Para todo lo que se encuentra fuera del mundo sensorial, el lenguaje sólo se puede utilizar alusivamente, pero nunca comparativamente, ni siquiera por aproximación.
Kafka, Aforismo 57

 

Quiero entrarle a Kafka, pero ¿cómo hacerlo? Con método, me digo, pongamos la directa, el camino recto; me paso un mes leyéndolo intermitentemente y llego a la inconclusa conclusión: quizás uno pueda entrarle a Kafka, pero nadie puede salir de él. Lo dicen Deleuze y Guattari: en Kafka hay entradas, pero no hay salidas. En Kafka hay laberintos, pero no hay paraísos. Conozco la angustia, la rehúyo, la temo. Abandono a los alemanes y franceses por los griegos, a Heidegger y Sartre por Esquilo. Más vale la tragedia que el existencialismo, la locura que la melancolía, ser un asesino que un suicida. Pero la cuestión ahora es otra, e ineludible se yergue: debo hablar de Kafka, mirarle a los ojos, inmiscuirme en esas entrañas opresoras que no tienen propietario, que son mías, tuyas y suyas al mismo tiempo. ¿Cómo hacerlo, si Theo Elm calculó ya en 1977 que había más de 11.000 opiniones de expertos sobre Kafka?1 ¿Quién soy yo para hablar de él? Me tranquiliza el propio escritor: “La verdad interna de un relato no se deja determinar nunca, sino que debe ser aceptada o negada una y otra vez, de manera renovada, por cada uno de los lectores u oyentes”.2

Franz Kafka, El pensador.

Franz Kafka, El pensador.

Cuando leemos, oímos o vemos una tragedia griega, lo trágico consiste en que todos sabemos lo que va a pasar excepto el protagonista. Y todos lo sabemos porque conocemos de dónde viene el héroe… qué persigue, de quién es vástago. Adivinamos su destino porque estamos al tanto de su historia: su culpa es heredada, y su condena, esperada. La ruina le caerá desde los cielos en el breve lapso de un pestañeo, le romperá la crisma severa e inesperada. No la ve, pero está ahí: la locura, el incesto, un rayo, una teja… El odioso dios. Todos sabemos, menos el propio Edipo, que es culpable; la tragedia es precisamente la revelación tardía de la culpa.

No es superfluo empezar con la tragedia griega, porque en Kafka observamos un notable complejo de Edipo. La figura del padre, camuflada ora en forma de tío ora en forma de ley, es constante. Cuando Freud concibe su complejo, Kafka lleva milenios padeciéndolo: “Por ahora no noto nada —dijo el padre—. Pero puede ser culpa mía, ya que he perdido la costumbre de mirarte”;3 “¡Eras, ciertamente, un niño inocente, pero mucho más cierto es que eras un ser diabólico! Y por eso tienes que saber: ¡yo te condeno a morir ahogado!”.4 Hay una insondable distancia entre Kafka y los trágicos. Para el señor K., Dios ya ha muerto y, con él, el narrador omnisciente que narra la andadura del héroe trágico hacia el abismo. Si en la tragedia hay culpa tardíamente revelada, en Kafka hay culpa, pero jamás revelada. ¿Qué habré hecho yo? ¿Será culpa mía? Mr. K. (en sus diferentes formas) es el ser más susceptible del mundo, se sabe culpable, y nos trasmite precisamente eso, que también tú y yo somos culpables… aunque tampoco sepamos por qué. Expiamos un pecado sin fundamento. El revival de la tragedia (Nietzsche y Freud de por medio) en Kafka se convierte en una suerte de psicologismo trágico. Para soportar esa angustia, reactualiza la cábala judía: este mundo es un juicio, un juicio del que no sabemos ni quién es el jurado ni por qué se nos juzga. Pero nos sabemos condenados a ser juzgados.

