Para el hombre arcaico, el mundo es a la vez “abierto” y misterioso […] pues la “naturaleza” desvela y enmascara a la vez lo “sobrenatural”.

Mircea Eliade1

Soñé que nadaba en círculos, el océano era frío y estaba picado, pero entre las olas aparecía intermitente el castillo impenetrable. No me ahogaba, no sufría, pero no lograba alcanzar sus murallas ciclópeas, sus banderas invisibles… el potente oleaje me rechazaba. Cuando finalmente logré acercarme, la fortaleza brotaba de en medio de los mares, no había playa, ni tierra ni bosque ni manglares, sólo, en medio de los mares, los herméticos muros sellados e infranqueables. Mis manos resiguieron las piedras de desconocida cantera, las junturas erosionadas por oscuras mareas, y el castillo se mantenía inalcanzable, impenetrable, escondido, mientras yo nadaba en el agua que luchaba también por derribar las murallas impertérritas. Y entonces, en aquella fortaleza que era isla, en medio de las oceánicas aguas, hallé una compuerta abierta. El agua ya solo me llegaba hasta la rodilla, achicaba, y caminé yo por aquel pasaje ancestral hasta que me topé, al momento, con las imperiales murallas de Tarraco. Mi casa.

Soñé que estaba en el cuerpo de un asesino, en sus adentros, en su bilis. Era y no era su alma, porque veía desde sus ojos pero era incapaz de influir en sus decisiones. Cómplice del pecado (del pecado de “resolver” matar, mucho peor que el de ejecutar el asesinato), vivía aterrado, era sujeto sujeto a carácter ajeno y, sin embargo, convergente con la diabólica voluntad… “su” voluntad.

Soñé que era un león regio y majestuoso, rugía en los albores del tiempo, erguía mi espalda hasta el infinito y mis mandíbulas abiertas abrían el cosmos, lo desperezaban, pues mi rugido era la aurora cósmica. Mi falo era estaca, unía cielo y tierra, y la tierra, que estaba en el cielo, era mujer y felina y amante: hembra transformada en cielo. Fornicábamos por la supervivencia de la vida.

Imágenes e ídolos, símbolos y recuerdos, sueños y misterios… A finales del siglo XIX y principios del XX surgió lo que llamamos psicología. Aunque todos los psicólogos dicen que Freud fue el padre de tal ciencia, ninguno hoy lo considera un científico (parece que, en esto, los psicólogos se han encargado de ejecutar las paradójicas órdenes del padre: ¡matar al padre!). Discípulos célebres tuvo muchos, Jung y Lacan a la cabeza, pero tampoco en las facultades de psicología hoy los consideran científicos. Sin embargo, a tales sabios les debemos conceptos como “inconsciente” o “arquetipo”, que son los que hacen del psicoanálisis la cuenca semántica principal del siglo XX.2

La psicología entendida como observación o cura de las almas nació hace años, siglos, milenios… Tengan o no alma los animales, lo que nos diferencia de ellos —lo que nos hace humanos— es que nosotros adoramos, honramos y lloramos, condenamos bendecimos e invocamos a las almas de nuestros muertos. Somos humanos porque decimos (logos) el alma (psique), porque somos psicólogos.

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Volvamos a las imágenes del soñador: el castillo en medio de las aguas, el espíritu compungido del preclaro asesino, el león teogónico y fornicador… Cuando Carl Gustav Jung comenzó a comparar los dibujos de los pacientes a los que trataba con símbolos tradicionales de culturas dispares, llegó a su célebre conclusión: esas pinturas y esos símbolos forman parte del “inconsciente colectivo”, un lugar que está “en” o “bajo” el psiquismo humano. Supongamos un archipiélago. Cada isla es visiblemente independiente del resto, autónoma, individual, pero debajo del agua todas se unen, son la misma corteza terrestre. Las islas son conciencias individuales, y la tierra que las une, el inconsciente colectivo (con Asimov, podríamos aventurar que son Gaia, la conciencia supraindividual):3 “La piedra no está en la montaña —me dice un buen amigo—; la piedra es la montaña”.

