Hidden Place

 

Apostar por un cuerpo variante y rítmico, inconmensurable e impredecible es tarea de pocos. Tal vez por la dificultad que significa o, más propiamente, por el interés que representa a las grandes mayorías. Michel Serres se arriesga a hacerlo en un mundo aún hermético que no le ha brindado la posibilidad de ser escuchado.

En Variaciones sobre el cuerpo, además de bosquejar una saludable apología sobre el cuerpo, el filósofo francés nos invita a reflexionar sobre aquello que se ha nombrado de mil maneras,1 pero desde una perspectiva mucho más amplia, diversa y rica. Esta mirada hacia el cuerpo es para hacer frente a lo que ha sido reducido y despreciado por la historia.2

Ya Nietzsche lo había visto. En “Despreciadores sobre el cuerpo”, de su Zaratustra, nos permite pensar en un sí mismo que no es solamente una herramienta de un ente abstracto y lejano, trasmundano: el alma. El cuerpo es la vida, es la fuerza que posibilita nuestros pensamientos: “la inteligencia humana se distingue de lo artificial por el cuerpo, solamente por el cuerpo”.3 En esta redignificación de la carne se cruza el esfuerzo filosófico de ambos autores.

Aquellas posturas radicalmente diferentes a las ascéticas, despreciadoras de la materia, apuestan por una re lectura del cuerpo no solo por cierto tipo de justicia histórica, sino porque, considero, nos representa una urgencia. El cuerpo es el toque de piedra de las políticas: en él se reflejan todas las posturas, todas las creencias, todas las metafísicas y todas las maldiciones. Repensar su posición en el mundo, lejos de verlo como solo un envase contenedor de algo más allá, como un mero receptáculo de otra entidad, nos llevará necesariamente a cambiar nuestras formas de relacionarnos y, consecuentemente, modificará nuestra ética tan cuestionada por nuestro hoy.

El término cuerpo poético no es propiamente de Michel Serres, pero tomando un poco de su pensamiento, me gustaría denominar así a esta nueva forma de ver, de pensar y de sentir nuestra materia en el mundo, que está tan llena de posibilidades, y en eso radica su condición, que nuestro pensamiento nunca es capaz de predecir ni de controlar. ¿No habrá que buscar el infinito, en vez de en incontables números puestos uno sobre otro, en cada proceso molecular, reacción y movimiento de tan solo un segundo de nuestra existencia, como los seres metabólicos que somos? ¿Cuánto sucede en el nacimiento, donde todas las fuerzas se concentran en el alumbramiento de una nueva vida?

Una nueva mirada al cuerpo propondría una nueva política y un nuevo ritmo, desenmascarando nuestras pretensiones que nunca debieron de olvidar lo que hay y lo que somos: dolor, sabor, placer, amor, sufrimiento y esperanza; todas ellas potencias de nuestro cuerpo.

¿En qué modificaría eso nuestro día a día? La idea de repensar el cuerpo será conectada, dentro del mismo pensamiento de Serres, a una nueva idea de política simbiótica que busca subsanar nuestra violenta relación con el mundo: nosotros mismos, cuerpos en equilibrio, con nosotros mismos y la naturaleza, pues no hay más. El hilamiento de estas ideas es la finalidad de este trabajo.

 

RossMcCampbell74

Human Behavior

 

Nuestra existencia empírica y material no debe de ser una condena pues, al contrario, es nuestra condición de posibilidad de toda probabilidad, de toda experiencia. Esta afirmación pudo haber causado terror a pesadores como Plotino cuando, junto a toda una tradición de pensamiento, se sumó a las filas de los metafísicos que no veían en lo existente, en lo pesado y en lo vivo, algo más que una maldición y un obstáculo para otro nivel de realidad donde los hombres, legítimos herederos del reino de los dioses, pertenecían. Es claro que cada trasmundano, como los llamo Nietzsche por su lejanía del mundo, tenía diferentes matices y posturas al respecto de estas ideas, pero también es cierto que muchos coincidían en que lo material se contraponía a lo verdadero: la verdad es invariable e inmutable, la materia siempre deviene y cambia. El mundo, en su infinita riqueza, no podía ser sino algo malo y falso, pues nuestro pensamiento no alcanzaba a abarcarlo. La supuesta superioridad del pensamiento racional y conceptual, que ha sido impuesto por sobre otras facultades humanas, es también producto y herencia de estas tradiciones, llegando a sus límites en la modernidad, donde toda la luz buscada se tornó, más bien, en obscuridad, muerte y guerra.