El periplo del héroe es un viaje, además de psicológico, metafísico e inacabable. Al principio pensé en escribir sobre Haruki Murakami; lo pensé por pereza: había leído poco a Kafka y mucho a Murakami. El japonés ganó el premio Franz Kafka en 2006 y una de sus principales novelas se titula Kafka en la orilla; excusas suficientes tenía. La novela comienza con la profecía edípica del “matarás a tu padre y yacerás con tu madre”, y su desarrollo es la confirmación de la misma (que no se encabrone el que no la haya leído; aunque no lo crea, nada sustancial le he revelado). Sin embargo, desecho la idea de comparar la cucaracha de La metamorfosis con el gusano de la novela de Murakami y me lanzo al universo kafkiano. El que conozca al japonés sabrá, de sobra, que hace suyas algunas de las ideas fundamentales de Kafka: “El verdadero camino va por una cuerda que no ha sido tendida en lo alto, sino apenas sobre el suelo. Parece destinada más a hacer tropezar que a que se camine por ella”;5 “Todos los errores son impaciencia, una prematura irrupción de lo metódico”;6 “En la lucha entre ti y el mundo ponte de parte del mundo”.7 Cualquiera de estos aforismos podría haber sido proferido por cualquiera de los protagonistas de las novelas del japonés. Ese camino, que en Kafka es más tropiezo que senda, me cautiva. Está en todos lados y por todas partes. Kafka es el Dédalo judío, y nosotros Minitauros castigados: no hay Teseos en su universo, no hay lectores que tengan mapa ni suficiente preparación para la marcha: “el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo algo en el camino. Ninguna reserva de comida me puede salvar”.8

Como en todo laberinto, lo primero con lo que nos topamos es con los guardianes, gigantes y monstruos que lo custodian. En El castillo K. descubre el retrato de un portero con cabeza gacha. El proceso comienza con los vigilantes colándose en la habitación de Joseph K.9 Ellos son los que lo introducen en la maraña burocrática infinita que denuncia el pasado napoleónico europeo y prefigura el futuro nacionalsocialista de Alemania; todavía vive “eso” en la burocracia sistemática de las sociedades contemporáneas: “En asuntos importantes la ciudadanía puede contar siempre con una negativa”.10 Los vigilantes se cuelan en la habitación de Joseph K. y tintinean insidiosos en nuestros cerebros como cucharillas espantadas en tazas de café. En “Ante la ley”, un guardián protege la puerta que lleva a la Ley:

Ten en cuenta, sin embargo —le dice al campesino que quiere acceder a la ley—, que soy poderoso, y que además soy el guardián más ínfimo. Ante cada una de las salas permanece un guardián, el uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero es ya para mí insoportable.11

El campesino trata de convencerlo de que le deje pasar, le da todo lo que tiene, y el guardián acepta sus regalos aunque le responde: “Sólo acepto para que no creas que has omitido algo”.12 El aldeano persevera, aguanta y envejece con la esperanza de que un día el custodio de la Ley le permita atravesar las puertas. A punto de morir, se atreve a preguntarle: ¿por qué nadie más ha tratado de acceder al otro lado? Y el vigilante le revela, entonces, que aquel umbral era exclusivamente para él: esta es tu puerta. Los guardianes, dragones y serpientes, dice Joseph Campbell,13 son nuestros ángeles de la guarda. Evitan nuestro avance cuando no estamos preparados, y se retiran cuando ya somos suficientemente fuertes como para continuar. La única forma de que se nos abran las puertas del otro lado es muriendo: ¿acaso no es esta la tautología que todo rito aviva?

