Teoría de la Incertidumbre Aplicada I

Mi primer contacto con la universidad ocurrió gracias a mi madre, a quien, en vacaciones, cuando no tenía con quién dejarme, no le quedaba más remedio que llevarme a su trabajo. Era fantástico. Cuando me cansaba de dibujar en su cubículo, hacía, al fin, mi entrada triunfal en su laboratorio. Ahí estaba Javier, un técnico académico venido de Mexicali, quien, supongo que en parte por entretenerme y en parte por entretenerse sin mayores remordimientos, de inmediato se ponía a confeccionar pequeñas bombas de hielo seco en tubos Eppendorf, las cuales yo imaginaba que hacíamos explotar contra esos pobres enemigos invisibles que siempre salían derrotados en las legendarias batallas de la infancia. Con la paz ya firmada, mi madre me llevaba al cuarto oscuro, donde analizábamos billetes devaluados bajo luz ultravioleta, para apreciar la marca de agua. Quizás, en medio de esa oscuridad creada para ver mejor, fui aprendiendo que todo papel que vale algo tiene un mensaje oculto, solo accesible al ojo iniciado. Si había mucha suerte, podía irme con un pedazo de hielo seco en un vaso, que dejaba de humear justo a la salida de la universidad (o al regreso a la realidad). Ahora, todo eso está prohibido; de hecho, es muy probable que ya lo estuviera cuando yo era niño, pero el caso es que, haya sido como haya sido, el mal se hizo: desde entonces y todavía, para mí, la universidad es el lugar en el que, con ciencia, se hace magia.

Temas Selectos de Seguridad Geopolítica

En Moronga , la novela de campus del salvadoreño Castellanos Moya, un exguerrillero del FMLN, en la soledad del Medio Oeste estadounidense, se tiene que enfrentar de pronto a los misterios de la universidad, que le resultan indescifrables. Repentinamente, en una iluminación, entiende que la estructura y jerarquía de la universidad son idénticas a las de la guerrilla: comandantes, militantes, colaboradores, colaboradores activos, cuerpo de propaganda, aparato civil; todos tienen su correlato en la universidad. Más allá de las similitudes laborales o combativas, me gusta imaginar a la universidad como una guerrilla que lleva un milenio combatiendo, preparando el asalto final. Como dijo Kissinger, que algo sabía de esto, cuando la guerrilla no pierde, gana, y así la universidad ha visto caer imperios e inquisiciones, dogmas y dictaduras. Mediante su cautelosa infiltración en la realidad, mediante ataques espectaculares y repliegues estratégicos, mediante el apoyo incondicional de una sociedad fiel, la universidad ha llevado a cabo una discreta, pero efectiva ofensiva en la que su principal arma, la curiosidad, ha jugado un papel crucial. La universidad quiere saber, y ese deseo es invencible. Entonces, ¿por qué nunca ha emprendido la ofensiva final, en la que tendría prácticamente asegurada la victoria? La respuesta, otra vez, la tiene Kissinger, que algo sabía del asunto: cuando le preguntaron por qué nunca fue presidente de Estados Unidos, respondió que porque no quería perder el poder.

Introducción a las Etimologías Grecolatinas

Las etimologías sirven para cometer falacias etimológicas; de ahí la importancia de su estudio. Según algunas versiones (@Lord_Fermor), la palabra escuela viene del griego ascholía, que designa la condición característica del esclavo, quien carece de ocio y, por tanto, no es dueño de su vida. La escuela, sí, es el lugar sin ocio. Por su parte, el término universidad procede del latín universitas, a su vez formado por las palabras unus (uno, unicidad) y vertere (doblar, desviar, hacer girar). Es decir, el ideal de la universidad es tender hacia la unidad y, simultáneamente, hacia la ruptura. De esta forma, en contraposición con la escuela y partiendo de la base de que, para el buen estudiante, el ocio y el aprendizaje se confunden, la universidad es el lugar del ocio, es paradójica por definición y revolucionaria a su pesar. “Ociosa, paradójica y revolucionaria” sería un precioso lema para una universidad que se concibiera como radicalmente tradicionalista.

