Somos, sin duda, señoras y señores, hijos de la fantasía.

José Ortega y Gasset

 

En Ocosingo, un señor pedalea en su bicicleta tamalera. Es roja y tiene techo. De él cuelga un rústico altavoz que dice: “Ya están detenidos los ladrones que asaltaban desde hace una semana. Son tres hombres…”. Esquivo a la señora que vende elotes en el suelo del mercado. Pasan un triciclo y una decena de carros. En este mercado, el ejército mexicano masacró a decenas de rebeldes hace veinte años. El triciclo no se calla. El zapatismo está vivo. La información es poder; la contrainformación, revolución: “Está usted en territorio zapatista en rebeldía. Aquí manda el Pueblo y el Gobierno obedece. Junta de Buen Gobierno”.

A Toniná se llega en una combi blanca y estrecha que sale de Ocosingo. A un lado queda el amenazante cuartel del ejército mexicano: “¡Pare!”. ¡Atención!”. “¡Apague las luces!”. “¡Identifíquese!”. “¡Baje las ventanillas!”. “¡Atención!”. “¡Atención!”. “¡Atención!”… La combi sigue cuesta arriba y sin querer detenerse en el cuartel. Un par de kilómetros más adelante, bajan tres jóvenes en medio de la carretera. Luego, una señora y su niña, y me quedo como único pasajero. La carretera (hasta hace poco una pista de terracería) acaba en el yacimiento. “Ahora no estamos cobrando”, me aclara el señor de la entrada. “Hasta que no cambien las cosas, seguiremos así”, añade. Me recibe la pesada mochila en consigna y me da un número. Camino un par de kilómetros por la amplia vereda verde, llena de vacas, de pasto, de cielo… y llego al yacimiento: “Libertad. Justicia. Dignidad. Pueblo Toniná, Mpio. Autónomo de Francisco Gómez, Chiapas, México. E. Z. L. N.”, afirma orgulloso el cartel. Paso al paso a paso del paseo y respiro las piedras y oigo los ecos, merodeo por el juego de pelota y por una pirámide sin escavar y, luego, subo todo hacia una infinidad de escaleras, siempre arriba, hacia el cielo, hacia la libertad del cielo. En La Casa de Piedra todo es de piedra, excepto los carteles informativos: “Este sitio es sagrado y fue construido por los ancestros de los tzeltales”. A menudo hay que insistir en lo obvio. No debería extrañarme, pero me sorprende: la mayoría de los paseantes son indígenas que acuden en domingo a la casa de sus viejos. Tan solo unos siete u ocho visitantes somos turistas lejanos. Hace calor y me sobra la camisa, pero el sol de fuego quema. Alcanzo la cima a la vez que una señora, en la cincuentena y en plena forma, secretamente apunta satisfecha con su pluma vieja, en su servilleta de papel blanca con flores rosas, algo, un número, el número de escalones de la pirámide. Acaba de confirmar una sospecha cósmica y sonríe con dientes de oro. El aire respira arriba. Los chavos de una prepa se hacen selfies.

 

Contaban nuestros más antiguos —dice el subcomandante Marcos— que los primeros dioses cuando nacen el mundo, lo nacen cantando y que de esa forma los pueblos mayas y sus descendientes empezaron a darle a la palabra un valor especial. La palabra tenía la capacidad de inventar cosas, de hacerlas que aparecieran.

Y que desde entonces, en tanto que descendientes de los mayas, los zapatistas habíamos agarrado el modo que pensábamos que cuando hablábamos una cosa, en ese momento empezaba a existir.1

 

Los románticos del xix, los bosques ululantes, las antiguas ruinas, los cementerios vivos… Paseo solitario por Angkor Wat, Cantona, el Templo de Zeus, Palenque… Hay una suerte de gimnasia mental que consiste en reconstruir un mundo a partir de piedras, un pueblo a partir de la imaginación. Hay lugares que dejan ver lo invisible, pero solo si vas solo. La señora que cuenta escaleras desciende solitaria por la pirámide.