¿Mis sueños de hoy son míos o son remanentes arcaicos, formas aborígenes, herencias innatas de los tiempos cavernarios? Somos hijos del hombre prehistórico, “cuya psique estaba cercana a la del animal. Esa psique inmensamente vieja forma la base de nuestra mente, al igual que gran parte de la estructura de nuestro cuerpo se basa en el modelo anatómico general de los mamífero”.4 A esos remanentes arcaicos Jung los llamó “arquetipos” o “imágenes primordiales”:

 

El término “arquetipo” es con frecuencia entendido mal, como si significara ciertos motivos o imágenes mitológicos determinados […] El arquetipo es una tendencia a formar tales representaciones de un motivo, representaciones que pueden variar muchísimo en detalle sin perder su modelo básico […] son una tendencia, tan marcada como el impulso de las aves a construir nidos, o el de las hormigas a formar colonias organizadas.5

 

Jung describe diversos arquetipos, por ejemplo, el del Redentor de la humanidad (muy anterior a Cristo) que resucita milagrosamente desde las entrañas del monstruo:

 

Cuándo y dónde se originó ese mito es cosa que nadie sabe […]. La única certeza es que cada generación parece haberlo conocido como tradición trasmitida desde tiempos anteriores. Así que podemos suponer con seguridad que se “originó” en un período en que el hombre aún no sabía que poseía el mito del héroe; es decir, en una era en que aún no reflexionaba conscientemente sobre lo que decía. La figura del héroe es un arquetipo que ha existido desde tiempos inmemoriales.6

 

El postulado del psicólogo suizo no sólo sirve para explicar que los dibujos de un loco, las imágenes sagradas de Siberia y mis sueños concuerden. También vale para dar cuenta de la coincidencia de símbolos en culturas que nunca tuvieron contacto histórico.7 Sin embargo, el psicoanálisis no es la única forma de explicar esas “coincidencias”: los estudiosos de la Tradición Primordial proponen, precisamente, distinguir entre “supraconsciente” e “inconsciente” (este llamado a veces también “subconsciente”).

 

Con la teoría del “inconsciente colectivo” se pretende explicar que el símbolo es “anterior al pensamiento individual” y lo trasciende. El problema de fondo, que ni siquiera parece plantearse, estriba en saber la dirección que toma ese trascender: si es hacia abajo, como parece indicarlo la referencia al pretendido “inconsciente”, o hacia arriba, como lo afirman expresamente todas las doctrinas tradicionales […]. La interpretación psicoanalítica de los símbolos y su interpretación simbólica conduce a fines diametralmente opuestos.8

 

Esta aserción la hacía Guénon, que junto con otros místicos como Coomaraswamy, Huxley, Burckhart, Daniélou y Schuon, consideraba que hubo una civilización primordial que nos legó, a los humanos olvidadizos, los memorables símbolos y palabras eternos. No hubo acuerdo para denominarla: Guénon propuso Tradición Primordial o Tradición Hiperbórea, Huxley, Filosofía Perenne, Schuon, Religión Primordial…

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¿Pero en qué consistió ese variopinto movimiento? En la Europa decimonónica los límites se difuminan (¡Dios ha muerto!) y el relativismo absoluto invade la Europa industrializada.9 Las almas místicas buscan refugio en las exóticas doctrinas orientales (India, Persia, Egipto…), el mensaje verdadero de la cultura occidental ha sido enmudecido por las voces visibles de las Iglesias católica y protestante, por su racionalismo y sentimentalismo encumbrados. Por este desencanto respecto a Occidente, las vidas de los representantes más conocidos de la Tradición Primordial son —contra lo que podría pensarse— poco tradicionales (lo tradicional de esta escuela no tiene nada que ver con lo políticamente conservador). Pensemos en René Guénon. Aunque nació en Blois (Francia) en una familia católica, murió en El Cairo (Egipto) como musulmán. Aunque era matemático de profesión, se dedicó toda su vida a la contemplación de los símbolos religiosos. Aunque coqueteó con diversos movimientos poco ortodoxos (como la Escuela Hermética, la Orden Martinista, la Iglesia gnóstica) e incluso dirigió una Orden del Templo, condenó duramente otros movimientos ocultistas, especialmente a la Sociedad Teosófica,10 el célebre movimiento dirigido por la médium rusa Madame Blavatsky. Madame Besant, la discípula de la médium rusa, halló a un adolescente en una playa de Ceilán: el joven hindú fue pronto identificado como el mesías de la Sociedad Teosófica, un nuevo Cristo, un nuevo Mahoma, y en él posaron las esperanzas los fieles teosóficos. Años después el hombre en el que se había convertido rechazó la señal, el honor, la carga, pero esto no le alejó de su destinada fama. En 1984 recibió la Medalla de la Paz de la ONU, y sus escritos han vendido miles de libros; su nombre es Jiddu Krishnamurti.