Programación Computacional, Disruptividad y Emprendedurismo

De la misma forma en que el héroe arquetípico, para serlo, debe experimentar el llamado a la aventura, el héroe del capitalismo tardío, además de ser multimillonario y saber algo de computación, tiene que haber abandonado la universidad. Steve Jobs y Mark Zuckerberg son famosos, entre otras muchas cosas, por haber pasado a formar parte de las estadísticas de deserción universitaria, el primero por no poder pagar la colegiatura y el segundo por haber ganado de pronto tanto dinero como para comprar su propia universidad. Este hecho ha sido interpretado erróneamente, a un grado tal que, por una parte, cursar más de seis semestres en la universidad se toma como una prueba casi irrefutable de que ya no se tendrá éxito (por éxito  se entiende que David Fincher ruede una película sobre tus borracheras estudiantiles), y, por otra, asumir que la innovación y el progreso tecnológico son ajenos a los campus, a la Harry Potter. Prefiero la lectura opuesta: la universidad funciona tan bien que bastaron unos cuantos semestres para sentar las bases de lo que serían Apple y Facebook. Y estas bases no se cimentaron con cursos de programación computacional, tecnologías disruptivas o emprendedurismo, sino, en el caso de Steve Jobs, con su ya mítica materia de caligrafía, y en el de Mark Zuckerberg, con su cinematográfica y analógica vida social. Una materia que no sirve para nada, combinada con una agitada vida estudiantil, dieron por resultado los proyectos tecnológicos más publicitados en lo que llevamos del siglo, solo comparables en espectacularidad a los de Jeff Bezos y Elon Musk, quienes, más disciplinados, sí acabaron la universidad, y al de Bill Gates, quien inauguró la tradición de desertar —de preferencia de Harvard—. Aunque de Bill Gates también podría decirse que, antes de desertar, fundó Microsoft siendo alumno de Harvard, lo que bien podría verse como el proyecto de fin de semestre más redituable en la historia de la humanidad. Si de verdad son tan pragmáticas como ahora se quieren, y si consideran que su misión es formar multimillonarios de manera casi inmediata, bien harían las universidades en multiplicar su oferta de materias anticuadas y permitir la venta de alcohol en todas las cafeterías del campus.

Teoría de la Incertidumbre Aplicada II

No sé si sean muchas o pocas, pero yo he asistido a cuatro universidades, y a las cuatro las he querido mucho. Eran de lirios los ramos y la jacaranda en flor en mi primera universidad, a la que le creí todo lo que me dijo. Si alguna vez cuestioné algo de lo aprendido, fue solo porque me lo dejaron de tarea. Como todos, tuve maestros extraordinarios y pésimos: uno se la pasaba recitando poemas de León de Greiff y de Ernesto Cardenal, y otro no hacía otra cosa más que dejarnos leer ensayos de John Berger y artículos de Chomsky; no diré cuál era el bueno y cuál el malo. Leí el Quijote. Los viernes, un compañero se aparecía con bolsas de pulque, que nos tomábamos entre Historia de la Cultura en América y España y Fonética y Fonología. Todos los maestros y la mitad de los alumnos fumaban en el salón. Susan Sontag y José Saramago fueron a dar conferencias; por desgracia, ella habló solo de sus novelas, mientras que él no habló nada de las suyas. En la biblioteca, había ficheros repletos de incontables tarjetas de papel (Internet, ¿dónde estabas?). Leí a Vallejo. Mi padre murió, cambiamos de siglo, ganó el pan y me recibí con una tesis sobre Bioy Casares; no lo volvería a hacer.

Laboratorio de Desarrollo de Habilidades Bélicas

En el “Discurso de las armas y las letras”, el Quijote se decanta por las armas, pues

dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas.

Es verdad que recordamos al Quijote por el peculiar valor de su brazo y el filo de su espada, pero lo hacemos, indiscutiblemente, por la forma en que Cervantes nos contó sus jamás vistas ni oídas aventuras. La acción siempre ha sido una inmensa tentación de la universidad, tentación que ha sabido resistir. Modestamente, la universidad ha entendido que su campo son las letras, no las armas, es decir, la especulación y no la realidad, pero esta reflexión sobre la realidad es la que, en última instancia, la  crea. No es que el Quijote se haya equivocado y las letras sean superiores a las armas, claro que no, pero son las letras quienes las impulsan, primero, y las cuentan, después. La universidad propone, narra y descifra, y permite que el mundo haga.

