Pensamos en el agotamiento del ágora política como un axioma. Cansada ya de tanto desgaste, la mera discusión en torno a la retórica del futuro mejor se consume a sí misma. Si alguna vez fue admirable la política, ya nadie lo recuerda; fueron épocas tan cortas o tan lejanas que no se sabe si en verdad fueron, y acaso sea irrelevante. Pero tan repugnante como resulte hablar sobre el próximo voto, es imprescindible. Un pensamiento que no va con su tiempo, que parecía desterrado de las ‘avanzadas’ morales cívicas occidentales, regresa para posarse en las cúpulas del poder mundial. Nos estampa en las pestañas que hemos olvidado muy pronto, que no hemos aprendido suficiente de los errores. Y es engañoso: nos tienta a creer que el problema se reduce a unas pocas personas que dirigen desde el mundo de arriba y no se interesan por cambiar el mundo de abajo.

Volver a erigir un cuestionamiento sobre esto obliga a preguntarnos quiénes son aquellos que no prestan atención a los demás, implica construir un entendimiento de sus motivos que permita tumbarlos. Eso fue lo que se propuso Aaron James al escribir Assholes: A Theory (Doubleday, 2012), con un escenario atribulado enfrente pero sin duda sin prever los alcances que esas personas podrían tener en el mundo pocos años después. El análisis de James ha cobrado entonces una fuerza que no tuvo al principio. Si cuando salió a la venta su libro se volvió un bestseller por lo entretenido que sonaba leer a alguien hablando en serio sobre las personas que nos hacen la vida menos grata, hoy Trump: ensayo sobre la imbecilidad (publicado en México por Malpaso ediciones en 2016) lidera las ventas porque no sabemos cómo una de esas llegó a liderar el planeta, y nos preguntamos desesperadamente qué hacer frente a alguien así.

Dado que es imposible hablar con alguien como Aaron James sobre un solo tema, me esforcé por concentrar mis primeras preguntas en lo que concierne al desfase del pensamiento y su teoría de los hijos de la chingada, antes de permitirme confundir la plática sobre política con una sobre las razones de la vida.

 

Traducción de Santiago Hernández

Haces una distinción entre el aumento en el número de hijos de la chingada1 y la percepción de que el número de hijos de la chingada está en aumento. La distinción aparece importante. Sin embargo, cada día se vuelve más difícil establecer una clara línea divisora entre ambos. En economía, por ejemplo, cuando la gente cree que el dólar se va a devaluar, se devalúa, no porque iba a suceder por sí solo, sino porque la gente actuó según su creencia y provocó la devaluación. Si Kant tenía razón y no podemos ver las cosas como son, ¿cómo se puede conciliar nuestra percepción de cómo son las cosas con cómo son en realidad? ¿Son complementarias? ¿Son lo mismo? ¿Es necesario todavía distinguirlas?

Creo que necesitamos hacer la distinción únicamente para describir las formas en que la percepción y la realidad están dinámicamente relacionadas. La percepción de que la cantidad de hijos de la chingada está a la alza motiva a la gente a actuar como uno de ellos. Así que puede haber un cierto número de hijos de la chingada en una población en cierto momento, pero este número puede aumentar o disminuir dependiendo de cómo la cultura determine la percepción sobre qué es normal. Es como tu acertado ejemplo del valor de la moneda, solo que en ese caso el valor de un activo realmente es una cuestión de expectativas de su valor en el futuro, que por supuesto cambia con información y percepciones. Un hijo de la chingada lo es sin importar las percepciones sobre su cualidad de hijo de la chingada, aunque esto parezca obvio para todos.

Los hijos de la chingada se multiplican –cuando menos en el escenario político– y son recompensados por la sociedad. Esto, como señalas, muestra que hay un problema más grande en la comunidad, en los valores con los que educamos a los niños, en nuestra imagen del éxito. ¿Cómo podemos reconciliar esto con el hecho de que, al menos frente a la vida de hace 200 años, todo está mejor en la actualidad? (Considerando “mejor” como mayor esperanza de vida, menores tasas de mortalidad infantil, etcétera).

