Una literatura que construye realidades sociales

La tradición de la literatura gay en México se abre como la oportunidad de construir mundos posibles, en los que la fuerza de la literatura aparece como utopía de la representación desde proyectos humanos y solidarios, a partir del uso pragmático de la historia, de nuestra historia de deseos diversos, que introduce en la historia oficial cambios sociales, políticos y, más importante, individuales. La conciencia de ser diferentes generó entre valientes escritores mexicanos un movimiento ético que permitió construir posibilidades para mostrar un mundo mejor, más amplio y diverso a partir de la experiencia; una mejora posible en el presente histórico de la enunciación discursiva en cada caso, que varía de acuerdo con las circunstancias históricas y políticas. A continuación nos detendremos en ciertas obras –y en las circunstancias de su creación– de cuatro de los más representativos escritores homosexuales que insertan su producción literaria en una temática que no desvincula la diversidad afectiva del mundo representado, sino, por el contrario, cada uno integra lo personal (representación de deseos, vivencias y elementos culturales de sujetos homosexuales) con sus proyectos políticos y literarios.

Toda selección implica dejar de lado testimonios valiosos; el criterio para hacer el recuento de estos escritores que nos dieron patria literaria jota es su evidente compromiso con la diferencia discursiva y la expresión singular y contestataria de acuerdo con el momento en el que desafiaron con su pluma las convenciones de la época. Además, nos centraremos en una obra específica de cada autor: Salvador Novo, íntimo en La estatua de sal; Luis Zapata y las contradicciones de El vampiro de la colonia Roma; la mirada crítica de José Joaquín Blanco en sus “Ojos que da pánico soñar”; y Abigael Bohórquez con su testimonio poético cumbre en Poesida. Cada uno de ellos –en su momento y especialmente con la obra en cuestión– desafió a la heterosexualidad dominante con otros modos de pensar –y actuar– en el mundo; otras maneras posibles de ejercer la dignidad de la vida. Todos muestran la fragilidad del modelo individual y dominante de la lógica normalizadora, nos invitan a soñar otras formas de sociabilidad, nos recuerdan prácticas del deseo que la norma cancelaba, nos iluminan mostrándonos modelos de comunidad que el matrimonio, la pareja y el mercado cerraron o pretenden continuamente hacerlo. La autobiografía, la novela, el ensayo y el poemario que abordaremos son obras que nos ayudan a romper con las prisiones reales y simbólicas de la representación de la diferencia y que nos invitan a conocernos y, en ese sentido, ampliar nuestros límites; no como fin en sí mismo, sino como proceso generador de cambios sociales y personalísimos. Los autores mencionados nos invitan a desnaturalizar y desmitificarlo todo –los discursos sociales, políticos, literarios, económicos, culturales y religiosos– bajo la premisa de que legitimar mitos heteronormados y naturalizar pensamientos sólidos desde la norma excluyen y operan con la lógica del rechazo como regla de homogeneización social.

 

Novo, el burlador de sí mismo

Los modelos de masculinidad, autoritarismo y cultura del “nuevo hombre” se fijan en el afán revolucionario e institucionalizado de principios del siglo xx. Tradición heteronormativa que consideraba incluso al arte como proyecto de difusión política: la novela de la revolución y el muralismo son ejemplos de este cauce. El hombre es heterosexual, patriarcal y, de acuerdo con el estereotipo popular, “feo, fuerte y formal”.

Ante esta coyuntura, la compleja e inclasificable figura de Salvador Novo aparece desde una lectura contestataria, al burlarse de todo burlándose de sí. La estatua de sal, título que dio el autor a sus presumiblemente inconclusas memorias y no publicadas en vida (c. 1945, publicadas en hasta 1999),1 retratan el placer de la exhibición de la disidencia y el camino de formación de un joven escritor homosexual en un núcleo social soterrado, pero existente y válido. En ellas, aparece la intimidad como espectáculo que vende, el yo como un producto de consumo. Existe una amplia tradición de las memorias desde la norma literaria; en el caso de Novo, la subversión se presenta en el contenido, en la inconclusión, en la fragmentación, en la franca intención de escribir para exhibirse, así como en el hecho de la fragmentación como una resistencia a la idea de unidad del sujeto, desde una postura ubicua en su auto representación.2

Un juego entre represión y auto represión en clave irónica se finca en la elección de Novo por un discurso que se enuncia en La estatua de sal a partir del psicoanálisis, con lo que de entrada se nos presenta la conciencia de la homosexualidad como una categoría mental y no sólo ya corporal. Surge también la subversión de esa conciencia debido a que la narración no es condenatoria ni del todo reformista; al lado de la culpa y la autocomplacencia están el gozo, la diversión, la formación de comunidad; la “patología” homosexual da conciencia de sí, mas no necesariamente deseos de negarla, pareciera decir Novo.