Fundamentos de la Inmovilidad Práctica

Aparte de la universidad, no hay muchas instituciones occidentales que hayan vivido tantos siglos sin sufrir grandes transformaciones. El mérito de la universidad, evidentemente, no estriba en haberse sabido adaptar a cada época, sino en haber permanecido inmutable, al margen de lo que pasara más allá de sus límites. El peor enemigo de la universidad es la actualidad: justamente porque el mundo cambia, la universidad tiene que permanecer igual. Por supuesto, según las necesidades de cada siglo, la universidad puede privilegiar algunas de sus vocaciones, pero nunca traicionándose. En la universidad siempre se ha enseñado y siempre se ha investigado, y listo. La clave ha residido en enseñar lo que se investiga e investigar lo que se enseña. Esto abarca, por supuesto, saberes insoportablemente intelectuales y abstractos, y saberes oportunistamente prácticos y concretos, que tarde o temprano acaban cruzándose. La sociedad ha aprovechado a la universidad para distintos fines, de la agitación política al ascenso social de los estudiantes basado en la meritocracia, y de la transmisión de saberes casi ocultos a la divulgación de la cultura. Si se muestran provechosos, la universidad los incorpora a sus funciones. Cuando se ha apartado drásticamente de su esencia para convertirse, por ejemplo, en fábrica mundial de revolucionarios o en centro de motivación para miniemprendedores, las consecuencias han sido fatales. Una universidad de verdad tiene algo de medieval, algo de renacentista y algo de posmoderna. Dicen que Borges decía que “la Universidad debiera insistirnos en lo antiguo y en lo ajeno. Si insiste en lo propio y lo contemporáneo, la Universidad es inútil, porque está ampliando una función que ya cumple la prensa”. Borges, no está de más recordarlo, se equivocó en todo lo propio y lo contemporáneo, y comprendió mejor que nadie lo antiguo y lo ajeno.

Metodología de la Cotidianidad Docente

Estoy en mi cubículo, que comparto con N. Ambos corregimos los trabajos de nuestros respectivos estudiantes. Entre fallas en la estructura o en las referencias y sinsentidos sintácticos, el tiempo pasa lento. También, desde luego, leemos ideas inesperadas y originales, uno que otro texto impecable, reflexiones informadas y meditadas. De vez en cuando, rompemos el silencio para consultarnos alguna duda o leer en voz alta un hallazgo. Hacemos un descanso. N me cuenta que cursó un seminario con Barthes, en París, donde algunos fines de semana, con M, su esposo, recibía a Saer y a su mujer. Me platica también de su juventud en el Chaco y Córdoba, Argentina, o de sus viajes a Sicilia y a Yucatán. Toda su vida ha sido profesora universitaria. Me revela chismes de la revista Sur —de Borges, Bianco y las Ocampo—, cuya formación y primeros años estudió en profundidad. Así pasan las mañanas, entre insólitas faltas ortográficas y destellos de esperanza en los alumnos, que nos hacen sentir un poco más viejos. Otra vez charlamos sobre las similitudes entre el peronismo y el priismo: concluimos que los argentinos son demasiado ególatras para ser reyes durante seis años y luego resignarse a la nada, y que carecen de la obediencia y la zalamería mexicanas como para verdaderamente tener disciplina partidista; buen intento, Perón. Así pasan los días, entre una nueva tanda de exámenes por corregir y preparar una clase sobre argumentación. N me cuenta que entre ella y su marido perdieron a una treintena de parientes en los campos de concentración nazis. Sus abuelos huyeron de los pogromos de Ucrania a Argentina, y luego ella tuvo que partir de Argentina a México, donde, además de salvar la vida, encontró un lugar para enseñar y leer; buen intento, Videla. Así pasan los días, entre un nuevo informe que hay que llenar y la resignación de tener que escribir sobre X, pésima escritora, pero hay que estar en el libro monográfico que se está preparando. Platicamos con un alumno sobre las novelas de Cercas y de Marías, y también sobre Nabokov y Beauvoir. Así pasan los días, entre buscar lecturas para los exámenes que ya están encima y mal hablar de la comida de la cafetería, que nos volvió a caer pesada. A raíz de un libro que ambos acabamos de leer, hablamos de los gauchos judíos —esos judíos que en unos cuantos años cambiaron los pueblecitos de Europa del Este por la inmensidad de la pampa argentina—, y me entero de que sus ancestros no se asentaron en Buenos Aires o en Rosario, como cabía esperar, sino en medio de la pampa, es decir, en medio de ninguna parte, donde aprendieron a cabalgar, a temer a los malones, a “carnear” una res y a asarla, y, sobre todo, el castellano, como ella le dice al español. Así pasan los días. N me enseña que loco en yidish se dice mishiguene, y me dice que me cuide del mundo, porque está mishiguene, además de que es una porquería, como dice el tango. Así pasan los días, entre salidas a fumar o por un café y la sorpresa de que el semestre ya se haya terminado. Así pasan los días, y yo me pongo a corregir, porque no se me ocurre nada que contarle a N.

