Los pasados 16 y 18 de octubre de 2015, la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección de Iván del Prado, interpretó la Suite Los Planetas, de Gustav Holst, en el Palacio de Bellas Artes, con una particularidad: el tener imágenes en vivo de la nasa, adaptadas cinematográficamente por el astrónomo y creador visual puertorriqueño José Francisco Salgado. Para la parte del coro femenino fuera de escena cantó el coro EnHarmonia Vocalis. Hay que apuntarlo: la sala estaba a reventar. La expectativa por ver y escuchar simultáneamente imágenes reales de las distintas sondas espaciales y grandes telescopios junto a la música de Holst conjuntan un atractivo muy codiciado por el público asiduo a las salas de concierto.

Hay que aclarar un punto: la partitura de Holst (compuesta entre 1914 y 1916 y estrenada en 1918) no está inspirada en el campo astronómico, sino más bien en el astrológico (era la música para expresar su propio horóscopo), pero a lo largo de un siglo, el público ha pensado más en música relacionada con los astros de manera científica que especulativa. Holst musicalizó todos los planetas conocidos hasta 1916, con la excepción de la tierra (el caso de Plutón es distinto por ser descubierto hasta 1930 y desacreditado como planeta en el 2006 por la Asociación Astronómica Internacional, al llamarlo Planeta Enano o, simplemente, 134340).

La Suite Sinfónica Los Planetas tiene momentos exquisitos, emotivos, intensos. Es un universo en sí misma. ¿Influencias marcadas de otros autores? Sí, pero siempre en beneficio de la partitura. Las 5 piezas orquestales (1909) de Arnold Schoenberg, el scherzo sinfónico El Aprendiz de Brujo (1897) de Paul Dukas y los Nocturnos (1901) de Claude Debussy fueron influencia para esta obra de Gustav Holst, quien a su vez es la fuente de inspiración para buena parte de la música de cine que toma como tema el espacio o la acción –pensemos en John Williams (Guerra de las Galaxias) o Hans Zimmer (El caballero de la noche). La orquestación de Los Planetas es de las más grandes existentes, contemporánea de la Sinfonía Alpina Op. 64 (1915) de Richard Strauss, la Consagración de la Primavera de Stravinsky (1913) o la Suite Escita Op. 20 (1914-15) de Prokofiev, por citar algunos ejemplos donde se emplea una gigantesca orquesta.

Esta música de Holst es visual, totalmente. Una imagen de Saturno tomada por la sonda Cassini escuchada simultáneamente con su contraparte escrita por Holst transmite una paz infinita, una invitación a la más hermosa de las contemplaciones. El final de este movimiento es un gozoso suspiro. Saturno, el portador de la vejez. Cronos. La invencibilidad y sabiduría del tiempo. Una imagen anillada. La música de Holst bien puede apuntar a conjuntarse con una de las maravillas de la ciencia moderna: el telescopio espacial Hubble, que este año, por cierto, cumple su primer cuarto de siglo de servicio activo.

© Lebrecht Music & Arts Photo Library.

© Lebrecht Music & Arts Photo Library.

Desde la famosa fotografía titulada Los pilares de la creación, hasta las imágenes del llamado campo profundo, o de íconos de la astronomía contemporánea como la Nebulosa del Sombrero, todo lo que capta el Hubble se vuelve una obra maestra de la fotografía de arte. Hay que reafirmarlo, cada foto tomada por el telescopio Hubble es motivo de gozo contemplativo y progreso científico. Además, es el instrumento científico más popular y querido de la era reciente. No fue gratuito, por tanto, que la nasa tuviera que hacer una misión de reparación extra, a través del Transbordador Atlantis, en mayo de 2009, para su más reciente reparación (la número cinco), a pesar de la reticencia inicial de la nasa de hacerlo, debido al riesgo que suponía para los astronautas, derivado del accidente fatal del Columbia, en febrero de 2003.

