La conciencia del mundo

Soñé con una mujer de ojos negros y dientes muy blancos. Entendí que tenía otra versión de la cultura, pues cuando caminaba sus pies descalzos se enterraban en la tierra. Ella misma era un relato histórico, una epopeya del encuentro ya olvidado entre nosotros: el de las mujeres de gruesas manos y grandes caderas. En la historia narrada por nuestros abuelos, quizás fue José Acosta el primero en escribir en este continente sobre la moralidad de los hombres en Historia natural y moral de las indias. Por primera vez, se mostró una versión objetiva del comportamiento de los indios, de su pensamiento y de sus formas de andar en el mundo. La infanta Isabel Clara Eugenia, desde el rincón de sus aposentos, lo leía con curiosidad sedienta. ¿Quiénes eran aquellos seres primitivos? Imposible que fueran hijos de dios.

Esta mujer tenía los pies pequeños y gruesos, de un color nunca antes visto. En su cabeza leí sobre las escuelas de Tlatelolco. Los jóvenes indígenas de las élites, invitados por los conquistadores, fueron a las universidades a aprender y a enseñar sus conocimientos. Quizás ese sea uno de los momentos más explosivos del saber y de la férrea ambición de la humanidad por el conocimiento. Quizás no sea de la humanidad completa y más bien de sólo algunos: Bernal Díaz del Castillo, las élites indígenas, Josué Marín Villaurrutia y Francisco Xavier Clavijero. Supuse que tendríamos un debate sobre la ciencia, pues aquella mujer morena y redonda me miraba con la misma extrañeza con que yo la miraba a ella. ¿Sería vital diferencia entre nosotros la referencia de pertenencia que hemos construido? Nos hace falta el mestizaje, dirían, pero yo tampoco soy de este tiempo.

La recuerdo vagamente, como si de alguna forma hubiera estado parada, como ahora, frente a ella en otro lugar, o quizás el mismo, vestida como ahora, sin vestido o con otros harapos, con los pies en este preciso río. La teología argumentaría que vamos al fin de los tiempos, pero entre ella y yo no hay nada: no podríamos ir al mismo lugar. La historia guarda un sentido, una necesidad. Esta tarde, con el sol en el horizonte, la corriente de agua helada podría arrastrarnos y llevarnos hasta ese fin y, sin embargo, aquí me quedo. ¿Esta mujer era purépecha, vasca o inglesa?

 

 

En la Biblia no hay indígenas

Un grandísimo sabio llegó a la tierra. Sabía de historia económica y social del mundo. Ni se diga de lo que sabía sobre los fenómenos y las criaturas del universo. Lo que no supo nunca es por qué los indios no aparecen en la Biblia, ¿cómo es que el hombre había podido descubrir criaturas nuevas, nunca antes vistas? Este hombre sabía que se habían recorrido las cuatro puertas del mundo, todas sus partes, y nunca, ni en la ruta de la seda ni en los viajes a Siberia se había conocido algo tan grande y, a la vez, tan extraño. Incluso había visto el cruce de caminos entre el gran oso y la serpiente: el intercambio voraz de cultura. El hombre no sabía nada del cerro de las serpientes.

 

El cerro de la serpiente y los viajes al sur

Un cactus dividió el desierto del norte de Aridoamérica en un eje cartesiano. Los nómadas del desierto cruzaban de oriente a poniente cuando el sol comenzaba a girar por el horizonte, después de las grandes lluvias. En otros espacios geográficos, los grandes corredores acuáticos le permitieron a las civilizaciones comunicarse. Mesopotamia, por ejemplo, tenía sus grandes fluidos de agua que la acercaron al mundo. Era fácil entrar a la ciudad central y cruzar con mercancía por el imperio. Los arcadios se movían en pequeñas barcas y las casas eran hechas de un tipo de palma. Fue una civilización, en este sentido, acuática. Además, gracias a sus estructuras altas se convirtieron en grandes observadores del cosmos, buscando la fuerza (animales, hombres, dioses, dioses-animales, hombres-dioses, hombres-animales) que mueve al mundo.

Pero en la zona norte, desde donde comienza el desierto, sólo viven los nómadas. Los pueblos se instalaron en el sur, cerca de los bosques para encontrar venados y de las montañas para encontrar ríos. El norte es un espacio aparte al del sur. Ajeno.

El desierto tiene algo muy particular, cada cierto tiempo cae un aguacero de tal magnitud que se inunda toda la planicie. No es como en el sur, donde la gente ha creado las chinampas, islotes flotantes, para moverse por los canales. Sólo cae un aguacero intenso cuando el sol más arde e inunda todo lo que se puede ver. Los pequeños cactos nacen de ese momento y crecen el resto de la temporada cálida. Cuando llega el invierno, no se secan, pues han guardado las gotas que les han quedado y sobreviven hasta la siguiente gran inundación.