Taller de Producción de Bombas Atómicas

Recuerdo a Vladimir, físico nuclear, quien me decía que odiaba el caviar porque durante su infancia, a orillas del Mar Negro, fue su alimento principal. Prácticamente no había otra cosa que comer, más que cucharadas y cucharadas de caviar. Lo conocí en Francia, cuando Vladimir trabajaba en la Universidad de Lyon, después de su estancia en la Universidad de Dresde y antes de su partida a la Universidad de Connecticut. Tras la desintegración de la Unión Soviética, cientos, acaso miles de físicos nucleares se quedaron de un día para otro en la calle. Contra lo que uno podría pensar, a un físico nuclear soviético no le llovían ofertas de trabajo a finales del siglo XX; de cierta forma, ellos más que nadie, aliados con la burocracia comunista, fueron quienes perdieron la Guerra Fría, y nadie quiere contratar a un ejército derrotado. Un par de veces, envalentonado por el pastis, le pregunté si sabía hacer bombas atómicas. No me respondió. Cuando salíamos a cenar, Vladimir siempre pedía un filete con papas fritas, ignoro si como una herencia de la sencillez del comunismo o como un festejo de la abundancia del capitalismo. A Vladimir le gustaban los gatos, la cerveza y el mar. Una vez vino a México, a visitarnos. Fuimos a Acapulco y decidimos ver el atardecer en Pie de la Cuesta, con una cerveza. Vladimir se puso un visor y unas aletas, y se metió al mar más bravo de la Costa Chica. La primera ola lo revolcó y se llevó el visor y las aletas. Dijo que eso era un millón de veces mejor que un invierno en San Petersburgo. Junto con sus cientos, acaso miles de colegas desempleados y desterrados, Vladimir era uno de los hombres más peligrosos de la Tierra gracias a lo que, en otro mundo, aprendió en un aula de la Universidad de Ekaterimburgo; y aquí estaba, en Acapulco, viendo si el mar le devolvía, aunque fuera, una aleta. Acabó cambiando la física nuclear por la biología molecular, no por un giro en su vocación, sino por modas académicas. Hace años que no sé nada de él. Lo imagino ya viejo, en Connecticut, en el invierno del que al final de cuentas no pudo huir, recordando las cucharadas de caviar de su infancia, rememorando las olas de Acapulco y construyendo en su mente, pieza por pieza, una bomba atómica de la Guerra Fría, para hacerla explotar justo antes de irse a dormir.

Optativa 1: Historia de los Géneros Académicos del Segundo Milenio d. C.

Del tratado escolástico al paper académico, pasando por la tesis, la universidad ha inventado sus géneros textuales y, con ellos, su forma de concebir al mundo. Muchas de las innumerables y hermosas páginas manuscritas de los códices medievales dan cuenta de fascinantes y tediosas glosas y comentarios que no van a ninguna parte, pero en alguna de ellas, por ejemplo, Santo Tomás demostró la existencia de Dios, lo que dio certeza y tranquilidad a Europa durante varios siglos. Muchos de los cientos de miles de artículos científicos publicados en las últimas décadas se detienen en especificidades que no interesan más que a un puñado de colegas del autor, quienes, además, no lo van a citar porque lo odian a muerte. Pero entre ese mar de papel, se publicaron El costo del capital, las finanzas corporativas y la teoría de la inversión, de Franco Modigliani y Merton Miller; La estructura molecular de los ácidos nucleicos, de James Watson y Francis Crick; y Estructuras sintácticas (libro basado en su tesis), de Noam Chomsky, sin los cuales sería inconcebible imaginar, respectivamente, las finanzas, la biología molecular y la lingüística de hoy en día. La mayoría de los tratados escolásticos y de los artículos científicos no sirven para mucho, pero eso podría decirse de absolutamente cualquier cosa. El 90% de toda producción es mediocre, pero necesaria para que, predecible y sorpresivamente, surja el 10% de excepcionalidad.