Desde esta lógica disidente de la lógica médica, Novo encuentra el trauma infantil en el edipismo para explicar la homosexualidad en clave irónica: se representa a sí mismo como un niño que juega con otro niño a la madre y al hijo, no al papá y a la mamá, no al papá y al papá (que es a lo que yo juego), sino a la burla del complejo de Edipo para justificar ese “mal”, que en conclusión no es tal porque se exhibe en un gozo festivo recurrente, sin redención ni posibilidad de cambio. Inscribir el texto de su confesión en clave edípica le permite enunciarse, pero también subvertir los límites culposos del discurso confesional. Simula explicarse a partir de los candados de la norma, pero sólo para evidenciar el proceso excluyente y cancelatorio del discurso médico y, con ello, denunciar la parcialidad de lo que se considera sano o enfermo:

 

De esa época datan mis primeros recuerdos sexuales, cuya exposición inconexa no he de regir por más que la natural contigüidad de su actual representación. Había en casa un mocito, de nombre Samuel, con quien me ponía a jugar. Mientras jugaba solo, con mis cubos y mis cajas vacías de galletas, que construían altares, no necesitaba de más. Pero cuando jugaba con aquel chico, yo proponía que el juego consistiera en que fuéramos madre e hijo, y él entonces tenía que chupar mi seno derecho con sus labios duros y su lengua erecta. Aquella caricia me llenaba de un extraño placer, que no volví a encontrar sino cuando muchos años más tarde, al sucumbir a la exclusividad de su tumescencia, retrajo a mi recuerdo aquella primera y quizá definitiva experiencia, que a toda la distancia de su adquisición como forma predilecta de mi libido adulta, puede haber sido el trauma original que la explique.3

 

En La estatua de sal es significativo cómo el lenguaje de otra sexualidad se le va abriendo a Novo. Surge en el escritor homosexual la necesidad de abrir el lenguaje para dar cabida a nuevos modelos de representación, además de un proceso iniciático que se acompaña no sólo de los actos sexuales, sino de la conformación colectiva de identidad y el sentido de pertenencia al grupo de lo abyecto. Nos percatamos de que en la época que retrata Novo ya no es tan rara ni aislada la homosexualidad, sino que existe la posibilidad de formar comunidad.

En la autobiografía, las esencias y los esencialismos se vuelven apariencias, superficies porosas y estructuras parciales. Aparece una propuesta de una estructura narrativa que se regodea en el fracaso; fracaso amoroso, vital, literario en términos de la fragmentación de la vida narrada y el supuesto inacabamiento. Con Novo podemos hablar de una reconsideración del fracaso como propuesta estética queer y como política de resistencia al poder.4 Novo se construye como un sujeto de culpa e inferioridad, incapaz de realizar actividad física ni de entrar al dominio de la competitividad masculina (en ninguna de sus vertientes), y se desenvuelve desde una continuidad afirmatoria en el fracaso como forma de crítica. El fracaso visibiliza las contradicciones y los encubrimientos del modelo general de salud, felicidad y justicia; se presentan, en La estatua de sal el alejamiento de la respetabilidad íntima y una resistencia a la hegemonía del amor consistente en optar siempre por la falla amorosa y romántica. Al sabotear el capitalismo como esquema de éxito y progreso, aparecen alternativas a las formas de amar hegemónicas que los homosexuales reproducen. A partir de esas prácticas alternativas, la utopía de un mundo diverso y plural se construye desde el inconformismo, el pesimismo, las prácticas no reproductivas y anticapitalistas; podemos percibir una actitud negativa y crítica ante casi cualquier suceso. Novo cancela dos intentos de “matrimonio” que su amigo Antonio Adalid le preparara en emulación a su vida: “Tan persuadido estaba de la perfección de su esquema de vida con Antonio, que pensaba que a mí me convendría instalarme en una relación semejante: con un hombre maduro y rico que tanto apreciara mi belleza cuanto mi talento: me sostuviera y eventualmente me legara su fortuna”.5 Novo renuncia a la herencia de la continuidad capitalista y familiar en un esquema soterrado del matrimonio homosexual, y decide optar por los amores pasajeros con choferes. También aparece la reivindicación literaria del pasivo de la relación, de la dignidad del rol pasivo que adquiere matices de reto, habilidad y dogma en una crítica satírica que activa otros sentidos de competencia (¿masculina?), o más bien de dignidad “jota”:

