Miami ha tenido dos momentos claves en su historia que le han cambiado la cara y generaron en ella un resurgimiento: uno corresponde a los años ochenta, su era de Miami Vice, y el otro a la Segunda Guerra Mundial.

La noche del 14 de mayo de 1942, la embarcación mexicana Potrero del Llano hacía un recorrido desde Tampico hasta Nueva York cuando la impactó un torpedo de la marina alemana en las costas del sur de la Florida. El saldo resultante fue de más de diez muertos y por lo menos veinte heridos, a quienes transportaron a Miami para recibir asistencia. A pesar de que los nazis argumentaron que se trató de un error, el Potrero fue solo una de las tantas naves que hundieron en las costas de Florida a inicios de la década de los cuarenta.

Al igual que en el resto del país, el hambre y la miseria calaron hondo en Florida durante la Gran Depresión, pero, además, en Florida, a manera de antesala, había reventado poco antes la primera burbuja inmobiliaria. Grandes proyectos de bienes raíces en Miami, como los de Opa Locka, Hialeah y Coral Gables, llevaron el precio del metro cuadrado a cifras astronómicas e inaccesibles para el bolsillo.

Mientras Estados Unidos trataba de levantar la cabeza, al otro lado del Atlántico, Hitler, Hirohito y Mussolini movilizaban sus tropas para lo que sería el mayor conflicto bélico de todos los tiempos: la Segunda Guerra Mundial. Uno de los peores reveses que ha sufrido este país fue el bombardeo japonés a la base naval de Pearl Harbor, en 1941, que sirvió como detonante para que el país cerrara filas e hiciera frente al enemigo. Teniendo la costa del Pacífico vulnerada, Estados Unidos prefirió movilizar gran parte de sus milicias hacia la costa este. Miami pronto pasó de ser una ciudad resort  en decadencia, devastada por la crisis, a un cuartel de las fuerzas armadas: el Gobierno rentó cuatrocientos hoteles para acomodar a setenta mil oficiales de la Navy y el Army, entre los que estuvo el famoso actor Clark Gable —The King of Hollywood, quien hizo las pantallas a un lado para servir a la causa—, designó al Biltmore y al Nautilus como centros médicos e instaló la Homestead Air Reserve Base, una base militar y escuela de pilotos, para monitorear las maniobras de los submarinos de guerra alemanes, los U-Boats,  en las costas de Florida. Cuenta una anécdota que Ernest Hemingway hacía rondas con su bote El Pilar para monitorear a los alemanes, lo que era un simple pretexto para salir de pesca aprovechando la gasolina que le proporcionaba la administración pública.

La movilización masiva, por fortuna, trajo muchas oportunidades laborales en los sectores agrícola, hotelero y de mano de obra. La tasa de desempleo, que había llegado a superar el 25%, bajó al 1.2%, aunque también crecieron las apuestas, la venta clandestina de licor y la prostitución, y aparecieron los primeros Red Light Districts. El crecimiento demográfico que experimentó Miami la tomó por sorpresa: perdió su aire de pueblo pequeño y el Gobierno se vio obligado a instaurar una libreta de racionamiento para víveres y gasolina, con el fin de mantener abastecidos a los habitantes de manera equilibrada.

Los historiadores y economistas sostienen que, sin el efecto de la guerra, Miami nunca hubiera salido adelante. Esa es una discusión que siempre quedará abierta; lo que sí no se puede negar es que fue una inyección de vida que la reivindicó como ciudad y le devolvió su estampa de paraíso frente al mar.