En “El fogonero. Un fragmento”, K. (en este caso Karl Romann) es un joven que, tras la gran travesía atlántica, no logra bajarse del barco: súbitamente se da cuenta de que ha dejado su maleta (¿su pasado?) en las tripas de la nave: “se vio obligado a buscar el camino con dificultad a través de innumerables pequeñas estancias, por escaleras cortas que se sucedían interminablemente, por corredores sinuosos, a través de un camarote vacío con un escritorio abandonado, hasta que, como sólo había hecho este camino una o dos veces, se perdió irremediablemente”.14 Karl entra a un camarote en el que está un “hombre gigantesco”, una especie de Chewbacca de Star Wars o de monstruo como el del cuento tradicional “Juan de Hierro” (ese monstruo que lleva al pequeño hacia su inaplazable destino en el interior del bosque). El fogonero guía a Karl por el vientre del buque; se ven inmersos en un juicio, en principio ajeno a K., que le revela quién es: el hijo pródigo; el sobrino del senador judío estadounidense que funge como juez en el improvisado tribunal. En este cuento, el vigilante de las puertas lleva al héroe por el laberinto infinito, el héroe es juzgado y la sentencia es premio: K. se reencuentra con la figura del padre (encarnada en el tío). ¿El buque ocupa aquí el papel de la Ballena en el relato bíblico sobre Jonás? ¿No sucede allí también que el profeta es devorado por un pez para que se encuentre son su esencia, con Dios, con su Padre Todopoderoso? Deleuze y Guattari hablan de “edipización del universo”: “El problema del padre no es cómo volverse libre en relación con él (problema edípico), sino cómo encontrar un camino donde él no lo encontró”.15

No siempre el guardián es obvio. “El maestro rural”, por ejemplo, comienza con la noticia del descubrimiento de un topo gigante, es decir, de un enorme enano, de un “nacido de la tierra”, de un custodio del interior del mundo.16 Entramos en el laberinto sinuoso y esquivo, molesto y lento, burocrático y tenaz… El remolino de sendas aparece por todos lados y es imposible escapar de él; se alimenta de la vida que nos roba: “Una jaula fue a buscar a un pájaro”.17 Es el Kafka esencial, el que acongojado nos grita que la realidad es un proceso y que, a fin de cuentas, su esencia es el cambio. Por ello Borges, quien durante algún tiempo fue considerado el primer traductor de Die Verwandlung al español, propuso traducirla por El Cambio, en lugar de por La metamorfosis. Parsimoniosamente movemos nuestras piernas con la cabeza gacha, con el deseo bloqueado, sometidos y neutralizados por el sistema: “En la lucha entre ti y el mundo ponte de parte del mundo”.18 Albergamos, sin embargo, en algún recóndito lugar de nuestra tráquea, la esperanza del grito y del canto, de atravesar el cielo con enhiesta testa y conectar con la otredad. Anhelamos la desterritorialización: “se trata de un viaje realmente exorbitante”.19 En Kafka el caminante (metonimia del escritor) no narra el mundo, sino que lo surca como experimentador.20 El hombre deviene perro o cucaracha porque aspira a experimentar nuevas perspectivas ontológicas.21 El laberinto es la caverna de la que escapar.

Franz Kafka, Tres corredores.

Franz Kafka, Tres corredores.

¿Cuál es, pues, el laberinto más efectivo? ¿No será el invisible? Odiseo se enfrentó al terrorífico canto de las sirenas poniéndose cera en los oídos y pidiendo que lo encadenaran al mástil de la nave; “No obstante, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que su canto: el silencio”.22 El laberinto no es necesariamente de formas; puede ser de vacío. No es necesariamente de canto; puede ser de silencio. Esa es la primera hipótesis de Kafka, que “Odiseo [….], por decirlo de algún modo, no escuchó su silencio; él creyó que cantaban y que se había protegido muy bien de su canto”.23 La otra es que, más bien, el héroe griego, astuto y zorro, sabía que el canto de las sirenas era mudo y, por ello, construyó “un proceso imaginario como si se tratase de un escudo”,24 para engañarlas a ellas y a la propia Diosa Destino. Para salvar el laberinto debemos ver más allá del ornamento del cosmos, y caminar más allá de la ficticia realidad de las formas. En el reverso de tan sinuosas harmonías hallamos la única y muda melodía. No es casualidad que Borges halle en Zenón al precursor de Kafka:

Un móvil que está en A (declara Aristóteles) no podrá alcanzar el punto B, porque antes deberá recorrer la mitad del camino entre los dos, y antes la mitad de la mitad, y antes, la mitad de la mitad, y así hasta el infinito […] el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura.25

Y lo son porque están perdidos en el plano horizontal del mundo.