 

Otras veces [La Golondrina] prefería llevarme a su cuarto, mejor equipado dentro de su miseria. En él me encerró una tarde con un tipo que acababa de hacer estallar una bomba en la embajada norteamericana: feo, pero dueño de una herramienta tan descomunal, que no era fácil hallarle acomodo. La Golondrina me retó, y acepté su desafío. Acompañada por curiosos testigos, me encerró con el anarquista, se alejó, volvió al rato, asomó la aquilina cabeza y preguntó: “¿Ya?” “Ya”. “¿Toda?” “Sí”. Y dirigiéndose a los testigos que la acompañaban: con una solemne entonación de Papa Habemus, proclamó: ¡Toda!6

 

Novo tiene como vecino a su amigo La Golondrina, con lo que aparecen otras formas de construir comunidad que no alcanzan todavía legitimación ni legalidad. Al luchar por el matrimonio homosexual, los homosexuales dejan de lado luchas como la diversidad de comunidades de amor, de lazos que no están reglamentados pero que funcionan. Desde esos espacios de la clandestinidad se vuelve importante una red formada con otros sujetos diversos que se reconocen en sus prácticas y sus nombres travestidos (“las chicas de Donceles”, “La Tamales”, “La Golondrina”). Esta red incluye la noción de hogares alternativos, ajenos a la función de la familia, que representan el fracaso de ésta, en términos de ruptura con la procreación. Se dibujan así otros tipos de relaciones, con lazos más fuertes que desde el pensamiento tradicionalista quedan encubiertos por la misma noción de familia, de continuidad, de éxito, de prolongación, de productividad, que Novo en sus memorias cancela o sugiere cancelar.

 

El Vampiro ante el orgullo gay

1979 pareció ser un buen año para ser gay en la Ciudad de México. El vampiro de la colonia Roma, éxito editorial publicado entonces, se inscribe en el marco paulatino de liberación homosexual y del afianzamiento de la categoría gay. El problema es el poder de exclusión de la categoría misma, que en términos generales representa: juventud, poder adquisitivo, clase social media o alta, estilo de vida. Gay: orgullo, alegría, posibilidad, libertad; pero también límites: cierto fenotipo viril, cierta clase social, cierto código postal. En la novela, desde una visión de triunfalismo y gozo enmarcados en la hipersexualizada Ciudad de México (de nuevo: sólo ciertos barrios y para ciertos sujetos), aparece un optimismo ante la libertad del deseo homoerótico, cuyas ganas de ejercer se manifiestan hasta entre los policías, lo que genera en la narración una óptica irónica en la que todo mundo le quiere entrar a jotear. Zapata propone la crítica de este modelo de orgullo que se vive en el ambiente y en el contexto de enunciación.

Existe, por un lado, la necesidad de dar voz al orgullo para darle mayor visibilidad al proceso de conquistas simbólicas, de resignificación de los espacios públicos, de la comunidad imparable y organizada que se ha construido y que permite que haya un “ambiente” disfrutable y cada vez más evidente. Al mismo tiempo aparece, sin embargo, la crítica a este modelo a partir de un personaje complejo que subvierte y abreva de la tradición literaria del vampiro, del pícaro y de la novela de aprendizaje. Así se construye el abyecto Adonis García, quien representa –desde mi lectura– la conciencia de que ningún modelo de vivir la homosexualidad debe dominar y que la resistencia se encuentra en la ajenidad al estereotipo: en la posibilidad de ser pobres, de ser promiscuos, de visibilizar el orgullo del goce sexual ilimitado y evitar el encajonamiento de clase, de espacios sociales, porque El Vampiro puede estar en todos y atravesarlos a todos, puede coger donde sea y cuando sea, con o sin protección, generalmente sin ella (recordemos que esta noción de orgullo va de la mano con que no ha hecho su aparición en escena el sida). Pero al construirse como objeto de deseo, la crítica aparece cuando al objeto deseado, Adonis García, se le exigen ciertas características fijas de autorepresentación, como ser más masculino, ser solamente activo y, de preferencia, que no se le note la homosexualidad, opacada con símbolos como la chaqueta de cuero y la motocicleta. La visión triunfalista de lo gay encubre, por un lado, el sufrimiento, la frustración y la idealización de los sujetos que son aplastados por un modelo triunfalista y festivo de vivir la homosexualidad, y; por el otro, permite hacer la crítica a esos valores.

