Opción 177, Septiembre 2013.


La lógica económica es la siguiente: existe un desequilibrio de mercado –debido a falta de planeación o a falta de información, según la ideología– debido a un exceso de oferta de carreras no ingenieriles y también a un exceso de demanda de carreras ingenieriles. Es decir, las empresas del país requieren ingenieros, pero se encuentran con que hay muchos, digamos, economistas. Este desequilibrio no permite que el país desarrolle su potencial.

Considerando una ideología que apoye la planificación gubernamental, lo que habría que hacer es planear mejor. Si no hay suficientes ingenieros, el gobierno tendría que hacer todo lo posible para tener más, por ejemplo, abrir más carreras en ingeniería y restringir el acceso a otras carreras (¿para qué tenemos tantos psicólogos?).

Si se tratara, en cambio, de una ideología que desconfía de la acción gubernamental, de todas formas habría que intervenir para eliminar la falla de mercado. Podría ser que la información esté incompleta: las empresas no ofrecen datos suficientes para que las universidades sepan que se necesitan más ingenieros. También podría ser que los demandantes de carreras (los alumnos) sean quienes no estén informados del mundo laboral que les espera. No saben que si estudian Comunicación no van a encontrar trabajo después. Si supieran lo que las empresas necesitan, estudiarían alguna ingeniería. Así pues, es necesario proveer información.

Lo anterior busca resolver un desequilibrio; es decir, salir de un punto económicamente ineficiente. Debemos equilibrar lo que se demanda (que tiene que ver con que la empresa maximice sus ganancias) con lo que se ofrece (que tiene que ver con que los individuos maximicen su utilidad). El equilibrio es aquello que se considera deseable o normal para la economía. Sea por medio de una u otra ideología, se busca intervenir para normalizar. Normalizar un comportamiento que está desviado.

Este país está desequilibrado, observamos desde un panóptico. Jóvenes y empresas presentan un problema (enfermedad) de desequilibrio debido a la mala información o a la falta de planificación, diagnosticamos. Si observamos cuidadosamente, la causa que propone una ideología u otra más bien sirve para legitimar su tipo de intervención, pero en ambos casos se diagnostica al comportamiento económico como defectuoso sin que haya un análisis del “defecto” mismo. Y digo desde un panóptico porque seguramente ni los jóvenes ni las empresas pueden ver lo que se planea, aunque al mismo tiempo saben que existe alguien ahí –un ente político– planeando. Pero además, el juicio que se emite individualiza: jóvenes universitarios que posteriormente accederán al mundo laboral, que a su vez se subdividen en cada una de las carreras que conocemos1 El panóptico “apela a separaciones múltiples, a distribuciones individualizantes, a una organización en profundidad de las vigilancias y poder”.2 Más aún, dicha distribución funciona de acuerdo con la “inversión del eje político de individualización” que llevaron a cabo las disciplinas, según Foucault, donde no está más individualizado el que tiene el poder (como en un régimen feudal, por ejemplo), sino el sometido:

En un régimen disciplinario, la individualización es en cambio “descendente”: a medida que el poder se vuelve más anónimo y más funcional, aquellos sobre los que se ejerce tienden a estar más fuertemente individualizados; y por vigilancias más que por ceremonias, por observaciones más que por relatos conmemorativos, por medidas comparativas que tienen la “norma” por referencia, y no por genealogías que dan los antepasados como puntos de mira; por “desviaciones” más que por hechos señalados.3

No hay algo más parecido a la desviación que un desequilibrio económico. Se observa que, respecto a la norma, este país está desviado. Pero más específicamente, los ingenieros están desviados y los comunicólogos también. Mientras tanto, aquellos que diagnostican están más bien en el anonimato. No sabemos bien quiénes son o, lo que es lo mismo, sabemos que la que diagnostica es “la mano invisible”.

La idea de que un equilibrio económico es el mejor de los casos tiene una infinidad de supuestos –y también, quizá, una infinidad de estudios empíricos– detrás que no es posible tocar ahora. Que sea deseable buscar que la cantidad ofrecida de ingenieros se iguale con la cantidad demandada de ingenieros, y que luego eso resulte en un mayor bienestar, bien podría ser cierto. Pero al mismo tiempo es imposible dejar de ver el rostro de Foucault asomarse cada vez que se escucha la frase: “Este país necesita más ingenieros”. Se asoma porque dicha frase implica el anonimato del poder y, con ello, muchas preguntas sin responder: ¿qué significa que un país necesite? ¿Quién necesita? ¿Qué hay dentro de ese desequilibrio que nunca se explora? ¿Qué es lo que se necesita para que haya un desequilibrio? ¿Qué necesitan aquellos que se encuentran en desequilibrio? En todo caso: ¿por qué existe el desequilibrio, más allá de las razones económicas ya mencionadas? O dicho de otra forma, ¿qué hay detrás de dicho punto, sin que a priori lo califiquemos de desviado? La ingeniería caracteriza, sistematiza, individualiza, distribuye, utiliza. Las disciplinas hacen lo mismo. Quizá por eso “necesitemos ingenierías en este país”. Quizá se quiera formar “ingenieros de la conducta”.4

