Opción 150, Mayo 2008.


¿Es la muerte más real que la vida? ¿Acaso los sueños no forman parte de la vida tanto como la vigilia? El libro [El gran Gatsby] penetra en a raíz del problema de la propia ficción al subrayar que la ficción es necesaria para la vida, no sólo en forma de libros sino también de sueños, de sueños que enmarcan el mundo y le proporcionan significado.
Siri Hustvedt, “Las lentes de Gatsby” en Una súplica para Eros.

 

Al iniciar este ensayo estuve a punto de cometer una tontería. Originalmente lo titulé El ser y el arte. Cambié el título porque me recordó el absolutismo de los grandes plomos alemanes de los siglos XIX y XX. A estas alturas de la historia del mundo, hablar del ser es algo más que una abstracción: una auténtica grosería. Cambié “ser” por “hombre” porque las esencias me parecen cada vez más sospechosas. Claro que servirse de la palabra hombre en su acepción de nombre genérico puede molestar a algunas entusiastas del género gramatical, pero no me importa. Sigo creyendo en los derechos del hombre y del ciudadano, que incluyen a las mujeres y a las ciudadanas. Sin embargo, en la redacción de este texto rara vez me sirvo de la voz hombre. Puede parecer paradójico, pero creo que expresa mejor mis ideas el concepto seres humanos, cuya diversidad me resulta evidente. En el título, en cambio, estas dos palabras resultan disonantes.

1. LA ÚTIL REALIDAD DEL MUNDO

Hubo un tiempo en el que los seres humanos vivían en el mundo de una sola verdad (nos recuerda Milan Kundera en El arte de la novela) y, para colmo, absoluta –como la que seduce al autócrata Ratzinger–. Con el advenimiento de los tiempos modernos ese mundo estalló como si se hubiera estampado en él un gigantesco meteorito, y el lugar de la única verdad fue ocupado por un sinnúmero de verdades relativas –que tanto irritan al dogmático señor Ratzinger–. Durante mucho tiempo ese cambio se percibió como irreversible –para disgusto de ese integrista señor– y, al parecer, sólo el establecimiento de una inquisición planetaria podría restaurar el mundo de una única verdad –absoluta, por supuesto–. Para fortuna de los seres humanos, esta empresa se revela todavía imposible, pero no porque haya una resistencia mayoritaria a esa restauración, sino porque son varias las instituciones (confesionales y de Estado) que se disputan la reinstalación de sus absolutos, y recurren a la progenie de sus perros guardianes más temibles: el longevo Tribunal de la Santa Inquisición (hoy disfrazado de Congregación para la Doctrina de la Fe, niña mimada de Herr Ratzinger) y, más cerca de nosotros, la policía de los universos totalitarios del siglo xx. En nuestros tiempos anhelan un mundo de verdades absolutas tanto los jerarcas musulmanes y católicos como los actuales gobernantes estadounidenses. Debido a que los intereses de unos y otros no siempre coinciden, esta restauración aún está lejos de ser posible, pero nada o casi nada impide que cada uno de ellos intente hacerla realidad en el interior de sus propios dominios y aun de los ajenos. Los gobernantes norteamericanos tratan de imponer su verdad absoluta de la libertad (lindo oxímoron) tanto en el interior de su país como, mediante la fuerza, en algunos –no todos– feudos musulmanes. Dentro de ese retrógrado universo cuentan con sátrapas con los que están asociados en Kuwait, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. En Occidente hasta hace poco estuvieron a su servicio los procónsules de algunos de sus nuevos protectorados: Aznar en Hispania, Berlusconi en el Latio y Blair en Britannia. Los dirigentes musulmanes más fanáticos defienden su propia verdad absoluta y sacan partido de la violencia de los gobernantes estadounidenses al fomentar el odio religioso que desemboca en el terrorismo suicida, cuya principal víctima es la población civil de uno y otro bando. El señor Ratzinger se suma a la guerra santa encabezada por Bush y compañía con un discurso en Ratisbona en el que recuerda la práctica musulmana de la guerra santa para imponer su fe, pero olvida las acciones militares ejecutadas o bendecidas por la Iglesia católica para imponer la suya en Europa y en América. Además, vuelve a poner en circulación la amenaza del infierno como algo real y físicamente existente para mantener a su feligresía bajo férreo control mediante el recurso del miedo. Ante tamaña barbaridad se puede uno preguntar, entre otras cosas, ¿cómo es posible que el infierno físico queme las incorpóreas almas? Como los teólogos estilo Ratzinger tienen una respuesta para todo, no es difícil que imaginen un alma castigada con un fuego incorpóreo, o que se vuelve corporal una vez que ingresa en el averno. De hecho, en las piadosas estampitas y beatíficos cuadros que representan el infierno, las almas son tan corporales como las lenguas de fuego que alegre y danzarinamente las tuestan.