El Vampiro, en su confesión –que no arrepentimiento–, no reconoce que tuvo relaciones afectivas, que pasó por el fracaso, la enfermedad, el rechazo, la burla, la soledad y la frustración. Porque ya es un estereotipo, existen límites autoimpuestos a su construcción identitaria y esa es una de las subversiones de El vampiro de la colonia Roma, porque es claro que al casarnos con estereotipos dejamos de ver las faltas de los mismos y tampoco son visibles los elementos de ruptura de la identidad, que son los que permiten el verdadero cuestionamiento. De otro modo, somos cegados, como René (la primera relación afectiva de Adonis), quien vivió un rato engañado pensando que al Vampiro no le gustaban los hombres, que sólo estaba con él por amor; el amor romántico mal digerido como la fuerza que transforma a hombres en homosexuales, sin perder el estereotipo de machos:

 

ya ves la mentalidad de las locas bueno de algunas locas o sea piensan que pueden encontrar un tipo que no gustándoles los hombres se acueste con ellos ¿ves? por eso te digo que algunas locas están de atar entons él [René] pensaba que yo era machín y que lo del talón y eso nomás era por sacar la billetiza y que sin embargo a él sí lo quería y en realidad sí me sentía a gusto con él.7

 

Robert Mapplethorpe, Calla Lily, 1984. © The Robert Mapplethorpe Foundation.

Robert Mapplethorpe, Calla Lily, 1984. © The Robert Mapplethorpe Foundation.

El estereotipo del homosexual se apropia de los espacios urbanos en la novela al develarse los espacios de homosociabilidad, con lo que se dibuja una cartografía del deseo en la Ciudad de México como paraíso posible. Esta visibilización permitió a muchos lectores identificarse y reconocer esos espacios homosociales, como se menciona en los testimonios que recoge Rodrigo Laguarda en Ser gay en la ciudad de México,8 donde algunos sujetos confiesan haberse enterado de prácticas clandestinas y lugares de encuentro homosexual gracias a la novela de Zapata. La lectura que democratiza el conocimiento geográfico de los lugares donde se permitía expresar o ejercer afectos diversos fue una conquista en la representación simbólica de lo que aspiraba cubrir, en aquel entonces, el asumirse gay.

La crítica a la homofobia internalizada empieza, hacia el final de la novela, como síntoma de la nueva realidad del estereotipo gay cada vez más válido. En la parte narrativa más triunfalista de la ciudad y lo gay, ocurre una fiesta; las locas y los travestis caen en el lodo y, en vez de apoyarse y conformar una red de apoyo mental, empiezan a atacarse y agredirse. El lodo, metáfora de la homofobia internalizada que paralizaría el avance de la comunidad, incluso más que el rechazo del heterosexual, que ya se lograba contrarrestar como parte de las conquistas simbólica que la organización e institucionalización de los grupos activistas de la diversidad comenzaban a alcanzar en el contexto de 1979, gracias a la visibilidad de los colectivos.

 

