Sólo puedo trabajar en Rusia, en mi hogar. ¿Quién
me necesita en otro lugar? ¡Me necesitan en mi país!

Andréi Tarkovski

El cine ruso y soviético ha ejercido una gran influencia en la historia de la cinematografía. Fueron los propios hermanos Lumière quienes lo llevaron a ese territorio, gracias al impulso que facilitó el zar Nicolás II. De hecho, el primer rodaje fue el de su coronación, realizado por uno de los camarógrafos de los Lumière. Se inició así una primera etapa, con más de cien películas que competían con las de grandes países de Europa. Con la Primera Guerra Mundial aumentó la producción, con grabaciones que exaltaban lo patriótico y atacaban todo lo alemán.

potemkin

La segunda etapa llegó tras la Revolución Rusa, en 1917. Los dirigentes revolucionarios comunistas se dieron cuenta del poder propagandístico y de difusión de ideas que les proporcionaba el cine. En 1919, Lenin nacionalizó por decreto la industria cinematográfica, de la que dijo: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante. Debe ser y será el principal instrumento cultural del proletariado”.

Esta decisión se entiende mejor si pensamos que el 80% de la población rusa era, en esos momentos, analfabeta, por lo que la transmisión visual era la más rápida y efectiva, como ya había demostrado el cine ruso con la difusión de información contra sus enemigos en la Primera Guerra Mundial.

Como muchos directores se habían exiliado, surgieron nuevos realizadores que innovaron en ciertos aspectos.

Dziga Vertov, por ejemplo, revolucionó el género documental con nuevos movimientos técnicos, entre los que destacó el cine-ojo, que usaba la lente como la visión del ojo humano y que plasmó en su obra El hombre de la cámara. Vertov y su grupo cine-ojo estaban en contra de lo convencional y rechazaban el uso de guion, decorados, actores profesionales, rodaje en estudios…

Lev Kuleshov descubrió las posibilidades del montaje, que permitía rodar escenas de manera independiente, para luego hacer que se interpretaran como si estuvieran grabadas en el mismo lugar. Otra de sus innovaciones fue el efecto Kuleshov, con el que los espectadores asociaban los gestos de un personaje según los planos que lo acompañaban. Rodó la película Las aventuras de Mr. West en el país de los bolcheviques, en la que el norteamericano Mr. West viaja a la “peligrosa” Rusia acompañado por su vaquero-guardaespaldas Jeddy.

Vsévolod Pudovkin también aportó importantes conceptos sobre el tratamiento de personajes y el uso del guion y el montaje.

Y la gran figura del cine soviético fue Serguéi Eisenstein, conocido por su obra más famosa: El acorazado Potemkin, considerada más tarde como una de las mejores películas de la historia del cine. Para Eisenstein resultaba fundamental que el cine no fuera concebido como una sucesión de planos, sino que éstos interactuaran para mostrar más. Para él, en cine, “uno más uno” no sumaban dos, sino tres o más. Por ejemplo, la imagen de la cara de un personaje seguida de un plano con comida añadía, sin decirlo de manera explícita, el concepto de hambre.

Las aportaciones de estos directores soviéticos fueron relevantes para el trabajo del montaje. Como disponían de pocos recursos, podían aprovechar antiguas cintas y, a partir de ellas, crear nuevas historias, usando solo los planos que otros habían filmado.

La Revolución Rusa hizo del cine una de sus formas expresión política; se buscaba el realismo que mostrara temas sociales e históricos, y la masa primaba sobre el individuo.

El acorazado Potemkin (1925) narra el motín de unos marineros en el puerto de Odesa (Ucrania) en 1905. Sus condiciones son precarias y el detonante es la intención de que se alimenten con carne en mal estado. El pueblo los apoya y, ante su solidaridad, es masacrado por los soldados del zar. La historia se basa en un hecho real, la Revolución de los Trabajadores, aunque aquella masacre no se produjo en las escalinatas de Odesa. Eisenstein lo mostró con tanto realismo, que su película hizo creer que así fue, y mucha gente desde entonces visita el lugar cuando pasea por la ciudad.

La escena más importante, la del cochecito con el niño que baja descontrolado los peldaños tras la muerte de la madre, al tiempo que los cosacos bajan en formación, ha sido imitada muchas veces a lo largo de la historia del cine.

La película fue prohibida en muchos países por su contenido revolucionario. En cuanto a anécdotas de su rodaje, no se pudo usar el acorazado Potemkin, porque fue destruido en 1919. Se buscó un buque “gemelo”, del mismo modelo, que estaba anclado y medio desmontado. Fue arreglado para poder filmar en él, el problema era que en aquel tiempo era usado como depósito de minas, por lo que se prohibió fumar y realizar cualquier movimiento brusco, para evitar que alguna hiciera volar el barco con todos dentro. Aunque parece que el barco navega en alta mar, no se movió ni un milímetro. El efecto se consiguió con la situación de cámara y el empleo de planos con maquetas o imágenes de noticieros.

Para la escena final, Eisenstein dispuso a su servicio de la flota soviética. Cuando se fue a trabajar a Estados Unidos, no podía entender los problemas que implicaba disponer de grandes grupos de gente o rodar cuando y donde él quisiera; acostumbrado, por ejemplo, a disponer de todo el ejército o cortar el tránsito de un lugar el tiempo que hiciera falta.

Al final de esa etapa destacan directores como Grigori Chujrái, Andréi Tarkovski, Mijaíl Kalatózov, Grigori Kózintsev, Tengiz Abuladze y Vladímir Menshov (premiado con un Oscar en 1980 a la mejor película de habla no inglesa, con Moscú no cree en las lágrimas).

La tercera etapa, la actual, comenzó con el fin de la Unión Soviética, en 1990, y supuso un deterioro en la calidad de las producciones cinematográficas. Deja de ser prioritaria la concepción artística para priorizar lo comercial, que tiene como resultado general un cine pobre de acción y comedias, de consumo. Aunque ocasionalmente ofrecen sus cineastas alguna agradable sorpresa, como Nikita Mijalkov, con Quemado por el sol, que también obtuvo un Oscar a la mejor película extranjera en 1994; o Aleksandr Sokúrov, con su arriesgada apuesta El arca rusa, largometraje con un plano secuencia (una sola toma, sin cortes de cámara) de noventa minutos, el más largo rodado hasta ese momento.