Introducción. Profundidad de Don Quijote

 

La obra El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha ha sobrevivido más de cuatro siglos debido a la perspicacia de su autor, Miguel de Cervantes, para combinar de un modo inteligente, a la vez satírico e irónico, el tema (entre otros) de la posible locura del personaje principal, Alonso Quijano o su álter ego, Don Quijote de la Mancha (después autonombrado “Caballero de los Leones” o nombrado por su escudero “Caballero de la Triste Figura”).

Esta maestría ha permitido que la obra evada la corrupción del tiempo y se muestre siempre fresca y abierta a la interpretación, dado que no podemos siquiera pensar en conclusiones que cierren la obra a la multiplicidad de hermenéuticas que ha generado en cuatrocientos años de existencia; mucho menos aventurar de forma satisfactoria la definición psicológica del personaje principal, que se muestra polivalente entre las nociones de sueño, locura, cordura, inteligencia, bagaje cultural y normalidad.

En este sentido, el interés por considerar la obra suprema de Cervantes no escapa a las generaciones de lectores a través del tiempo, pues “gracias a la teoría de la recepción literaria de Hans Robert Jauss y W. Iser, sabemos que un texto literario conlleva un potencial de significaciones que podemos considerar virtuales, solo capaces de hacerse realidad o evidenciarse en la imaginación del lector”.1 Y gracias a esta imaginación del lector, esta obra cervantina ha podido prestarse a los más variados ensayos y a su acoplamiento a las situaciones concretas de los siglos que la han releído.

 

 

Inicios del debate. Ser sí mismo, loco o cuerdo

 

Como mencionaba anteriormente, me parece inapropiado dar visos concluyentes de la (posible) locura de Don Quijote de la Mancha; es más, creo que no podríamos describir el perfil psicológico del personaje sin el riesgo de caer en simplicidades o banales resúmenes. A lo largo de los cincuenta y dos capítulos de la primera parte, así como de los setenta y cuatro capítulos de la segunda parte (extensión considerable), notamos que Don Quijote es un personaje tan incorruptible por su variedad, por su hondura y por su penetración en los vicios y virtudes humanas, que se ha granjeado no solo el corazón de nosotros —los lectores distantes y contemporáneos—, sino que ha ejercido el fiel reflejo de lo que somos o quisiéramos llegar a ser; de tal manera, decir de alguien como atributo que es quijotesco resulta un “semejante a don Quijote de la Mancha, por sus acciones o por su aspecto”2 y, en esta definición, habría común acuerdo en que las acciones de Don Quijote son aventureras, soñadoras y revolucionarias.

La interesante anécdota de cómo un hombre viejo (cincuenta y tantos años de edad), de una aldea manchega, lector asiduo de los libros de caballerías y riqueza escasa abre las posibilidades a su cordura y a su locura; a preguntar si quiere vivir un anhelo o verdaderamente perdió su juicio: “En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras”.3

¿Es esta verídica locura, o es, mejor dicho, el arrojo del que la comete de volver la realidad en su realidad? No queda claro el límite entre lo uno y lo otro; sobre todo, cuando las aventuras siguientes serán patentes muestras de locura y lucidez o locura y cordura. En esta parte, es muy significativa la forma en que Alonso Quijano toma la orden de caballería en su primera salida. Es cuando un ventero lo “santifica” caballero andante:

 

Advertido y medroso de esto el castellano, trajo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino a donde Don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe, y tras él con su misma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba.4

 

Me resulta difícil creer que un hombre como Alonso Quijano, quien habla latín, conoce de la literatura universal, la filosofía de los griegos y la historia romana, haya podido creer que en esta humilde venta (por cierto, se acota que sin capilla), con instrumentos rústicos, lo hayan santificado como caballero andante. Este pasaje nos remite a la pregunta sobre la factibilidad de su locura o la inmanencia de su lucidez inmersa en el deseo de vivir su historia.