A veces se relaciona a Kafka con la cábala. En un magnífico artículo Ananda K. Commaraswamy estudia el simbolismo de los “nudos” de Alberto Durero y de la “concatenación” de Leonardo da Vinci.26 Ambos pintores utilizaron “signaturas jeroglíficas” en forma de cadenas o lazos. En italiano se habrían designado como vincoli (susceptible de “vincularse” a Da “Vinci”), pero a estos diseños también se les habría llamado dedali o laberintos. Los dibujos, dice el sabio, tienen que ver con una antiquísima tradición a la que pertenecen algunas alineaciones prehistóricas de piedra de Suecia y Finlandia, el laberinto de Dédalo de las monedas cretenses, los arabescos moriscos, los laberintos medievales incrustados en las catedrales de Amiens, San Quintín y Rheims…

Tales laberintos son, en el fondo, mandalas. El sacrificador indio prepara los tres mundos (el terrestre, el atmosférico y el celestial) para ser habitados “como un hombre trenza con hilo, así él trenza mundo con mundo, para que haya firmeza y para que no haya ninguna flojedad” (Taittiriya Samhita VII.2.4.2). El simbolismo del tejido está ampliamente extendido entre nómadas y sedentarios. Referencias célebres las hallamos en Dante, en Platón (la “cuerda de oro” de Leyes 644), en Homero (la “cadena de oro” de Ilíada 8.18), etc. Marsilio Ficino dice que “así como el espíritu es el vínculo del alma y el cuerpo, así la luz es el vínculo del universo”. Desde al menos el siglo VIII a.C. se dice que el sol “encorda”, “teje”, “trenza” el universo. Las hilanderas del destino no solo aparecen en Grecia. En el Bhagavad Gita (VII.7) leemos: “Todo este universo está encordado en Mí, como hileras de gemas en un hilo (sutra)”. Los hilos que forman la tela del mundo son los “cabellos de Shiva”. La esencia del universo es la cuerda (el hilo); y nosotros (los individuos) somos los nudos.

“La construcción de la muralla china” es, quizás, símbolo del universo mismo. Pero, “¿cómo puede proteger una muralla inconexa?”.27 La muralla es, más que piedra, sentimiento. Durante centenares de años los habitantes del gran país han vivido en función de la muralla, en función de la barrera, en función del miedo: “Todo compatriota era un hermano para el que se construía un muro de protección”.28 Cuenta la leyenda que el emperador te ha enviado a ti, sí, a ti, mísero súbdito y lector, un mensaje desde su lecho de muerte. El mensajero que debe entregártelo, sin embargo, jamás llegará:

cuán inútilmente se esfuerza, aún intenta atravesar las estancias internas del palacio, nunca podrá atravesarlas, y si lo lograse, no habría ganado nada, pues tendría que abrirse camino para bajar las escaleras y, si lo lograse, tampoco habría ganado nada, pues tendría que pasar por los patios y, después de los patios, el segundo palacio que abarca al primero, y otra vez escaleras y patios, así, durante milenios, y si, finalmente, cayese ante la puerta exterior —algo que jamás, jamás puede ocurrir—, ante él se extendería la capital del Imperio, el centro del mundo, cubierta hasta los bordes de basura. Nadie puede abrirse paso a través de ella, y menos con el mensaje de un muerto a un ser insignificante. Pero tú te sientas en la ventana y sueñas con el mensaje cuando llega la noche.29

Guénon, en su estudio del simbolismo del tejido —representación del universo— dice que

la urdimbre —vertical— representa lo inmutable; los principios que unen entre sí todos los mundos o todos los estados, y cada uno de sus hilos une los puntos que se corresponden en cada uno de estos diferentes estados; en cuanto a la trama —horizontal—, representa el conjunto de acontecimientos que se producen en cada uno de los mundos, de modo que cada hilo de la trama sería, tal y como dijimos anteriormente, el desarrollo de los acontecimientos en un mundo determinado.30

