Opción 173, Diciembre 2012.


                RE
NACÍ

Cualquier revelación de este tipo permanece en la persona: ahora forma parte de su ser. Más exactamente: de su nuevo ser. Ha descubierto algo. Re-velar,1 des-cubrir, in-ventar, re-crear.

Las ideas de dicho ensayo2 se utilizarán implícitamente. Citarlas sería ex-traerlas, cuando más bien las traigo ya. Sin embargo, de ninguna manera se pretende robar las ideas de alguien más. Si acaso, el robado fui yo. Cualquier encuentro deviene nacimiento: el ensayo y yo devenimos el presente ensayo.

La vida es un duelo continuo: como una línea: una cantidad infinita de puntos. Para pasar de un punto a otro hay que vivir un duelo, pues hemos perdido el punto anterior. Solemos pensar en la vida como un segmento (de línea), como el segmento que va del nacimiento a la muerte (corpórea). Pero digo línea refiriéndome al movimiento vital en general y no específicamente al segmento que representa a la vida del cuerpo. Podemos afirmar que la vida es línea que contiene segmentos. Sólo es cuestión de perspectiva: micro o macro, clásica o cuántica.

Veámoslo desde otro punto de vista. Supongamos que vivimos en el mundo de una dimensión. Ahora pensemos que toda la vida de una persona se mueve dentro de una sola dimensión. Entonces su vida sería un segmento. Ahora imaginemos que, dentro de la vida, podemos movernos en más de una dimensión. Entonces la vida comienza a parecerse más a un árbol (a la vida): al final de un segmento, es posible que surjan otros segmentos, como ramas. Y si pensamos que la vida es un movimiento ascendente o “de subida”,3 como un árbol que crece hacia el cielo, necesitaremos una dimensión más. Si observamos todos los segmentos de la vida de un árbol a partir de una sola dimensión quizás observemos una sucesión de segmentos separados por un abismo. Si alejamos la imagen, tal vez observemos todo como un solo segmento. La separación entre segmentos (vistos como puntos entre más nos alejamos) indicaría un giro: moverse en otra dimensión. Abismo: diferencia, otredad, discontinuidad.

María Lebrija Jenkins, Fronteras del otro. Opción 169, 2012.

María Lebrija Jenkins, Fronteras del otro. Opción 169, 2012.

LA VIDA ES UNA LÍNEA RAMIFICADA

Duelo significa enfrentamiento y, a la vez, sentimiento por una pérdida. La vida es un conjunto infinito de duelos. Para los psicoanalistas, el primer duelo es por perder a la madre.4 Enfrentar al padre, perder a la madre. Por ahí dicen que las etapas del duelo son la negación, el enojo, la tristeza y la aceptación. Negar que mi madre no es mía. Enojarme porque no es mía. Llorar su pérdida. Aceptarlo al buscar a mi pareja amorosa. Pero podríamos hablar también del duelo de salir del vientre materno,5 de ser expulsado. Y el duelo de la madre por expulsar al bebé, que comenzó6 con el enfrentamiento del acto sexual. Pero dentro del vientre materno la criatura también vive un constante dejar de ser para ser algo más: cigoto, embrión, feto. Viejo problema de Heráclito. La vida es un conjunto innumerable de pérdidas-nacimientos. Entre la pérdida y el nacimiento hay un vacío.

          EL CUERPO SE DESINTEGRA-REGENERA A CADA INSTANTE

El abismo es un punto –o más bien un vacío– de atracción. Nos atrae el abismo, la muerte, la pérdida. O si no “nos atrae”, el paso del tiempo lo atrae. El abismo atrae porque el abismo es revelación. El amor imposible de la madre es caer ante un vacío, una pérdida de sentido, pero al mismo tiempo es obtener conocimiento: descubrir, abrir los ojos. La revelación es aquel inevitable enfrentamiento con la realidad. Pero todo hallazgo es, a su vez, una pérdida del sentido anterior: duelo. A la pérdida se le llora. Luego, a la obra de arte que revela, también se le llora. Al revelar, la obra de arte transforma, y su transformación conlleva una pérdida. Por lo tanto, es un error clasificar a la tristeza como sentimiento meramente negativo: la tristeza antecede a un nacimiento.

Digo nacimiento porque, al perder algo, el ser no puede continuar siendo el mismo. Su movimiento es ahora necesariamente distinto: busca moverse en una nueva dimensión. Al resolverse un enfrentamiento, algo es expulsado, defecado, pero al mismo tiempo algo nuevo se yergue, se eriza. Dejar de ser para ser. Además: morir para re-nacer, pues el nuevo nacimiento parte del ser anterior, lo ramifica. El ser anterior no se anula en su totalidad, sólo una parte de él.

