El señor Naoshige dijo una vez: “La Senda del samurái se halla en la desesperación.
Ni diez o más hombres podrán matar a alguien con desesperación. El sentido común no lleva a grandes logros. Hay que alejarse de la cordura y abrazar la desesperación”.

Yamamoto Tsunetomo, Hagakure. El camino del samurái

 

Arde lo que veo como papel quemado. Brilla la periferia como un celular roto y alargado. Mi ojo derecho. No veo. Estoy ciego. Borges, Homero y Tiresias… nadie me consuela. Alcanzo la recámara, me tiro en el suelo y cierro los párpados. La mente nublada oye rumores de enfermos y de muerte. Miedo… Nunca antes me había quedado ciego. “¿Y si fue una epifanía?”, me dice Gabriel al día siguiente.

Cuando el espacio se densifica o se volatiliza, y el tiempo se ralentiza o se acelera, entre las dunas aflora, verde, el oasis, y el valle prometido se asoma tras las montañas. ¿Por qué lisiados y marginados son, con frecuencia, los más cercanos a los lugares invisibles? Probablemente porque viven a un ritmo diferente, y en el ritmo diferente está la textura de la tierra. Sabemos de eremitas, místicos y pordioseros, como Jesús y Buda, que recorrieron el orbe en harapos y a los que, a su debido tiempo, se les abrieron las puertas del cielo. ¿Acaso los marginados de hoy también están más cerca de Dios que el resto?

Camino:

 

Pasear es un rito civil, y caminar es un acto animal. Pasear es algo social, y caminar algo más bien selvático […]. El que pasea se imagina paseando, o gusta de observarse según la perspectiva de los otros; el que camina es, en ese sentido, extrovertido, sólo le importa el afuera. El que pasea coquetea diciendo que sale a buscarse a sí mismo […]; el que camina […] ya ha alcanzado a darse cuenta de que hay poco que escarbar dentro de sí, y rastrea vorazmente el exterior, las calles, los campos, los cielos.1

 

Camino: en bici o corriendo, solo o acompañado, en la playa o en el monte, cansándome o descansando, en silencio o tarareando. Camino. Lo heredé de mi padre, y él del suyo, y él del suyo, y él del suyo, descendiente directo –como el tuyo– de los cazadores que atravesaron, vigilados, los bosques de lobos y osos, las estepas de vientos vidriosos y caballos regios, los mares agrietados de sal y sombrías sirenas. Fue hace miles de años… Y fue ayer. Porque nosotros somos sus hijos. Sus hijos más queridos. Sus hijos vivos.

Cuando viví en Hong Kong traté –siguiendo nuestro histórico instinto– de caminar. En vano. En la capital del capitalismo los emblemáticos rascacielos surcan el cielo, pero la calle no puede ser surcada por na

die. Cuando te acercas, las aceras se sumergen bajo tierra como un caracol en su caprazón. Se ocultan a los ojos como los ojos del Guadiana, y son engullidas las banquetas por los pasajes subterráneos, los puentes elevados y la publicidad de los incontables malls… En la capital del libre mercado no escupes en la calle, y la calle te escupe a ti. ¡Fuera! Más allá del skyline es imposible pasear por la costa, copada por bardas de cemento, autopistas de cemento y rascacielos de cemento. ¿Pensabas, inocente, que una isla no puede estar aislada del mar?2

Si bien en algún momento la esencia de la ciudad fue la de transparentarse, ahora parece que es, más bien, la de cimentarse en el concreto: “concretizarse”. Producir. La opacidad del templo fue desplazada hace dos mil años por la transparencia de la plaza. La transparencia de la plaza es hoy desplazada por la opacidad del mall. Su tentáculo, la publicidad, esconde más de lo que muestra. Naomi Klein, en su clásico No logo, cita a una profesora de la Universidad de Toronto (Ursula Franldin):

 

Imagino la realidad en que vivimos como si fuera una ocupación militar. Hemos sido ocupados, tal como lo fueron los franceses y los noruegos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero esta vez por un ejército de publicitarios. Debemos recuperar nuestro país de manos de quienes lo han ocupado en nombre de sus amos mundiales.3

 

¿Qué hacer ante la avalancha de grandes marcas? Están por todos lados: Periférico, el metro, la universidad, el estadio… ¿Tan acostumbrados a ellas estamos que consideramos legítima su ocupación, e ilegítima, en cambio, la de los sin techo, ambulantes y narcomenudistas?