La creciente oleada de hijos de la chingada es un “problema bueno” en el contexto de la historia mundial. La gente estaba mucho, mucho peor en el pasado, y el hecho de que “hijo de la chingada” se haya convertido en un término más relevante refleja el progreso de la civilización. Creo que muestra el crecimiento de la democracia republicana, con sus ideas de igualdad moral y cívica, ideas que claramente no se daban por sentado en épocas anteriores. Esto no es decir que estos hijos de la chingada no son un problema profundo en nuestros días, pues pueden retrasar la democracia y la civilización por un largo tiempo.

Cuando vemos lo tecnológicamente avanzado que está el mundo comparado con, digamos, la década de 1950, uno esperaría que tuviéramos una sociedad mucho más inclusiva, más abierta y más enfocada en mejorar el bienestar común, no solo el de un país o un grupo de personas. Desafortunadamente, este no es el caso. ¿Es el rezago cultural que tenemos ahora demasiado grande? ¿Qué dice este tipo de pensamiento anacrónico acerca de quiénes somos? ¿Cómo podemos dirigirnos hacia otra –y mejor– manera de pensar?

Aquí los tratados de Rousseau sobre los malestares de la civilización en comparaciones de estatus –especialmente amour propre– son muy útiles. A la gente le preocupa la superioridad o dominación, o incluso se conforma con tener lo mismo que el vecino, sin importar cuán ricos o tecnológicamente avanzados nos hemos vuelto. Y las nuevas tecnologías claramente suponen nuevas oportunidades para competir en cuanto a estatus. La relación de Trump con Twitter es un claro ejemplo. Sin embargo, hay estudios que indican que las redes sociales han traído consigo una nueva ola de narcisismo, falta de empatía y la ruptura de las conexiones sociales físicas. Así que sí, yo diría que no hemos civilizado suficientemente esas fuerzas, y por supuesto que es una pregunta sin respuesta si lo lograremos, especialmente si la tecnología avanza más rápidamente que lo que las ideas y la cultura pueden, encima del rezago habitual.

Hablas mucho sobre tener una esperanza razonable de lo que el futuro depara. ¿Es esta una manera de ser utópico en el sentido más realista? En decir, ¿esto significa esperar lo mejor y luchar por ello a sabiendas de que no lo podemos conseguir, para que no terminemos frustrados?

Sí, la esperanza razonable es el bálsamo para la frustración y la resignación. Pero aun así, me atrevo a decir que no podemos asumir que no lo vamos a conseguir. El progreso de la civilización a largo plazo es realmente destacable, y no podemos asumir que no va a continuar, por lo menos siempre que haya gente de buena fe que se mantenga vigilante de que haya progreso. Probablemente también tengamos que tener suerte dados los riesgos del cambio climático, pero es evidente que la fortuna siempre ha tenido un papel muy importante en la historia humana. No es que el partido humano pueda durar para siempre. Todos estamos muertos, eventualmente; pero definitivamente debemos mantener la fe en hacerlo un gran, gran partido, tanto como sea posible.

Sugieres que las generaciones venideras estudien menos economía a nivel universitario, pero en tu libro citas artículos de economistas e incluyes un apéndice en el que se formaliza la manera en que los hijos de la chingada degradan la sociedad. ¿Por qué? ¿Cómo debemos entender esto?

Creo que el análisis económico tiene mucho que aportar, pero también creo que en muchas ocasiones se mezcla con cosas que no son análisis económico propiamente hablando. Se mezcla con una mala filosofía política o una ideología basada en el conocimiento público económico y en la educación convencional de economía. Los mismos economistas han gestado la confusión. El progreso en la disciplina, para que pueda cumplir con su aspiración científica, significa aclarar sus límites y ceñirse a ellos.

Gilles Lipovetsky dice que vivimos una época caracterizada por un proceso de personalización y de narcisismo colectivo. Esto está íntimamente relacionado con la manera de pensar del hijo de la chingada: sentir que no hay razón por la cual pasar por dificultades u obstáculos; sea lo que sea que queramos, lo queremos ahora, estamos convencidos de que somos especiales. ¿Crees que nuestra época es especial en ese sentido? ¿Era diferente hace cien años? Si sí, ¿cómo y por qué?

Puede serlo, o por lo menos a mí sí me parece que tenemos una creciente cultura de conveniencia, individualismo y narcisismo, al menos si nos comparamos con las décadas de posguerra. Pero, claro, ellos tuvieron sus propios problemas, como el racismo y el sexismo. Incluso en lo que respecta a su ventajosa situación económica y política, esa época puede haber sido una suerte de excepción histórica. Las cosas han empeorado de algunas maneras, pero en muchas otras han mejorado. Así que el progreso funciona así: se ajusta y comienza.