Guénon no fue el único maestro tradicionalista poco tradicional. Frithjof Schuon y Titus Burckhardt, suizos, también se convirtieron al Islam. Ananda Coomaraswamy fue él mismo fruto del mestizaje (padre hindú, madre inglesa). Aldous Huxley, perteneciente a una importante familia británica (su medio hermano Andrew ganó el premio Nobel de fisiología en 1963), describió en The Doors of Perception y Heaven and Hell sus experiencias con alucinógenos y, en otras obras —como su célebre Brave New World— recreó atmósferas indudablemente psicodélicas. En su lecho de muerte, aquejado por una dolorosa enfermedad, escribió tembloroso en un escueto papel: “0,1 miligramos de LSD”.11 Era la su forma de pedirle a la esposa que le ayudara a trasladarse al otro lado, a saltar al revés de la vida. En sus viajes al inconsciente se topó con el supraconsciente: “Estaba observando lo que Adán vio la mañana de la creación: el milagro, momento a momento, de la existencia desnuda”.12

La hipnosis, los casos extraños de posesión, las coincidencias simbólicas, los sueños iniciáticos, las ensoñaciones lúcidas… todos esos asuntos que la ciencia moderna esquiva eran los que centraban las investigaciones de Freud, Jung, Guénon o Huxley, y la causa parece bastante clara:

 

La civilización moderna emerge en la historia como una verdadera anomalía: es la única, de todas las conocidas hasta la fecha, que se ha desarrollado en un sentido puramente material; la única asimismo que no se apoya en un principio de orden superior.13

 

Reducir todo lo real a lo material, descartar (con Descartes) todo lo que no es medible nos empobrece. Si la ciencia rechaza lo inconmensurable por irreal, entonces toda realidad pasa a ser previsible (porque tiene que ser visible) y el milagro (invisible hasta la revelación) queda exiliado de nuestras vidas y desterrado de nuestras visiones. Para los estudiosos de la tradición primordial cualquier manifestación (material o espiritual) es reflejo de lo divino y trascendente. El verdadero rey no es la entidad humana que representa al sol en la Tierra: por el contrario, tanto el rey como el sol son símbolos de un mismo principio supremo e intangible, visible tan solo en sus epifanías.14 Podría parecer que la ontología es demasiada lejana a nuestros intereses cotidianos, sociales y políticos, y que perdemos el tiempo hablando del sexo de los ángeles. Mera apariencia: la teología determina la historia pasada, presente y futura:

 

El hecho de que si los demás pueblos, los orientales en particular, desprecian a los occidentales, es porque éstos se les antojan gentes, por lo general, sin tradición, sin religión, lo que a sus ojos es una verdadera monstruosidad. Un oriental no puede admitir una organización social que no descanse sobre los principios tradicionales. Para un musulmán, por ejemplo, el corpus legislativo no es más que mero derivado de la religión. Antaño sucedía lo mismo en Occidente.15

 

