El flarf del narco

Fondo Editorial Tierra Adentro (2015)

flarf

POESÍA AL AZAR

Hacer crítica de poesía no es fácil. Distinguir un buen poema de uno mediano es complicado; defender al buen poema, aún más. La buena poesía no tiene definición. Lo que es más sencillo (relativamente, al menos), es reconocer un mal poema o lo que de plano no es poesía siquiera. No hay acuerdo entre quién es mejor, Maradona o Pelé, pero si yo entro a jugar un partido y tomo el esférico con las manos para anotar un gol todos dirán que eso no es futbol. Lo bueno es que la probabilidad está de nuestro lado: “escribir un buen poema no es imposible, es improbable”, dice Gabriel Zaid. El flarf del narco, de Moisés Ayala, es un libro malo que tiene poquísimos (si no es que ninguno) momentos de poesía. Pero como argumentar contra el valor de la corriente en la que se enmarca o sobre el posible oportunismo que representa escribir sobre el narcotráfico es debatible, y hay quien podría decir que el libro fue un mero pretexto, no hablaré de los defectos del procedimiento, sino del resultado.

Primero hay que saber que flarf1 es una corriente nacida en 2001 que intenta hacer poemas a partir de búsquedas en internet (principalmente Google), a las que sigue tomar frases o palabras al azar que después se unen en una narrativa con algo de sentido (en el mejor de los casos). El movimiento inició como un intento por escribir los peores poemas posibles –según su fundador, Gary Sullivan-, pero ha logrado que incluso la prestigiosa revista Poetry le dedicara un número. Como ya dije, no voy a discurrir sobre la validez de la automatización en el arte, pero recalco que lo que propone el flarf no es nuevo, el collage lo inventó Picasso a inicios del siglo pasado y el readymade comenzó con Duchamp en 1917, técnicas que luego tomó el dadaísmo para hacer poemas con palabras tomadas al azar de periódicos. Lo único que el flarf tiene de nuevo es el medio a través del cual lo hace: internet.

El título del libro es el primer desacierto. ¿Cabe imaginar a Van Gogh incluyendo la palabra “impresionista” en el título de una de sus obras? ¿O a Juan Gris poniéndole de título a un cuadro “El retrato cubista”? Por supuesto que no. El flarf del narco es un título que anuncia mucho y raya en la presunción.

Dice el editor que Ayala “construye un universo” que lleva “al lector a lo más profundo y oscuro del crimen y la violencia”. Veamos uno de sus poemas:

Sicarios enfrentan a militares en Coahuila 16:2 H, 26 de marzo de 2011

Parecía un martes tranquilo

                            hasta que justo frente a las instalaciones
se incendia

En llamas
            impactó contra la represión y la censura

Tras la refriega:
existen
                  rechazan

El título a manera de nota periodística muestra empeño por dejar el lugar común y poner al lector en un escenario cotidiano. Los dos versos entrantes son frases típicas de periódicos que reflejan el método flarf. Hasta ahora sin problema y sin asombro. Pero en el tercer verso cambia el tiempo a presente y no se logra nada: el cambio es abrupto, el paso de un verso a otro es forzado y no se sabe qué se incendia. El verso siguiente es una redundancia innecesaria porque de incendiar se deriva el sustantivo incendio, que significa “fuego grande que arrasa”, “que pone algo en llamas”. En el siguiente verso vuelve al tiempo pretérito de forma tosca y seguimos sin saber a lo que se refiere. ¿Quién impactó? ¿Los sicarios? ¿Los militares? ¿La sociedad? ¿El poeta? Enseguida el autor se acuerda del título del poema y habla de la refriega –que no había aparecido–, pero no dice nada de ella. Otra vez cortes abruptos, forzados, que dicen nada y no tienen contundencia para cerrar. El poema es malo porque no dice nada y apenas se deja leer. Es, lo que llamaría Zaid, un borbotón sin forma.

Otro ejemplo:

Hasta mañana, Sirenita
Hasta mañana, Carlos 16977
Hasta mañana, Angello
Hasta mañana, PanchoVilla1
Hasta mañana, Comandante Zamora

Y termina:

Hasta mañana a todos…
Saludos y manda el clon a la gaver

Omito el resto del poema por sincera flojera de escribir prácticamente lo mismo otras siete veces. La anáfora es un recurso muy poderoso cuando se sabe usar –ejemplo es Ginsberg–, pero desastroso cuando no, como aquí. No hay revelación, no hay sorpresa, nada que provoque o haga ver algo de forma distinta. No hay propósito ni en la idea ni en la forma. No hay poesía, solo una aburrida repetición de frases insulsas.

Otro poema inicia así:

Y chingas
                        a
             tu
                                    reputísima madre

Tu mamá, pendejo
                  Tu mamá

Nuevamente, el corte de versos es absurdo, sin propósito, y entorpece una lectura de por sí aburrida. Alguien podría decir que el corte de versos es violento, porque así es el narco. Ojalá Ayala lo hubiera intentado, pero no, aquí no hay eso. El verso es un ente significante que contribuye al todo del poema; la “a” y el “tu” no dicen nada y el resto de los versos nada aportan al lector. Se podría prescindir de ellos sin temer a que faltara hablar de algo.

La última. Al principio y al final, Ayala se da un espacio para dejar una nota introductoria y una despedida (en verso, ambas), hace a un lado el método automático, toma las riendas y presenta una faceta muy distinta de la corriente flarf –que tiene en su esencia la burla y el desconocimiento de cualquier canon–, y termina en la rima: “continuaré con la letanía / del silencio que tenía”, lo cual me parece una incongruencia, pero no aventuraré demasiado, quizá es parte del flarf.

Ayala, contrario a lo que afirma el editor, no construye un universo, porque no se puede construir uno cuando la intención no está clara o no se sabe manejar. En la buena poesía, prácticamente todo tiene una intención, las buenas obras de arte no surgen del azar, y Ayala lo olvidó en este libro. Como experimento es innecesario, como obra no vale la pena.

Nota: Cabe la posibilidad de una réplica que asegure que no he entendido nada, que todo lo que critico se hizo a propósito, porque de eso se trata el flarf, de burlarse de todo, y el libro se burla también de esta reseña, o bien de una que me tilde de indolente ante la violencia causada por el narcotráfico que el libro quiere plasmar. Ante la primera, adelanto que no creo que un libro dedicado a dos primos desaparecidos refleje un deseo de burlarse del narcotráfico, y eso se ve a lo largo de El flarf del narco; ante la segunda, que una obra no vale por su intención, sino por lo que logra. En cualquier caso, correré el riesgo.

 


1 Flarf es una palabra inventada por los fundadores de la corriente que se relaciona con algo que no está bien (not ok), y algo desagradable.