En los inicios, las grandes compañías contrataron a publicistas para “vender productos”; luego requirieron de sus servicios para “vender paraguas de productos”; hoy las grandes compañías “venden una forma de vivir”, una “sensación de vivir”, y lo hacen apropiándose de los arquetipos heroicos. Apple, por ejemplo, una de las compañías más ricas del mundo, menos comprometida con el medio ambiente, con mayor índice de evasión de impuestos y, sin embargo, mejor vista, en su célebre campaña “Think Different” colocó el susodicho eslogan junto a retratos icónicos de grandes personajes de nuestra era: el Dalai Lama, Jimmy Hendrix, Picasso… Su estrategia está enraizada en los mejores estudios de psicología profunda: sus mensajes no se dirigen a nuestra conciencia; se dirigen a nuestro inconsciente. ¿Que de dónde saco tan paranoicas ideas? Por un lado, el célebre discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford ejemplifica a la perfección el viaje del héroe que las películas de Pixar repiten sin cesar a partir de los trascendentales estudios de Joseph Campbell.4 Por otro, el propio icono de la manzana condensa tres símbolos fundamentales de la civilización indoeuropea: el de la eterna juventud (encarnado en las manzanas del jardín de las Hespérides y el Árbol de la Vida), el de la sabiduría (simbolizado por el árbol del conocimiento –Merlín enseñaba bajo un manzano–) y el de la libertad (el árbol del conocimiento es el del pecado y, por tanto, el de la “emancipación” de nuestra voluntad respecto a la divina). Thomas Edison, el Dalai Lama, Albert Einstein, Mahatma Gandhi, Amelia Earhart, Pablo Picasso, Miles Davis… encajan con uno o varios de estos tres arquetipos: son conocedores, iluminados o rebeldes, inteligentes, confiados o valientes. Indudablemente, esta triada prototípica nos remite a la identificada por George Dumézil entre los indoeuropeos,5 y que bien puede ser descrita con las palabras de uno de sus predecesores, Adalberón de Laon, quien hablaba de los rezadores (pacíficos y garantes de la armonía social), los combatientes (libres y sabios) y los trabajadores (justos y magos): Gandhi y el Dalai Lama; Picasso y Miles Davis; Einstein y Edison…

Tras los –aparentemente– inocentes comerciales que vemos día tras día están las mentes más brillantes y oscuras de nuestro tiempo, concentradas, como hicieron hace unas décadas los nazis, en conmover las profundidades de nuestra psique mediante la reapropiación de símbolos sacros y fundamentales. Un ejemplo: Nike trató de apropiarse del nombre de Alá en sus modelos de zapatillas Air Bakin, Air Melt, Air Grill y Air B-Que. Los geniales publicistas diseñaron el air con caracteres ígneos de tal modo que éstos coincidían con la escritura del nombre de Dios en árabe. ¡Nike escribía Alá en sus zapatillas para que los musulmanes las compraran! ¡Y lo escribía, además, esperando que ellos no se dieran cuenta! Blasfemia, insulto, escándalo, maldita estratagema… y la comunidad musulmana denunció a la multinacional.6 Es difícil creer que fue una coincidencia, cuando el logo y el nombre de la marca son fruto de la apropiación de una las obras de arte más célebres de Occidente: la Victoria alada de Samotracia (Niké significa victoria en griego, y se pronuncia como se lee en español, no como en inglés).7 ¿Cómo luchar contra esas oscuras fuerzas que tratan de cercar a nuestro inconsciente en cada calle, pantalla y periódico?

Si en cada esquina hay un asalto, aprendamos artes marciales, como hacen los héroes de las películas ochenteras. Recuperemos las calles mediante el kung-fu, el jiu-jitsu y el karate8 en sus vertientes más espirituales.

 

Se ha colocado una fotografía de Stalin con un eslogan modificado que dice: “Piensa realmente diferente”; la leyenda del anuncio donde figuraba el Dalai Lama pasó a rezar: «Piensa con desilusión», y el arcoíris del logo de Apple se convirtió en una calavera.9

 

Los piratas de la publicidad parodian los anuncios y los alteran tratando de revelar las verdaderas intenciones de las grandes marcas.

 

Los rompeanuncios argumentan que las calles son espacios públicos, y que, como la mayoría de las personas no pueden permitirse comprarlos, para contrarrestar los mensajes de las empresas tienen derecho a responder a unas imágenes que nunca pidieron ver. […] La causa de los rompeavisos gana aún más urgencia por su convicción de que la concentración de medios en pocas manos ha logrado devaluar el derecho a la libre expresión al separarla del derecho a ser escuchado.10

 

Los rompeanuncios ejecutan “jiu-jitsu político de masas”, aprovechan la fuerza del enemigo para tumbarlo, el mensaje original para voltearlo, muestran una “visión de rayos X del subconsciente de la campaña publicitaria que no revela un pensamiento opuesto a ella, sino la verdad profunda que se esconde tras las capas de eufemismos publicitarios”.11 Cortocircuitan el mensaje poniendo al descubierto las contradicciones entre el decir y el hacer de las grandes firmas. No es tarea fácil, pues el enemigo es diestro en esas mismas artes (¿qué marca no busca hoy seducir especialmente a los marginales, los piratas y los diferentes? Para ellas lo importante no es que todos votamos porque somos iguales; somos iguales porque todos deseamos comprarles).