En otras palabras, el iuspositivismo y sus variantes, la separación entre moral y derecho, es una aberración. No puede ser legítimo algo moralmente reprobable, y sin embargo sucede todo el tiempo en nuestro burocrático entorno. Pongamos un ejemplo: cierta universidad pública decide no contratar a un genio en física porque ya cumplió 36 años (su reglamento interno dice que no se puede contratar a docentes de más de 35); el genio se había pasado los últimos diez años de su corta vida en una estación espacial. Otro: el último delincuente de turno no ha sido procesado por un “defecto de forma”; el país se desangra, los criminales del poder avivan nacionalismos futboleros, ciegos y acríticos, y la injusticia campa libre por defectos de forma. Si no descartamos toda política inmoral de nuestro universo, esperpentos como ISIS continuarán creciendo, pues son fruto —como ellos mismos berrean— de nuestra falta de valores. Cuando lo legal y lo justo no se identifican, irrumpen confusos escenarios… un ciudadano anónimo y desamparado, al que el estado no le garantiza la seguridad de sus hijos, la busca rindiéndole pleitesía al capo del barrio. En una cosmovisión en la cual el mundo material es manifestación de un orden superior, esto es imposible, porque inconcebible es un mismo acto ilegal y moral, o un mismo acto legal e inmoral.

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Debemos tener en cuenta otra discrepancia fundamental entre los estudiosos del psicoanálisis y los de la Tradición Primordial, y que tiene que ver con la forma de transmitir el conocimiento. Los psicoanalistas explican el folklore a partir del inconsciente colectivo, pero para Guénon es un error muy grave considerar como primitivo aquello que, en realidad, es una degradación de un estado de cosas superior. Lo antiguo no es más rudo, sino más cercano a lo divino, y el folklore, por tanto, una especie de “memoria colectiva”, la imagen o reflejo en la humanidad de la “memoria cósmica”. Estaría configurado esencialmente por elementos pertenecientes a diferentes tradiciones extinguidas, derivadas de la Tradición Primordial. Titus Burckhardt dice:

 

en el origen de todos los motivos ornamentales se encuentran los símbolos de la tradición primordial […]. Es extremadamente difícil determinar el momento en que el significado de un símbolo inherente a un motivo ornamental se vuelve inconsciente. Por una parte este oscurecimiento puede tener muchos grados diferentes y, por otra, un arte ornamental puede experimentar la influencia de una renovación tradicional. 16

 

El axioma de los integrantes de la Filosofía Perenne queda aquí al descubierto: fue en aquellos tiempos que inauguraron el tiempo cuando se produjo la revelación divina; ahora sólo quedan rastros, y nuestra misión es recuperarlos. Somos arqueólogos escarbando la yerma tierra del espíritu, y el significado originario de los símbolos es el valioso tesoro. En el momento puro, originario y fundacional de nuestra historia, precedente a la caída de Babel, la relación con la divinidad era directa (lo más directa que puede serlo), y la consciencia de un más allá, clara. A esa tradición se le llamó, pues, Primordial.

El mito de la Atlántida alude a ese momento sagrado. Guénon distingue entre la Atlántida primordial e hiperbórea y las Atlántidas secundarias. Mitologías de diversas culturas nos hablan de ese lugar de blancura donde se dio la revelación primigenia. La mayoría de las veces, según el sabio francés, mencionan centros secundarios derivados del primero: el Aztlán y la Tula toltecas, la Atlántida del Critias y el Timeo de Platón…

 

Los centros espirituales subordinados eran constituidos a imagen del Centro supremo, y se les había aplicado las mismas denominaciones. Es así cómo la Tula atlante, cuyo nombre se ha conservado en la América central adonde fue llevado por los Toltecas, hubo de ser la sede de un poder espiritual que era como una emanación del de la Tula hiperbórea […]. También hay que referir a la tradición el traslado del saptariksha (la morada simbólica de los siete Rishis), en cierta época, desde la misma Osa a las Pléyades, constelación igualmente formada por siete estrellas, pero de situación zodiacal; lo que no deja dudas a este respecto es que las Pléyades eran llamadas hijas de Atlas y, como tales, también eran llamadas Atlántides.17

 

Los hiperbóreos eran gentes que vivían en el norte, por encima (hiper, de donde también procedería “invierno”) del viento del norte (Bóreas). En la mitología griega a sus habitantes se los vincula con el dios Apolo y con el sabio Abaris, quien viajó por la tierra vieja con una flecha en las manos.18 Kingsley sugiere que fue enviado por los cazadores del norte con la misión de disparar el conocimiento de los sabios sedentarios mediante el mensaje nómada y chamánico,19 con lo cual su flecha bien podría simbolizar el eje del mundo, la cruz cósmica, el árbol de Tamoanchan,20 el lugar de la revelación.

