Tengo la cabeza en ebullición y se me ocurren proyectos maravillosos que, aunque no pasen del estado en que se encuentran, tienen el don de iluminar
Antonieta Rivas Mercado

Son pocos los títulos de óperas mexicanas que son interpretadas en nuestros escenarios. En general, las óperas compuestas por autores nacionales sufren del olvido y ninguneo. Algunas de ellas consiguen una reposición por aquí o allá, pero no retornan en mucho tiempo. Tomemos, por ejemplo, la ópera mexicana más famosa del siglo xix, Ildegonda (1866). Esta partitura es mencionada en estudios y monografías pero, en estricto sentido, ¿se conoce? De hecho, la grabación realizada por la Orquesta Sinfónica Carlos Chávez, bajo la dirección de Fernando Lozano, realizada en 1994, es casi imposible de conseguir. Ildegonda fue repuesta en Guavdalajara en el año 2007, y paremos de contar. Situación parecida ocurre con otras óperas mexicanas: Atzimba (1900), de Ricardo Castro; Matilde (1910), de Julián Carillo; Tata Vasco (1941), de Miguel Bernal Jiménez; La Mulata de Córdoba (1948), de José Pablo Moncayo; The Visitors (1957-1959), de Carlos Chávez; Aura (1988), de Mario Lavista, por citar algunas. Las óperas de repertorio continúan acaparando las temporadas nacionales y el Palacio de Bellas Artes continúa siendo el centro neurálgico de la ópera, a pesar de esfuerzos realmente notables en provincia, como es el caso de Cuernavaca, en el estado de Morelos. A los títulos arriba mencionados les ha salvado del olvido histórico el que han sido grabados total o parcialmente; si no fuera por ello, sólo estarían en la memoria de quienes los hayan visto en una o dos reposiciones, a lo sumo, desde su estreno.

De ahí lo encomiable que resultó que la Ópera de Bellas Artes haya dedicado una función doble a dos de las principales óperas de un compositor además vivo, Federico Ibarra (1946), en el marco del homenaje nacional que se le brindó por el septuagésimo aniversario de su natalicio. Las óperas presentadas en el Palacio de Bellas Artes por la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes bajo la dirección de Iván del Prado, los pasados 14, 18 y 21 de febrero del presente 2016, fueron El Pequeño Príncipe (1988) y la ópera en un acto Antonieta (2010). La primera ópera es una obra de cámara con momentos exquisitos, un grato redescubrimiento de esta generación. La segunda, por su parte, será el motivo de los comentarios del presente artículo.

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Antonieta toma su título de una de las mujeres más interesantes e inteligentes que haya habido en nuestro país, Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), quien, a pesar de su corta existencia, vivió lo suficiente para legar al país momentos e instituciones artísticas y culturales que hasta la fecha son motivo de admiración y reconocimiento, a la par que su obra literaria va aquilatando su valor conforme pasa el tiempo, gracias a su audacia y actualidad.

Existen dos textos que son clásicos para comprender y aquilatar la vida y obra de Antonieta Rivas Mercado: la biografía que hiciera de ella Fabienne Bradu, Antonieta (1991),1 y la novela biográfica A la sombra del Ángel (1995), de Catherine S. Blair.2 Un texto complementario a estas biografías son las Obras Completas (1987), escritas por la misma Antonieta Rivas Mercado y compiladas por Luis Mario Schneider.3 Con las fuentes bibliográficas existentes y la leyenda de la vida de la propia Antonieta Rivas Mercado, el cineasta Carlos Saura hizo una película, Antonieta (1982), y el dramaturgo Juan Tovar una obra titulada El Destierro (1982), ambas relacionadas con José Vasconcelos, tomando como pretexto el centenario del natalicio del educador, filósofo y político oaxaqueño, uno de los grandes amores de Antonieta; su conflictiva relación ha quedado en el imaginario colectivo como una de las causas del suicidio de Rivas Mercado en la Catedral de Notre Dame, en la ciudad de París, el 11 de febrero de 1931.

Es con este hecho que inicia la ópera de Federico Ibarra: Antonieta, acosada por sus problemas, agobiada por su situación personal (problemas álgidos con su esposo, Albert Blair, de quien estaba separada desde 1923, además de sus fracasos amorosos con el pintor Manuel Rodriguez Lozano y el propio José Vasconcelos) y por vivir un exilio impuesto por las circunstancias políticas derivadas del fraude electoral sufrido por José Vasconcelos en 1929, en su pretensión de alcanzar la Presidencia de la República. Antonieta no puede más con sus propios fantasmas. Agobiada, angustiada, extenuada, decide acabar con su vida, disparándose en el corazón. Un coro de monjes con modos gregorianos resuena y acompaña su tránsito, cantando la secuencia Dies Irae (El día de la ira).4 La ampulosa orquestación y la poderosa música de Federico Ibarra hacen de esta primera escena una referencia en la historia de la ópera en nuestro país.