Gracias a su alianza con los poderes militares del mundo, las grandes multinacionales tienen, además, la posibilidad de, si no funcionan sus estrategias más sutiles, demoler nuestra conciencia; hacer tabula rasa. Lo expone la propia Klein en uno de sus últimos libros, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre.12 El régimen imperante genera, en caso necesario, catástrofes sociales con el objetivo de conseguir la máxima vulnerabilidad posible de los ciudadanos y, entonces, impone regulaciones que lo benefician.13 Es el torturador que aniquila la historia (y, por tanto, la identidad) del torturado. Nadie, tras caer el gran símbolo del Nueva York del capital, se cuestiona que los gobiernos multipliquen sus sistemas de vigilancia y restrinjan nuestras libertades.

¿Cómo superar las calamidades que el lado oscuro utiliza para “lobotomizarnos”? Klein responde: comunicándonos, narrando, recordando nuestra historia, porque es allí donde radica nuestra identidad, en lo que nos contamos. Valga un ejemplo del mejor reportero del siglo xx:

 

El feyadín que está sentado junto a nosotros se ha presentado del siguiente modo:

—Ahmad Shury de Bet Shemesh, a veinticinco kilómetros de Jerusalén.

Ahmad tiene diecinueve años, nació en un campo del Líbano y nunca ha pisado Bet Shemesh. Pero se presenta de esta manera, porque así se lo ha enseñado su padre. Así se presentan todos los palestinos. Así se presentan los niños nacidos en los campos. Me llamo Miriam Husaini, de Kafr Kanna, cerca de Nazaret. Tengo ocho años. Delante de nuestra casa crece un ciprés muy alto. Y también tenemos muchos olivos, más de cuarenta.

[…]

Ahmad quiere subrayar que la situación de refugiado y vagabundo en que se ha encontrado es provisional, que él tiene un lugar definitivo en la tierra y que, en cuanto lo recupere, también recuperará su plena personalidad.14

 

Podemos imaginarnos los graves peligros que corren los refugiados de medio mundo –palestinos, sirios, kurdos, ruandeses– y aun así a menudo olvidamos que, sobre todo, corren el peligro de que desaparezca su identidad en el olvido definitivo. Por ello los hijos de inmigrantes son con frecuencia extremadamente nacionalistas (unas veces del lugar de origen de los padres; otras, del propio lugar de adopción). Recuerdan y recuerdan, los desplazados, las historias y lugares de sus padres: “Nuestra alma es una morada. Y al acordarnos de las ‘casas’, de los ‘cuartos’, aprendemos a ‘morar’ en nosotros mismos”.15

En esa condición de apátrida, nómada y sin tierra, el hombre se halla a sí mismo como homo viator; se sabe esencialmente caminante y, entonces, recuerda que a fin de cuentas su verdadera patria es la invisible: la de los olivos y cipreses imaginarios, más reales que los olivos y cipreses reales. Como me dijo mi padre –hijo de abuelo cazador y nieto del último eslabón vivo del linaje de nómadas tenaces y sin tierra al que también tú perteneces–, el hogar palpita en cada latido del corazón: porque el hogar está, literalmente, en el corazón.

Leo Hombre lento, de Coetzee, y la misma historia viene a mí, aunque esta vez es un cojo, y no un ciego, el que trae la buena nueva: Paul Rayment es un fotógrafo que pierde una pierna al ser atropellado en bicicleta. La tragedia lo obliga a reaprender a caminar, también en el sentido espiritual. Al cambiar su forma de caminar, cambia su forma de percibir, y al cambiar su forma de percibir, cambia, ¡por arte de magia!, los noúmenos imperceptibles que hay detrás de toda percepción. Cuando por fin el amor de Marjana levanta a Rayment del oscuro tálamo en el que yace encadenado a la depresión, entonces se topa, ¡sí!, con el creador, con su padre, con quien escribe y ha diseñado su trágico destino: Elizabeth Costello (el alter ego del propio Coetzee); el personaje es visitado por el escritor. El encuentro es bastante menos apocalíptico que el del último androide de Blade Runner con su hacedor; no obstante, no deja de ser lo mismo: en el momento en que cambiamos el ritmo de nuestra forma de “andar con las cosas” se abren las puertas de la percepción y el hijo pródigo halla, en su viaje, a Dios. En la desacralizada posmodernidad, la oceánica marea del inconsciente regresa y regresa y nos baña los dedos de los pies. Amenaza con dejarnos sin tierra bajo los pies.

