Disminuye la velocidad y disfruta de la vida.
No es solo por el paisaje que te pierdes por ir
demasiado rápido, también pierdes el sentido
de a dónde vas y por qué.
Eddie Cantor

El diálogo es el único responsable de la
lentitud de la acción…
Las palabras son escasas, lo más grande que
puedes decir con ellas es elefante…
Charles Chaplin

 

La música es la banda sonora de la vida.
Dick Clark

 

Fueron muchos los que pensaron que el sonido no tendría éxito en el cine… y se equivocaron. La cinematografía siempre fue pensada asociada al sonido. Sus creadores, los hermanos Lumière, contrataron músicos para acompañar sus primeras proyecciones. No solo había música, se crearon dispositivos que producían diversos efectos sonoros en la sala, como lluvia, tormentas o cantos de pájaros. Eso ocurría solo en salas grandes, en ciudades importantes, pero en salas pequeñas, en los pueblos, se disponía, al menos, de un piano y un pianista, una imagen característica del inicio de las proyecciones.

Técnicamente, la dificultad no era grabar el sonido, puesto que ya en 1872 se habían desarrollado inventos que lo lograban; el problema era sincronizarlo con la imagen. El largo trabajo para resolverlo permitió que el cine mudo se mantuviera vivo durante nada menos que treinta y cinco años, en los que el arte y la creatividad suplieron las carencias de comunicación hablada. Los actores eran más gestuales, las composiciones y actuaciones debían ser más precisas, cada plano adquiría especial importancia.

En 1927, se exhibió la primera película de la historia del cine que contenía escenas sonoras: El cantor de jazz (Alan Crosland), y Luces de Nueva York (Brian Foy, 1928) fue la primera considerada completamente sonora. La aparición del cine sonoro supuso el pánico de los actores, quienes podían perder su trabajo si su voz no era adecuada. Algunos especialistas en la técnica cinematográfica se pusieron en contra de la novedad, argumentando que el cine sonoro perdía la unidad y armonía del cine mudo. Los expertos en fotografía criticaron la pérdida de creatividad y los directores se quejaban de la merma en la fluidez y el ritmo. Nadie parecía estar contento con el avance. A eso hemos de añadir las alteraciones en los rodajes: como el ruido de las cámaras era captado por los micrófonos, estas se tenían que introducir en cabinas insonorizadas, lo que impidió que pudieran moverse como antes y, además, el operador permanecía incomunicado del resto del equipo. Todos en el plató, menos los actores, debían estar en absoluto silencio y quietos, porque los micrófonos lo captaban todo. La comunicación entre actores, directores, cámara, etc., se hizo más difícil. Y los guiones, claro, se tuvieron que modificar, y hubo que componer música y cambiar el montaje. Los actores debían hablar cerca de los micrófonos, ya que no existían pértigas ni “jirafas”, y estos se debían esconder en los lugares más inverosímiles: en el mobiliario, cortinas, figuritas o hasta en sus pelucas. Los estudios se lanzaron a los teatros, en busca de actores que tuvieran buena voz y supieran recitar bien. Y, lo más grave, las películas dejaron de ser universales; por la cuestión del idioma, ya no se podían disfrutar en todos los países. Las soluciones para esto nos suenan ahora increíbles: los mismos actores volvían a rodar la película en otra lengua que, como no conocían, se aprendían fonéticamente de memoria, o se rodaban de nuevo con actores extranjeros.

Nada de aquello impidió el avance que supuso la nueva riqueza del cine. Fueron apareciendo los subtítulos y el doblaje. El sonido daba otra dimensión tanto al ritmo como a la continuidad narrativa y a la variedad de posibilidades. Si el cine mudo perduró más de treinta años, bastó poco tiempo para que se impusiera el sonoro y el séptimo arte (todavía en blanco y negro, eso sí) iniciara una nueva época de esplendor.

Hemos de valorar que la música en el cine no es meramente ornamental, ni de acompañamiento; cumple una función rítmica, que es contrapunto de la imagen, reemplaza un ruido real, o bien, sirve para destacar una determinada acción, un personaje, un objeto, una secuencia, un plano… Otra de sus funciones, además de la rítmica, es la dramática: le permite al espectador captar y entender mejor el significado de la acción.

Algunas tendencias han ido en contra de la influencia de la música y de los efectos sonoros en el espectador. Lars von Trier y Thomas Vinterberg, cofundadores del colectivo danés Dogma95, incluyeron entre sus normas esta, que se refiere al uso externo del sonido en una película: “El sonido no puede ser mezclado separadamente de las imágenes o viceversa (la música no debe ser usada, a menos que esta sea grabada en el mismo lugar donde la escena está siendo rodada)”.

Entre los contrarios al cine sonoro, desde su origen, encontramos a Rene Clair y Rudolph Amheim. También algunos directores soviéticos firmaron un Manifiesto del Cine Sonoro, en el que mostraban su preocupación por la inclusión del sonido en el cine, lo cual, según ellos, sería perjudicial para el montaje y la sucesión de escenas.

El sonido en el cine supuso el fin para grandes actores, como Gloria Swanson, Buster Keaton y el guapo John Gilbert, que rivalizó con Rodolfo Valentino, de quien la gente se reía al escuchar su voz (aunque parece ser que los diálogos de los guionistas tampoco le ayudaron). Y el gran Charles Chaplin también se resistió a dejar el cine mudo. Ni siquiera Tiempos modernos, película sonora, se puede entender como tal: los diálogos quedaban ocultos tras los ruidos de la maquinaria e incluía palabras sueltas, algunas inventadas, como también son inventadas las de la letra de la canción “Charabia” (versión de “Je cherche après Titine”, de Léo Daniderff). Y, como guiño final, pronuncia un “sonríe” que solo se puede leer en sus labios, sin sonido, el cual cierra el plano del personaje caminando por una solitaria carretera. Una simbólica imagen que parecía poner fin a una etapa de la cinematografía.