Con tantas verdades que aspiran a ser la única y absoluta seguimos viviendo, sin lugar a dudas, en un mundo de relativas verdades absolutas, que en diversos campos se homologan. Entre otros, en el de su radical misoginia. Pero este es sólo un aspecto englobado dentro de algo más amplio. En un artículo titulado “El regreso de lo retrógrado”, el escritor Adolfo García Ortega escribe: “Curiosamente, en el marco del retrogradismo, la Iglesia católica y el Islam, viejos enemigos mutuos a sangre y fuego, están íntimamente unidos, hasta el punto de coincidir en lo más paradigmático de su esencia común: la manipulación de la verdad, y con ello la manipulación de las vidas y los derechos de las personas, evitando su progreso hacia la libertad y legislando el hechizo inmovilista del origen, del pasado perfecto del que nunca se debió haber salido. El Islam nunca ha ido hacia delante, tiene un efecto lastre para sus fieles. La Iglesia católica también lastra a los suyos con la imposición de su doctrina ancestral a lo largo de una historia tortuosa”.1 Aun cuando están en guerra contra una parte de ese Islam que se ahoga en la barbarie, los gobernantes de los usa coinciden con él en la práctica del terror y la tortura (Guantánamo, Abu Ghraib y quién sabe cuántas cárceles más), se entienden muy bien con el inquisidor Ratzinger en su guerra santa contra los laicos relativistas, y quieren lastrar a su país y al planeta con la imposición de su verdad absoluta de la libertad. El papa retrógrado y los gobernantes de los usa son apoyados con alegría por los representantes de la barbarie que crecen como espinosos cardos en el erial de la ultraderecha española (nacional-católica), mexicana (mojigata, arzobispal y cardenalicia) e italiana (cardenalicia y berlusconiana) porque, es obvio, esta nueva cruzada también es útil para ellos.

2. EL MUNDO EN SU INÚTIL REALIDAD

¿Cuáles son, entonces, las posibilidades de los seres humanos y su derecho a la libertad y a la verdad relativa frente a esta sacrosanta y brutal embestida?

Están las organizaciones no guberrnamentales, pero por lo general sus acciones tienen poco alcance. Algunas están entregadas exclusivamente a la defensa de las ballenas, las focas o los delfines. Otras luchan contra el hambre o la pobreza en el mundo. Otras más se oponen a las guerras. Y hay las que resisten al cambio climático y al calentamiento de la Tierra. No está mal ocuparse de estos asuntos. Mejor aún: está muy bien. Pero se trata de acciones desarticuladas que no enfrentan la arremetida globalizada de los detentadores de verdades absolutas entretenidos en liquidar ballenas, focas y delfines, producir guerras, hambre y miseria, imponer el terror mediante la combinación de prédicas mojigatas y torturas, y generar el calentamiento global con actividades civiles y militares, productivas e improductivas que están en el origen de los trastornos climáticos atribuidos, como si de travesuras se tratara, a dos inocentes criaturas: el niño y la niña. Los intereses particulares de estos depredadores son las auténticas verdades absolutas, que sitúan muy por encima de las verdades relativas que no hacen daño a nadie. En consecuencia, las ongs poco pueden hacer en defensa de la vida en el planeta y de los seres humanos y sus libertades en general. Un ejemplo muy claro es el hecho de que, pese a sus protestas, las ongs no impiden la circulación de los buques que encallan o se hunden y derraman petróleo en todos los mares del planeta.