Los guarros de algún hijo de papá taponan la calle, tu calle, mientras se oyen gritos para recuperar las calles, las calles en las que está tu casa, tu casa llamada hogar, hogar de fuego, fuego de chispas, chispas de espíritus… En el monte dormido de Tlaxcala paseo entre luciérnagas, destellos de animal, lágrimas de fuego, ruidos opacos: “camino oscuro en la noche solitaria”. Un par de horas solo y sólo silencio…

 

Salgo de la ciudad con el objetivo de olvidarla, así como todo cuanto ésta contiene. Hay quienes, con este mismo fin, se marchan a la costa y cargan con ellos la metrópoli; yo prefiero un espacio vital mayor y menores estorbos. Me gusta la soledad, cuando me entrego a ella, por sí misma.16

 

Siete jóvenes se buscan en el otro y encuentran el arquetipo dador de sentido. En los alrededores está el centro. En el centro no hay más que alrededores. Piérdete y te encontrarás, dice el Tao; crees haber perdido el hilo, cambias tus pasos, alteras el ritmo y, entonces, te hallas contemplando el mundo desde la montaña soberana.

 

En Oriente me he dado cuenta de que cuando los budistas construyen sus templos a menudo escogen un emplazamiento en la cima de una colina con una buena vista sobre el horizonte. En esos lugares se experimenta simultáneamente una expansión de la visión y una disminución del uno mismo, con la sensación, sin embargo, de que una extensión del uno mismo en espíritu llega a todos los rincones. […] mi tesis actual es que en este momento participamos en uno de los más grandes saltos jamás dados –o que jamás podrán darse– del espíritu humano hacia un conocimiento no sólo del mundo exterior sino también de nuestro profundo misterio interno.17

 

1 Juan Marqués, “El mundo por delante”, en William Hazlitt y Robert Louis Stevenson, Caminar, Madrid, Nórdica, 2015, p. 16.

2 Y, sin embargo, por alguna ironía del destino, mis amigos y yo –-que no podíamos callejear– fuimos retratados en el programa de televisión Callejeros viajeros: Hong Kong.

3 Citado en Naomi Klein, No logo. El poder de las marcas, Barcelona, Paidós, 2001, p. 345.

4 Hablo de esto en “Steve Jobs y la rama dorada. El monomito como estrategia discursiva”, inédito.

5 Georges Dumézil, Los dioses soberanos de los indoeuropeos, Barcelona, Herder, 1999.

6 Louise Jury, “Nike to trash trainers that offended Islam”, en Independent, 24 de junio de 1997. Recuperado el 29 de septiembre de 2016 de

http://www.independent.co.uk/news/nike-to-trash-trainers-that-offended-islam-1257776.html

7 Por este tipo de acciones, los países árabes han hecho boicots ocasionales a algunos productos estadounidenses, por ejemplo, a Coca Cola (Ryszard Kapuściński, Cristo con un fusil al hombro, Barcelona, Anagrama, 2010, p. 41).

8 Véase Klein, op. cit., capítulo 13: “Recuperar las calles”.

9 Ibid., p. 314.

10 Ibid., p. 312.

11 Ibid., p. 314.

12 Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Barcelona, Paidós, 2000. Hay un documental: The Shock Doctrine (Mat Whitecross y Michael Winterbottom, Renegade Pictures, 2009).

13 Esta misma tesis defiende el documental The Weight of Chains (Boris Malagurski, Malagurski Cinema, 2010): la guerra civil yugoslava fue incitada por Occidente con el objetivo de instaurar un nuevo régimen que beneficia, especialmente, a las grandes multinacionales.

14 Ryszard Kapuściński, op. cit., pp. 18-19.

15 Gaston Bachelard, La poética del espacio, México, fce, 1975, p. 29.

16 William Hazlitt, “De las excursiones a pie”, en William Hazlitt y Robert Louis Stevenson, Caminar, Madrid, Nórdica, 2015, p. 26.

17 Joseph Campbell, Los mitos. Su impacto en el mundo actual, Barcelona, Kairós, 1993, pp. 283-284. La cita pertenece al capítulo en el que Campbell analiza las implicaciones mitológicas del alunizaje: “El paseo lunar: el viaje exterior”.