En “La construcción de la muralla China” el mensajero, el ángel, debe recorrer todos los lugares de este mundo para llegar a nosotros, circular por todo un hilo de la trama para darnos la buena nueva. Evidentemente, el enviado fracasa por estar inmerso en la mencionada paradoja de Zenón; el verdadero ángel no viene de este plano, sino que baja desde uno superior. O de otro modo: en el laberinto, “A partir de determinado punto ya no hay regreso. Es preciso alcanzar este punto”.31 Pisamos el punto de no retorno cuando nos trepamos por el hilo de la urdimbre, el hilo del que pende nuestro destino impersonal, inhumano e impuntual.

El eterno vagabundear por el mundo de las cosas, el periplo óntico, es la condición necesaria para el salto. En Kafka la errancia es omnipresente y evidente; el salto, sin embargo, aparece intermitentemente entre sus palabras (debemos buscar con ahínco la alegría para no hundirnos en sus letras impregnadas de tristeza). Hay, no obstante, rastros importantes, porque —como en Murakami—, de tanto caminar entran ganas de volar. La monotonía del periplo tiene una función: generar el ritmo del trance que nos hará trascender. Ya lo dijimos, el verdadero camino va por una cuerda a ras de suelo destinada a hacernos tropezar, es decir, a que “cambiemos de nivel”. En “La construcción de la muralla China”, por ejemplo, las noticias tardan tanto en recorrer el imperio que los vivos y los muertos comienzan a entremezclarse, y la ley de los vivos acaba pereciendo ante la de los muertos:

él habla de un muerto como si estuviera vivo, ese Emperador hace tiempo que ha muerto, la dinastía se ha extinguido […] Pekín es para los hombres del pueblo mucho más ajeno que la vida de ultratumba […] no he conocido en todos mis viajes una pureza moral como la de mi tierra; pero sí es una vida que no está sometida a las leyes actuales y que sólo obedece las instrucciones expresas y las amonestaciones que han llegado hasta nosotros desde el pasado remoto.32

La invasión del mundo de los vivos por los muertos, sin embargo, es más clara en la serie de cuentos del cazador Gracchus: “¡Mañana viene el cazador muerto Gracchus, recíbelo en nombre de la ciudad!”.33 Despeñado en la Selva negra, vaga muerto entre los vivos, como a veces vagamos los vivos entre muertos: “He aprendido a través de los siglos suficientes idiomas y podría ser intérprete entre los antepasados y los hombres contemporáneos”.34 Apunta aquí Kafka a la figura del chamán, un muerto que vaga entre los vivos, un vivo que puede hablar con los muertos, un diplomático entre los países de lo invisible y lo visible:

No sé por qué estoy aquí. Me cargaron en la barca, como se debe hacer, un pobre muerto con el que hicieron tres, cuatro maniobras, como con todos, ¿por qué hacer excepciones con el cazador Gracchus? Todo estaba en regla, yo yacía estirado en la barca…35

¿Por qué ese vagar eterno en Kafka? ¿En qué consiste eso de encontrar el ritmo mediante el periplo?

El ser que recorre el laberinto o cualquier otra figura equivalente llega finalmente a descubrir el “lugar central”, es decir, desde la perspectiva iniciática, su propio centro. El complejo recorrido es a todas luces una representación de la multiplicidad de los estados o modalidades de la existencia manifestada, por ellos el ser ha debido “errar” primero, antes de poder establecerse en ese centro.36

El laberinto en el que deambulamos es, simbólicamente, el marco de la verdadera realidad. Las apariencias encuadran, ocultan y revelan la invisible esencia: “El hecho de que no hay más que un mundo espiritual nos quita la esperanza y nos da la certeza”.37