En La Casa de Piedra, bajo una losa-cama-trono (blando erotismo de la piedra flácida), una cara mira, la miro y me mira, me mira y la miro, y le limpio la arenilla que la cubre (caricias de roca, ademán de arqueólogo…). Un grabado pétreo de mil años esboza una mueca, ojo de espiral, trompa de nariguera… ¿el Dios de la Lluvia despertado?

Más abajo, más arriba, un códice prehispánico de dimensiones hiperbólicas (de cuatro metros, de doce metros…) soporta la ciudad de piedra en su estuco. La metodología del romántico difiere radicalmente de la del racionalista: no sabiendo a dónde va, evita confirmar lo que sabe; se sorprende, entonces, de lo que no sabe y descubre. En el borgia pétreo con el que me topo, un maya a cuatro patas se contonea de placer, dolor y concentración. Dice con sus labios y humea con su boca este dios primordial: con el hálito nacido de sus entrañas prende la hoguera de la realidad. Le llaman el Mural de las cuatro eras y es la Capilla Sixtina tzeltal. La creación es canto hondo, palabra entrañable:

 

Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.

Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: solo el cielo existía.

No se manifestaba la faz de la tierra. Solo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

No había nada junto que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo. Solo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz […]. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.

Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, hablaron entre sí […]; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento […].

Entonces conferenciaron sobre la vida y la claridad, cómo se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el sustento.

—¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe [el espacio], que surja la tierra y que se afirme! […].

Así fue en verdad como se hizo la tierra: —¡Tierra!, dijeron, y así al instante fue hecha.

Como la neblina, como la nube y como una polvareda fue la creación […].

Solamente por un prodigio, solo por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles.2

 

El Popol Vuh refleja la pared regia: el gemelo divino sopla para que prenda el mundo; susurra para que nazca la tierra prometida; persuade a lo que no es para que sea.

“El hombre, en una medida creciente, es un ser técnico”,3 afirma Ortega. Cuando creamos mediante instrumentos, estos se gastan y desgastan, pero cuando creamos mediante objetos artísticos, el hombre “no los gasta, ni mucho menos los desgasta”.4 Porque no somos naturales, vivimos extrañados. Porque vivimos extrañados, recreamos. Porque recreamos, nos reintegramos de vuelta en la madre naturaleza. Y, no obstante, tanto el extrañamiento original como la reintegración prometida son consecuencia de una misma característica exclusivamente humana: la fantasía (condición sine qua non de nuestro mundo interior). El mono bípedo entra en sí mismo por loco.5

No nos queda de otra, dice Ortega, debemos escoger, y eso es lo que nos hace libres, y lo que nos hace hombres. Elegimos entre la voz del instinto que nos habla desde dentro y la voz del loco que nos grita desde dentro; entre la naturaleza de la que hemos nacido y la fantasía que nos ha nacido. Por ser la disyuntiva nuestra esencia, hallamos el pleno desarrollo en la elegancia, el saber elegir, la inteligencia. Elegante es el que elige con inteligencia,6 el que sabe escoger entre todos esos monstruos propicios, visiones locas y deseos fantásticos. Y escogemos mediante la palabra, como bien sabían los tzeltales de piedra de ayer y bien saben los tzeltales, tzotziles, choles, tojolabales y demás indios insurgentes de hoy:

 

Habíamos estado mucho tiempo ahí, preparándonos, aprendiendo a pelear, aprendiendo a ser guerreros —decimos nosotros—, que no es nada más saber usar las armas, sino las ciencias, el arte. […] Cuando entramos en la organización nos cambiamos el nombre para decir de alguna forma que estamos empezando de nuevo.7

 

Ficción viene de fingir, y fingir es modelar, simular, heñir, amasar e inventar.8 Finge el que yergue esfinges; modela el que resucita a los dioses ocultos de las piedras dormidas; simula el que dice “aquí es espejo, reflejo, verso y reverso”; hiñe el que amasa su esencia de maíz de hombre; inventa el que oye el soplo de Dios en sus adentros.

