Desde la década de los noventas del siglo pasado, en México se ha instalado paulatinamente la violencia en la sociedad, hasta transformarla en una masa insensible, intolerante, que desprecia y odia al otro por ser diferente. Sin embargo, la diferencia es la cualidad esencial de toda alteridad. A partir del sexenio de Carlos Salinas, comenzaron a ocurrir fenómenos de violencia de género que entonces se consideraron casos aislados. No obstante, ha sido en los dos sexenios recientes donde la violencia, en general, y la de género, en particular, se han incrementado a grado tal que han creado una lógica que racionaliza su existencia y que se refleja en varios productos de la industria cultural.

La música de banda, el reguetón, las telenovelas y la moda, entre otros productos que reflejan la cultura de la violencia, ya son parte de la normalidad de la vida social en México. Sin embargo, ningún producto de la industria cultural mexicana se ha atrevido a hacer uso de la teoría y la ciencia para desnudar esa violencia y lo que subyace en ella. Contraviniendo las funciones declaradas por Harold Lasswell, fundador de la Mass Communication Research, la industria mediática mexicana parece ignorar que la sociedad odia cada vez más al otro y busca, por medio de la violencia, borrarlo de su mundo. El alarmante incremento en los casos de feminicidios en diversos estados de la República mexicana durante los últimos meses no es mostrado en los medios, salvo como nota roja ocasional.

Esta deliberada ignorancia no sucede con la televisora norirlandesa rté, la cual, en asociación con la británica BBC, estrenó en 2013 la serie The Fall, cuyas tres temporadas están disponibles en Netflix. Esta serie parte de la ciencia criminológica para dilucidar las causas psicológicas y sociales por las que alguien decide terminar con la vida de mujeres jóvenes. Un thriller  psicológico que, con tono realista, esclarece los feminicidios de un asesino serial y retrata fríamente la corresponsabilidad de la sociedad en este fenómeno. Protagonizada por Gillian Anderson (Scully en The X Files), la serie narra la llegada a Belfast, Irlanda del Norte, de la talentosa Stella Gibson, detective superintendente de Scotland Yard, para resolver el asesinato de una joven profesionista familiarizada con el poder político del país. Un nuevo asesinato, con características similares, llevan a Gibson a hurgar en el pasado de Belfast y descubrir un asesino en serie. Jamie Dornan da vida a Paul Spector, un atractivo y simpático terapeuta que de día es un devoto padre de familia, pero de noche es el frío e insensible asesino que ha sido nombrado por los medios como el Estrangulador de Belfast. Con esta investigación sale también a la luz una compleja red de emociones destructivas que rodean las relaciones de todos los involucrados en la historia, retratando a una sociedad poco sana. Esta serie va más allá de las consignas feministas, machistas, moralistas o de imagen mediática, para explorar sus consecuencias negativas.

A lo largo de diecisiete capítulos, distribuidos en tres temporadas, Allan Cubbit, el creador de The Fall, nos sumerge en las mentes del asesino, de su perseguidora y de otros personajes, para mostrarnos que el odio, la intolerancia y la insensibilidad por el otro, al considerarlo únicamente un objeto y no un sujeto, también es parte de la psique colectiva. La consideración de la mujer como objeto para el placer sexual, propia del machismo, adquiere en esta serie otra dimensión, cuando sus directores Allan Cubbitt y Jakob Verbruggen deciden no quedarse en la situación, cosa muy común en las series norteamericanas, y se ponen a hurgar en la dimensión social de las mentes de los personajes a partir de su historia y la corresponsabilidad de todos en ello, incluyendo a la mujer y la estructura social.

El egoísmo en extremo, la inmadurez y la psicologización de la persona tienen una raíz social, más allá de la individual, que, sin embargo, se detona en los acontecimientos personales de una historia aparentemente única por pertenecer al sujeto individual, pero que es consecuencia de las relaciones que ha creado a lo largo de su vida… de su alteridad. Tal y como lo propone la teoría del self de George H. Mead, son las relaciones grupales del individuo las que construyen el mundo y su conciencia, pues, como dice el autor, “hay una relatividad entre el individuo viviente y su entorno, tanto en la forma como en el contenido”.1 De esta manera, The Fall se sitúa lejos de la visión psicologista norteamericana que vemos en series televisivas como Dexter (James Manos Jr., Estados Unidos, 2006-2013), o en cintas como American Psycho (Mary Harron, Estados Unidos, 2000), la cual hace responsable únicamente al asesino serial de sus actos, exculpando, de alguna forma, a la sociedad, al presentarla únicamente como víctima. Con una gran propuesta fotográfica en tonos grisáceos, son muchos los primeros planos inquietantes de los personajes que sostienen sus diálogos sugestivos y nos permiten entrar a su mente sin el uso de artificios como voces, sonidos o imágenes extradiegéticos. Esto fuerza la participación del espectador, tanto en la trama de la serie como en lo que sucede en la mente de los personajes, para comprender la historia de cada uno también en función de su sociedad. Por ello no queda exento de la relación explosiva entre psique y sociedad de odio, cuya mezcla puede crear asesinos en serie.

Destaca la actuación de Gillian Anderson, que se mueve entre la inteligente y fría detective, y la mujer manipuladora y rencorosa que ha creado un vínculo emocional e impulsivo con el asesino serial que, sin intención ni conciencia, la motiva a cometer los siguientes crímenes. Stella Gibson es un personaje que le ha exigido un trabajo histriónico más allá de los que le conocemos, que si bien le han dado fama, no la habían colocado como una gran actriz.

The Fall es una serie que debemos ver críticamente en la actual sociedad mexicana, cada vez más alejada de la solidaridad que le caracterizaba y encerrada en la cotidianidad del desprecio al otro, creando, entre otras consecuencias, feminicidas. Finalmente, todo está relacionado con todo, plantea la teoría de sistemas complejos, que guarda una cercana relación con la propuesta de Mead.


1 George H. Mead, “La génesis del self y el control social”, en Revista Española de Investigaciones Sociológicas. Madrid, 1991, núm. 55, p. 174. Disponible en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/758619.pdf.