romántico de la fraternidad”, “el retorno a la virtud” y otros “elementos románticos que están muy cerca del conservadurismo”, explica.

La poesía, sentencia Aguilar Rivera, “no es un salvoconducto en el mundo de las ideas políticas. Los poetas son responsables, aunque sean jefes espirituales, porque son ciudadanos”. Este juicio no le hace justicia a la obra de Paz en su conjunto, ni mucho menos lo que atañe a su dimensión ensayística. Recordemos que Paz “no pretendía escribir de política por competencia profesional, sino por obligación moral”, como bien nos recuerda Armando González Torres.1

En esto radica justamente la originalidad de su obra ensayística: un poeta que caviló sobre los asuntos políticos, históricos y culturales que lo exaltaron en diversos momentos de la historia política del siglo XX.2

La pifia del profesor Aguilar Rivera radica en su obstinación de juzgar la obra de un escritor con criterios exclusivamente académico. Si en algo radica la originalidad de la mirada de Paz respecto a temas de historia y política de México, es en el desapego de muletas teóricas, procedimientos metodológicos y afinidades ideológicas que tanto gustan a los académicos ortodoxos. Sobre esto tiene algo que decir el capítulo de Yvon Grenier (Paz y el antiliberalismo), cuando indica que el liberalismo de Paz fue ante todo un temperamento y, explica: “el compromiso de Paz con la libertad en el arte y la cultura lo llevó a abrazar la libertad en el ámbito político y, por lo tanto, explica su acercamiento al liberalismo”.

El mismo Paz escribió al respecto: “prefiero hablar de Marcel Duchamp o de Juan Ramón Jiménez que de Locke o de Montesquieu. La filosofía política me ha interesado siempre pero nunca he intentado ni intentaré escribir un libro sobre la justicia, la libertad o el arte de gobernar”.

Bastan estas referencias —directas e indirectas— para reivindicar el sentido y originalidad del legado literario de un autor que no es recordado por su “poética de la nostalgia”, ni por su “explícita añoranza por ese centro perdido” que han dejado las sociedades liberales democráticas occidentales de finales del siglo XX, como lo afirma Aguilar Rivera. Tampoco coincido con la crítica de este último sobre algunos temas del universo intelectual de Paz, como expresión de una supuesta falla intelectual; ni mucho menos comparto su reproche a las ideas románticas del autor de El laberinto de la soledad, imputando —a priori— escasa o nula responsabilidad ciudadana.

¿De qué no se hizo responsable Paz en su condición de ciudadano mexicano y, particularmente, de su oficio de poeta? La respuesta es poco explícita por parte del profesor Aguilar Rivera; no obstante, se infiere que la escasa responsabilidad ciudadana de Paz radicó en su incapacidad de liberarse del trasnochado “catecismo romántico” que, por otro lado, constituye el leitmotiv de su crítica a la modernidad política. “Fue precisamente el ensayo [nos recuerda Jesús Rodríguez Zepeda], el vehículo discursivo al que Octavio Paz concedió exclusividad para presentar sus ideas políticas y morales y sus exigencias democráticas y de justicia para su época”.3

En este sentido, no existe en ninguna parte de la obra ensayística de Paz intención de prescribir (en el orden fáctico) el regreso a un estadio contrario a la modernidad política: proceder completamente ajeno al imaginario de artistas y escritores que se contentan con hacer la crítica cultural de la política. Es más bien actitud peculiar de los tecnócratas y estadistas; y también de algunos académicos e intelectuales, incidir en el universo político: tratar de influir en las manos de quienes mueven los resortes del sistema político de un país.

Es entonces desatinado juzgar la obra de un autor como Octavio Paz únicamente desde la atalaya académica y tecnocrática, moldeada por una dudosa racionalidad displicente y arrogante. Quien así procede atenta contra el centro de gravedad del legado paciano: la crítica a la cultura moderna y tradicional desde la visión de un poeta, que lejos de aspirar a construir una teoría abstracta sobre la política, se contentó con tomar el pulso de los conflictos de una realidad compleja.

Sobre la actitud de los espíritus tecnocráticos y extranjerizantes, merece la pena recordar la carta que le envió Octavio Paz a Tomás Segovia, el 17 de julio de 1966, recién llegado el primero a la India después de un viaje a Nueva York:

No creas que comparto la actitud escandalizada de los extranjeros. Me irrita que el primer recién llegado [a la India] se atreva a condenar, compadecer o aconsejar a los indios. Me irritan los indios que creen que todo el problema se reduce a “planificar” y “modernizar”. Es verdad que esta realidad es monstruosa pero no lo es menos que la prosperidad de los otros. Entre Benarés y sus leprosos y mendigos y las multitudes apiñadas de Cannes, Acapulco o Miami, la diferencia no es inmensa: ¿por qué la promiscuidad de la miseria debe ser más degradante que la de la abundancia? 4

Contra esta misma actitud escribió el historiador Jaques Lafaye en su libro más reciente sobre Paz, quien a propósito de mostrar el talante romántico del autor citó a Wilhelm Heinrich Wackenroder, epígono del romanticismo alemán, para recordarnos que “la intolerancia del sentimiento es más soportable que la intolerancia de la razón”.5 Esto nos recuerda, en todo caso, que en nombre de la razón ilustrada se han cometido los crímenes más atroces que la humanidad ha conocido.