El pesimismo kafkiano sobre lo mundano es arcaico; órficos, platónicos y cátaros ya hablaron de la realidad de la carne como condena y de la carne del cuerpo como vestido del alma. Kafka sabe que “ante las puertas del cielo todo se descompone en sus elementos” y la mentira cae “como bloque de hormigón” aplastada contra los suelos.38 “No hay nada más que un mundo espiritual; lo que llamamos mundo sensorial es el mal en el mundo espiritual; y lo que llamamos mal es sólo una necesidad de un momento de nuestro eterno desarrollo”, dice.39 Añade, además, que “Se requería la mediación de la serpiente: el mal puede seducir al hombre, pero no llegar a ser hombre”.40 La serpiente, en este contexto, es el movimiento helicoidal que explica la caída humana en el entramado del cosmos. La vida es muerte y la muerte vida, pero Kafka reniega del suicidio: bajo la piel del animal que somos conviven el agresivo felino y el dócil cordero, nuestras almas titánica y divina; “Tal vez para el animal fuera el cuchillo del carnicero una liberación, pero se la tengo que negar por ser precisamente un objeto heredado”.41 Por haber heredado la vida, no podemos quitárnosla. La herencia, por muy trágica que sea, se porta hasta la última puerta.

Hemos oído hablar de los sutras del budismo, de esos discursos dados por Buda y algunos de sus discípulos. En el budismo designan los escritos que pueden guiarnos hacia la iluminación. Sin embargo, casi nadie se imagina que

En sánscrito sûtra significa propiamente “hilo”: un libro puede estar formado por un conjunto de sûtras, como una tela está formada por un conjunto de hilos […] esta palabra es idéntica a la latina sutura; la misma raíz, con el sentido de “coser”, se encuentra por igual en las dos lenguas.42

El vagabundo, pues, camina por el mundo cantando por si logra hallar la sutura del ser que le permita “liberarse” y “ascender”: “Tú mismo eres la tarea. No hay ningún discípulo ni a lo largo ni a lo ancho”.43 ¿Cómo hallar el canto, el hilo, por el que subir al cielo? Dice William Blake:

Yo te di la punta de una cuerda de oro,
Solo enróllala en un ovillo,
Ella te conducirá a la Puerta del Cielo
Construida en la muralla de Jerusalén.44

El verdadero canto es escucha; resigue las líneas del cosmos; pulsa sus cuerdas. El chamán cose el ser con sus palabras:

¿Cómo serán posibles las reuniones en un completo silencio? Aunque, ¿no eran también silenciosas con Josefina? ¿Acaso era su silbido más alto y vivo de lo que será su recuerdo? ¿Acaso no era cuando vivía nada más que un simple recuerdo? ¿No habrá valorado tanto el pueblo, en su sabiduría, el canto de Josefina porque era perdurable en su esencia?45

El verdadero canto es, como nos transmite la tradición clásica griega mediante Platón, recuerdo: nosotros estamos construidos con las costuras divinas; nosotros hemos sido creados mediante puntadas cósmicas. ¿Cómo no íbamos a llevar los sutras tatuados en el alma? ¡Los sutras son nuestra alma! Si el principio cósmico no estuviera ya en nosotros, seríamos nada.

Un amigo es compadre de un chamán mazateco. Él me limpia, y limpia a mi amigo, yaunamigodemiamigo,yaotroamigo,y a otro amigo, y a mi amante… Tras limpiarnos con el huevo y la albaca, tras soplarnos agua bendita, pone San Pedro molido —tabaco— en papel estraza; corta un pedazo de hilo con los dientes y amarra el papel con los polvos dentro. Mira al horizonte. Es nuestro talismán. Nuestra suerte. “Llévalo contigo y Dios estará contigo”, dice. Las grandes enseñanzas hinduistas son las mismas que las mazatecas. El mismo hilo ata nuestras suertes, la de la amante, la del amigo y la del compadre; lo que nos hace diferentes, nuestra suerte, es el atado. Y Kafka —quizás no el histórico, pero sí el más auténtico— recorriendo el infinito hilo del cosmos nos desnuda. Escarabajos y más escarabajos… en el pecho de los faraones están las puertas de la eternidad.