Se desprenden dos observaciones. La primera (práctica) es que lo deseable podría resultar no tan deseable para el sistema mismo. Los sistemas disciplinarios, según Foucault, se caracterizan, entre otras cosas, por que los ilegalismos forman parte de la sociedad y se refuerzan en ella misma. En realidad no se intenta eliminar al crimen, sino “establecer un ilegalismo llamativo, marcado, irreductible a cierto nivel y secretamente útil, reacio y dócil a la vez”.5 México está en desequilibrio económico y lo ha estado desde que existe, probablemente. El ilegalismo económico ha formado siempre parte de la sociedad. Llevamos años escuchando las fallas de mercado y hemos ido perfeccionando una ingeniería económica: apertura del comercio exterior, banco central autónomo, privatizaciones.6 Aun así, seguimos infringiendo la norma económica, sobre todo porque, a pesar de esta disciplina económica (política). persiste la desigualdad y también persiste el desacuerdo. Persiste el “crimen”, pero no sólo eso: es de grandes dimensiones. Son muchos los pobres de este país. Son muchos los criminales de este país. Entonces, en un sentido práctico, tal como lo expone Foucault, nuestro país muestra uno de los puntos vulnerables del régimen panóptico: disminución de la utilidad de la delincuencia por la “constitución a una escala nacional o internacional de grandes ilegalismos directamente conectados con los aparatos políticos y económicos (ilegalismos financieros, servicios de información, tráfico de armas y de drogas, especulaciones inmobiliarias)”.7 En otras palabras, dado que en realidad no se busca eliminar al crimen, éste puede crecer a gran escala y dejar de ser tan útil y dócil, como sucede en este caso. El régimen puede ser autodestructivo.

La otra observación va en un sentido ético. La constitución de un sistema de este tipo no permite cuestionar a la norma, por lo que existe una represión de los cuestionamientos y de las libertades. De aquí que me sea difícil cuestionar a la eficiencia económica pero también que me sea (más) difícil apoyarla. Cuestionarla tiene demasiadas implicaciones políticas, pues el “poder de castigar” se presenta “natural y legítimo”8 –cabe aclarar que el poder de castigar se muestra, siguiendo al autor, incluso en el propio cuerpo, por lo que las implicaciones políticas de las que hablo también son propias–. Apoyarla sería una deshonestidad intelectual, pues todavía hay una infinidad de preguntas sin responder. El ejercicio de pensar se dificulta por la vigilancia.

La primera observación nos invita a pensar si en realidad a nuestro país le es tan útil una lógica económica (¿no es más bien que le es útil a unos cuantos?). Pareciera como si ante la enorme diversidad que nos alberga fuese de una complejidad impensable construir un sistema disciplinario eficaz: existen demasiadas fuerzas opuestas. Por su parte, la segunda observación nos invita a evocar la naturaleza lastimada de nuestro país y la falsa promesa de una democracia que siempre apunta hacia una lógica determinada. El tamaño del crimen en nuestro país muestra el tamaño de lo sometido. Las “libertades” que permite el régimen político son libertades constreñidas: se es libre dentro de una cierta ideología. El otro está enfermo.

La economía tiene la pretensión de separarse de la política. El neoliberalismo habla de un gobierno escueto y angosto, en parte, por una supuesta desconfianza en la política: los políticos roban o toman ventajas del poder. Mientras tanto, los que apoyan la acción del gobierno buscan un remplazo de los políticos por técnicos (economistas) –o unos nuevos políticos que conozcan bien la lógica económica–. Los políticos son, ahora, los delincuentes. Individualización (políticos), caracterización (rateros, corruptos, ventajosos), distribución (“los políticos a las Cámaras y alejados de cuestiones económicas”) y control (al menos eso se intenta) de los ilegalismos económicos. El poder es invisible; tan invisible que se le atribuye a una fuerza abstracta, “de mercado”.

Este país necesita ingenieros. La economía vigila.

 


1 Este es sólo un ejemplo muy general, pero el análisis económico puede ser mucho más puntual: ¿en qué regiones específicas del país faltan ingenieros?, ¿qué industrias son las que necesitan ingenieros?, ¿qué edades abarcan los jóvenes?, etc.

2 Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, México, Siglo xxi Editores, 2005, p. 202.

3 Ibid., p. 197.

4 Ibid., p. 301.

5 Ibid., p. 282.

6 Aclaro, una vez más, que no es precisamente que yo esté en desacuerdo con estas medidas, pero me parecen, en el mejor de los casos, terriblemente insuficientes.

7 Ibid., p. 312

8 Ibid., p. 308.