En el Mural de las cuatro eras de Toniná, el gemelo divino sopla y sopla y sopla en la hoguera cósmica, pues está haciendo el mundo, y lo está haciendo ahora, ahora, porque el mundo eternamente está naciendo en el presente. No hay que darlo por sentado; hay que asentarlo. Y con ese soplo el gemelo divino le cuenta una historia al más viejo de los Vigilantes, el más viejo de los Vigilantes se la cuenta al sup, y el sup nos la cuenta a ti y a mí a la luz de la hoguera:

 

Hay, por el rumbo por donde el sol camina y la estrella de arriba manda en el cielo, gente que creada fue del humo, y de los sueños de los dioses fue nacida […]. Uno de los dioses, el que veía, hacía a los hombres y mujeres a la carrera, sin pensar siquiera y sin cuidado. El otro, el dios ciego, con calma iba haciendo su trabajo y, como no veía, hacía hombres y mujeres de acuerdo a sus sueños y al humo del tabaco que fumaba.9

 

Decía Ortega que la fantasía es la causa y el motor que mueve al ser humano, que nos hace cambiar el mundo, que logra desbordar la realidad circundante. Los humanos fertilizamos el desierto de lo real con sueños cantados. Aumentamos la realidad con nuestra fantasía. Cuando, en nombre de los sabios de la tierra, el humo de esa pipa promete y el pasamontañas habla, la realidad se agranda y el desierto se desvela como lo que siempre ha sido: oasis, montaña, selva. Esto enseñan en las escuelas primarias rebeldes zapatistas: a fantasear para desbordar el mundo; a soñar para despertar en otro mundo; a cantar lo vislumbrado para que otras verdades nazcan al nuevo mundo. Fantasear no es evadirse del mundo: fantasear es cambiarlo.
Oigo las manos del viento rebeldes en la piedra. Hablan. Sopla y sopla y sopla en la hoguera el gemelo divino, está haciendo el mundo, y lo está haciendo ahora, ahora, porque el mundo eternamente está haciendo el presente. Y el humo que es toda fantasía nace cada vez más pesado y más pesado, y empiezo a ver algo en él, y toma cuerpo. Nos ha dejado otra lección abrumadora: el ser humano es el ser esencialmente fantástico. Y el gemelo de piedra vuelve a susurrarme quedito en el oído, suave como una mujer, para que le preste atención, y conspira el silencio, y caen gotas del cielo, y el silencio ulula, y su eco mudo entona algo que ya he oído: “Rebélate contra el mundo viejo y un nuevo mundo te será revelado”.

 

Mural de las cuatro eras, Toniná, detalle. Foto del autor.

Mural de las cuatro eras, Toniná, detalle. Foto del autor.

 

1 Subcomandante Insurgente Marcos, “Discurso en Uay Ja. Yucatán, 18 de enero de 2006”, en Según cuentan nuestros antiguos… Relatos de los pueblos indios durante La Otra Campaña. México, Rebeldía, 2007, p. 9.

2 Popol Vuh. Trad. de A. Recinos. México, fce, 1960, pp. 23-25.

3 José Ortega y Gasset, “El mito del hombre allende la técnica (I)”, en Obras completas. Madrid, Revista de Occidente, 1965, núm. IX, p. 618. Parafraseo en estos dos párrafos su texto.

4 Ibid., p. 619.

5 Según Ortega, ese extrañamiento es el que hace que vivamos siempre insatisfechos, siempre buscando la felicidad. Entiendo aquí, pues, que nuestra rebeldía es esencial y nuestra esencia rebelde.

6 Ortega vincula etimológicamente estas tres palabras: elegancia, elección e inteligencia.

7 Subcomandante Insurgente Marcos, “Discurso en La Granja, colonia Tepeyac, Puebla, 15 de febrero de 2006”, en op. cit., p. 25.

8 Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid, Gredos, 2000, s. v. Fingir.

9 Subcomandante Insurgente Marcos, “Discurso en la comunidad indígena cucapá de El Mayor, Baja California, 10 de abril de 2007”, en op. cit., pp. 61-62.