La profética advertencia de J. J. Blanco sobre el poder normalizador del mercado

En marzo de 1979, José Joaquín Blanco emprende un valiente acto enunciativo al salir públicamente del clóset –antes lo hizo Nancy Cárdenas, en televisión, con Jacobo Zabludowsky– y publica en Sábado, el suplemento cultural de Unomásuno, el artículo ensayístico “Ojos que da pánico soñar”, que es la primera llamada de alarma directa sobre los efectos del mercado en la comunidad homosexual y la indignación ante la conciencia de que se ha alcanzado tolerancia pero no aceptación por parte de la dominante heterosexual. La invitación de Blanco es a no integrarse a la lógica de la globalización, que por su carácter individualista consume las expresiones colectivas, y a renunciar a la gaycidad que se vende a una identidad estereotípica y fija. El riesgo –anuncio en retrospectiva, profético– es naturalizar las expresiones hegemónicas excluyentes, racistas, heterosexistas, etnocentristas y sexistas por parte de las voces más privilegiadas de la incipiente comunidad gay. La alerta invita a no perder la rebeldía que caracterizó al grupo homosexual antes del proceso normalizador del mercado que ahora sabemos “rosa” y que se expresa en la aparición de bares, playas exclusivas, música y vestimenta. La crítica se dirige entonces al hecho de que la categoría gay privilegia los valores de la clase media blanca, que es el espectro que representa generalmente.

Sin embargo, Blanco –sin ironía en el apellido– muestra una visión muy utópica de la categoría gay; analiza de cerca el problema, pero las soluciones, quizá por el momento en que fueron formuladas, no permiten cuestionar ni romper la categoría gay y tampoco se conciben fuera del alcance de la gaycidad. Apuesta todo a la categoría como cambio en sí mismo en función de amores ideales, y tal vez entonces no podía ser de otra manera. De ahí que mi crítica se oriente no hacia Blanco, sino, como él, a la normalización como proceso excluyente dentro de la cultura gay. Después, el horror inmediato del sida y lo queer como postura epistémica de resistencia a la lógica de las diversidades identitarias van a formular otro tipo de relaciones individuales con la identidad que intentan no normalizarla, no definirla, sino mostrarla como proceso inestable y cambiante, como algo relativizado y en constante actualización y crítica. Para el momento de enunciación era ya suficiente y bello denunciar la opresión del mercado como fuerza normalizadora que borraría la rebeldía entendida como cuestionamiento y la histórica y necesaria lucha social de los colectivos de las disidencias sexuales.

 

“Y de repente, el Sida” encarna en voz del poeta Abigael Bohórquez

“Y de repente, el Sida.” “¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja/ ya de sí moridero y desamores […]?”9 Su aparición fue así, repentina, como fue poetizada por el sonorense Abigael Bohórquez, uno de los más grandes poetas de nuestra tradición y, para mí, el más grande poeta mexicano. Poesida obtuvo el Premio Internacional de Poesía organizado por Conasida, la Organización Panamericana de la Salud y la unam en 1992; sin embargo, no fue publicado hasta 1996, en Tijuana, por Ediciones Los Domésticos.

La historia simbólica del poeta Abigael, de su contundente poemario y de la atroz realidad contextual que reflejó, es la historia de los rechazos a la diferencia, sólo por no ajustarse a la norma. El doliente y decidido testimonio de Bohórquez rechaza la insistencia en la ficción de la culpa, la “condoficción” que la lógica hegemónica impuso a los sujetos homosexuales, relegados de nueva cuenta al clóset, a la culpa atávica, a la cancelación del gozo ante el miedo a la pandemia. Abigael canta, y su canto es protesta, sobre cómo el imaginario social encontró una manera de condenar al homosexual. A pesar de que el error fue aclarado eventualmente, Bohórquez quiso dejar testimonio poético de esa nueva condena, de ese nuevo malestar al que no se quería dar nombre y que en un primer momento tuvo el nombre ignominioso de las prácticas homosexuales. Después del amor que se atreve a decir su nombre vino la muerte que no se atreve a decir su causa, Y fue llamada “susto”, “experiencia divina”, “licencia poética”, pero nunca su nombre visible y sin estigma. Nadie se moría de sida. En palabras del poeta, Poesida es un “documento cruel pero solidario”,10 intento de justicia y comprensión. Poesida es testimonio y explosión poética, con “todas las palabras de que es capaz un hombre”,11 porque de otra manera “se me vendría abajo el alma, de vergüenza/ por haberme callado”.12 Desde el primer poema se lanza la subversión y el cuestionamiento: si has muerto de tanta vida, de tanto gozo, ¿es una muerte?, ¿qué es eso del sida? ¿Qué viene a significar más allá del odio, del repudio, del rechazo?