Gritos desesperados ante tantas abstracciones se dejaron escuchar en Occidente mismo, desde la poesía hasta la filosofía. Schopenhauer ya nos había alertado sobre el fondo último de lo real: la voluntad irracional, profundamente cambiante y esencialmente amoral.4 Detrás del velo de malla se ocultaba una pura fuerza. La razón se había agotado para explicar lo real, pues el fondo no era lo que ella había supuesto de aquél.

Del mismo modo en que se criticó a la metafísica y a sus supuestos, la noción de sujeto cuerpo comenzó a transformarse también. Si para Kant el sujeto trascendental era una clase de coordenadas preestablecidas que posibilitaban a priori la experiencia, es decir, el sujeto como condición para la vida; para pensadores más recientes, el cuerpo ya no puede ser pensado en esos términos. El cuerpo ahora es fuerza, vida, tragedia y dolor. Este nuevo cuerpo no se reducirá a sujeto ni a razón, pues aunque la segunda es una facultad propia e innegable del mismo, no debe de ser la más apreciada o valorada. Esta nueva filosofía, que pragmáticamente podríamos pensar desde la inauguración del pensamiento nietzscheano, tenía por tarea no reducir nuestro ser a ninguna de sus facultades. Ni razón ni sujeto, el cuerpo va más allá de toda posible abstracción y se rehúsa a ser fácilmente identificable o reconocible. Serres dice al respecto: “Nunca supe hablar del Yo ni describir la conciencia. Cuanto más pienso, menos soy; cuanto más soy yo, menos pienso y menos actúo. No me busco como sujeto, necio proyecto; los únicos que pueden encontrarse son las cosas y los otros. Entre ellos, un poco menos cosa y mucho menos otro, aquí está mi cuerpo”.5

Serres se ubica en un contexto contemporáneo donde el cuerpo ya no es concebido de una manera tan reduccionista gracias a las diversas contribuciones provenientes de todos los horizontes del saber: el psicoanálisis puso en entredicho, por ejemplo, el absoluto control de la conciencia sobre el cuerpo y le antepuso su correlato: el inconsciente. Con esta y muchas otras propuestas, nos hemos percatado de que nuestra supremacía sobre nuestro propio cuerpo era tan solo ficcional: algunas funciones centrífugas a nosotros mismos aún nos aparecen indescifrables. Nietzsche afirmó que: “Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas ‘espíritu’, un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran corazón […]. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad”.6

El cuerpo se nos revela misterioso, obscuro y casi autónomo, o al menos no subordinado totalmente al control de la razón. Serres insiste todo el tiempo en olvidarnos del autocontrol y, por ende, del control del afuera: de la naturaleza. Sin embargo, haber olvidado nuestra permanencia en el mundo, nuestro andar sobre la tierra y nuestro cuerpo sometido a la gravedad, nos ha llevado a posicionarnos falsamente en un lugar imaginario: la superioridad humana de dominación sobre los mismos hombres y los otros habitantes (animales y diversas formas de vida). Llegar a idealizar al hombre de esta manera es, en parte, una consecuencia de no contemplar al cuerpo como es: finito, caduco, físico y temporal. Se requiere dignificar todas nuestras capacidades, pues todas pertenecen a la misma única verdad: el cuerpo y todas sus dimensiones, el cuerpo y todo su ser. En este sentido, hemos olvidado también que, como especie, hemos sido una que se ha metamorfoseado desde su principio y que nuestro cuerpo ha sido el testigo constante de aquel proceso:

 

En un momento determinado me detengo y “pongo las manos”; comienza la verdadera montaña, trepo. A partir del instante en que mi espalda se inclina, ¿vuelvo al estado de cuadrúpedo? Casi: mi cuerpo se transforma, los pies se convierten en manos y los dos agarres manuales en seguros para el equilibrio. Homo Erectus, el hombre de pie, reciente, vuelve a aquel del que desciende, el cuadrumano arcaico. Tan negra se hizo en mí esta reminiscencia fulminante que ya no temo hablar de la bestia: me acuerdo del que fuimos.7

