Estamos en la época de lo simultáneo, estamos en la época de la yuxtaposición, en la época de lo próximo y lo lejano, de lo uno al lado de lo otro, de lo disperso. Estamos en un momento en que el mundo se experimenta, creo, menos como una gran vida que se desarrolla a través del tiempo que como una red que une puntos y se entreteje.
Michel Foucault

emplazamientos

Colocar epígrafe largo a un texto puede ser, para el lector, el indicio cardinal de que la lectura no vale la pena. Cuando la cita inicial abruma tanto, el lema preparatoriano de seleccionar el título correcto deja de ser el criterio determinante –más si la cita es de un autor que se tiene en el costal de los autores que representan siempre, a rajatabla, pedantería y esnobismo. Como lectores tenemos nociones sinuosas y preconcebidas de lo que va a ser una lectura (nuestra lectura de esa lectura), y es complicado, si no es que imposible, que los textos las sorteen. Decidimos el valor de un texto (porque leer un texto en lugar de otro no es sino valuarlo, bajo ciertos criterios, más o mejor que el otro) con base en elementos aparentes, injustos, neutrales, cuya inclusión o presencia no dice nada, por sí sola, del texto. Y tampoco la declaración cómplice de lo que se está haciendo sirve para sortear las barreras –esa maña que la posmodernidad ha dado en llamar ‘meta-’, a manera de honestidad que, sin embargo, no logra ocultar su camaradería forzada.

***

En 1967, Foucault acude al Círculo de Estudios Arquitectónicos para dictar una conferencia breve que, no obstante, inauguraría una cascada de estudios urbanistas. De los espacios otros, título que por sí mismo dice ya demasiado, comienza por trazar “groseramente”1 (Foucault dixit) la relación de Occidente con el tiempo y el espacio: mientras que en el siglo xix las personas se obsesionaron con la historia, la entronizaron, la sobre-estudiaron, la desplegaron y desplegaron con ella el tiempo en casi todas sus variantes, el espacio se presentaba como la obsesión del siglo xx. Foucault advierte que el espacio, de plantearse como un problema de localización durante la Edad Media y posteriormente, gracias a Galileo, como un problema de extensión, se había convertido ahora en un problema de emplazamiento: las relaciones de encierro y proximidad entre elementos eran ya la forma de sentirlo. Si las polémicas contemporáneas se realizan “entre los piadosos descendientes del tiempo y los habitantes encarnizados del espacio”,2 la balanza comenzaba a inclinarse hacia los segundos: sobre los piadosos que descienden de algo, los que encarnizadamente habitan; no los que leen el presente en términos temporales, sino los estructuralistas que se esfuerzan “por establecer, entre elementos repartidos a través del tiempo, un conjunto de relaciones que los hace aparecer [a los elementos] como yuxtapuestos, opuestos, implicados entre sí, en suma, que los hace aparecer como una especie de configuración”.3 Se propagaban la espaciación del mundo y el emplazamiento de los espacios: “el tiempo no aparece probablemente sino como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se reparten en el espacio.”4

***

En un texto introductorio a la semiótica, Umberto Eco equipara el mensaje arquitectónico a un poema: un edificio que tuviera ochocientas ventanas inútiles no tendría ochocientas ventanas inútiles, porque el acomodo de todas, al igual que la repetición en la poesía, manifestaría una cadencia, y las ventanas serían percibidas como ventanas funcionales desde el punto de vista comunicativo. La poesía y la arquitectura, escribe Eco, también comparten funciones: función estética, imperativa, emotiva, fática (piénsese en ciertas plazas públicas o en las entradas a algunos centros comerciales), metalingüística (el pabellón o la feria internacionales, por ejemplo).5 Pero la referencialidad, la función referencial, parecería distinguir a ambas: si el objeto arquitectónico es el signo, ¿a qué significado remite? Puesto de forma burda: ¿una casa significa ‘casa’, ‘hogar’ o ‘lugar de resguardo y de cobijo’? El problema del signo arquitectónico es precisamente su ausencia (o poli-latencia) de significados. Eco dedica algunas páginas a explorar el asunto y concluye, luego de revisar las contradicciones de otros sistemas semióticos, que lo que importa es el objeto arquitectónico como forma significante; sólo será útil, por lo tanto, un sistema semiótico que no requiera de reacciones observables para atribuir el significado (si no, ¿cómo estudiar las ruinas de otras civilizaciones o construcciones abandonadas como signos en su tiempo?) y que permita, además, la atribución de signos a pesar de que sus significados ondulen. El significado, sean muchos o uno o el signo mismo, es irrelevante para la denotación del signo arquitectónico: aunque la función y el uso sean el significado, un edificio puede denotar sin función ni uso6 –como un poema.

Pero ni la función, ni el uso, ni el ritmo (como juego puramente formal) son los únicos significados posibles. Eco describe todavía otra posibilidad de significado en el objeto arquitectónico: para él, una disposición específica también “implica una determinada concepción de la manera de habitar y de su utilización; connota una ideología global [las itálicas son suyas] que rige la operación del arquitecto. Arco ojival, arco en accolade, funcionan en sentido propio y denotan esta función, pero connotan también diversas maneras de concebir la función. Comienzan a asumir una función simbólica.”7 La ideología está implícita en el objeto arquitectónico y convive y se yuxtapone al uso del objeto. Como en el poema o, de forma más general, en la obra de arte, el objeto arquitectónico representa también cómo el artista interpreta la función de su objeto arquitectónico, como una especie de prescripciones para ocuparlo (o leerlo, o admirarlo, o escucharlo, en el caso de objetos no arquitectónicos) que delatan una ideología, por más que se trate de esconderla. Sin alarmismo, Eco prefigura el riesgo de que la función simbólica relegue a la función utilitaria inmediata: los valores asociados a una plaza, por ejemplo, los valores que se derivan de la forma de pasear en un contexto cultural o social dado, reemplazan, o se sobreponen más bien, a la utilidad de la plaza como espacio de esparcimiento e, incluso, a su utilidad como lugar para pasear. Lo repito: en la explicación de Eco no hay maldad.