Encontramos, además del desafío y el rechazo a la muerte social que impuso el sida, una esperanza que se canta festiva desde la calavera como símbolo de la muerte democratizadora. La sección de los “Retratos” visibiliza una gran cantidad de sujetos que viven y gozan desde diversas militancias, poses y agencias cotidianas el ser homosexual y el morir en el gozo y, a veces, en el desconocimiento. Podemos entonces reflexionar, ¿cómo actuar una homosexualidad visible, digna y disidente en cada uno de nuestros contextos personales?, ¿cómo lograr agenciarnos diversos y dignos desde nuestras profesiones, compromisos y etiquetas, actitudes, encuentros y desencuentros con el otro? Poesida se cuestiona y nos cuestiona, sin dar resultados fijos, sobre cómo encontrar dignidad en el nuevo modelo de rechazo, cómo dar testimonio de ese nuevo rechazo y, a la vez, presentar la confrontación como respuesta y protesta, y visibilizar la opción digna de la vida sin reproducción, del ejercer la diversidad de los deseos desde una elección y una conciencia política, desde el respeto a la diferencia. De la militancia orgásmica y sus múltiples prácticas en ese diálogo entre la vida y la muerte, de eso que ya estaba con los homosexuales y que estará: la libertad para morir y vivir amando de diversas maneras, con o sin sida.

Robert Mapplethorpe, Tulip, 1985. © The Robert Mapplethorpe Foundation.

Robert Mapplethorpe, Tulip, 1985. © The Robert Mapplethorpe Foundation.

Cuestionar y seguir abriendo mundos diversos

Para terminar, a partir de la lectura de las representaciones diversas y críticas sobre el ser homosexual que los autores y sus valientes obras plantearon en su momento y que hoy nos ayudan a construir nuestra tradición cultural, es importante reflexionar también sobre la vigencia y los límites de las categorías identitarias, que son nombradas para que existan y sean ejercidas íntima, política y afectivamente. El problema con las categorías es que implican, para consolidarse, estrategias de rechazo y demarcación de límites. Un problema serio es cuando los homosexuales buscan poner límites a la identidad abyecta, a la gaycidad, y entonces surge la homofobia internalizada que estereotipa y cuela nociones morales y regulatorias, desde una genitalidad falocentrista, sobre lo que es gay, aceptado o no. Se está dentro de las categorías para algo, pero uno no debería casarse fanáticamente con un modelo que rechace todo lo que no se ajuste a sus ideales, bajo riesgo de vivir en un esquema rígido sobre la agencia de nuestros deseos y sus libertades. Bajo pena de vivir en cuerpos abyectos con mentes normalizadas, porque lo que pesa más quizá no sean la libertad y las licencias que el cuerpo o los cuerpos se permiten, sino el esquema mental rígido que rechaza la representación de nuestros diversos estar en el mundo; lo que puede dañar es lo que consideramos de manera cerrada como persona, como gay, como lesbiana, como heterosexual, y nuestro rechazo a todas las expresiones que no entran en ninguna clasificación claramente, o que cuestionan el ideal modélico de cada una de ellas.

Deberíamos preguntarnos: “¿Si tu ano no es cerrado, por qué tu mente sí?”, ante los numerosos prejuicios que se ven día a día en las aplicaciones de ligue, en estados de Facebook, en artículos de opinión, en las consultas médicas, las academias universitarias, por ejemplo. No se odia al homosexual en general por sus expresiones sexuales, por sus prácticas anales, porque todas o la mayoría de éstas son reguladas desde la agencia íntima y privada de los hogares, de los noviazgos, de las camas de hotel y los roles fijos asociados a estereotipos físicos; sino por las agencias de contactos desgenitalizados, por la expresión más afectiva que sexual, por la diversidad potencial de modelos que resulta incomprensible, inestable, y diverso en matices inclasificables. Al enfrentarnos a la diferencia tendríamos que aceptarla como parte de nuestra vida, de nuestra vida interna o, aprovechando la tradición romántica y mística, de nuestra alma. Habría que cuestionar, que en general nos educan para pensar no en la diferencia, no en el fracaso, no en el caos ni en la inestabilidad, sino en lo estable, lo exitoso, lo seguro, lo que no cambia: el crédito disponible, el fondo para el retiro, la esperanza del mañana, la continuidad que se afianza en la procreación, la esperanza del trabajo de por vida. El pacto con el modelo capitalista de estabilidad ha sido cerrado, y en parte éste exige la vigencia de la homofobia para fijar modelos hegemónicos. Y nos alcanzó –como auguraba Blanco–. Nos alcanzó en la homofobia internalizada, en las parejas que suben su proclama de amor eterno a Facebook y cancelan toda expresión de masculinidades o feminidades disidentes: “hay locas que nos demeritan”, dicen; cuándo vas a tener pareja estable, dicen; no voy a marchas, no defiendo, no lucho, no me entero, no leo sobre homosexuales porque mi preferencia sexual es un gusto más, dicen, como mi gusto por el rock, por el pri y por la Coca Cola. Se ha perdido un poco la noción de colectividad por la ficción capitalista de decisiones individuales que le dan aparente sentido a nuestras vidas y generalmente apresuran, por un lado, un contacto sexual despersonalizado, o, en el otro extremo, una relación larga y homonormada. Un iPhone nos caracteriza más ahora que el ser homosexual, porque nos permite usar ciertas aplicaciones de ligue homosexual a las que no todos tienen ni quieren tener acceso, y eso, tristemente, nos da sentido, nos vuelve cierta clase de gays, con cierta jerarquía.

