A Micky Rivera Bustamante.

 

El clarinete entona una rítmica y sincopada melodía, a la que imitan los demás alientos y las cuerdas. Entre disonancias, el clarinete bajo y los violines primeros y segundos juguetean. Luego, la flauta y el clarinete proporcionan una suspensa y relajada calma, la cual es seguida por figuras polirítmicas en los metales; simultáneamente, las percusiones atosigan, volviendo a la música amenazante; el esquema se repite una y otra vez. Las frases sonoras se vuelven obsesivas, más y cada vez más. Hay sonidos chirriantes, los alientos, metales y percusiones forman una polifonía, cual gran máquina sonora, a punto de estallar. Los timbales punzan un bélico tono al conjunto hasta que, de pronto, ese dinosaurio sonoro se hace música de cámara, pero bajo la misma tesitura obsesiva, desembocando en una implosión final. Estamos ante el final de la Quinta Sinfonía en si bemol mayor, Op. 100, de Serguei Prokofiev (1944), compuesta en el contexto del final de la Segunda Guerra Mundial y de la cual el autor dijo que era: “Un himno para los hombres libres y felices, a sus maravillosos poderes y a su puro y noble espíritu… No puedo decir que haya escogido deliberadamente este tema. Nació en mí y me pedía expresión. La música maduró dentro de mí. Llenó mi alma.” La Quinta Sinfonía de Prokofiev, junto con la Tercera Sinfonía (1946) de Aaron Copland, la Sinfonía Litúrgica (1945-46) de Franz Honneger, la Segunda Sinfonía de David Diamond o la Décima Sinfonía (1946-1953) de Dmitri Shostakovich, se encuentran entre el grupo de obras sinfónicas cumbre del siglo XX y de la historia de la música, en general.

Una referencial versión de la Quinta Sinfonía de Prokofiev, es la que pudimos escuchar con la Orquesta del Teatro Mariinsky bajo la dirección de su titular, Valeri Guérguiev, el pasado 3 de marzo del presente 2016, en el Palacio de Bellas Artes. Ya antes, lo ruso había estado presente en nuestro máximo recinto cultural con la exposición, Las vanguardias rusas, una extraordinaria exploración del constructivismo desarrollado en los primeros años de la Unión Soviética y de las técnicas arquitectónicas, musicales y plásticas impulsadas desde finales del siglo XIX hasta mediado de los años 30, bajo la influencia postimpresionista y futurista.1

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Lo visto y escuchado en el Palacio de Bellas Artes provocó el delirio del público, y no resulta exagerado usar tal terminología. La perfección de la Orquesta del Teatro Mariinsky en la interpretación de esta partitura es referencial para los estándares contemporáneos. El timbalista Andrei Kothin ejecutando con una brutalidad asombrosa su parte, combinada con el liderazgo de la orquesta por parte de KirillTerentiev como concertino y la atávica e hipnótica dirección de Guérguiev, daban una pauta de grandeza que solo una orquesta como la Mariinsky puede otorgar junto con sus pares de Nueva York, Viena, Londres o Berlín.

Si existe un vocablo para definir a la Orquesta del Teatro Mariinsky, ese es tradición. Para la Real Academia Española de la Lengua, la palabra tradición significa: “la transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación, así como el conjunto de rasgos propios de unos géneros o unas formas literarias o artísticas que han perdurado a lo largo de los años”.2 En este sentido, la Orquesta del Teatro Mariinsky3 obedece, con toda fidelidad, a este concepto, ya que se asume como heredera de una tradición que se remota a la época de la Ilustración. El 12 de julio de 1783 la zarina Catalina II funda el primer gran teatro profesional de ópera y ballet de Rusia, el llamado Teatro Imperial Bólshoi Kamenny,4 que funcionó como casa de ópera y ballet hasta 1886, cuando todo el repertorio, mobiliario y compañía fueron mudados al Teatro Mariinsky, debido a que el teatro, del mismo nombre y erigido también en 1783, que les albergaba fue declarado inseguro, quedando solo como parte del Conservatorio de San Petesburgo. El Bólshoi Kamenny tuvo una historia muy peculiar, fue escenario de estrenos de las óperas: La vida por el Zar y Ruslán y Ludmila, de Mihail Glinka, así como de La Forza del Destino, de Giuseppe Verdi. Y de los ballets: La Hija del Faraón (música de CearePugni y coreorgrafía de Petipá) y La Bayadera (música de Ludwig Minkus y coreografía de Petipá). Esto es, el inicio de la tradición operística y dancística de Rusia.

