Mi lenguaje es sonido
cayendo desde el corazón a la página
que crea al animal que soy.
Para entender mis versos,
debes tocar, mirar o morder mis labios;
solo ahí sentirás el verso que es sangre caliente.
No escribo para entender lo que digo.
No escribo para ser un poema bello o inteligente.
Mi lenguaje es sonido de la herida sangrante,
chorro despertando a la muerte,
buscando el lugar para caer
                                              caer
                                              caer no a la agonía,
sino al poema que escribo porque muero en el jardín
como un pájaro sin plan de vuelo.
Beso cada hoja hundiéndose como un gusano en la huerta
que se transforma en flor o fruto
de esa cosecha de poemas que doy.
No escribo los versos, los aleteos en ese cielo vacío,
sin alfabeto, ni consonantes o vocales.
Me enredo en las nubes sin destino
y me fumo el alma de la creación.
Me transformo en lluvia y caigo
al hogar, a la patria, a tu cama,
al universo oceánico que me ahoga.

Soy pez pequeñísimo, sin nombre
ni bautismo en el ecosistema, ni en el lenguaje.
Habito la profundidad, el silencio de aguas maltratadas,
contaminadas, y sobrevivo en la superficie de un poema sin terminar.
Soy silencio antiguo.
Naufrago en líneas que no escribo aún.
No tengo la traducción de ser poema todavía.
Caigo a la orilla como un refugiado Sirio
en busca del hogar destruido,
de la patria en ruinas
o del hijo decapitado por el concepto terrorismo,
y vuelvo al silencio digital moderno
descolonizando el poder comunicacional.

Soy un poema sobreviviente
de esta humanidad,
perdido en el lenguaje,
en la creación,
en la felicidad del ser humano.
A la palabra paz la han fusilado,
la han fusilado en papeles oficiales.
Está muerta.
Mi lenguaje es sonido de un poema en llamas;
arde para que lo escuches,
lo salves y nos salvemos.
Mi lenguaje es una oruga
comiéndose el amanecer del universo
en un verso viejo que aún no traduzco
para que lo entiendas.

Adelaida 2, mayo de 2016.