Parece que el libre albedrío es imposible de demostrar. La única forma en la que me puedes demostrar que pudiste no haber respondido a estas preguntas es no respondiéndolas; pero ya lo hiciste. ¿Hablar de acciones intencionales y no intencionales es la única manera de salir de esta paradoja?

Creo que el camino más directo a nuestra idea de libre albedrío es a través de la culpa moral o el resentimiento. Si te metes a la fila, creo que te puedo culpar. Lo cual supone que te estás metiendo libremente, o a partir de tu voluntad autónoma. Y a menos que nos enteremos de algunas condiciones atenuantes que indiquen que no hayas sido realmente responsable por la acción, de modo que no fue en realidad tu acción, puedo culparte acertadamente por el hecho. Creo que esto es tan fundamental en casi todas las relaciones humanas que simplemente van de la mano, como parte de su “gramática” profunda, si así lo quieres ver.

Cuando estamos por imprimir órganos y los neurocientíficos tratan de explicar cada uno de los movimientos que hacemos con reacciones químicas, ¿por qué hemos de continuar filosofando? Es decir, ¿por qué es importante teorizar acerca de los problemas que nos afectan actualmente? ¿Por qué estos avances –en biología, por ejemplo– estarían incompletos si nadie piensa acerca de ellos?

Mientras seamos agentes que tienen que decidir qué hacer, tenemos que pensar por qué hacer algo y no otra cosa. Como Kant lo puso, tenemos “que actuar bajo la idea de la libertad”. Pero entonces no solo tenemos que evaluar lo que es o no una razón suficiente, sino que también debemos hacernos preguntas filosóficas más amplias sobre qué es y qué no es justificable, sobre la naturaleza de nuestras relaciones con los demás y con nuestro entorno común. La ciencia nunca llegará a ese hecho fundamental de la condición humana. Solo puede ser una hermosa expresión de una de nuestras capacidades: nuestro deseo de conocer.

¿La ciencia asume que todo está preordenado? En el sentido de que si tiro una pluma y conozco su peso, hacia dónde sopla el viento, el tiempo, la velocidad de la caída, etcétera, tendría la capacidad de predecir exactamente dónde caería la pluma y, por ende, el resultado no es azaroso, nosotros lo denominamos así porque hay muchas cosas que no conocemos. Así que, si tuviéramos la información necesaria, seríamos capaces de predecir prácticamente todo.

Yo no creo que la ciencia asuma esto, pero sí busca explicar cuanto puede con las herramientas de las que dispone. Dado que a final de cuentas esto implica darle un carácter matemático, que generalmente se basa en datos, hay límites a lo que puede describir. Sus teorías no pueden ser más que una descripción parcial, pese a que pueda ser muy acertada cuando predice lo que cae dentro de sus dominios, como tú sugieres.

Para muchos, tu demostración de que nada existe puede parecer absurda. Si creer que las cosas existen es una ficción, pero útil a final de cuentas, y no perjudica a nadie creer en ella, ¿por qué es importante saber que nada existe? ¿Por qué tenemos que estar constantemente haciéndonos las grandes preguntas de la filosofía? ¿Por qué debemos seguir intentando encontrar algún sentido en nuestras vidas?

Si nos despertamos en la mañana –¡si somos tan afortunados!– entonces, tan pronto como estemos conscientes, tenemos que decidir si levantarnos o no, lo que es verdadero en el mundo (¿dónde está el baño?) y qué vale la pena hacer. Incluso quedarte tirado es una decisión, especialmente si significa que no te levantarás a encontrar el baño y hacer pipí. Y desde ahí, llegar a saber, a comprender, a preguntarse qué vale la pena, es parte integral de la vida. La filosofía es solo una parte de vivir, pero nos ayuda a resolver algunas preguntas clave de cierta manera que sin ella sería imposible. Hasta el darnos cuenta de que ciertas preguntas tentadoras en realidad no son buenas preguntas, mientras otras sí, ya es en sí una contribución importante.


1 En inglés, asshole. En la narrativa de Aaron James este término se aproxima a un patán despreocupado por los demás, que busca su beneficio a costa del ajeno. No tiene una traducción exacta. En hijo de la chingada quedan comprendidos el tono y el significado de la palabra, dentro de un contexto mexicano. (Nota del traductor).