Las fotos de campo ultraprofundo del Hubble nos siguen provocando esa sensación de pequeñez y humildad por lo que realmente somos en el vasto universo. Contemplar y contemplar, cual labor de poeta. ¡Dónde se puede tener un panorama así! ¡Dónde existe algo similar! ¿Qué sensaciones musicales podrían derivarse de mirar estas fotos? El astronauta español Pedro Duque dice al respecto lo siguiente: “Contemplar las estrellas, dirigir la vista al cielo… Galaxias chocando entre sí que no se ven desde otros telescopios terrestres, explosiones de supernovas que provocan anillos… Todo invita a la fantasía. ¡Cómo sería aquello si pudiéramos estar allí!”1

Cómo sería estar ahí. El compositor inglés Gustav Holst, visionariamente, lo expresó en su principal obra sinfónica Los planetas. Concretamente, en el último movimiento de esta partitura, Neptuno. Este planeta, para el tiempo en el que fue compuesta la obra, era lo más alejado del Sol. El alejamiento entre las galaxias y la expansión del universo aún no eran parte del saber común, acaso planteamientos teóricos. Por ello, Holst pensó musicalmente a Neptuno como el fin de lo que vemos y el inicio de lo desconocido, del infinito. El uso de la celesta y el coro femenino fuera de escena, proporcionan la atmósfera de otredad en el universo. La música se apaga lentamente, se difumina, se incorpora al éter, pensarían los románticos alemanes como Hölderlin. Se está ante lo sublime, meditaría Kant. Se nos rapta y embriaga, terciaría Ruskin.

Otro de los planetas más aplaudidos es Júpiter, portador de la alegría. ¡Vaya forma de ver al universo, como un juego armónico! El final de este movimiento nos remite a la música más afortunada y feliz que exista en el repertorio. Todo un guiño a la belleza, a la amabilidad, a la euforia, al disfrute. Una trompeta entona un solo, acompañada armónicamente por los alientos y rítmicamente por las cuerdas y los timbales, que desembocan, con el arpa, en la algarabía total.

¿Qué decir de Marte, el portador de la guerra? Bien usara esta música el controvertido cineasta Ken Russell en su musicalización de Los Planetas (1983), al combinar los sonidos con imágenes bélicas y de las dictaduras totalitarias nazi y soviética. Marte es uno de los movimientos musicales más agresivos y poderosos que existan en toda la historia de la música. Su clímax con el tambor, los metales, el gong y los timbales sincopando, y el glissando de metales al final, provocando la ansiedad del infinito, le posicionan como la música del espacio por excelencia.

Mercurio y Júpiter son los scherzi de esta suite orquestal. La música es chispeante, lúdica, divertida. Russell imaginó a Mercurio como el recreo de la humanidad: velas, paracaídas, surfistas, suertes de fantasía en la aviación. Urano es la quintaesencia del misterio, también de cierto sarcasmo. En este movimiento, la orquesta explota su máximo virtuosismo. Es un mini concierto para orquesta. Al final, estallan los sonidos con júbilo, pero justo antes de terminar se escucha el motivo del infinito de nuevo; los cornos y el arpa nos evocan la admiración por lo desconocido, lo inabarcable.

Venus, portador de la paz, es el movimiento de la serenidad, de la contemplación del lucero de la mañana. A diferencia de Marte, aquí todo es tranquilidad. Los astros se miran con ojos poéticos. La orquestación es delicada. Venus, en realidad, es el futuro de la tierra si no se cuida a nuestro planeta. Pero, idílicamente, se concibe como la parte más bella del cielo a las cinco de la mañana. En Venus, las cuerdas, en conjunto con el arpa, nos hacen soñar.

En México, tuvimos la oportunidad de apreciar en toda su extensión esta enorme partitura en su doble lenguaje sonoro y visual. Más de uno de los asistentes salió del Palacio de Bellas Artes con algo nuevo para su vida, con una capacidad de asombro renovada, con ganas de escuchar de nuevo esta gran obra. Pero, ¿qué versión escoger? Depende de lo buscado. Entre otras, Herbert von Karajan grabó dos veces esta partitura, una con la Filarmónica de Viena y otra con la Filarmónica de Berlín. La primera es toda fuerza y alegría; la segunda, perfección y poder. También está la versión de la Sinfónica de Chicago bajo la dirección de James Levine, con unos metales perfectos; o la de la Sinfónica de Boston con William Steinberg y su perfecto balance. Algo más cercano al original, la versión de Sir Adrian Boult con la Filarmónica de Londres, el director quien estrenara y popularizara Los Planetas. ¿Cuál escoger entonces? Aquella que, con los ojos cerrados, nos recuerde las palabras de Octavio Paz, “…miro hacia arriba, las estrellas escriben… alguien me deletrea”.


 

1 Duque, Pedro, http://elpais.com/elpais/2015/10/22/eps/1445512908_930442.html (Consultado el 22 de octubre de 2015).