Opción 26, Marzo 1984.


 

A Eduardo García Correa.

 

¡Mi gente es morena de piel
(…) Se mueve despacio, habla
poco y contempla el cielo. En
las tardes, al caer el sol,
canta!

Elena Garro, “Los recuerdos del porvenir”.

 

I. MODERNIDAD

Desde su origen, la poesía moderna ha sido una reacción frente, hacia y contra la modernidad. Modernidad que fue representada por la ilustración, la razón crítica, el liberalismo, el positivismo y el marxismo. La poesía moderna nace de la reflexión crítica y se transforma en pasión, odio, cólera, amor, tristeza o enloquecimiento. En su querella contra el racionalismo de la modernidad, los poetas redescubren una tradición tan antigua como el hombre mismo: la analogía. La visión del lenguaje como el doble del Universo, la otra realidad del poder, del sufrimiento, de la miseria terrenal.

Los poetas modernos se enfrentaron y se enfrentan con el racionalismo y el progresismo de la era moderna. Desde fines del siglo xviii el arte es moderno, pero en el siglo xx lo que está en entredicho es la modernidad. Vivimos el fin de los tiempos modernos y el fin de la Sociedad Industrial –aunque muchos ilustres aún no se enteren. La modernidad es una tradición que se renovó permanentemente al ejercer, el poeta y el crítico, el arte de la apología, el panfleto, el canto, la oda –el texto incendiario. Hoy los poetas ya no cantan a la modernidad. Ya no es la ironía o la analogía. Es la metaironía o la búsqueda del instante. Ya no se canta al tiempo perdido sino a la disolución de la idea del tiempo, y del tiempo mismo. El siglo que hoy vivimos es el siglo del ocaso de la modernidad, aquélla que se inicia con Hume y con Kant y que es la tradición crítica de Occidente. En su crepúsculo, el mundo moderno se tragó a Neruda, se engulló a Louis de Aragón.

Nuestro siglo es el siglo del deshonor de los poetas porque también lo ha sido de las conciencias críticas de la modernidad.

 

II. POESÍA

El olvido de la muerte es la actitud moderna de rechazo a nuestra realidad más real. Por eso, toda crítica en nuestro siglo desemboca en una crítica del lenguaje.

Y de la crítica del lenguaje a la poesía hay solo un paso. La tradición de Joseph Brodsky y de Roman Jakobson no es otra: la soledad del poeta ante un mundo que se derrumba sin gloria. Desde sus inicios, la poesía moderna es crítica de sí misma y crítica de los otros: la historia, el poder, la vida cotidiana. Desde William Blake, desde los románticos italianos y alemanes, la historia es la partera de una hija revoltosa que se le rebela a cada momento: la poesía. La poesía es la Crítica del Sentido.

Así, la crítica de la modernidad es la fundadora del arte y la poesía modernos.

El pensamiento de la vida al margen de la vida. Platón pensaba en el deber ser de la República mientras nueve de cada diez griegos eran esclavos. Él inicia una tradición que llega hasta nuestros días. El filósofo y el ‘científico social’ piensan en el Ser del hombre. Construyen laberintos con la razón o modelos y teorías, geométricas perversas. Al llegar Heidegger, nos damos cuenta de que este hombre tan sabio escribe su obra no sobre el Ser, sino sobre la pregunta por el Ser. La pregunta del principio, la verdadera pregunta. Fuera de ella “todo es secundario”. El círculo se cierra: la modernidad del pensamiento, la historia lineal del Cristianismo o del Progreso se disuelven.

Platón, Santo Tomás, Kant, Heidegger: todos son contemporáneos –son casi el mismo hombre. La pregunta ¿Qué somos? se la hizo el hombre primitivo, se la hace Sartre. Ironía del tiempo: el tiempo no existe. La vuelta al principio, la pregunta del origen, nos hace verdaderamente modernos, nos vemos en la respuesta que busca desesperadamente el poeta moderno. La búsqueda de la niñez perdida, de la inocencia, del paraíso perdido. En esta tradición está el Retrato del artista adolescente, están los Cantos de Maldoror. En ella vive Paradise Lost, Paradise Regained, John Milton; está The Waste Land, está este breve texto.

