Lee, era un buen tipo Lee. Se sentaba en esta misma mesa a devorar manzanas. Era callado, no raro como lo pintó la Comisión, y mi abuela le adoraba, ¿sabe? De todos los hombres a los que alquiló cuartos él era al único al que siempre le dejaba leche y un emparedado de jamón listo en el refrigerador. Le tenía, raro en ella, una cierta cantidad de aprecio, ¿sabe? Porque ella, mi abuela, era una mujer dura, adelantada a su tiempo, criticada por ser trabajadora, pero sin duda sabía identificar a un hombre bueno.

Mire, pase a la cocina, abra el refrigerador como lo hizo Lee cientos de veces, ¿escucha cómo rechina la puerta? Él escuchaba lo mismo, porque aquí todo sigue igual, nada ha cambiado, ni el rechinado de las puertas. La historia se guarda en estas bisagras mal engrasadas, no en los libros, señor, como la gente piensa. A veces escucho la voz de mi abuela en esta cocina, ¿sabe?, como si me hablara suavemente, pero luego se detiene y la olvido. Es normal que los muertos nos quieran hablar de vez en cuando y lo hacen de la manera más obvia: hablando. No hay que darle muchas vueltas.

¿Quiere un vaso de agua, Mister…? Alcánceme ese vaso, por favor. De esta misma llave se sirvió Lee cientos de veces. Recuerdo haberlo visto desde el comedor cuando jugaba a las muñecas. Yo tendría once años, mis hermanos siete y ocho, y él, al igual que a mi abuela, me parecía un buen hombre.

¿Cuántas recámaras cree que tiene esta casa? No, un poquito más. Más todavía. Quince. Exactamente. Parece una casa pequeña desde afuera, ¿no es cierto, Mister? Pero tiene un gran sótano. Después de lo que dicen que hizo el Señor Lee vinieron los hombres de traje a hacer preguntas, muchas preguntas, y ya sabe, tocaron la puerta de todos los vecinos preguntando si creían que mi abuela daba refugio a comunistas rusos. Mi abuela alquilaba cuartos a más de quince hombres divorciados, desempleados y recién llegados del campo, que no podían pagar más de cinco dólares a la semana por una cama, no a los Commies, como lo dijo la Comisión.

Lee, era un tipo respetuoso Lee, sí señor. Me ayudaba a hacer mi tarea justo en la silla donde usted está sentado, Mister. Verá, yo pasaba mis tardes en esta casa, en esta misma sala, mientras mi madre atendía su negocio de fotografía cerca del Cine Texas, exactamente, sí, el mismo cine en donde Lee fue arrestado aquella tarde. ¿Que por qué me ayudaba con la tarea? Bueno, mi abuela no estaba mucho con nosotros, ella tenía que ir a cobrar las rentas de los demás cuartos a unas calles y nosotros, nada más llegar del Instituto prendíamos la televisión y la señora del servicio nos cuidaba. Nos sentábamos en esta mesa y me ayudó un par de veces con la raíz cuadrada. No hablaba mucho con los demás inquilinos, pero con los niños era un gran parlanchín, nos hacía magia y juegos. Una tarde, señor, una de esas tardes en las que el calor sofoca, mientras Lee me explicaba divisiones sentados justo como usted y yo estamos ahora, mis hermanos se batían a golpes en el jardín de enfrente. Se paró de inmediato y corrió a separarlos, cargando al más chico de ellos. Luego se sentó con ellos en las escaleras del porche y les dijo que los hermanos no hacían eso, los hermanos nunca se golpean. Les hizo abrazarse y luego siguieron jugando. Así era Lee, de ese tamaño de hombre era Lee.

Ahora pase por aquí, señor, fíjese cómo todo sigue igual a como era en noviembre del 63. Aquí el tiempo no ha hecho de las suyas. Todo, hasta algunas bombillas, son las mismas; claro, menos la tela del sillón, esta de aquí, la verde con flores; fue cambiada después de que el esposo de mi abuela la quemara con su cigarrillo al quedarse dormido. Y mire, vea por acá, este cuadro lo pintó mi madre. Era una muy buena pintora. La gente, cuando lo ve, piensa que es Elvis Presley pero en realidad es mi padre cuando era joven, antes de que el pompadour fuera considerado un estilo de pelo aceptado por el resto de la sociedad. ¿Usted qué piensa, señor? ¿Parece Elvis?

