Fabulaciones sobre mi tribu (1)

El padre de mamá           nació de una mujer que estaba maldita.
El padre de mamá           creció sin madre
                                                 porque murió ante sus ojos a los siete años
                                                 cuando le cayó un rayo y la mató.

   El padre de mamá no caminaba, corría porque
                                  siempre estaba ebrio de alguna emoción,
   aunque le gustaba no demostrarlo.

   El padre de mamá creció con una madre ausente,
               que no era la suya ni la de sus hermanos, pero ahí estaba,
   como un adorno, también acumulaba polvo.

    El padre de mamá era oriundo de un pueblo de caña brava en mitad de la mixteca poblana, de donde salió para trabajar como brasero en usa y a donde volvió en repetidas ocasiones a beberse todo el licor del pueblo, porque decía que de alcoholismo no moriría.

    El padre de mamá golpeaba a su esposa cada que una de sus hijas se iba con el novio,
                           lleno de rabia esperaba no volver a verlas,
                                                   pero ellas,
    como la muerte, siempre volvían.

    El padre de mamá se opuso a su matrimonio con todas sus fuerzas,
    y por tres meses se desapareció del pueblo, para evitar que el novio
fuera a pedir la mano
                 de mamá, quien le dejó una carta diciendo:
                
                 si no estás la siguiente semana, me voy sin tu permiso
                 y pobre de ti si tocas a mi madre.
    A la semana el padre de mamá, bañado y rasurado, recibió a los novios.

    El padre de mamá
    fue perseguido por los militares por años,
    acusado de haber matado a un enemigo suyo,
    nunca lo atraparon, pero sí le dispararon muchas veces
   y no sé cómo sobrevivió a aquellos disparos, porque nunca pregunté.

    El padre de mamá era una sombra de mi infancia,
    el abuelo más ausente que el otro abuelo,
    que también era un ausente.

Yo no sé nada en realidad sobre el padre de mamá,
    que bien pudo haber sido una codorniz o un muro,
    la habitación siempre a oscuras, o incluso,
    sí, incluso un hombre que no fue una leyenda,
    solo un hombre.

    Al que nunca vi, más que un par de veces,
    con el sombrero de lado y cuyos zapatos viejos mi madre
    aún guarda en algún lugar de la casa
                                                                              (secreto supongo).
El padre de mamá murió el catorce de febrero del año dos mil,
                                     al caer la noche,
    cuando un autobús que iba al DF lo atropelló,
                   según la versión oficial.

    El padre de mamá
    tiene una tumba en su pueblo de caña brava
    a donde mi madre no volvió
    hasta catorce años después,
    cuando aceptó que su padre:

                        la codorniz,
                        la canción más alegre,
                        la habitación más oscura de su casa,
                        la sombra que la esperaba en la estación de autobuses
                        cuando caía la noche, para que nadie fuera a hacerle daño,
                        la sonrisa socarrona,
                        el cigarro siempre prendido,
                        el que pedía dinero y nunca lo regresaba,
                        el que era más que todos,
                        el todas mías,
                        el hijo de la chingada,
                        El Chino, como le decían sus amigos,
                                                                                           había muerto.

 

Fabulaciones sobre mi tribu (2)

Que el agua, la sed, los líquidos en general y yo
tenemos una historia en común: pienso.
                              Debajo estoy yo.
En el pueblo de mi abuelo paterno me acarician
una mejilla y dicen:
realmente te pareces a él,
el hombre del que heredaste un nombre, ten mucho cuidado
     del mar,
de las marismas en su sangre, de eso murió él.
¿Quién soy yo realmente
                   ahora?
En el pueblo de mi madre me acarician la otra mejilla
y dicen:              como él,
con ese mismo cinismo, como él silbas.
Como tu abuelo materno. El cabello ondulado. La barba hirsuta.
Eso le heredaste.               ¿Tienes sed?
      Él siempre tenía sed.
Por el agua, tu único y verdadero Dios, Dios de los padres,
de tus padres, no morirás.
¿Quién soy yo
                       realmente ahora?
El desierto anhelante de las orillas del Ganges.
14 mililitros más de luz         iguales a
14 mililitros más de alcohol         iguales a
14 años más de         escape.
¿Quién soy yo realmente
                                ahora? ¿Quién,
con mis cuatro, cinco hilos atados en el pecho
                    que heredé para tejer todo un destino?
¿Quién
              acariciará la mejilla de mis nietos?