Están los surrealistas y está la vanguardia. También los solitarios: Barthes, Koestler, Böhl. Cuando Borges recuerda, van en busca del tiempo olvidado. Está lleno de “todo lo que me concierne verdaderamente” (Mircea Eliade).

Todos escriben (escribimos) con la conciencia de que el pasado está perdido y que con él está perdido el Ser. Es la búsqueda de la legitimidad: antes la encontramos en la religión, después en las ideologías. Hoy el poeta (y el hombre) está solo en el desierto. Ya no hay asideros.

Nos hemos quedado sin nada y estamos obligados a buscar así, nuestro origen –otra vez en el inicio de los tiempos.

El círculo, otra vez, se cierra. La experiencia de los siglos la hemos aprendido: no buscar el ‘Ser’. Buscar el ‘entre’. El hombre entre el pasado y el futuro, entre la realidad y las creencias, entre sus obras y sus ideas, sus mitos; entre la historia y la poesía. El hombre entre los hombres. El instante: Goethe fue un lúcido entre los lúcidos. Su historia nos dice que hay siempre un otro yo que nos dice y nos repite.

 

III. CRÍTICA

Lo que hay que defender en la vida: la capacidad de amar, de reír, de pensar. Lo que hay que defender en el mundo moderno: la libertad, la justicia, la democracia. Lo que debemos defender en el México de 1984: la capacidad de decir ‘no’ al poder; el bien vivir, la independencia frente a las ideologías. Por lo que debemos luchar en la institución donde estudiamos y pensamos: la tolerancia del Poder, la sabiduría del filósofo y del historiador que a diario nos aliente, las preocupaciones de los humildes, la independencia frente al Estado. Así es, ¡Oh diosa modernidad!, lo que hay que defender. Mi tradición política es el anarquismo (pero no de derecha ni de izquierda). Solzhenitsyn dijo ‘no’ a aquel horror. Dijo ‘no’ también al nuestro.

“Donde termina el Estado termina el Hombre”
(GLUCKSMANN)
Donde termina la economía empieza el hombre.
Donde empieza la poesía empieza el hombre.

La poesía es crítica y siempre crítica. La esperanza milenaria de que todo esto fuera un error o un designio divino, como el Libro de Job nos enseñó. De que todo esto fuera sólo un sueño, como Calderón imaginó. Todo se disolvió, se evaporó en el siglo xviii. Pero sólo en nuestro siglo se ‘acaba’ la modernidad. Eliot y Pound inician la tradición postmoderna en el terreno de la poesía. Terminan de destruir la modernidad, al querer ser modernos. Los campos concentración nos dicen que ya ni en nuestros métodos de opresión lo somos. El trabajo forzado: barbarie antigua, esclavitud ancestral y técnica industrial: una mescolanza de tiempo y tradiciones en una Rusia con un pasado diferente. El tiempo en los tiempos: el tiempo no existe.

La fuerza de las sociedades libres radica en la pasión por el buen vino y por la buena mesa; en la pasión por la crítica, por la poesía y por la pintura, por la filosofía y por la mujer. Paul Thorez nos decía que al defender la vida cotidiana de París, sus pasajes y sus cafés, el amor y el romanticismo, la bohemia y sus costumbres, se defiende la vida libre de Occidente. ¿Cómo luchar por la paz si el hombre está educado para la guerra? ¿Acaso las “ciencias sociales” no nos ocultan los millones de crímenes que en el nombre del Progreso o del Paraíso comenten los hombres y los Estados de Oriente y Occidente? ¿No han hecho, esas ciencias, perderse acaso a sus practicantes en la arrogancia contraria a la humildad del viejo saber especulativo? ¿Acaso sus sistemas (¿y qué sistemas no?) de pensamiento no se colapsan ante un final de Siglo xx que busca desesperadamente (en otra parte, siempre en otra parte) las razones para continuar existiendo? Pues claro: es más fácil disfrutar del confort que ponerse a pensar y a ver con otros ojos. A entender con el corazón y con el espíritu.

