Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo,
sino en el ardor con que lo desas.
Ama a tu arte como a tu novia,
dándole todo tu corazón.

Horacio de Quiroga, Decálogo del perfecto cuentista

 

Cuando estudiaba en la Universidad de Barcelona no había revistas de estudiantes en prácticamente ninguna facultad de humanidades, y las que había no duraban. Entonces, en algún bar cercano a la facultad, impregnados de frito y tabaco y entre bravas y cañas, concebimos Ex Novo. Revista d’Història i Humanitats. Duró 7 años y publicamos 7 números. Nuestro presupuesto era irrisorio: 400 euros por número, lo que nos daba para comprar papel e imprimir 200 ejemplares. La preparación, edición, corrección, diseño, maquetación y promoción corría a nuestro cargo. Fuimos malabaristas con muy poco apoyo institucional: Pagemaker, madrugadas, tres gatos y cerveza.

Aquello lo hicimos porque perseguíamos escribir de forma diferente y de cosas diferentes. Las formas no son corsés inamovibles; ahogarse en ellas es una elección. Criticábamos el positivismo y la academia, la historiografía oficial y la simple repetición. A veces, sin embargo, éramos pasto de estudiantes ávidos de publicar donde fuera (según los baremos institucionales, “debes publicar a toda costa, como sea, vale repetirse y no decir nada nuevo siempre que cites bibliografía reciente y al mandamás de turno”). Logramos algunos de nuestros juveniles propósitos y trabamos amistad entre nosotros. Ahora, unidos por el recuerdo, andamos desperdigados por yacimientos arqueológicos, ordenados archivos, universidades extranjeras, museos innovadores y supermercados con licenciados… La web de Ex Novo, mientras, ha sido invadida por Spams (nuestra querida revista vive ahora eternamente poseída). Mi vínculo con Opción es, pues, desde el primer momento emocional: me remite a lo que para mí es ser universitario.

Como lector, Opción me entra por los ojos: su mirada, su cuerpo, su piel, su voz: “busco lo mismo en un libro y en una mujer”, diría Quiroga. Y esa coquetería (Opción deluxe) es la causa de que tenga tantos pretendientes. Se le criticará por elitista, por rechazar un buen porcentaje de lo recibido o porque los alumnos itamitas deben competir contra investigadores con máster y doctorado… Excusas. Criticar eso es como criticar a la mujer más bella de la aldea porque no se acuesta con todos. Si Opción puede escoger, ¡que escoja! Quien quiera publicar ¡que no escatime esfuerzos! No escatimar esfuerzos es la filosofía del itam. No por nada Opción imita a las mejores revistas del país (Artes de México, Arqueología mexicana…). Cada número aborda el tema escogido desde diferentes artes (poesía, cuento, ensayo, pintura…) pero siempre con finura y detalle en su diseño.

Mi colaboración con Opción comenzó cuando Andrea Reed, Francisco Osorio y Alejandro Campos me sedujeron para armar un taller de cuento: lo preparamos primero oficialmente y, luego, en la clandestinidad. Prescindimos de aulas y temarios, y camina hoy a escondidas y a trompicones, sorteando exámenes y robándole tiempo al tiempo. Hoy duerme aletargado; mañana renace revitalizado. Y así semestre tras semestre.

Francisco, unos meses más tarde, me propuso que escribiera para Opción 179: Ironía romántica. El reto: hablar de filosofía de forma amena y atractiva, trabajar con el género ensayo y no con el género tratado. Que la filosofía esté a nuestro servicio, y no nosotros al de ella. Mi misión: reapropiarme del mensaje de otros (Martínez Marzoa, Guénon, Borges… –siempre recurro a los mismos–). ¿Qué mejor tarea? Jamás olvidaré lo que me dijo Miguel Morey en mi examen de doctorado: “Esto no es el final del camino, es el comienzo. Disimulaste tu voz entre centenares de citas. Querías fundamentar tus ideas en las de otros, y convertiste tu tesis en un acorazado. Ahora, deshazte de él. Quiero oírte a ti”. Opción me da la oportunidad de buscarme a mí mismo, de salir en busca de mi propia voz, de jugar a desnudarme. Como el taller de cuento.