***

Cuando dije que el emplazamiento de los espacios también se propagaba, estiraba un poco las observaciones de Foucault. Aproveché la asociación natural de emplazamiento (al menos la asociación natural en mi cabeza) para avanzar, de forma insospechada, una idea similar a la de la gentrificación: que los espacios públicos y casi todos los espacios se están volviendo cerrados, apartados de las personas. Pero no es así como el francés define los emplazamientos.

Tampoco es de emplazamientos en general de lo que se ocupa Foucault en su conferencia. El filósofo se avoca a explorar dos tipos, ambos parte del espacio público: las utopías y las heterotopías. Lo que separa a estos emplazamientos de los otros es su “curiosa propiedad de estar en relación con todos los otros emplazamientos, pero de un modo tal que suspenden, neutralizan o invierten el conjunto de relaciones [de tal modo] que se encuentran, por sí mismos, designados, reflejados o reflexionados”.8 Foucault mantiene la definición común de las utopías: lugares inalcanzables e ilusorios donde el estado de las cosas remedia defectos del estado real que habitamos. En contraste, las heterotopías las define como “lugares reales, lugares efectivos, lugares que están diseñados en la institución misma de la sociedad, que son especies de contra-emplazamientos, especies de utopías efectivamente realizadas en las cuales los emplazamientos reales, todos los otros emplazamientos reales que se pueden encontrar en el interior de la cultura están a la vez representados, cuestionados e invertidos, especies de lugares que están fuera de todos los lugares, aunque sean sin embargo efectivamente localizables”.9 La heterotopía, pues, no es sino el espacio donde el resto de los espacios, el resto de los emplazamientos, son criticados, anulados y extrapolados –no por las personas que la habitan, sino desde el contraste entre los comportamientos o las interacciones que su uso promueve y los que promueven los usos de los otros espacios. El nosocomio psiquiátrico, los cementerios, las ferias, las bibliotecas y los museos, las universidades antes de su sumersión en la racionalidad general: todos heterotopías. Gran número de veces, las heterotopías “operan sobre lo que podríamos llamar, por pura simetría, heterocronías”,10 porque suponen o requieren una ruptura con el tiempo común.

***

Hay un paralelismo entre la obra arquitectónica y la obra literaria, más allá de que sea posible ‘leerlas’. Tampoco se detiene el símil en que ambas transmitan una ideología sobre su operación. En principio, no es equivocado decir que la literatura es otra convergencia entre utopías y heterotopías: si la literatura es espejo y el espejo, como escribe Foucault, es una convergencia entre esos emplazamientos; si el espejo es en efecto una utopía por presentarme en un punto que no está ahí, un punto no localizable, y una heterotopía, a la vez, por estar ahí en realidad, alejarme efectivamente de donde estoy y subvertir todos los otros emplazamientos al reflejarme, entonces la literatura, como el espejo, es “una suerte de experiencia mixta, medianera”,11 entre ambos lugares. La literatura como contra-emplazamiento, como heterotopía, frente al resto de lugares –o como heterología, manteniendo la sincronía de Foucault, frente al resto de textos que no invierten, no multirepresentan ni cuestionan los otros textos. La literatura como el nodo de dos mundos: espacios y textos, heterotopías y heterologías.

Entonces importarían la interacción que un texto propone al lector (y, consecuentemente, los elementos con que esa interacción se propone) y los filtros con que el lector responde al texto –como importan, de igual forma, los equivalentes en la arquitectura.

Habría en la literatura, como tácitamente asume Foucault que hay en la arquitectura, una función ‘-meta’ muy distinta a la que plantea la posmodernidad: más allá de los juegos con el texto propio, la auto-referencialidad y la intertextualidad con el mismo autor, lo meta-literario (como lo metaarquitectónico) sería el contra-emplazamiento y, junto al contra-emplazamiento, la yuxtaposición de lo rebasado.

***

“Es conocida la importancia de los problemas de emplazamiento en la técnica contemporánea”,12 escribe Foucault para aclarar que los emplazamientos no son aplicables sólo al urbanismo. Del mismo modo que con el espacio, es posible, por ejemplo, definir los textos como emplazamientos, ya sea por su relación con el lector o por el reto que encarna el almacenamiento escrito de ideas.

 


1 Michel Foucault, “De los espacios otros”, conferencia dictada el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, número 5, en octubre de 1984. Traducción de Pablo Blitstein y de Tadeo Lima.

2 Ibid., párr. 2, consultado el 22 de noviembre de 2015 en http://yoochel.org/wp-content/uploads/2011/03/foucalt_de-los-espaciosotros.pdf

3 Ibid.

4 Ibid., párr. 6.

5 Umberto Eco, La estructura ausente. Introducción a la semiótica, Barcelona, Editorial Lumen, 1973, p. 337.

6 Ibid., p. 336.

7 Ibid., p. 337.

8 Michel Foucault, cit., párr. 10.

9 Ibid., párr. 12.

10 Ibid., párr. 22.