Las referencias a la Atlántida Hiperbórea son habituales en el hinduismo, y pueden hallarse en el libro de Tilak titulado The Arctic Home In The Vedas, escrito en plena época del paradigma de lo indoeuropeo.21

 

La tierra en la que el sol daba la vuelta al horizonte sin ponerse había de estar situada, en efecto, bien cerca del polo, si no en el propio polo; se dice también que, más tarde, los representantes de la tradición se trasladaron a una región en la que el día más largo era el doble del día más corto, pero esto se refiere ya a una fase posterior, que geográficamente ya no tiene nada que ver, evidentemente, con Hiperbórea.22

 

Los estudiosos de la Tradición Primordial consideran que el mensaje de esas gentes del polo, conectadas con el axis mundo (simbolizado por la esvástica, la sauvástica, el yin-yang, etc.), se conserva de forma más auténtica en determinadas culturas, que son las que especialmente estudian: la religión egipcia, por ser una de las más antiguas y, en consecuencia, una de las más cercanas a aquellos tiempos inmemoriales; el hinduismo, por ser la religión viva más antigua de la Tierra; y el Islam, la religión con la más reciente revelación.

Los monoteísmos se sintieron, sin embargo, en general amenazados por el concepto de Tradición Primoridal:

 

la consecuencia más “visible”, podríamos decir, de la “primordialidad” de una tradición […] consiste en que todas las religiones o tradiciones, para merecer este doble calificativo de “transmitido por” o de “religado a”, deben descender históricamente de este origen común, de este “huevo” arquetípico. Se hallarán entonces “banalizadas”, ninguna podría excluir a las restantes, como tampoco las hijas de una madre o los descendientes de estas hijas pueden negar la herencia biológica de cada una de ellas. Aquí, la herencia en cuestión consiste en la autenticidad tradicional y, al nivel de los principios, en la Verdad. Inmediatamente se observa cómo esta doctrina podrá molestar a los monoteísmos, es decir, a las religiones dotadas de un “Yo” divino: supone que cada una de estas religiones no pueda alegar una detención exclusiva de la Verdad y de la autenticidad única y absoluta […] Se verá una ilustración de ello en el simbolismo de la rueda, en la que todos los radios están presentes in principio en su centro común por un punto único, origen de todos los radios. Igualmente, se deducirá de la constancia o persistencia de ciertos términos simbólicos y de su significado “técnico” en formas tradicionales muy alejadas en el tiempo y el espacio, la preeminencia y la primordialidad de una doctrina común.23

 

Si aceptamos la idea de Tradición Primordial, estamos obligados a hacer mitología comparada, a dialogar entre culturas, a relacionar nuestro fuero interno con las galaxias: una religión fundamentada rechazará necesariamente el fundamentalismo religioso. Coomaraswamy compara a las diferentes religiones con diferentes escaladores que tratan de copar un mismo pico por vertientes diferentes de la montaña:

 

Hay muchos senderos que llevan a la cumbre de una misma y única montaña; sus diferencias serán más evidentes cuanto más abajo estemos, pero se desvanecen en la cima; cada cual querrá naturalmente tomar la que parte del punto en que se encuentra, el que rodea la montaña buscando otro no es un escalador. Nada nos autoriza a acercarnos a otro creyente para pedirle que se convierta en uno de nosotros, pero sí podemos acercarnos a él con respeto como a quien es ya uno de Aquello que es y de cuya belleza inalterable dependen todos los seres contingentes. 24

 

La mayoría de representantes del Círculo de Eranos (entre quienes reconocerá el lector a Carl Gustav Jung, Károly Kerényi, Rudolf Otto, Mircea Eliade, Joseph Campbell, Henry Corbin, etc.) están marcados por este impulso a conocer lo otro mediante el conocimiento de uno mismo, y a conocerse a uno mismo mediante el conocimiento de lo otro. La razón de que podamos conocer el mundo exterior mediante la introspección es que nosotros no estamos en el mundo: ¡nosotros somos el mundo! Regresa el concepto de fractal:

 