Teoría de la Incertidumbre Aplicada III

La segunda y la tercera universidades que conocí fueron españolas. Para entonces, con la prepotencia de la juventud casi adulta, estaba convencido de que yo ya lo sabía todo en cuestión de universidades. Qué cosa, Madrid: tenía mi bar preferido a cada tercer paso y en la Biblioteca Nacional, como si nada, te prestaban libros del fondo reservado. Leí a Bernhard. Como buen sudaca, descubrí América Latina en Madrid, donde se juega permanentemente la Copa América y las selecciones siempre acaban mezcladas. Cuando más estudié fue cuando dejé de asistir a clases. Padecí la soberbia de los universitarios profesionales y, por un momento, llegué a confundirlos con la universidad, hasta que me di cuenta de que sí, eran una parte consustancial a ella, como los mosquitos lo son de un paisaje idílico, pero no eran ella. México se convertía en un cementerio y España recobraba su condición de noble arruinada y dejaba atrás su fantasía de nuevo rico. Un año tomé clases en un edificio grande, laberíntico y decadente por el que hace un siglo pasaron, entre otros, Pedro Salinas y gracias a las flamantes aerolíneas low cost, y en un bar me robaron Las mil y una noches, que nunca me volví a comprar y, por tanto, nunca se acabarán de contar. Una mañana hubo una fuerte e inesperada nevada, por lo que los trenes se suspendieron hasta la tarde. La universidad quedaba lejos y no había otra forma de regresar, así que no me quedó más remedio que refugiarme varias horas en la biblioteca. Afuera, el invierno seguía golpeando con fríos más sajones que latinos; adentro, por un momento, guarecido por la calefacción y la clasificación PQ, leyendo a Josep Pla, rogué por que la tormenta no acabara nunca. Ya en la Ciudad de México, en plena primavera, providencialmente, afuera sigue nevando.

Optativa 2: Didáctica de la Revolución Maoísta

Sendero Luminoso fue tal vez el grupo guerrillero más violento de la segunda mitad del siglo xx latinoamericano. Esta guerrilla tiene la particularidad de que se formó en la universidad –la de Ayacucho–, de que utilizó a la universidad para formar sus cuadros y de que su fundador y líder indiscutible, Abimael Guzmán, siempre fue, ante todo, un profesor universitario. En su biografía de él, Santiago Roncagliolo rescata dos anécdotas universitarias, por llamarles de alguna forma. En la primera, recuerda que al futuro “comandante Gonzalo” le gustaba extenderse en sus clases y conferencias; por ejemplo, en una charla que ofreció en 1973 sobre el Partido Comunista Peruano, habló seis horas de manera ininterrumpida. Al final, hubo una pregunta (¿por qué el PCP no había hecho la revolución?), cuya respuesta tomó otras cuatro horas, sobra decir que también ininterrumpidas. En la segunda cuenta que, tras su captura, durante los interrogatorios, a Abimael Guzmán le gustaba darle cátedra a sus interrogadores. Una vez, uno de ellos le preguntó qué le aconsejaba leer si deseaba hacer la revolución. Molesto por el hecho de que le hubieran confiscado su biblioteca, Guzmán respondió: “Échele un vistazo a mi biblioteca, sé que ustedes la incautaron. Debería empezar por la Historia de la Filosofía de Dynnik, que no es difícil. Luego, la obra completa de Marx y los cincuenta y siete volúmenes de las obras de Lenin, que conservo en dos ediciones diferentes. Después, Stalin, que es más fácil, solo siete tomos. Y, finalmente, los cuatro de Mao. Hay un quinto, pero fue editado post-mórtem y está cargado de revisionismo. Puede prescindir de él”.

Queridos alumnos, desconfíen de todo profesor que no respete su tiempo de clase y que deje bibliografías demasiado extensas.

