Opción 119, Abril 2003.


…Súbitamente, mudos, sin emitir más que algunas interjecciones de admiración, miraban y contemplaban. Todos sus sentimientos, todas sus impresiones se concentraron en sus miradas, como se concentra la vida entera en el corazón cuando se sufre una emoción violenta.
Julio Verne, Alrededor de la luna

 

El cielo ha sido noticia nuevamente, “el Columbia se ha perdido”. Como en 1986, cuando el transbordador espacial Challenger estalló segundos después de sus despegue, febrero de 2003 supone nuevamente una conmoción para los actores directos y estudiosos del cosmos. Al mismo tiempo, aunque sólo haya sido por unos días, los ojos y las mentes de los hombres se dirigieron hacia el cielo.

Situación excepcional, si tomamos en cuenta sociedades con altos índices de apatía en todo sentido. Al respecto, el astrónomo español David Galadí Enríquez expone lo siguiente: “es una paradoja, que en la época de los grandes descubrimientos sobre el universo, no lo miremos”.2 Es por esta razón que la divulgación de la ciencia astronómica resulta tan valiosa, y desde luego la de todas las demás ciencias. Aunque no soy ninguna autoridad en astronomía, acaso un solidario y constante admirador de quien la estudia profesionalmente, valoro tal acción, porque sé que con un telescopio pequeño, los ciudadanos comunes podemos ver hacia arriba y tener esa misma sensación. Por eso, es de lamentarse que la astronomía aficionada o protoaficonada tenga mínima difusión o apoyo en el país; sosteniéndose sólo casos heroicos y aislados. Pero bueno, dejaremos los tonos sombríos para otra oportunidad y, siendo esta una sección encargada de hablar sobre sonidos, comenzaré algunas reflexiones y datos curiosos respecto a la astronomía y la música.

¿Astrónomos músicos? Desde luego. Pensemos, en nuestro México, en Francisco Gabilondo Soler, quien además de deslumbrar por su creatividad sonora era astrónomo y escribía las efemérides en el boletín mensual de la Sociedad Astronómica de México. Miguel Ángel Herrera no sólo era hijo del cano director de orquesta Luis Herrera de la Fuente, sino soberbio melómano y pianista. Manuel Sandoval Vallarta tocaba el violoncelo y más de una vez tocó música de cámara junto con Einstein, que era violinista, haciendo juntos música de cámara con otros eminentes científicos, bien en tríos, cuartetos, quintetos o cualquier otra forma alternativa. Internacionalmente, el descubridor de Urano, William Herschell, era compositor, y también lo era Johannes Kepler, quien buscaba la llamada “música de las esferas”, es decir, una música de perfección total resultado de la armonía producida por sonidos emitidos por cada astro. Por cierto, Herrera dijo en alguna entrevista que el resultado de esa música era terrible. No puedo opinar al respecto porque no he escuchado la grabación de la propuesta de Kepler, pero propongo una música que seguramente hubiera agradado a Kepler y sus seguidores: el vals Sonidos de las esferas o Música de las esferas (Sphärenklänge) de Joseff Strauss.

Continuando con universos ideales, una propuesta visual y dramática en todo sentido soberbia, el filme de Stanley Kubrick 2001, Odisea del espacio (1968). De dicho filme, cómo olvidar la secuencia del ballet espacial que astros y naves protagonizan con los acordes del Bello Danubio Azul de Johan Strauss. Parecida situación encontramos en El imperio contraataca de George Lucas, quién propone una coreografía de destructores sincronizados con la Marcha Imperial, partitura de John Williams. Aquí, son los meteoritos los que complementan la puesta en escena. Aunque la ciencia nos diría que eso sería imposible.

Pero los últimos descubrimientos nos muestran un universo muy distinto. Choques y repulsiones se suceden sin principio ni fin y hasta se habla de canibalismo cósmico. Bajo ciertas reglas sucede un caos permanente. Volvemos a Kubrick y él ha escogido la música de Ligeti. Atmósferas(1961) que es una de las obras más cercanas a lo que ciencia y arte puedan hacer en conjunto.