Los laberintos de la razón, las geometrías perversas, las profecías en el terreno de lo innombrable, el azar, la gota solitaria de independencia a cada instante.

El tema de nuestro tiempo: el Estado, burocrático y totalitario, o no. Las ideologías y las creencias (el marxismo, el neoliberalismo, el cientificismo) lo recubren con perfumes de Arabia. Con aires de pureza intelectual se consagran, nuestros teóricos, a Iván el Terrible y al gran Inquisidor. Nos ocultan lo “otro” del “desarrollo” y el Progreso: los países “desarrollados” nunca serán alcanzados por los “no desarrollados” porque su tradición se basa en “otro” lenguaje, en otras categorías, en otras creencias, en otro tiempo: el tiempo ancestral del principio. Todas las teorías económicas doblan las manos ante las realidades de los hombres, pero sus epígonos siguen pensando que el equivocado es el campesino autosuficiente y humilde, que las comunidades tradicionales están erradas. Alimentan técnica e ideológicamente al Estado siendo éste el que se erige como representante legítimo de una “universitas” a la cual por principio no comprende y a la que de facto somete. Montaigne, un poco (unos cuantos siglos) antes lo había dicho ya: el Progreso no se mide por la cantidad de alumbrado público (ahora son tanques o “ganancias netas en bienestar”) en las calles, sino por el grado de libertad y de plenitud ética de los ciudadanos. Deplorar la ingenuidad, condenar la desmesura: el papel de la crítica. Me dijeron que yo estaba sentido (¿por qué?) con la institución que me da albergue. Al contrario: cuando veo al Estado Mexicano acechar la libertad de la Universidad que es mía, más la defiendo con la crítica. Si no la quisiera sería indiferente. A lo que se quiere se le deja navegar “en las heladas aguas del cálculo egoísta”. Mi voz es diminuta, pero eventualmente se oye.

Hacer un elogio de la lucidez, la lucidez absoluta “que es incompatible con la respiración” (Cioran):

Un poco de claridad en tu pelo
Es un río de desierto, deshecho,
y olvidado por momentos, de hecho
Desgajando en un sueño mi cielo.

Es la cuna del hombre, su lecho
Su bahía y su puerto, su cuerpo,
Pesadilla y cáliz incierto
Fantasma: la libertad en mi pecho.

“Si el presente no tiene sentido habrá que dárselo. Pero no como norma o doctrina o proclama, como bandera o divisa, sino como experiencia íntima de aquietamiento. El cielo transparente, la flor silvestre, el pájaro en el árbol: aquel momento fugaz del entendimiento; aquel rasgo de fervor y generosidad. Aquel deseo de vivir queriendo no causar el daño; la decencia y la sonrisa, la buena compañía.

Restaurar el buen querer de las cosas y lo hombres; la vida calmada de los campos, el amor y el honesto deseo de los goces. Olvidar la aventura del pensamiento.

Más allá de la filosofía: restaurar la poesía de la vida. Perdonar la codicia y la ambición: restablecer la paz”. Palabras de 1947, justo después del holocausto. Eduardo Nicol, mi primer maestro. Mi herencia para todo lo que más quiero: el adiós inmortal del encuentro diario, que desde la entraña del Universo que me habita os dirá inmarcesiblemente que el reír y el olvidar son la ironía metafísica perfecta (Marcel Duchamp) para un hombre que ha creído humildemente, con Milán Kundera, que la vida está alentando siempre en otra parte.