Resulta bastante ilustrativo, para el tema específico de la “otredad” en la reflexión cultural, histórica, social y política en Paz, leer con detenimiento el capítulo del profesor Xavier Rodríguez Ledesma (Modernidad y otredad. El quehacer crítico de un poeta latinoamericano), quien muestra las virtudes de esta concepción con relación a la modernidad política occidental y Latinoamericana. Negar al otro desde el pensamiento único, en este caso racionalista, es negar no solamente una manera particular de entender el mundo (en este caso el mundo occidental), sino negar las bases mismas de la cultura hispanoamericana, que tienen por lengua madre el castellano. Esta disposición del ánimo actualiza, en clave contemporánea, la vieja disputa de la cultura positivista contra el humanismo clásico.

Dicho en otras palabras, esta actitud encarna claramente la voluntad de negar la universalidad del conocimiento y la pluralidad cultural de nuestro continente. En este orden de ideas resulta oportuno citar al filósofo hispanista Agapito Maestre:

Los hispanoamericanos luchan, sí, contra su propio destino, pero sobreviven porque no consiguen vencerlo. Niegan su origen e identidad, su mestizaje racial y cultural, sin saber que es precisamente eso lo que los mantiene erguidos. Llevan siglos tomando veneno, suicidándose, pero el antídoto, la cultura hispánica, que su propio cuerpo genera, los mantiene vivos.6

Seguro ha quedado claro que el profesor Aguilar Rivera habla —y escribe— desde los saberes positivos de la política. Ello se puede advertir desde la primera línea de su texto, cuando lanza la pregunta: ¿Qué importancia tiene Octavio Paz en un México democrático? Lo primero que percibe un lector poco candoroso es la aseveración de que México es un país democrático; argumento altamente discutido tanto en la arena política como en la literatura académica contemporánea en nuestro país, pues difícilmente encuentra consensos en un lugar y otro. Afirmar que México es un país democrático sin más es evadir la discusión de fondo sobre uno de los temas más controversiales y urgentes del debate político contemporáneo, sobre todo cuando la visión de la democracia que terminó imponiéndose se reduce a las jornadas electorales.

Si bien formalmente México es un país democrático, la opinión de José Antonio Aguilar Rivera nos queda a deber respecto al estatus del debate actual sobre este asunto. Nada más ingenuo que creer que todos los lectores compartimos la misma opinión de la democracia mexicana.

Por razones de espacio, cierro con una cita del capítulo del profesor Xavier Rodríguez Ledesma:

Desde la lógica cientificista impuesta por la modernidad creemos y estamos convencidos de que sólo existe un camino. La posibilidad de visualizar, entender y asumir la otredad tendría entonces que venir desde afuera de esos cánones. Paz arribó desde la poesía: no podía ser de otro modo. La libertad por antonomasia que la concepción del lenguaje otorga al acto poético fue la que le permitió visualizar y comprender la otredad.7

Finalmente, si los poetas son responsables de sus ideas políticas, ¿Qué debemos exigir a los académicos, intelectuales y tecnócratas comprometidos con el establishment de la política mexicana?


1 Armando González Torres, Octavio Paz. Itinerario crítico (antología de textos políticos), CONACULTA, México, 2014, p. 7.

2 Véase, Germán Molina Carrillo (et al.), Octavio Paz sin concesiones. Quince miradas críticas, Grupo Editorial Mariel-BUAP, México, 2016.

3 Jesús Rodríguez Zepeda “Octavio Paz: una narrativa de la política”, en Gustavo Leyva Martínez (et al.), Octavio Paz. México y la modernidad, Contraste, México, 2014, p. 134.

4 Octavio Paz, Cartas a Tomás Segovia (1957-1985), FCE, México, 2008, pp. 96-97.

5 Jacques Lafaye, Octavio Paz en la deriva de la modernidad, FCE, México, 2013, p. 131.

6 Agapito Maestre, Meditaciones de Hispano-América, Escolar y Mayo, España, 2010, p. 12.

7 José Antonio Aguilar Rivera, Aire en libertad…, p. 59.