Es posible pensar en el abismo también como una dispersión infinita: en algún momento algo nació –nacer también es con-solidar, re-unir, integrar–, creció y explotó en el encuentro con algo más: se abrió. De aquella dispersión surgieron nuevos nacimientos. Dicho movimiento es el de la vida humana: todo el tiempo el ser humano se consolida y luego se dispersa; adopta ideologías que posteriormente explotan; consolida amistades que luego se disipan. Y esto puede suceder en el transcurso de un día, de una hora, o de unas décadas. Es decir, independientemente de la escala con que observemos una vida, su movimiento es el mismo: dispersar-reunir; abrir-cerrar. La vida contiene vidas. El universo contiene universos. El segmento contiene segmentos.

LA         VIDA       ES             F RA CT AL.

Espacio inimaginable entre la muerte y la vida. Cuando finalmente el llanto se desborda como un río que ha descubierto que debe correr hacia el mar, y expulsamos con las lágrimas la cristalización de sueños, ideas o deseos muertos; existe entonces un instante de silencio dentro del cual el mundo deja de girar, el tiempo se detiene. Caída al abismo, silencio, instante, sueño, trance: punto de inflexión. Entropía infinita: el universo (o ser humano) se derrama para luego reacomodarse. Entonces hablamos también de la inmovilidad, pues en aquel instante todo permanece abierto y nada cambia: eternidad. Espacio divino sin tiempo, pues tiempo implica cambio, y cambio implica vida-muerte. Posteriormente brota una nueva dimensión. Sin embargo, el brote es posterior a la dimensión anterior, y no al instante, pues instantes hay en cada infinitud de puntos del tiempo y todos parecen ser iguales. Sólo podemos hablar de posterioridad si hablamos de tiempo. De ahí que, entonces, el instante sea aquel “tiempo” mítico que ya conocíamos, el tiempo cíclico, el embeleso: aquel sentimiento de poder tocar el cielo al fin. Disipación de las tensiones y contradicciones. Tiempo armonizado, tiempo abierto: no existe separación entre los cuerpos ni entre los sonidos. No hay yo, pues no hay otro. Lo Otro se funde con el yo. Tampoco hay ser, pues soy nada o lo soy todo. Los nombres estallan: resulta que de ser tal, ahora puedo ser tal otra cosa. El puedo es el instante.

EL SILENCIO ESTÁ,

PERO FUERA DEL TIEMPO

Parece inexplicable pensar que si una persona ha logrado tocar el instante, vuelva a integrarse al tiempo. ¿Qué nos hace volver? Pareciera que hay algo pendiente. Pero además: ¿qué es lo que vuelve? Si bien podemos hablar de aquellos nudos del nacimiento y de la experimentación de una dispersión de la “mente” –por no haber encontrado mejor palabra–, el cuerpo no se ha dispersado. El cuerpo se dispersa realmente hasta que muere, y entonces se disuelve en la naturaleza. De ahí la idea de que el alma esté atrapada en el cuerpo: no es sino hasta que el cuerpo muere que podemos hablar de que el ser de una persona verdaderamente se abre. Luego, el cuerpo es aquello que nos hace volver al tiempo: la vida del cuerpo es aquello fatalmente temporal. La experimentación del “instante” durante la vida es entonces incompleta: es más bien un trance, un sueño.

AL SILENCIO
NO LO HEMOS ESCUCHADO NUNCA

No es gratuito que Villaurrutia haya puesto tanto énfasis en relacionar a la muerte con el sueño.7 Durante el sueño perdemos consciencia. El sueño refleja al inconsciente; al no-consciente; al no-ser latente. Olvido del tiempo de la vida, del mundo en el que vive el cuerpo. La mente viaja hacia el mundo de las posibilidades, donde lo establecido, lo que es, puede ser de otra manera. Sedición, revelación de pasiones a veces inimaginables. Nos abrimos, aunque el cuerpo permanece integrado sobre la cama. Cuando dormimos, morimos (o matamos), confrontamos a nuestro mundo interior con aquel mundo exterior impuesto, y del choque nacen nuevas formas de ser. Sin embargo, la muerte no es completa, pues ha quedado algo pendiente: el cuerpo. El sueño es muerte y a la vez no lo es, pues por acá donde ya amaneció, todavía somos. O más bien: somos algo nuevo. Muerte-nacimiento: dormir-despertar. Al despertar, la luz nos deslumbra como al recién nacido: exploramos un nuevo mundo.