 

Este nuevo cuerpo, que se nos escapa a toda comprensión aunque de él solo tomáramos el momento más ínfimo de su existencia, es también creador. El francés nos ilumina acerca de cómo “abandonando un grupo de formas, [nuestro] cuerpo adopta otra. Se distingue de los otros seres vivos por sus metamorfosis”.8 El cuerpo es creativo y mutable: varía de estados, es etéreo. El cuerpo es poético, siempre inventa y no es predecible. No se puede conceptualizar definitivamente, lo más que podemos hacer es aproximarnos a sus transformaciones, nunca predecibles totalmente, y a la biología, pues “la vida no solo se desplaza, sino que cambia”.9 No evoluciona en el sentido en que, por generaciones, cambie su estructura debido a la adaptación de su especie al ambiente; cambia y evoluciona gracias a su propia invención. Es pura virtualidad. El cuerpo es todas aquellas potencias que esperan a expresarse.

Toda nuestra herencia cultural, más que solo encontrarse cifrada en el adn, nos es dada, también, a través de la mímesis. Serres señala esto como el gesto pedagógico inicial: copiamos, consciente o inconscientemente, a nuestros próximos y gracias a ellos comenzamos nuestra relación con el mundo, con nuestra cultura y con nuestro lenguaje.

Esta acción es propia del cuerpo y se halla con él hasta su último suspiro. Cada instante “absorbemos tanto de la sombra como de las luces, y el conocimiento, en suma, radica en un trabajo constante en los límites del claroscuro”.10 No existe el momento en que comenzamos a conocer y cesamos de hacerlo, a menos que sus análogos sean el nacer y el morir. El cuerpo, como un repositorio de todas y cada una de las experiencias, vivencias, dolores y alegrías que han cruzado nuestra carne, contiene a todas ellas en el olvido y en el recuerdo, de ahí la necesidad de la memoria. El cuerpo olvida, él es el inconsciente, nos dice Serres, y gracias a ese olvido es que la vida puede seguir; pues la presencia de algunas vivencias en nuestro presente puede ser, a veces, muy pesada y difícil de llevar. Hay una necesidad de olvidar por cuestión de salud y esta se encuentra entre las funciones metabólicas del cuerpo.

Si el cuerpo es variación, inestabilidad y cambio, ¿qué tenemos seguro en él? El equilibrio. No estabilidad absoluta, no rígida detención: movimiento orbitando sobre un eje indefinido, pero en el que, en su agitación, se mantiene a sí mismo. Orbitamos como los platos y las frutas en la mesa de Resucitando (1963), de Remedios Varo: en nuestro andar encontramos el equilibrio, como la bicicleta bien comandada que mientras más rápido gira sus ruedas, más estable se encuentra.11

Ir hacia es como encontramos el equilibrio: empleamos todo nuestro cuerpo dirigido hacia algún punto, enfrentamos a los obstáculos y dejamos que la misma piel se deslice sobre su soporte eterno, la tierra. Correr y no caer, escalar y no resbalar; todo eso es mantener el equilibrio, siempre sometido a las fuerzas del descontrol, de la pérdida y de la gravedad.

El cuerpo es un microsistema con una vida codificada en cavidades inimaginables que, además de todos sus canales sanguíneos y todas sus fuerzas, también es creador; he ahí la imposibilidad de comprenderlo, porque siempre huye y se aleja de la conceptualización absoluta: no somos solo biología, nuestro cerebro no es solo una microexplosión de procesos neuronales que únicamente podamos vislumbrar a través de conectomas. Lograr el equilibrio de la paz es la nueva tarea de la filosofía, o debería serlo.

Aproximarnos al cuerpo y permitirnos escucharlo es lo que posibilitará una nueva y humilde reflexión sobre nuestras relaciones humanas, con las apropiadas resonancias zambranianas que esto pueda implicar, pues no existe un cuerpo sin cuerpos y la política debería entablar una relación simbiótica entre la naturaleza y los hombres.