Un filósofo como Leibniz tuvo sin duda razón al admitir que toda “substancia individual” debe contener en sí misma una representación integral del universo, lo que es una aplicación correcta de la analogía del “macrocosmos” y el “microcosmos”; pero al limitarse a la consideración de la “substancia individual” y al querer hacer de ella el ser mismo, un ser completo e incluso cerrado, sin ninguna comunicación real con nada que esté más allá de él, se impidió pasar del sentido de la “amplitud al de la exaltación”, y así privó a su teoría de todo alcance metafísico verdadero.25

 

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La inteligencia de la razón no es suficiente, el camino para acercarse a los símbolos primordiales es el del corazón.26 En este punto la psicología y la Tradición Primordial vuelven a acercarse, pues, como decía Jung, “la psicología profunda es metafísica”. Mircea Eliade se centra en una de esas convergencias que se dan entre las dos corrientes que he expuesto: la beatitud de los orígenes. El psicoanálisis también habla de los “comienzos” de todo ser humano como una especie de paraíso.27 Las otras ciencias de la vida insisten en la precariedad de los orígenes y en el fortalecimiento de la vida con el devenir, postulando además que hay evolución, que hay progreso. Además, el autor rumano identifica otra idea que acerca al psicoanálisis y la Tradición Primordial, a saber, la importancia del recuerdo o “retorno hacia atrás”.

Entender el origen como algo más perfecto que el presente es, así, otra característica que une psicología de las profundidades y Tradición Primordial. La idea de que retornando al origen, postulado como una suerte de Edén, se pueden curar heridas del presente es compartida por las técnicas del psicoanálisis y por algunos métodos “primitivos”. En una sociedad tradicional, los rituales iniciáticos implican un regressus ad uterum: para fortalecerse y alcanzar una potencia semejante a la del origen, un individuo o sociedad debe “re-generarse” (literalmente, renacer). El renacido, tras salir del caos representado por la matriz u otras epifanías, posee una nueva constitución, un nuevo modo de ser. Los ejemplos de este regressus ad uterum son numerosísimos, y pueden encontrarse rituales de este tipo en la India, China, Mesoamérica, Egipto, Grecia, etc. En el taoísmo existe un determinado modo de respiración de circuito cerrado, llamado t’aisi (respiración embrionaria), en donde “el adepto trata de imitar la circulación de la sangre y del hálito de la madre al niño y del niño a la madre”.28 Me consta que en algunos rituales con chamanes mazatecos el iniciado “vuelve al útero” materno. En Grecia la “incubación” era una práctica habitual de curación que puede vincularse tanto con Parménides29 como con los órficos.30

Vemos que precisamente aquello que no tiene de científico el psicoanálisis es lo que lo acerca a la religión (a estas alturas el lector ya se habrá percatado de que es imposible una “ciencia de las religiones”, puesto que la ciencia mide, y la religión versa sobre la desmedida —a lo sumo, podremos hablar de fenomenología de las religiones, de teología, de mitología comparada…—).

 

Los principios de los que nos inspiramos constantemente nos obligan a presentar puntos de vista esencialmente sintéticos, y no analíticos como los del saber «profano»; pero estos puntos de vista, precisamente porque son sintéticos, van mucho más lejos en el sentido de una verdadera explicación que un análisis cualquiera, que, en realidad, no tiene apenas más que un simple valor descriptivo.31

 

El fenomenólogo de las religiones, pues, no es un erudito ratón de biblioteca destinado a describir la realidad, sino un artista cuyo trabajo es de la misma naturaleza que el de Arcimboldo, Remedios Varo o Dalí: su tarea consiste en penetrar en los oscuros archivos de la mente humana con la única herramienta fiable, la fe. Y así, asombrado, vello erizado, pupilas abombadas, epidermis alertada, contemplo por la escalofriante ventana que el minotauro violador de vírgenes no nació en la imaginación de Picasso, sino que lleva acechando 30.000 años en el mundo,32 y que mis sueños siberianos son, en efecto, los sueños de otro.