Es necesario aquí mencionar que muchos filósofos occidentales apuntan a la responsabilidad de ser sí mismo; desde aquella sentencia del templo de Apolo en Delfos: γνῶθι σε αυτόν (“conócete a ti mismo”), hasta Heidegger, con la pregunta sobre el sentido del ser, a la cual se responde con la responsabilidad de “ser-se”. Y si la tarea humana primordial es llegar a ser sí mismo, Don Quijote decidió ser lo que él mismo quería, a pesar de las opiniones ajenas y las reglas de su tiempo (anacrónico para la caballería andante).

 

 

Discusión. Locura, cordura o lucidez

 

Para abrir la discusión, me parece pertinente citar el problema que plantea María Zambrano respecto del personaje Don Quijote: “Y el misterio que circula por todo el libro, en el que se concentra la ambigüedad, es que Don Quijote esté loco y más que loco enajenado, encantado. No es uno solo simplemente, sino el individuo ejemplar de una especie de locura que ha aparecido y transitado por todas las locuras, aunque no con esa claridad y determinación: la especie de la locura que clama por ser rescatada, liberada”.5

Interesante reflexión de la filósofa española (autora de la razón poética), donde plantea que esta especial locura debe entenderse como una liberación de la propia experiencia. En este sentido, sería interesante ahondar en el pensamiento de María Zambrano, el cual pone en la razón una forma que se manifiesta en el pensamiento y que lleva a la sistematización filosófica de los saberes; a su lado se sitúa la poesía, que es una forma en que se manifiesta la palabra, surge por la intuición y encumbra los valores más primarios del alma.

Don Quijote sería una muestra clara de esta razón poética, pues mezcla con maestría la intuición natural y la razón sistemática. Un hombre lúcido en su cultura, en el conocimiento del mundo de su tiempo y la historia precedente; al mismo tiempo que intuye la necesidad de salir de ese sistema para lograr trascender en la experiencia de formar una nueva persona.

Aquí, como menciona el chileno Ángel Rodríguez: “Aunque ha sido frecuente tildar de loco a Don Quijote, su locura quizás solo sea aparente. Si Don Quijote hubiera sido un loco, tal vez ya habría sido olvidado. Quizás la obra de Cervantes solo sea un juego agónico de locos y cuerdos, una lucha que se realiza entre los que siguen dos caminos distintos: los que solo se guían por los sentidos y los que se guían por la fuerza de la mente”.6 Entonces hablamos no tanto de los contrarios razón y locura; sino de razón e intuición.

De ahí que una mente tan lúcida como la de José Saramago apuntara lo siguiente:

 

A él [Don Quijote] no le bastaba con ir en búsqueda de otros lugares donde quizá le estuviera esperando la vida auténtica, era necesario que se convirtiera en otra persona, que, al ser él mismo otro, fuese también otro el mundo, que las posadas se transformaran en castillos, que los rebaños le aparecieran como ejércitos, que las oscuras aldonzas fuesen luminosas dulcineas, que, en fin, mudado el nombre de todos los seres y cosas, sobrepuesta la realidad del sueño y del deseo a las evidencias de un cotidiano aburrido, pudiese devolver a la tierra la primera y más inocente de sus alboradas.7

 

En este fragmento, el Nobel portugués se decanta por una particular lucidez de Alonso Quijano, quien se transmuta en Don Quijote, no por locura, sino con la finalidad de cumplir un sueño; vivir la experiencia que ha leído en sus libros de caballerías y transformar el mundo que está a su alrededor a disposición de esta nueva faceta de su propia persona.

En lo anterior, podríamos hablar de una peculiar forma de vida, donde se puede transformar en lo que se quiere ser, para escapar así de una realidad tan estrecha y hueca de sentido. Dotar a nuestra propia vivencia de la grandilocuencia de volvernos otro personaje y recrear a su alrededor el mundo que quisiéramos vivir; las imágenes que quisiéramos entender, ya que la realidad es una en tanto está frente a nosotros.

Resulta importante recordar aquí una frase dicha por Don Quijote, cuando se creía encantado y enjaulado para regresar a su aldea: “Yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia”.8 Contra toda oposición, Don Quijote asume aquí su “falsa locura” y se deja llevar con facilidad en aquella jaula, pues así deja a la voluntad de otros el final de su segunda salida.