Se nos invita todo el tiempo a abrir nuestros cuerpos, a explorar nuestras sexualidades, pero eso no significa que nuestra mentalidad cambie. Muchas veces, a eso no se nos invita, se nos coerciona: es éticamente correcto aceptar y abrazar la diferencia porque sí, es éticamente o políticamente correcto tener un día contra la homofobia, pero no se nos invita a pensar en las inercias mentales cotidianas por las que reaccionamos desde la lógica del rechazo y ante las cuales muchas veces no podemos dar un por qué explícito, porque no se nos enseña a cuestionarnos. Porque no se nos iluminan estas posibilidades de pensar el mundo de manera reflexiva y provocando limitar las inercias de nuestro actuar, no para que se vuelva dominante, una imposición, sino para un enriquecimiento personal; toda crítica, incluso si partimos de la literaria, se convierte en un ejercicio de autocrítica y autoconocimiento. Valdrá la pena cuestionarlo todo para enriquecer nuestra idea de nosotros y no casarnos con ninguna rigidez de etiqueta sobre nuestro entorno. Valdrá la pena explorar los cuerpos y sus afectividades renunciando un poco al encasillamiento previo.

Nos educan para pensar que no es utilitario conocer al otro, quien está facultado para cuestionarnos sexualmente pero no mental, corporal y afectivamente. Ayudamos a erradicar la homofobia en la medida en que nos abrimos a la duda y al cuestionamiento de lo LGTTTBI e incluso lo queer, y a partir de que nuestras acciones se encaminen a dejar los modelos impuestos y a asumir otras actitudes desde la cotidianidad que no pierdan de vista el ideal –siempre será un ideal– de destruir los prejuicios y actuar con pasión y ternura en consecuencia. Será siempre valioso entender que no se puede legislar igual, que en ese sentido el matrimonio igualitario no puede representar un fin en sí mismo; que lo trans, lo intersexual, las discapacidades y los cuerpos que se revelan distintos son luchas que nos esperan; que no se puede construir igual, soñar igual, amar igual y que, parafraseando y mal traduciendo a Butler, lo que es habitable para unos, a otros impide respirar.

 

 


1 Aunque no fueron publicadas como memorias, Carlos Monsiváis refiere que algunos fragmentos circularon en fecha cercana al año de su producción (1945). Novo los solía leer a sus amigos cercanos. Véase el “Prólogo” de Monsiváis a La estatua de sal (1999).

2 Héctor Domínguez Rubalcava, La modernidad abyecta. Formación del discurso homosexual en Hispanoamérica, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2002, p. 122.

3 Salvador Novo, La estatua de sal, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002, p. 47.

4 Tomamos esta formulación teórica “cuir” del fracaso de Judith Halberstam, The Queer Art of Failure, Durham, Duke University Press, 2011.

5 Novo, op. cit., p. 110.

6 Ibidem, p. 107.

7 Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma. Las aventuras, desventuras y sueños de Adonis García, México, Grijalbo, 1979, p. 62.

8 Rodrigo Laguarda, Ser gay en la ciudad de México. Lucha de representaciones y apropiaciones de una identidad, 1968-1982, México, Instituto Mora/ciesas, 2009.

9 Abigael Bohórquez, Poesida, Hermosillo, Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, 2009, p. 28.

10 Ibidem, p. 18.

11 Idem.

12 Ibid., p. 62.