 

El nombre de Mariinsky se dio en honor a la esposa del zar Alejandro II, María Aleksandrovna y tía del zar Nicolás II. En la época soviética, el Mariinsky cambió de nombre, formando exclusivamente parte del Estado desde noviembre de 1917, tomando después el nombre de Teatro de Ópera y Ballet Kírov, en desafortunado honor a Serguéi Mironovich Kírov –político cómplice de Stalin, caído en desgracia después y asesinado en 1934 en las purgas estalinistas–, cuyo único mérito fue tener gusto por el ballet –y las bailarinas, claro.

El nombre de Ópera y Ballet Kírov duró de 1935 a 1992, fecha en la que recuperó su original nombre: Mariinsky. Ahora bien, tanto como Mariinsky, como Kírov, la tradición de los actuales miembros de la ópera, ballet y orquesta pesa de igual manera, pues prácticamente todos los ballets de repertorio salieron del Mariinksy: El Cascanueces, El Lago de los Cisnes, Raymonda, La Bayadera, Don Quijote y Espartaco. Y también, las grandes óperas rusas: Boris Godunov, de Modest Mussorgsky, La reina de espadas y Yolanda, de Tchaikovsky, El Príncipe Igor, de Alexander Borodin. En la tradición didáctica del ballet Mariinsky, destca Agripina Vagánova, quien propuso los principios del ballet contemporáneo. ¿Y qué decir de los grandes nombres del ballet? Ana Pávlova, Tamara Karsávina, Vaslav Nijinsky, Lydia Lopokova –esposa del economista John Maynard Keynes–, Rudolf Nuréyev, George Balanchine, Mihail Barýshnikov, entre otros. Además, cantantes como: Fyodor Chaliapin, DmitriHvorovstovsky y Anna Netrebko, forman parte de esta gran historia.

En 1988, toma la dirección del todavía Kírov, el director de orquesta, Valeri Guérgiev, músico que en todo momento hace hincapié en lo que significa la memoria histórica de este gran Teatro. Fue a él, precisamente, a quien en México pudimos apreciar dirigiendo a la Orquesta del Teatro Mariinsky, en sendos conciertos, los días 3 y 4 de marzo del presente 2016, en el Palacio de Bellas Artes y en el Auditorio Nacional, respectivamente.

La Orquesta del Teatro Mariinsky es uno de esos conjuntos orquestales donde hasta el triángulo y el pandero son solistas en sí mismos; todas las secciones tienen un sonido propio y hecho. ¡Esos metales! Con la profundidad y potencia propias de Rusia. Y qué decir de los instrumentos: la gran caja, por ejemplo, tiene un timbre que solo la Filarmónica de Berlín posee en cuanto a su potencia.

El primero de los programas, fue todo Prokofiev, inciando con la Sinfonía Clásica en re mayor Op.25 (1916), propuesta como homenaje a Franz Joseph Haydn. El control de la orquesta por parte de Guérgiev, merecedor del premio Herbert von Karajan de dirección de orquesta (1976), logró demostrar su gran destreza. Sin embargo, su dirección ha impreso cierta disminución de espontaneidad, lograda, por ejemplo, por Guérgiev en su asombrosa versión de la misma obra con la Orquesta Filarmónica de Viena, interpretada en el Festival de Verano de Salzburgo, del año 2000.

En el segundo concierto, en el Auditorio Nacional, resaltó, por lo imponente, el inicio de la Danza de los Caballeros, del ballet Romeo y Julieta (1935) Op.64, también de Serguei Prokofiev. Un seco redoble de timbales anuncia lo trágico de la historia y la subsecuente danza sonó en toda su majestad con la Orquesta Mariinksy. El ballet de Prokofiev es igualado en belleza solo por la película de Franco Zeffirelli, del mismo nombre, realizada en 1968 y teniendo como protagonistas a Olivia Hussey y Leonard Whiting, con música del compositor italiano Nino Rota.

El concierto se complementa con música de Verdi, Tchaikovsky y Borodin, que también se incluyó dentro de los programas de la Orquesta del Teatro Mariinksy. Una oportunidad que solo fue equiparable a la vivida en 2016, con la visita del Ballet de esta compañía a nuestro país (en el Auditorio Nacional) y donde se pudieron apreciar obras de repertorio como: Petrushka (1911) de Igor Stravinsky o Scheherezade (1888) de Nicolái Rimsky-Korsakov.

1 Cfr. Mónica Mateos-Vega, La Vanguardia rusa… llega al Palacio de Bellas Artes, La Jornada, 22 de octubre de 2015.

2Cfr. http://dle.rae.es/?id=aDbG8m4

3 Toda la información documental que se incluye en esta reseña proviene directamente de la página del Teatro Mariinksy, https://www.mariinsky.ru/en/about/history/mariinsky_theatre/

4 No se debe confundir el Teatro Bólshoi Kamenny con el Teatro Imperial Bólshoi, que si bien datan de la misma época, finales del siglo XVIII, el Kamenny era de San Petesburgo y el Imperial de Moscú. La palabra Bólshoi, quiere decir teatro, en ruso.