Se habla de ella incluso como música sin gravedad, tan sólo cúmulos de sonidos. Podemos probar esto tomando de cualquier revista de astronomía (Sky and Telescope, Astronomy) fotos espaciales de campo profundo, luego las sincronizamos con la música de Ligeti, y con seguridad sentiremos esa atracción y fascinación ante lo infinito y desconocido.

El otro gran clásico de música y espacio lo es la suite Los planetas de Gustav Holst. Marte, portador de la guerra, sugeriría una imagen similar a la idea popular de un cometa, es decir portador de desgracias ¿En qué sentido? En esté, propuesto por el vate alemán Friedrich Schiller:

El cielo muestra signos pavorosos.
Vivimos tiempos de miseria y llanto.
Ensangrentado, de las nubes cuelga
de la guerra feroz el rojo manto.

Recordemos, sólo como anécdota adicional que en la historia de México, sugerir que el cometa de 1518 significaba el fin del imperio azteca le costó la cabeza a los astrónomos reales de Moctezuma. Sin embargo, siendo Marte, para Holst, el planeta más sinfónico en el sentido total del término, no es necesariamente el que más relacionaríamos con el cosmos, sino Venus, Saturno y Neptuno, a los cuales además está dotado al final un coro femenino que sólo vocaliza, sugiriendo el infinito. ¿Neptuno? Sí, recordemos que el planeta más alejado del Sol, Plutón, se descubrió hasta 1930, por el astrónomo inglés Clyde Tombaugh y la obra de Holst fue compuesta en 1918. De todas formas, a veces es Neptuno en realidad el planeta más lejano de nuestra estrella. La fanfarria de Así habló Zarathustra (1895-96) de Richard Strauss es otra referencia obligada en la combinación espacio-música. No olvidemos incluso que es una música solar y totalmente nietzscheana: “¡Oh sol, qué sería de ti si no tuvieras a quien iluminar!”, comienza la obra referida.

Una pieza más que, para variar, usó Kubirck fue el Adagio de Kachaturian, música de una melancolía y sentimiento de soledad abrumadores. Escucharla nos remite a muchas ideas; personalmente, escuchar a Kachaturian, me recuerda a esas palabras de Arthur C. Clarke: “Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con la que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta tierra […] el mismo número de estrellas que contiene la Vía Láctea”.3

Música del infinito lo es también la parte del “caos” con la que inicia el oratorio La creación de Joseph Haydn. Impresiona, esa sensación de elementos originarios, sin orden, que nos sugiere esta música. Y qué decir del clásico y muy conocido Claro de luna del gran genio de Bonn, incluido en la sonata para piano número 14 en do sostenido menor Op. 32, que tanto gustaba tocar Werner von Braun. Compañera de esta obra es el menos conocido y no por ello menos hermoso Claro de luna del compositor francés Debussy. Recientemente escuché un lied (canto de arte) de Fanny Mendelssohn, la hermana del autor de la obertura Las Hébridas, Félix Mendellsohn, basado en un poema del escritor del romanticismo alemán, Friedric Kloposotck, y que hablaba de la luna en términos de hermandad de pensamientos con los hombres. Estas tres obras pueden ser escuchadas observando simultáneamente a la pintura de Caspar David Friedrich Hombres contemplando el claro de luna.

En fin, universos románticos, ideales, espectrales o reales son los que podemos recrear por medio de sonidos. Aunque quizá, por momentos sea una versión más bien pesimista la que nos invada al contemplar la infinitud. Un último verso, sin embargo, éste de Albrecht von Haller, puede servirnos como esperanza cuando tengamos miles de preguntas en el momento de contemplar la oscura bóveda:

Son muchos los enigmas planteados
que deja al porvenir el mundo nuestro;
mas, cuando tú desciendas al sepulcro,
otros vendrán y ocuparán tu puesto.

 


1 El artículo está dedicado con mucho agradecimiento al equipo Universum, Museo de las Ciencias, por ese maravilloso curso de astronomía; en especial a José de la Herrán, Julieta Fierro, Eduardo Piña y Mario Islas.

2 David Galadí Enríquez, A ras del cielo, Barcelona, Ediciones Grupo Zeta, 1998, p.13

3 Arthur C. Clarke, 2001, una odisea espacial, Barcelona, Plaza y Janés, 1998, p.5