1 Eliade, Mircea, Aspectos del mito, Paidós, Barcelona, 2000, p. 125.

2 Durand, Gilbert, Mitos y sociedades, Introducción a la mitodología, Biblos, Buenos Aires, 2003.

3 Asimov, Isaac, Límites de la Fundación, Debolsillo, 2010.

4 Jung, Carl G., Von Franz, Marie-Louise (dir.), El hombre y sus símbolos, Barcelona, 2002, p. 65.

5 Ibid., p. 66,

6 Ibid., p. 69.

7 Aunque, como intuirá quien me haya leído (Martínez Villarroya, Javier, “Antes que Colón” en Opción. Nuevos mundos, número 182, mayo de 2014, ITAM, México D.F., pp. 76-86), estoy convencido de que los contactos entre pueblos lejanos fueron mucho más comunes que lo que el paradigma del Progreso y de Occidente nos hacen creer. El “Descubrimiento” de América es uno de los máximos exponentes de dicho paradigma: el concepto de Hispanidad —y, por lo tanto, el de imperio español— se funda en él.

8 Guénon, René, “Tradición e inconsciente”, en Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Barcelona, 1995.

9 Martínez Villarroya, Javier, “Romántica intuición”, en Opción. Ironía Romántica, número 179, diciembre de 2013, ITAM, México D.F., pp. 63-67.

10 Guénon, R., El teosofismo, historia de una pseudoreligión, Obelisco, Barcelona, 1989.

11 Martí Font, José María, “Albert Hoffman, el hombre que descubrió la LSD”, en El País, 24 de mayo de 1987. Recuperado de http://elpais.com/diario/1987/05/24/sociedad/548805605_850215.html .

12 Ibid.

13 Guénon, René, “La reforma de la mentalidad moderna”, en Símbolos…, p. 13.

14 Véase Guénon, René, El Rey del Mundo, Paidós, Barcelona, 2003. El concepto de rey del que hablamos no tiene nada que ver con los reyes actuales europeos…

15 Guénon, René, “La reforma de la mentalidad moderna”, en Símbolos…, p. 14.

16 Burckhardt, Titus, “El Folklore en el arte ornamental”, en Ensayos sobre el conocimiento sagrado, Jose J. de Olañeta, Palma de Mallorca-Barcelona, 1999.

17 Guénon, René, “El lugar de la tradición atlante en el Manvantara”, en Formas tradicionales y ciclos cósmicos, Barcelona, Obelisco, 1984.

18 Herodoto, Historias, 4.36.

19 Kingsley, Peter, En los oscuros lugares del saber, Atalanta, Girona, 2007.

20 López Austin, Alfredo, Tamoanchan y Tlalocan, F.C.E., México, 1994.

21 Tilak, Bâl Gangâdhar, The Arctic Home In The Vedas, Publishers Messrs, Tilak Bros, Gaikwar Wada, Poona City, 1903.

22 Guénon, René, “Atlántida e Hiperbórea”, en Formas….

23 Tourniac, Jean, “Las consecuencias de una primordialidad tradicional para las religiones”, en La Tradición Primordial, París, 1983.

24 Coomaraswamy, Ananda K., “Dos caminos hacia la misma cumbre”, en Radhakrishnan, Savepalli (ed.), Las grandes religiones enjuician al Cristianismo, Mensajero, Bilbao, 1971.

25 Guénon, René, El simbolismo de la cruz, José de Olañeta, Palma de Mallorca, 2003, p.30.

26 Schwaller de Lubicz, René Adolphe, Esoterismo y simbolismo, la inteligencia del corazón, Obelisco, Barcelona 1992.

27 Eliade, op. cit., p. 73.

28 Ibid., p. 77.

29 Kingsley, op. cit.

30 Desarrollo tal idea en “El niño santo en el orfismo. O del significado oculto de ERIKEPAIOS (Ericepeo) y su relación con Eros”, en proceso de publicación.

31 Guénon, René, La crisis del mundo moderno, capítulo IX. Recuperado de www.infotematica.com.ar.

32 Véanse las espectaculares imágenes de la Cueva de Chauvet en Herzog, Werner, Cave of Forgotten Dreams, 2010. Para una historia del Minotauro de Picasso véase el magnífico corto en stop motion titulado Minotauromaquia: Pablo en el Laberinto, del gallego Juan Pablo Etcheverry.