Por si no nos convenciera esta razón salida de su propia boca, en palabras del cura del pueblo se nos advierte: “Pues otra cosa hay en ello —dijo el cura—: que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo; de manera que, como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento”.9

Esta tensión logra generar un personaje entrañable, que discurre entre sabiduría e inocencia, como entre dos polos que se tocan constantemente. Aquí vemos el fiel reflejo de la humanidad de un hombre que quiso validar lo mejor del mundo (los contrarios), a través de su propia experiencia.

Para ilustrar lo anterior, sirva recordar un detalle de la aventura de los leones, de cuya interpretación dice Faustino López Manzanedo:

 

De igual modo, don Diego de Miranda se pregunta por el tipo de locura que hace que el derretimiento de los requesones le parezca a don Quijote el reblandecimiento de los sesos causado por los encantadores, sin reparar en que el genio reside en transformar lo ridículo, vulgar e impúdico en algo sublime, extraño y anormal, adecuado a la necesidad de extraer lo maravilloso de lo cotidiano.10

 

Volvemos aquí a la tensión entre la razón y la sinrazón: no solo en querer pelear con leones, abriendo arbitrariamente sus jaulas; sino en la hilaridad del juego con su escudero que ha dejado los requesones en su casco, de los que escurre el suero, que Don Quijote llama derretimiento de sus propios sesos.

Esto es un atisbo de lo cómico y lo lúdico, que se mezclan con la locura y la cordura; encadenamientos que crean un interés sin igual en este personaje que transita por todos estos lugares con parsimonia; decidido de sí mismo y de seguir su lucha personal por el ideal de su propia musa Dulcinea del Toboso y su andante caballería.

En palabras de Diego Martínez: “Don Quijote no es un tonto sino todo lo contrario, un idealista inteligente, cuya locura, por tal, se parodia. En la obra de Cervantes […] lo que se inicia como parodia, acaba por constituir un panegírico, en el contraste violento de la personalidad del idealista con la realidad con la que choca”.11

Don Quijote es el idealista, el que imagina a su amada Dulcinea como él quiere y el mismo que mezcla sueños y realidades con divertimentos para su propio provecho. Tras su particular descenso a la Cueva de Montesinos, Don Quijote discurre con Sancho:

 

Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera —dijo don Quijote—; y, como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa.12

 

Idealismo puro que requiere intuición y sueño, pero al mismo tiempo, lucidez de afrontar su determinación y defensa ante los demás. Su interlocutor de toda la vida, Sancho, también se debate entre estas dos características opuestas; sin embargo, creo que, finalmente, guarda más la pasión de su amo como propia.

Decididamente, estos dos personajes transitan alrededor de sus aventuras con la voluntad de vivir un sueño: Don Quijote el que ha creado, Sancho el que ha creído. De esta manera, el mismo recorrido del Camino Real y sus diferentes paradas son muestras constantes de vivir la ficción dentro de la realidad. Desde la aventura de los molinos de viento hasta la pelea con el falaz Caballero de la Blanca Luna, Don Quijote juega su papel de vivir una ficción dentro del mundo real.

Sin embargo, conforme avanza el texto y llega a su fin, se perfila poco a poco un abandono gradual de esta doble realidad, para quedar con la “realidad a secas”: el hombre del pueblo de la Mancha, con su ama y su sobrina, así como sus amigos el barbero, el cura y, por supuesto, Sancho Panza.

“El sujeto se disemina, se dispersa, hasta muta por la plurivocidad, hasta que finalmente se recupera en los momentos últimos de la fábula. […] Se construye la autonomía del sujeto que parecía haber sido saboteada”.13 Don Quijote vuelve en este camino a ser Alonso Quijano; es fiel al juramento de su andante caballería y, tras su derrota, decide regresar a la realidad de la que sus aventuras eran una evasión.