 

 

China y la travesía por la Nueva España

Nací en una de las grandes civilizaciones del mundo. Tuve que ser original como mis antepasados, viva e inteligente. Nací en China, cuando no era China ni imperio, cuando mi familia cruzó hacia el sedentarismo y dejó de mirar el cielo para entender el orden del mundo. Desde hace tiempo, el pueblo de Sinaí demostró que el sedentarismo da poder y así los demás pueblos comenzaron a asentarse. Mis abuelos eran nómadas, viajeros. Yo nací en una noche de luna llena, junto a la constelación de Escorpión. Mi madre me parió en la tierra de cultivo del pueblo. Era un buen augurio nacer junto a la luna.

Cuando era niña-mujer, Tzu-yeh cruzó una vez por mi pueblo. Llamó la atención que paseaba por los jardines del gobernador en un estado “fantasmagórico”, su mirada en total quietud. Yo sentía su energía serena, y su recorrido dejaba un aroma sutil, como el del té. Su Tung Po fue a verla una mañana e interrumpió de abrupto su recorrido; le dijo “con la quietud entenderás los movimientos de innumerables cosas y con el vacío percibirás mil mundos”. Tzu-yeh soltó las orquídeas que tenía en las manos y penetró su pecho con su cuerpo. Se unieron. En ese lugar huele intensamente a hoja de té.

Los bárbaros estuvieron hace poco del otro lado de la muralla; antes los tártaros nos acechaban, luego fueron los mongoles, luego los franciscanos.

 

 

El monasterio de san Pedro de Roda: la experiencia del bien y del mal

Cierro los ojos y cubro mi cuerpo con lodo. Me recuerda a los valles de mis antepasados, al valle de Ebro y el de Arán. Tierras en las que vivió un monje que anhelaba todo el conocimiento, un verdadero hombre dedicado a la sabiduría. Estudió en el monasterio de san Pedro de Roda. Lo recuerdo a él porque estuve ahí también, siendo otra mujer o la misma. El monje visitaba cada cierto tiempo el río de agua gélida que bajaba de las montañas. Bañaba su cuerpo desnudo, frotaba con una piedra porosa su torso delgado. Dejaba sus libros gruesos debajo del encino y se sumergía en el río. Me pareció siempre un hombre muy particular, atrayente. Su tono de piel, su barba, sus ojos pequeños eran distintos, más oscuros. Habrá llegado del norte de África, descendiente de los árabes. Cuando descubrió que lo observaba, comenzó a ir con más frecuencia. Sentía una especie de alegría sudorosa.

Cubro mi cuerpo con lodo, pues el libro de oro indica que para limpiar las impurezas de nuestros antepasados hay que cubrir el cuerpo con lodo.

 

 

Las sociedades-Estado

Los siglos pasaron, un periodo largo de la experiencia de creación y destrucción. La forma más banal de contar la historia es decir que el tiempo se descifra. El proceso primero fue de siete días, con un hombre-maíz y una mujer-maíz, y con Te Pō luchando con Te Ao para que entre la oscuridad y la luz naciera alguna cosa. Luego llegaron las fiestas.

Mi mamá me jaloneó la oreja para que me hincara, pues la imagen grande de la virgen de Guadalupe cruzaba en esos momentos frente a mi casa, sobre los hombros de Pedro. Era el inicio del festival del nopal. Ya sabía que después de dar gracias en misa iríamos a vender los ocho costales de nopal que en la semana ayudé a cortar. Por eso traía todas mis manos ensangrentadas y los dedos con ampollas. Ayer me ardían los hoyitos que te dejan las espinas. El tío Miguel me dijo que con el tiempo mis manos se vuelven más fuertes y las espinas dejan de poder cortar la piel. Aguardo ese día. Este día se hace todo con el nopal. Gallina en olla con nopal, crema hidratante de nopal, jugo de nopal, danzas alrededor del nopal, etc., etc., etc.

etc., etc., etc.

 

 

 

 

Conquista de la religión

La chamán, el sabio y yo somos parte de un tejido, somos células (des)organizadas, (des)compuestas, inyectadas de vida. Los proyectos sociales no logran abarcar la organización más elemental de las células de este país. Simplemente, no es algo posible. Nuestras relaciones son complejas, (a)temporales. La chamán me dio la conciencia del mundo y yo a ella le di el sentido actual de las cosas. Los seres humanos construyen y luego creen en ello que crearon. Se percibe el vínculo y se reconoce una forma mítica. La dimensión social se materializa en los relatos, en el arte y en el lenguaje. Aquí lo único ilegítimo es la política.

 

Heredamos el canibalismo, pero los jesuitas llegaron a enseñar la verdadera ciencia. El otro ingiere mi cuerpo. Ingiero el cuerpo de Jesús. C a n i b a l i s m o.

 

 

Corolario 1

Las funciones del Estado (des)configuran/(des)organizan las relaciones sociales.

 

Corolario 1.1

La memoria escondida de este país indica que el mexicano se consuela continuamente de su sujeción frente a otros. Es la lucha entre todos por la superioridad según los símbolos de poder.

 

Corolario 2

La historia es un momento perpetuo de tensión entre las partes.

 

Corolario 2.1.

            La separación de lo útil de lo no-útil predomina en la historia actual.