Culminar un libro de Scorza se acompaña, indefectiblemente, de un agrio sabor de boca. Libros que retratan una realidad de la cual hay que esconderse, para “salvar a los justos de la justicia”.1 La guerra silenciosa del Perú –tema de ambas obras– es la lucha infructuosa de los comuneros andinos contra los diversos portadores del abuso: las trasnacionales gringas y sus representantes, los burócratas corrompidos, los jueces parciales, los (empobrecidos) soldados que “tienen también bocas que alimentar”, los alcaldes lameculos y los campesinos viperinos. Lucha diaria por demandas concretas: un espacio para pastar el ganado o para sembrar papas, la organización de un sindicato, la oportunidad de usar zapatos, el uso una brecha para acortar caminos… En suma, la lucha de la comuna contra la propiedad privada, la lucha de la herencia rural contra las armas de la “modernidad”. Y no es difícil trasladar las imágenes a México. Rancas bien podría pasar por Atoyac, Chacón y Cabañas podrían ser almas hermanas, y las demandas de Espíritu Félix y de doña Eustolia2 podrían haberse extraído de una misma voz originaria: la del hartazgo. En esta relación me centro.

Redoble por Rancas es un libro de intentonas. Un cerco “infinito” ha dividido la pampa, desamparando a los comuneros que ven morir de hambre a su ganado. De un día a otro, la tierra se ha cortado; quien intente cruzarla para pastar será desalojado violentamente por los capataces de la Cerro de Pasco Corporation. La tragedia es inminente, pues cada vía pacífica para dar solución es ignorada. Ni el diálogo de los personeros, ni la búsqueda de un amparo con el juez, ni el cúmulo de demandas en el palacio municipal sirven. Todo se delega o se ignora; mientras, muere el ganado y se acentúa el hambre. La corporación –intocable y omnipotente– ha sustituido a Dios (“No es Jesucristo quien nos castiga, son los americanos”).3 Quedan, entonces, la manifestación de disgusto y la violencia: una pirámide de ovejas decapitadas frente a la prefectura, el intento de Chacón por asesinar al Dr. Montenegro, trescientos cerdos soltados en las tierras recién cercadas para contaminar el pasto y don Fortunato recibiendo diariamente una golpiza por no rendirse. La indignación va creciendo y, con ella, la represión.

Rancas está dominado por personajes perversos. Es difícil saber si es más deplorable el Dr. Montenegro o el hacendado don Migdonio de la Torre; el primero encalaboza a peones arbitrariamente y manda a cortar orejas, el segundo envenena, sonriente, a quince peones y se atribuye el derecho de pernada. Su “distinción” social se sostiene en un racismo contra los indígenas políticamente aceptado. Es su idea que el indígena es un vil revoltoso, hecho para el trabajo duro y no más. Cualquier demanda se echará en saco roto y la insistencia será gravemente penalizada. La tensión derivada es el motor de la lucha silenciosa, vertiginosa en momentos, pero impotente la mayor parte del tiempo.

Pocas son las victorias del pueblo combatiente, y todas temporalmente cortas, pero la épica se mantiene. Algunas son el abandono que hace la corporación de mil cuatrocientas hectáreas tras la emboscada de chanchos, el permiso de los comuneros para alimentar a sus ovejas con las flores del panteón y el asesinato de “El Cortaorejas”. Los métodos son la versión atenuada de la guerrilla en Guerrero. Acciones esporádicas, carentes del desgarre de la coordinación jerárquica y las armas. A diferencia de Guerra en el Paraíso, donde se enfatizan las técnicas organizativas y la logística de los bandos en pugna, en la historia peruana la rebelión no llega a tal grado. Esto no los exenta, por supuesto, de episodios sumamente violentos.

En “La tumba del relámpago” se agrava el tono de los tambores que anuncian revolución. “Falta de fusiles, de programa, de doctrina”,4 se repite Genaro Ledesma, maestro y alcalde de Cerro de Pasco. A diferencia de la primera entrega de La guerra silenciosa, los personajes de esta novela tienen un origen distinto: han sido educados, saben leer y escribir, saben de leyes. Y de aquí surgirán modos de usar este conocimiento: desde “El Murciélago”, que utiliza su conocimiento de las leyes para convertirse en heredero universal de todos, hasta el mismo Ledesma, que se enfrentará a los poderes fácticos y perderá su libertad en el proceso.

A lo largo de la obra, una interrogante recorre a Ledesma: ¿Y si los libros se equivocan?”. Se refiere a los libros de doctrina socialista y conciencia obrera. La duda no es propia del Perú y, claramente, teje los cuentos del México industrial narrado por Paco Ignacio Taibo II. Movimientos sociales con demandas concretas (aumento salarial, democracia sindical, reparación de daños, etc.) que se percatan de que el problema es más fundamental: Acaso lo que hoy solucionemos volverá a presentarse con otra cara, si no contra nosotros, contra nuestros hijos. Hay espacios para que las ideologías entren y, sin embargo, no hay dirección clara. Los puntos de acuerdo se trastocan, se busca la extensión de “verdades universales” que se prueban muchas veces inaplicables. Los personajes hablan, sospechan, insisten: “Seminarista: la revolución es el encuentro entre las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas. El motor de la historia es la lucha de clases. La vanguardia de la revolución es la clase obrera. La clase campesina nunca sobrepasa el reformismo. El resto es aventurerismo. ¿Entiendes?”. Sin duda, la confrontación política está presente.

América Latina –según lo narrado en ambas obras de Scorza– ha compartido luchas internas, enfrentamientos contra potencias extranjeras, autoritarismo, transiciones democráticas, segregación indígena y “subdesarrollo”. En Perú, la lucha se dio a veces apretando los dientes, otras gritando. Y aunque no ha sido vana, ni mucho menos, las inconformidades prevalecen. Por todo esto no hay que esperar que cedan quienes ostentan el poder ni quienes lo padecen. Por esto las palabras de Scorza siguen alcanzándonos.

1 Manuel Scorza, Redoble por Rancas”, México, Siglo xxi Editores, 1991, p. 11.

2 Personaje del libro homónimo, “Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero”. Paco Ignacio Taibo II, Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero, México, Txalaparta, 2003.

3 Ibid., p. 234.

4 Manuel Scorza, La tumba del relámpago, México, Siglo xxi Editores, 1979, p. 13.