A partir de ahí, la ópera va recordando pasajes de la vida de Antonieta. Al principio en su casa de la Colonia Roma, al lado de su padre, el arquitecto Antonio Rivas Mercado, cuya principal obra, el llamado Ángel de la Independencia, sirve como motivo conductor, al atribuirle simbólicamente los ideales de Antonieta de libertad y belleza. En la versión en vivo, don Antonio Rivas Mercado fue cantado magistralmente por el barítono Jesús Suaste. Don Antonio es el padre y amigo de Antonieta, el único capaz de comprenderle y amarle en plenitud, al menos en las dimensiones que ansiaba Antonieta. Aquí cabe destacar la extraordinaria mancuerna de Suaste con la mezzosoprano Grace Echauri, la única Antonieta hasta ahora. Una de las cosas que sorprende de la ópera de Federico Ibarra es el sostenimiento de la tensión dramática por parte del personaje de Antonieta a lo largo de una hora y cuarto. Grace Echauri, tanto en la grabación de esta ópera como en su actuación presencial, se distingue por su personalidad y por una potencia y control vocales dignos de todo reconocimiento.

La parte musical que mayor popularidad, si se vale el término, tiene esta ópera es la del Vals, momento dentro de la partitura en que la popularidad de don Antonio Rivas Mercado está en su culmen por haber creado un símbolo nacional. Un coro de convencidos aristócratas entona loas al régimen porfirista y a la obra maestra que Rivas Mercado acaba de crear, como símbolo de la grandeza del México moderno. De pronto, las armas revolucionarias interrumpen la alegría general y la música cambia, tornándose violenta. En el libreto de Antonieta, escrito por Verónica Musalém, la protagonista se muestra aturdida por lo que ve, oye y vive. No comprende, junto con su padre, los cambios revolucionarios. De hecho, nunca lo hará. En vida, Antonieta Rivas Mercado va a patrocinar empresas culturales de vanguardia,5 totalmente ajenas al sentir de la revolución mexicana.

Durante la ópera tres personajes son los jueces del actuar trágico de Antonieta: la política, el arte y el amor. Y dos son los antagónicos, los fantasmas de Manuel Rodríguez Lozano y José Vasconcelos. Aquí es necesario mencionar que el libreto adolece de simplificaciones que pueden ser peligrosas a la hora de interpretar históricamente la realidad. Tanto Rodríguez Lozano como Vasconcelos aparecen como personajes que se aprovecharon de Antonieta para sus propios fines, pagándole mal los sentimientos nobles de la protagonista. La realidad histórica es más compleja que ello. Antonieta era una persona que entregaba todo a lo que hacía; esto es, que entregaba su ser completo, físico y metafísico. En ese rango vivencial existió. El rechazo de Rodríguez Lozano (por su condición homosexual) y el de Vasconcelos (por su autosuficiencia) fueron algo que Antonieta no pudo o no quiso superar.

Hay una segunda tesis que el propio compositor argumenta al respecto del pathos trágico de la protagonista de la ópera: su frustración para crear arte.6 Siendo la escenificación de su propia muerte una escena teatral en sí misma, este argumento tiene su lógica; sin embargo, no pudo haber sido decisivo para la decisión del final de Antonieta por propia mano. Lo trágico de An-tonieta deriva de su propia esencia, de buscar lo Absoluto en un mundo de la Nada. Con todo esto como antecedente, Antonieta cuenta ya con una grabación que será referencial dentro de la historia del género operístico en nuestro país, bajo el sello Tempus Clásico y el auspicio del Conaculta. La dirección musical de esta grabación está a cargo de Román Revueltas, con la ejecución de la Orquesta y Coro de la Sinfónica de Aguascalientes y la interpretación de Grace Echauri como Antonieta y Guillermo Ruiz como Antonio Rivas Mercado.

¿Qué sensación queda después de haber escuchado Antonieta? El interés por reinterpretar un personaje de por sí moderno. Aquella mujer que pudo ser primera bailarina de la Ópera de París. Aquella mujer que titánicamente, y por iniciativa propia, quiso revolucionar el arte en nuestro país, tomando la idea de Carlos Chávez de crear una Sinfónica de talla internacional, fundando un patronato para la misma y dotando, de su propio peculio, los trajes de los músicos de la misma, en la cual músicos de la talla de Edgar Varèse, Béla Bartók y Aaron Copland fungieron como consejeros.7 Aquella mujer que consideraba a José Vasconcelos una alternativa real de buen gobierno y que entregó todo por esa causa. Aquella mujer, mecenas de artistas, que buscó colocar a México en la contemporaneidad del pensamiento de frontera. Aquella mujer con una prosa de tal fuerza expresiva que merece un redescubrimiento mayúsculo, propiedad –hasta ahora– de pequeños círculos literarios y de iniciados.

 


1Fabianne Bradu, Antonieta, Fondo de Cultura Económica, 1996. 


2Katrhyn S. Blair, A la sombra del Ángel, Alianza Editorial, 1997. 


3Luis Mario Schneider, Obras Completas de Antonieta Rivas Mercado, SEP; 1981. 


4Algo parecido se encuentra en el pasaje donde muere Margarita en las Escenas del Fausto de Goethe (1844-1853), de Robert Schumann.

5 El Teatro Ulises y su apoyo a Los Contemporáneos, son prueba de ello.

6 Cita obtenida de la entrevista hecha al autor por José Areán y Gerardo Kleinburg en el programa, del canal 22, Escenarios. Cfr. https://www.youtube.com/watch?v=OzgVhb-2qYM. Consultado el 20 de febrero de 2015. En este enlace se puede apreciar la ópera completa.

7 Beatriz Maupomé, Apuntes para la historia de la Orquesta Sinfónica Nacional, en Orquesta Sinfónica Nacional, Sonidos de un Espacio en Libertad, Océano, 1994, pp. 74-79.