 

 

Biophilia, Hyperballad

 

En El contrato natural, Serres busca afilar su propuesta política innovadora, útil para los tiempos presentes, y con la precisión histórica suficiente para que, como si se tratase de un argumento deductivo claro y distinto, se pudiera derivar la necesidad de reformar las políticas mundiales actuales en pro de una nueva relación entre las naciones y entre la siempre presente, siempre ausente, naturaleza: El brazo de amor del universo (1949), de Frida Kahlo, nos muestra tan solo uno de sus posibles rostros. Precisamente en este libro, el francés reconoce al amor como trama de la vida y la unidad: “Amar a nuestros dos padres, natural y humano, al suelo y al prójimo; amar a la humanidad, nuestra madre humana, y a nuestra madre natural, la Tierra”.12

La humanidad, al contabilizarse en millones de habitantes, ha adquirido un peso físico, una presencia mórbida en la tierra. Este peso mundial, condensado en ciudades y metrópolis, actúa afectando, por necesidad, a grandes parcelas del territorio con toda su población. Como si de titanes se tratase, las multitudes aglomeradas en pequeños espacios polucionan y erosionan la vida a su alrededor. Afectan al mundo en escala global y con consecuencias igualmente globales. Ante este panorama parasitario de la humanidad, es urgente una reforma a la política: este es el punto medular de la filosofía serresiana.

La no existencia de la naturaleza y el daño objetivo que se ha hecho contra ella es expuesta en el primer capítulo del libro antes mencionado. Ahí Serres nos muestra cómo la historia del hombre, con sus conflictos bélicos, siempre restó realidad a la arena que tenían en común sus contrincantes: la tierra. Esta tierra es la condición de posibilidad de la vida y la vida misma.

Al nunca haber poseído realidad ni derecho en las guerras, estuvo siempre presente como un tercer frente que fue destruido en cada conflicto. Ganaba y triunfaba ante los hombres ahí donde estos no conocían de armas nucleares ni planetarias; pero pronto esta balanza se precipitó a favor del humano, atraído por la seguridad científica de la modernidad. Ahora no es raro observar modificaciones biotecnológicas en los hombres, animales y demás seres vivos.

Es claro que con el incremento de las tecnologías, pues la guerra siempre se verá beneficiada de ellas, el daño es cada vez mayor y más constante. Esto es un inmediato reflejo del peso absurdo de la humanidad, que podríamos nombrar colosal: nuestra colosal existencia, nuestro colosal apetito y nuestro colosal armamento no han parado de destruir al mundo, y a nosotros con él.

Pienso que Serres apuesta, y así me lo permite suponer el inicio de El contrato natural, por implementar un contrato jurídico entre los gobiernos nacionales para regular la relación que tenemos con la producción y la naturaleza, mediando nuestro impacto sobre ella: apostar por una relación simbiótica. Esta nueva relación tiene que darle una forma existente al mundo, que se nos muestra a través de sus temblores, de sus mareas, de sus erupciones, de sus vibraciones, como un cuerpo.

Nuestra historia ha sido mayoritariamente parasitaria, tomando en cuenta lo anterior, porque a la tierra poco le regresamos, como nuestro cuerpo sin vida. A cambio, extraemos de ella hasta las últimas reservas, sin tomar en cuenta a especies animales que han dejado de existir por nuestros abusos, sin por eso obviar los terrenos y la flora que también hemos consumido. Tal vez la bomba atómica sea el lugar común de todo esto, pero no por eso deja de ser cierto que aquella tierra, incluso a tantas décadas de distancia, no ha podido recuperarse. El contrato propuesto por Serres busca colocar la balanza en justo equilibrio.

Este nivel de equilibrio es posible para aquel buen líder y para cualquier cuerpo que lo intente, cuyo ser conjunte sus conocimientos y trate de unificarlos. Con una postura que hace resonancia en la Razón poética de Zambrano (no afirmando que Serres la haya leído, sino más bien pensando en que ambos llegaron a una conclusión similar tomando en cuenta su tiempo actual), el filósofo nos presenta la figura de un hombre, un súper hombre, capaz de conciliar su pensamiento racional y su pensamiento poético:

 