El premio por ese primer texto fue la propuesta de escribir una columna; el desafío, mantener el nivel en todos los números, vincular cada uno de mis escritos con la exégesis, generar un lazo invisible entre todos mis textos… ¿Cómo no repetirme? ¿Cómo avanzar sin dar por leídos mis escritos anteriores? Me costó decidir un nombre para la columna, y todavía hoy no estoy convencido. El premio es también condena: disciplina mi escritura y, gracias a ello, no padezco los remordimientos que sufriría si, dando clases de escritura, no me enfrentara periódicamente a la página en blanco, a la mirada crítica de un colega, a la relectura atemorizada, al estriptis de emociones (que es en lo que consiste trabajar con tinta y pluma).

Al principio, en la época de Alex, escribo pensando que mis textos deben servir de modelo para mis alumnos. Progresivamente, sin embargo, dejo las recetas, las rompo y utilizo técnicas opuestas a las que explico en clase… Se desgarran los tiempos verbales y apareces “tú” en escena. Al fin experimento con el lenguaje. Filosofía y literatura se entremezclan: afloran más y más figuras, emulo al Nuevo periodismo, experimento un cuento onomatopéyico (“La chasca serrada chispea. En el chubasco, un mozo lo olisquea”)… Quizás mi columna, un día, devenga cuento. Cada 6 semanas, ¡cuento!

Con Alonso Ahumada y su equipo hay continuidad y proyecto, y prospera una explícita comunión de intereses: sus editoriales y mi columna dialogan naturalmente, y no son pocas las veces que mis colegas sospechan que yo –y no ellos– soy la mano negra que propone la exégesis. Opción propone asuntos filosóficos de primera magnitud y luego los nombra con cuidado, cálculo y mimo, como se bautiza a un hijo (nombrar es, a fin de cuentas, crear tendencia). Y en la mezcla de arte y pensamiento que plantea, en la gestación de números que disparan la reflexión desde la experiencia (Cuerpo, Tiempo, Ciudad, Infancia, Noche, Sujeto, Mal, Gesto…), persigue la estela de James Joyce: “Nuestro objeto es la sensación, intensificada hasta lo alucinatorio”.1 Por ello aquí no sólo importa el contenido, sino también el continente. Uno no sólo lee esta revista; uno también la toca.

Y, sin embargo, la virtud mayor por la que esta locomotora avanza es, creo, otra; aquella que Bradbury hallaba en todo buen relato:

Garra. Entusiasmo. Cuán raramente se oyen estas palabras. Qué poca gente vemos que viva o, para el caso, crea guiándose por ellas. Sin embargo, si me pidiesen que nombrara los elementos más importantes del carácter de un autor, aquello que da forma a su material y lo impele hacia donde quiere ir, sólo podría advertirle que pusiera atención a su garra, que se fijara en su entusiasmo.2

Ese entusiasmo contagioso es el que me empuja a aprender de los comentarios de mis lectores y a invitar a mis estudiantes y colegas a que también compartan sus letras. Abro un nuevo número y me topo con amigos y conocidos. Nos hemos inmortalizado juntos, ¿se dan cuenta?

Las humanidades no son ciencia. Pueden llorar los científicos sociales, tirarse de los pelos, insultarme, vilipendiarme y condenarme: ¡Nosotros no somos científicos! Somos artistas, artesanos que trabajamos con el barro del pensamiento, filósofos y escritores que cantamos el asombro con palabras y silencio, porque el asombrado canto es lo que revitaliza el mundo. (La medida del arte es, sí, el asombro).

Que me ofrezcan participar en esta antología con admirados colegas y desconocidos artistas es otro regalo. Lo celebro sabiendo que Opción tiene la suficiente garra para prescindir de mis servicios si un día yo pierdo la mía. Mientras, aquí sigo, arañando el papel y estrujándome los sesos. Nunca se sabe lo que puede uno encontrar en la página en blanco.

 


1 Power, Arthur, Conversations with James Joyce, The Lilliput Press, Dublín, 1999, citado en Joyce, James, Sobre la escritura, Alba, Barcelona, 2011, p. 86.

2 Bradbury, Ray, Zen en el arte de escribir, Minotauro, Barcelona, 2002, p. 13.