Están también las comisiones y comités de derechos humanos que existen por todas partes, pero el alcance de sus acciones es siempre muy limitado y aun infructuoso. No pudieron hacer nada para impedir o detener el genocidio en las diferentes regiones de la ex Yugoslavia, en Chechenia o en Ruanda. Muy poco pueden hacer en países como México, donde los presidentes de esas comisiones son impuestos por poderes parapetados tras verdades absolutas tan falsas como el crecimiento económico y la economía de mercado, y a menudo cuestionados por ignorar la cotidiana violación de los derechos humanos. A propósito de la economía de mercado, digo que es una falsa verdad absoluta porque “quien erige al mercado en juez supremo pide la intervención del Estado cuando todo va mal”.2 Es también en estos países donde la ley no es igual a la justicia, como lo demuestra con frecuencia la acción de los tribunales que imponen a aquélla por encima de ésta. En el mundo actual hay países y gente que crecen económicamente, mientras otros países y personas decrecen en el mismo terreno, y el libre mercado está supeditado a las necesidades y caprichos de los monopolios de Estado y de particulares, protegidos por leyes que son injustas o se aplican al margen de la justicia. En tiempos de Jesse James, la ley favorecía los poderosos intereses de los yanquis modernizadores y atentaba contra los derechos de los derrotados confederados. Por supuesto que los poderosos del Sur se oponían a la abolición de la esclavitud, pero una vez que concluyó la Guerra de Secesión se aliaron con sus homólogos del Norte y conjuntamente atentaron contra los derechos de la mayoría de la población sureña. Hasta hace algún tiempo me parecía que la derrota del Sur había sido muy positiva. He cambiado de parecer: sin titubeos, me identifico con la resistencia de Jesse James y su pandilla a la imposición de la ley en contra de la justicia. Jesse y los suyos eran personas más auténticas que los pandilleros industriales del Norte. Como Zapata y los suyos, esos pistoleros peleaban para trabajar la tierra que les fue arrebatada en nombre del Progreso –una de las verdades más absolutas de los últimos tiempos–. Sin embargo, la acción de estos desperados no evitó el avance del destructivo progreso modernizador, cuyos efectos atentan contra la supervivencia de la Casa Tierra (Edgar Morin).

Froh, Opción 120, 2003.

Froh, Opción 120, 2003.

3. LA FICCIÓN Y LA VIDA

Impensable una acción global contra la depredación del planeta, tal vez sólo queda la resistencia individual, pero ajena al uso de las armas propias de Robin Hood, Jesse James, Bonnie y Clyde o el Che Guevara. El asesinato sólo es admisible en la poesía y en la literatura. ¿Qué importa que Aquiles mate a Paris en la Ilíada, si esta muerte no es real ni hace daño a nadie? Tampoco importan las numerosas víctimas a manos de los criminales que pueblan las obras de Shakespeare si, a fin de cuentas, se trata de muertes ficticias. ¿Realmente asesinó el Raskólnikov de Dostoievski a la usurera de Crimen y castigo? ¿El Mersault de Camus al argelino en El extranjero? ¿Está muerto el hombre asesinado por el Huguenau de Broch en Huguenau o el realismo? Estos personajes sólo están muertos en las novelas de esos escritores. Están vivas, en cambio, las percepciones del mundo que tuvieron sus autores y que han motivado la reflexión de escritores como Milan Kundera, a la cual quiero añadir algo ahora. Raskólnikov se arrepiente de su crimen porque en aquel tiempo todavía hay lugar para el arrepentimiento. Mersault no tiene de qué arrepentirse porque ni siquiera sabe por qué mató. Huguenau es la representación de una época que prefigura la nuestra: mata a un hombre y al día siguiente ya olvidó su crimen. ¿Por qué la época en que Huguenau comete su crimen prefigura la nuestra? A partir de 1938, fecha en la que se sitúa la acción de Hugenau, los crímenes cometidos pasan rápidamente al olvido. Para los antisemitas de hoy el Holocausto es una exageración, cuando no una mentira. La memoria de este genocidio no incluye, sin embargo, a los gitanos, a los que por regla general se ignora. La guerra de Corea desdibuja el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial. Las mortíferas guerras de independencia en África despintan la Guerra de Corea. La de Vietnam a las de independencia africana. Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Chechenia, Ruanda, Afganistán, Irak borran todas las anteriores. Las que vienen (por supuesto que, ¡lamentablemente!, vienen) harán olvidar las actuales. La historia ya no es memoria, sino olvido, excepto en el plano del arte y la literatura, donde la inmortalidad de la obra mantiene vivo el recuerdo y, sin proponérselo, advierte también sobre lo que amenaza la existencia de los seres humanos y su libertad.

Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 jamás se olvidarán porque el cuadro de Goya está ahí para recordárnoslos, aunque ha sido preciso restaurarlo porque otra guerra, la guerra civil española, lo dañó. El bombardeo de Guernica es indeleble gracias a Picasso. Estas obras de arte y no el estúpido monumento al soldado desconocido son memoria.

En muchas de sus diferentes particularidades, la memoria de otras épocas está viva en Madame Bovary de Flaubert, en Noventa y tres de Victor Hugo, en Los hermanos Karamázov de Dostoievski, en Ana Karénina de Tolstoi, en En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, en Ulises de Joyce. Pero las grandes obras de arte no sólo son memoria. En ellas el artista incursiona en el porvenir aun sin proponérselo. No me refiero, por supuesto, a las novelas de ciencia ficción, en donde el futuro es mero capricho y no precisamente ficción. El artista es capaz de ver más allá de su tiempo porque observa más atenta y más profundamente la realidad que aquellos individuos que sólo la ven por encima y se quedan en las apariencias, como le ocurre a los especialistas en el campo de las llamadas ciencias sociales, que siempre van a la saga de los acontecimientos. Sociólogos y politólogos estudiaban el movimiento obrero en los Estados Unidos cuando se rebelaron los negros. Analizaban la revuelta negra cuando protestaron los estudiantes. Incursionaban en esta protesta cuando hizo acto de presencia el feminismo. Repararon en el feminismo cuando entraron en escena las demandas de los homosexuales.

El capote de Gogol, Recuerdos de la casa de los muertos y Memorias del subsuelo de Dostoievski, El pequeño soldado Sveick de Jaroslav Hasek son obras que, cada una a su manera, dan cuenta de un presente que encierra el porvenir. El pequeño funcionario de El capote es la anticipación del simple burócrata humillado por sus congéneres, que hoy es representado por millones de personas tanto en el sector público como en el privado. En Memorias del subsuelo se vive ya la falta de privacidad que se profundiza en El castillo de Kafka y que está lejos de agotarse. En Recuerdos de la casa de los muertos están ya las reflexiones sobre el inconsciente cuyo alcance es mayor que el del futuro psicoanálisis, sobre el absurdo de la vida que prefigura el surrealismo y sobre la preocupación por el presente que anticipa el existencialismo, pero en ningún momento se trata de especulaciones filosóficas, sino de reflexiones que surgen del contacto con la realidad. La novela de Hasek cuestiona –como lo anota Kundera en El arte de la novela y lo reitera en El telón– el sinsentido de la guerra, que se habría de profundizar a lo largo del siglo xx con el Céline de Viaje al fin de la noche y que seguramente irá más lejos en el xxi.

No son pocas las novelas en donde estos y muchos otros autores advierten (sin hacerlo en forma expresa) que el futuro de la humanidad está en juego. Leerlas o releerlas es un ejercicio saludable cuando se quiere escapar al desánimo y a la apatía que la lacerante realidad puede provocar. Por lo mismo, este ejercicio no es un subterfugio ni una huida, sino una manera de enfrentar el mundo con otro ánimo, con otro espíritu. La ficción novelesca, que es una forma del sueño, puede ser más vital que la abstrusa realidad: “la ficción es necesaria para la vida, no sólo en forma de libros sino también de sueños, sueños que enmarcan el mundo y le proporcionan significado”.3 Octavio Paz tenía razón al escribir, hacia el final de El laberinto de la soledad, que México está solo, pero de la misma manera que todos los países están solos. El mexicano de hoy está solo, pero no más solo que los demás habitantes de la Casa Tierra, y tal vez un concierto de solos que trasciendan, como en otras épocas, las fronteras y las creencias, y se hermanen en la literatura y el arte sea la única manera de hacer frente a la útil realidad del mundo o a éste en su inútil realidad.

 


1 El País, 14 de febrero de 2008.

2 Alfredo Pastor, “Entre la espada y la pared”, El País, 19 de febrero de 2008.

3 Siri Hustvedt, Una súplica para Eros, Barcelona, Circe, 2006, p. 95