Yo le llamo el Tercero Instruido: experto en los conocimientos, formales o experimentales, versado en las ciencias naturales, de lo inerte y de lo viviente, al margen de las ciencias sociales de verdades más críticas que orgánicas y de la información banal y no excepcional, prefiriendo las acciones a las relaciones, la experiencia humana directa a las encuestas y a los informes, viajero de naturaleza y sociedad, amante de los ríos, arenas, vientos, mares y montañas, caminante sobre la totalidad de la Tierra, apasionado de gestos diferentes como de pasajes diversos, navegante solitario por el paso del Noroeste, paraje donde el saber positivo franqueado comunica, de manera delicada y rara, con las humanidades, inversamente versado en las lenguas antiguas, las tradiciones míticas y las religiones. Espíritu fuerte y Diablo, hundiendo sus raíces en el más profundo humus cultural, hasta las placas tectónicas más enterradas en la memoria negra de la carne y del verbo, y, por lo tanto, arcaico y contemporáneo, tradicional y futurista, humanista y sabio, rápido y lento […] y sobre todo ardiendo de amor hacia la Tierra y la humanidad.13

 

Ahí donde se resuelven todas las contradicciones está nuestra esperanza, ¿y dónde sucede que las contradicciones conviven aquí, en la tierra, en el cuerpo? Si es posible una política que nos haga relacionarnos con la Tierra de forma diferente a la acostumbrada —pues hoy, siguiendo a la metáfora del propio Serres de la madre tierra como una madre y nosotros como sus hijos, nos parecemos más a la Madre muerta (1910) de Egon Schiele, que a cualquier otra—, es porque nuestro cuerpo puede hacerlo. Esta nueva política que sale del ámbito meramente público y social, como muchos otros pensadores la habían restringido, está dirigida hacia una reconciliación absoluta entre la tierra y los hombres; por esto el tercer instruido es una virtualidad de los cuerpos que espera el encaminamiento necesario para emerger. Ha surgido en diversos momentos de la historia, tal vez Leonardo da Vinci sea uno de los más icónicos, pero la imperiosa destrucción del presente la necesita para su futura puesta en escena.

 

 

Declare Independence

 

Al ser el cuerpo poético, plural y dinámico, es entonces capaz de albergar un pensamiento unificador, conciliador y responsable éticamente con la naturaleza y con sus iguales. Borrada la imagen del sujeto opuesto al objeto, del cual el segundo es producto del primero, y por lo tanto útil, nos olvidamos de perdernos en oscuros tejidos metafísicos que no resuelven en nada nuestra inmanente muerte sin la simbiosis con el mundo.

La tierra nunca debió de haber sido instrumento del hombre, y esto solo ha sido posible gracias a su triste empoderamiento frente a las incontrolables e irrefrenables fuerzas de lo natural y, también, gracias a no haber escuchado a su propio cuerpo y haberlo condenado al no ser y la imperfección, perdiéndose de él todo lo que podría enseñarle si tan solo estuviera atento al primer suspiro del amanecer o a la primera vista del ocaso que sus ojos le proveen.

La nueva política propuesta por Serres busca que bailemos al ritmo del mundo, encontrando aquellas notas en las que todos los cuerpos orbitan y a las cuales pertenecen. No es difícil, basta con arrojarnos al mar y nadar entre sus aguas, fundiéndonos en el mundo que nos ha dado la vida y la alegría que cada día cosechamos, si es que somos dichosos. No solo es cuestión de firmar, también es cuestión de escuchar y de amarnos a nosotros mismos y a los demás. Es urgente la declaración de independencia de nuestra pretenciosa y destructora racionalidad y también es urgente nuestra conciliación con la naturaleza, con el mundo al cual pertenecemos.

 

 

1 Prisión, sujeto, mentiroso, despreciable: Cuerpo.

2 Metafísica occidental donde el cuerpo ha sido reducido y opuesto a lo verdadero y bueno.

3 Michel Serres, Variaciones sobre el cuerpo. México, fce, 2011, p. 26.

4 Vid. Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. Madrid, Mestas, 2007.

5 Michel Serres, op. cit., p. 34.

6 Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Madrid, Alianza, 2011, pp. 38-39.

7 Michel Serres, op. cit., p. 31.

8 Ibid., p. 62.

9 Ibid., p. 63.

10Ibid., p. 81.

11 Ibid., p. 108.

12Michel Serres, El contrato natural. Valencia, Pre-Textos, 2011, p. 86.

13 Ibid., p. 156-157.