Cervantes afirma que Alonso Quijano regresa a la cordura, pero esto no se puede determinar, pues está consciente de su pasado y de las aventuras vividas. Es de dudar si otros locos pueden regresar con facilidad a una aparente realidad. Y, asimismo, ¿qué realidad es la más real del personaje? ¿Su caballería andante o su vida rústica?

 

 

A modo de conclusión

 

Después de analizar diversas aristas de la tensión entre locura y lucidez en el personaje principal de la obra de Miguel de Cervantes, se puede decir que no puede existir un consenso determinante sobre la estructura mental de Don Quijote.

El personaje es de tal profundidad que transita entre la lucidez y la incoherencia durante toda la obra, con visos de inocencia y de enajenación, pero también con una amable inteligencia y una juiciosa sentencia moral.

Estas particularidades de Don Quijote de la Mancha recrean la profundidad de la obra literaria, que como se mencionó en la introducción, según la teoría de la recepción, las generaciones seguirán encontrando en este libro una fuente inagotable de significados que adaptarán a las realidades de su momento histórico.

Creo que la enseñanza de Don Quijote, además de la revolucionaria confirmación de los ideales, recae en la más humana actividad que puede existir: ser sí mismo. Esto no es una simple tarea que se dé por sentada; por el contrario, es una responsabilidad que se carga durante el trayecto de la vida y que no cesa de afirmarse con cada una de las acciones.

La libertad permite que el hombre se construya a sí mismo y se moldeé conforme a sus deseos y a sus capacidades. Alonso Quijano es un fiel reflejo de esta actividad y ha tomado la opción de ir contra todo su entorno y transformarlo en la realidad de su propio mundo, que se somete a los sueños que tiene y a los gustos que perfila.

Don Quijote será siempre el entrañable Caballero de la Triste Figura y será también el viejo Alonso Quijano, como el anverso y el reverso de una misma moneda; que también permite ver la dualidad de la existencia que se debate entre la razón y la intuición; dos ámbitos de la misma vida que se conectan con el ser mismo.

La pérdida de Alonso Quijano, en el último capítulo, tiene que ver con la muerte de los propios ideales; me parece que este personaje, al no poder seguir con sus sueños, prefiere darse un frentazo con la lucidez y esta ha sido tan fiera que prefiere el cese de la existencia. Y nos haría muy bien tener presente el consejo que da Don Quijote a Sancho, a propósito del gobierno de su ínsula: “Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”.14 Alonso Quijano fue más allá y, además de su autoconocimiento, generó el mundo que quiso para sí.

 

 

1 Gabriel Janer Manila, “Presentación”, en Revista Educación. 2004, núm. extraordinario, p. 5.

2 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española. 23ª. ed. Madrid, rae-Espasa Calpe, 2015, s. v. ‘quijotesco’.

3 Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Madrid, Alfaguara, 2004, pp. 30-31.

4 Ibid., p. 46.

5 María Zambrano, “La liberación de Don Quijote”, en Revista Educación, op. cit., p. 106.

6 Ángel Rodríguez González, “Realidad, ficción y juego en El Quijote: locura-cordura”, en Revista Chilena de Literatura. Santiago de Chile, Universidad de Chile, noviembre, 2005, núm. 67, p. 164.

7 José Saramago, “La falsa locura de Alonso Quijano”, en El País. Madrid, 22 de mayo, 2005.

8 Miguel de Cervantes Saavedra, op. cit., p. 501.

9 Ibid., p. 309.

10 Faustino López Manzanedo, “La poética locura de Don Quijote”, en Perspectivas y análisis sobre Cervantes y El Quijote. Recife, Universidad Federal de Pernambuco, 2010, p. 89.

12 Diego Martínez Torrón, “La locura de Don Quijote. Ideología y literatura en la novela cervantina”, en Anales Cervantinos. Madrid, csic, 1998, vol. XXXIV, p. 26.

12 Miguel de Cervantes Saavedra, op. cit., p. 733.

13 Nora González Gandiaga, “La parodia entre la ficción y la realidad en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, Revista Chilena de Literatura. Santiago de Chile, Universidad de Chile, noviembre, 2005, núm. 67, p. 138.

14 Miguel de Cervantes, op. cit., p. 868.