LA VIDA                               ES UN TRANCE

Los animales no lloran. O no lloran como el hombre lo hace. Los animales no pierden su ser. En primer lugar, porque aun situados en el tiempo discontinuo8 en el que la vida se renueva todo el tiempo, sus instintos permanecen constantes. Por otra parte, su muerte es un suceso tan natural que es posible afirmar que para los animales no es ruptura. La muerte es ciclo. La teoría de la evolución biológica de Darwin, sin embargo, arrojó una luz en tanto que mostró que detrás del mundo animal sí existe una especie de “ser”. Ser que evoluciona, cambia, se adapta. La vida es una infinitud de duelos: la adaptación de especies (que implica cambios), la extinción de especies, el árbol que nace y muere, el homo erectus que deja de serlo para ser homo sapiens. Y son las aguas del planeta las que lloran: las lluvias, las cascadas, los ríos. También el hombre llora por lo que dejó de ser.

Entonces el hombre es ángel caído. Es infinitud “yecta”,9 o infinitud acotada en palabras matemáticas. Un infinito enjaulado: infinito vivo. Dice el teorema de Bolzano-Weierstrass que un conjunto de p dimensiones10 que es infinito y además está acotado necesariamente tiene puntos de acumulación. Tomemos un punto en el tiempo de la vida de un hombre, quitémosle dicho punto (instante). El teorema anterior nos dice que cualquier intervalo de tiempo alrededor de dicho instante –si el instante es punto de acumulación y al menos debe existir uno de estos puntos– intersecta a la vida de la persona. Es decir que alrededor del instante se acumulan todos los tiempos de la persona. El instante es el tiempo de los tiempos.

María Lebrija Jenkins, Fronteras del otro. Opción 169, 2012.

María Lebrija Jenkins, Fronteras del otro. Opción 169, 2012.

EL TIEMPO SE ARROJA
                                             HACIA EL INSTANTE

Cuando una persona muere, fue algo. Pero cuando alguien deja de ser de una forma, también decimos que fue de tal forma. Entonces la muerte humana es dejar de ser dentro del cuerpo. Pero también dejar de ser dentro del cuerpo significa dejar de tener control sobre el ser. Si el ser humano finalmente se abre todo, entonces se abre al Ser. Se vuelve parte del ciclo de la vida, de la naturaleza, de la tierra. Su infinitud se dispersa. Entonces ya no es el mismo pero ahora tampoco es él mismo. Deja de contener a los instantes, que son armas de la creación. La voluntad humana se torna Voluntad al momento de su muerte.

Hemos hablado ya de que la transformación del ser del hombre ocurre cuando éste se abre ante una revelación. La revelación proviene de un encuentro: con el padre, con el mundo, con aquella persona, con aquella idea, con aquella obra de arte. Entonces nos abrimos a la posibilidad, dejamos de ser lo que antes éramos, y comenzamos a ser algo nuevo. El universo que somos se ha reconfigurado a nuestra voluntad. En el encuentro con el otro, tal infinito encarcelado ha sido penetrado, ha sido rajado a su voluntad,11 para luego reintegrarse en un nuevo ser que es a partir del otro o de lo otro. Por lo tanto, aquel otro que penetró ha trascendido, pues aquello penetrado tiene parte de la esencia del que penetró. Esta dialéctica se explica mediante el movimiento de apertura: la penetración abre, todo se dispersa, todo puede ser; luego, el que era, ahora también puede ser otro.

COMPARTIMOS EL ABISMO

El ser humano es pasividad y actividad. Su pasividad le permite ser penetrado y, por lo tanto, le permite reinventarse. Su actividad le permite penetrar a la vida más allá de él y transformarla. De esta forma es posible trascender a la vida propia: penetrando más allá del propio cuerpo. A diferencia del animal, el hombre penetra al ser y no sólo al cuerpo. Su sexualidad es también erotismo. Está el sexo y está también el amor. Abrir el cuerpo y abrir el espacio entre una mente y otra. Morir en brazos del otro. También se penetra a través del arte y se penetra a través de las ideas, de la filosofía. De hecho, quizás haya incontables formas de penetración.