¿Que dónde estaba yo esa tarde? Estaba en el Instituto, y la Señorita Duquesne entró corriendo a nuestro salón de clases y nos dijo lo que había pasado. No me asusté, solo vi la reacción de los demás, unos lloraron, otros simplemente dejaron que el mundo siguiera girando. Cuando mi madre nos recogió a mí y a mis hermanos no nos dijo nada. Solo nos llevó en su Studebaker con mi abuela en completo silencio y siguió su camino al estudio fotográfico. La ciudad parecía vacía. Cuando entramos a esta sala nos encontramos con la señora del servicio sentada en el mismo lugar en donde ahora usted está sentado, señor, y yo le pregunté que dónde estaba Lee, porque necesitaba ayuda con mi tarea de matemáticas. Solo me contestó que había sido difícil para todos y que seguramente se había demorado en su trabajo en el Depósito de Libros Escolares. Pero me estaba mintiendo, ¿sabe? Ella en ese momento sabía que era una de las últimas personas en haber visto a Lee.

Sí, señor, después de hacer lo que dicen que Lee hizo esa tarde, vino aquí, cogió una chaqueta y un revólver, el mismo con el que mató al oficial Tippit. Mire, venga conmigo, vamos a donde dormía. Venga por acá, cuidado con esta lámpara, la gente nunca la ve. Si yo le dijera que detrás de estas puertas dormía el señor Lee, apuesto a que no me creería. Así es, parece más un armario. Pero mire, tire de la puerta, y véalo usted mismo. Mi abuela convirtió este armario en un cuarto habitable con cama y un armario. Un armario dentro de un armario.

Mismas sábanas, mismo colchón, justo como lo dejó Lee esa tarde, y aquí, de este mismo armario sacó la chaqueta y el revólver, y luego salió de la casa sin contestar nada a la señora de servicio, quien le había dicho antes: “Señor Lee, ¿sabe lo que ocurrió en el centro?” Ande, ponga una rodilla en la cama y extienda los brazos. ¿Ya vio cómo puede tocar las paredes con solo extender los brazos? Le sacaré una foto para que sus amigos y su novia puedan ver que el lugar donde Lee dormía, no era más que un armario.

En ese teléfono que está aquí, justo saliendo de la habitación de Lee, lo escuché discutir en ruso innumerables veces. Después, con los años, se supo que hablaba con George DeMohrenshildt, aunque yo sigo imaginando que discutía con Marina sobre su hija, June, y sobre regresar a vivir juntos. La historia es menos compleja de lo que todos dicen, y no solo la de Lee, sino la historia en general señor. Lo más obvio es lo cierto. ¿Que si yo creo que lo hizo? Mire, señor, si de algo estoy seguro es que él no hizo lo que todos dicen que hizo, pero sin duda tuvo algo que ver. Lo más obvio es lo cierto, y ahí lo tiene, ¿qué fue lo último que gritó Lee a las cámaras antes de ser matado por Jack Ruby? Muy bien, señor, conoce bien la historia, en efecto: ¡Soy un patsy!

Cuando cayó la noche ese día, el esposo de mi abuela nos sentó a mí y a mis hermanos en esta mesa del comedor y nos dijo que el Señor Lee había hecho algo muy malo y que posiblemente no lo veríamos jamás. Nunca alguien nos dijo lo que hizo. Fue un compañero del Instituto, Bob Hall, quien unos días después de ese viernes me dijo, como dicen las cosas los niños: ¿sabes lo que hizo ese señor que vivía en la casa de tu abuela? Yo le dije que no sabía. Cuando me dijo entendí porque mi madre y mi abuela nos habían alejado de la televisión a toda costa durante todo el fin de semana.

¿De dónde viene usted? Ah, es cierto, yo solo conozco Acapulco, fui para mi luna de miel, pero ya hace algunos años de eso, cuarenta y cinco el próximo. ¿Y a qué se dedica? Muy bien, pues si no tiene otra pregunta creo que hemos terminado, señor, que mi iglesia me espera.

Tenga cuidado con la lámpara de nuevo, y vaya con cuidado al centro, que aquí las calles suelen ser confusas.

 

lee

Fotografía de Pablo Íñigo Argüelles