 


1 cfr. Kafka, F., Cuentos completos, Valdemar, Madrid, 2007, p. 17.

2 Kafka en una carta a Felice Bauer, ibid., pp. 17-18.

3 Del cuento “El mundo urbano”, ibid., p. 87.

4 Del cuento “La condena”, ibid., p. 114.

5 Kafka, Franz, Aforismos, FCE, Argentina, 1988, aforismo 1, p. 9.

6 Ibid., aforismo 2, p. 9.

7 Ibid., aforismo 52, p. 16.

8 Del cuento “La partida”, Kafka, F., Cuentos…, op. cit., p. 511.

9 Muy apreciable es la adaptación cinematográfica de Orson Welles.

10 Del cuento “Nuestra pequeña ciudad…”, ibid., p. 484.

11 Ibid., p. 237.

12 Ibid., p. 238.

13 Campbell, J., El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito, F.C.E., México, 2005.

14 Kafka, F., Cuentos…, op. cit, p. 117.

15 Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, Kafka. Por una literatura menor, Era, México, 1990, p. 20.

16 Martínez Villarroya, Javier, “Tierra que paseas por el cielo”, en Opción. La noche, número 185, diciembre de 2014, ITAM, México D.F., pp. 73-80.

17 Kafka, Franz, Aforismos, op. cit., p. 11.

18 Ibid., aforismo 52, p. 16.

19 Del cuento “La partida”, Kafka, F., Cuentos…, op. cit, p. 511.

20 Cfr. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, op. cit., pp. 14ss.

21 Martínez Villarroya, Javier, “El cazador cazado: o del insumiso semántico”, en Opción. El fin del sujeto, número 183, septiembre de 2014, itam, México D.F., pp. 72-77.

22 Del cuento “El silencio de las sirenas”, Kafka, F., Cuentos…, op. cit, p. 468.

23 Ibid., p. 469.

24 Ibid., p. 470.

25 Borges, Jorge Luis, Ficcionario. Una antologia de sus
textos, FCE, México, 1985, pp. 307-308.

26 Coomaraswamy, Ananda, “La iconografía de los «nudos» de Dürero y de la «concatenación» de Leonardo”. Publicado originalmente en Art Quarterly (Detroit, Mich.), VII, 1944. Recuperado de http://symbolos.com/durero1.htm, 4 de octubre de 2015.

27 Del cuento “La construcción de la muralla china”, Kafka, F., Cuentos…, op. cit, p. 393.

28 Ibid. p. 397.

29 Ibid. p. 406.

30 Guénon, René, El simbolismo de la cruz, José de Olañeta, Palma de Mallorca, 2003, capítulo XIV.

31 Kafka, Franz, Aforismos, op. cit.. Aforismo 5, p. 10.

32 Kafka, F., Cuentos…, op. cit, pp. 408-409.

33 Ibid., “El cazador Gracchus”, p. 365.

34 De “Otros textos sobre el cazador Gracchus”, ibid.,p.371.

35 Ibid., p. 375.

36 Guénon, René, op. cit., capítulo XIV.

37 Kafka, Franz, Aforismos, op. cit.

38 Del cuento “Una comunidad de infames”, Kafka, F., Cuentos…, op. cit, p. 471.

39 Kafka, Franz, Aforismos, op. cit., aforismo 54, p. 16.

40 Ibid. Aforismo 51., p. 16.

41 Del cuento “Un cruce”, Kafka, F., Cuentos…, op. cit, p. 431.

42 Guénon, René, op. cit., capítulo XIV.

43 Kafka, Franz, Aforismos, op. cit., aforismo 22, p.12.

44 Coomaraswamy, Ananda, op. cit.

45 “Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones”, pp.670-694, p.. 694.