Entonces el riesgo del hombre no es exactamente morir. El riesgo del hombre es morir sin haber transformado. Pero transformadores somos todos y a cada día. Trascendemos: hacemos, penetramos. Pero, ¿con qué calidad trascendemos? Quizás ésta sea una pregunta de muy difícil respuesta, pero tampoco es imposible asomarnos a la verdad. Está quien penetra violando y transforma la vida del otro para volverla cerrada y temerosa. Sin embargo, también está un Beethoven, un Brahms, un Liszt, un Mahler, un Bach, un Wagner, un Rachmaninoff, un Chopin, un Stravinsky… Una lista interminable –que en este caso es musical por razones meramente personales, pero que podemos extender a cuantos ámbitos queramos– de seres que incluso podemos nombrar. Seres que a través de los siglos hoy todavía penetran nuestro ser de una forma elegante. Y así es como nos podemos enamorar del hombre de hace unos cientos de años. O incluso seres cuyo nombre desconocemos, pero que también penetran nuestro ser: el mundo prehispánico todavía hoy se infiltra. Seres-obras inmortales cuyo juez supremo quizás ha sido el tiempo, sin ser este juicio una cuestión cuantificable. Quiero decir: también la violencia se nos inyecta y ha trascendido a los tiempos. No obstante, más que abrirnos, nos viola. ¿Quién se atrevería a juzgar del mismo modo a un Platón que a un Hitler? El tiempo arroja una luz al hombre perdido en el relativismo.

María Lebrija Jenkins, Fronteras del otro. Opción 169, 2012.

María Lebrija Jenkins, Fronteras del otro. Opción 169, 2012.

PARA NO EXTRAÑARME VIVIRÉ EN MI OBRA Y EN EL OTRO

Hedonismo. Ello caracteriza a la sociedad hoy en día. Placeres, sensaciones, exaltaciones. Drogas. Debemos disfrutar la vida, pues se nos va. El hombre de hoy se deja penetrar por una sustancia química o por un falo. Todo lo demás le parece inútil, pues morirá y sus pensamientos o sentimientos se difuminarán. O peor: cesarán abruptamente. Cultura popular: se adopta la ideología de moda, la más fácil y la que permite obtener los mayores placeres. A la hora de actuar, los actos de las personas se repiten por todas partes. Se repiten las ideologías y las tendencias. Penetra un falo o un objeto y no un hombre.

Este juego de vida cae en su propia trampa: en efecto, al vivir la vida de esta forma el ser se difumina cuando llega la hora de la muerte. La vida cesa abruptamente, pues se reduce a vida corpórea. En efecto, las sensaciones son pasajeras. Pero no es pasajero lo que tengamos que decir sobre ellas –o no necesariamente– de acuerdo con lo que hemos expuesto hasta ahora. Para esto es necesario tener sexo también con las palabras. Tocar el cuerpo del otro y hablarle con el roce de labios en un silencio infinito.

 


1 La palabra “velar” tiene, según la Real Academia Española, un doble significado: sobresalir y también cubrir. Esta ambigüedad del lenguaje no es gratuita. Consultado el 29 de octubre de 2012 en: http://lema.rae.es/drae/?val=velar

2 Miguel Ángel Cabrera S., “Borges y san Agustín: el viaje de la eternidad”, Opción, núm. 172.

3 Tomo este concepto de la filosofía de Bergson, para quien el movimiento vital (de subida) retarda al movimiento material. H. Bergson, Obras escogidas, Madrid, Aguilar, 1963, p. 491.

4 Habría que aclarar que en realidad el análisis que hace Sigmund Freud de la vida es más profundo. En su ensayo “Más allá del principio del placer”, afirma que “[la] meta de toda vida es la muerte”. Y con igual fundamento: “Lo inanimado era antes que lo animado” (p. 118), para explicar que existen instintos de muerte en el ser humano. Además: “la tendencia dominante de la vida psíquica [es] la aspiración a aminorar, mantener constante o hacer cesar la tensión de las excitaciones internas” (p. 136). Con esto podríamos decir que el primer duelo en realidad es el de venir a la vida. Vivir es perder lo inanimado. Tan es así que nuestra tendencia psíquica es, según Freud, a reducir la tensión que vivir representa. S. Freud, Psicología de las masas: Más allá del principio del placer: El porvenir de una ilusión. España, Alianza Editorial, 2005.

5 Ruptura del cordón umbilical, hecho al que Octavio Paz otorga una importancia primordial. O. Paz, El laberinto de la soledad. Postdata. Vueltaa El laberinto de la soledad. México, Fondo de Cultura Económica, 2004.

6 Comienzo se vuelve un término conflictivo cuando consideramos que hay una cantidad infinita de comienzos.

7 X. Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, México, Fontamara, 2007.

8 Hay una dificultad cuando se afirma esto, pues están situados en el tiempo según nuestra percepción.

9 Esto es poniéndolo en términos de Heidegger. Lo que quiero decir es que el ser humano es un ser infinito, pero arrojado al mundo. M.Heidegger, El ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 1974, p. 201.

10 Ya hemos mencionado anteriormente que el hombre se mueve en distintas dimensiones. 


11 Digo a su voluntad, sobre todo hablando de las interacciones interpersonales, pues existen razones para pensar que el ser humano sabe protegerse del otro, y que sólo se abre ante éste cuando le atrae algo: su ser quiere ser también eso otro.