Técnicas Ilustradas de Disección (materia de intercambio académico con revalidación aprobada)

Las principales atracciones turísticas de Bolonia son dos: el anfiteatro anatómico y el profesor Umberto Eco. La primera se puede visitar en días hábiles, de nueve a cinco; para apreciar al segundo, lamentablemente, ya no sirve de nada recorrer los kilométricos portales de la ciudad, donde solía tomar café. Esto no debe desalentar a los turistas, pues la visita del anfiteatro bien justifica el viaje a la Ciudad Roja. En realidad, el anfiteatro sufrió grandes destrozos durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, pero ha sido minuciosamente restaurado, hasta recobrar un aspecto no tan distinto del que tenía en 1637, año de su construcción. Así, es posible observar las dos esculturas, conocidas como Los Despellejados, que representan la unión entre el arte y la ciencia; la cátedra donde se sentaba el profesor, más parecida a un estrado que a los escritorios que ahora presiden los salones de clases; los cuadros de célebres médicos antiguos y modernos, y, por supuesto, la absoluta protagonista de la sala: la mesa de disección. En ella, ante decenas de estudiantes fascinados con el espectáculo que todos llevamos dentro, el profesor y los médicos practicaban autopsias y cirugías, con el propósito de enseñarle a los atónitos alumnos el ingenioso mecanismo del cuerpo.

No es una casualidad que este magnífico anfiteatro pertenezca a la Universidad de Bolonia, la más antigua del mundo. Por supuesto, los anfiteatros anatómicos son ya una pieza de museo, aunque nuestras entrañas sigan siendo las mismas. La mesa de disección, como es de esperarse, ahora luce limpia, y es mejor no imaginarse los humores que durante siglos la ensuciaron. Pero más que esos humores y sus respectivos cadáveres, yo prefiero imaginar en esa mesa todos los objetos de estudio de la universidad. La universidad disecciona la sociedad, la universidad disecciona el átomo, la universidad disecciona el lenguaje, la universidad disecciona los genes, la universidad disecciona al hombre, en sentido literal y metafórico. La universidad disecciona cadáveres, es verdad, y lo hace para después practicar cirugías en cuerpos vivos, para que lo sigan siendo. El mundo entero ha pasado y sigue pasando por la mesa de disección de la Universidad de Bolonia, cuyo bisturí no pierde filo, al igual que el del profesor Eco.

Desarrollo de Habilidades de Negociación

A la academia se le ha querido contraponer con la vitalidad, lo que, por supuesto, es un malentendido, como si por un lado estuvieran las letras y los números y, por otro, la vida. La universidad no se opone a la vida: es parte de ella. Una parte peculiar pues, tarde o temprano, el todo acaba integrando la materia de estudio de la parte. No hay nada que escape al interés de la universidad, y es innegable que esta ambición de abarcarlo todo forma parte de un pacto fáustico. Sin embargo, cuando llega la hora de la condena y Mefistófeles está listo para hacer cumplir el trato, Fausto se aparece con quince artículos, cuatro tesis de licenciatura y una de doctorado, treinta y siete ponencias en congresos y el cartel que anuncia una nueva asignatura optativa: “Relecturas fáusticas: Mefistófeles como un precursor de la teoría de juegos y de la descolonización del sujeto silenciado”. El diablo, pobre, sale corriendo antes de que lo conviertan en referencia de alto impacto, en sistema APA o MLA, indexada en una base de datos universitaria.

Teoría de la Incertidumbre Aplicada IV

La cuarta universidad fue la primera con la que firmé un contrato: derechos y obligaciones, amores e intereses. No es muy grande: de hecho, a la Plaza Roja solo la separa un café de la Plaza de las Palmeras. En mi primer día de clases, tras presentar el programa y hacer un pequeño ejercicio, un alumno me dijo que cualquier curso de escritura restringía irremediablemente la creatividad. Le di la razón, porque la tenía, y lo mandé a estudiar los usos de la coma, porque lo necesitaba. Durante unos meses solo releí, y me sentí viejo, aunque releer a Bashevis Singer me haga sentir joven. En una pequeña biblioteca del campus hay una primera edición autografiada que solo yo sé que existe; no sé por qué a veces voy a hojearla. Nació mi hijo, México sigue siendo un cementerio y le dieron el premio Nobel de literatura a un cantante. Hasta entonces, solo me había interesado en un tipo de escritura, la literaria, y había permanecido ciego a las otras, las científicas y profesionales, que se revuelven en los ríos que van a dar al mar de discursos en que vivimos, como nos lo hizo ver Bajtín. Si algo he aprendido en los últimos años es la importancia de ser políglota dentro de nuestra propia lengua: minería de datos, uno campechano sin cebolla, análisis de sensibilidad, calma chicha, eficientar, el fetichismo de la mercancía, ¿me das un raid?, metaficción… En la cafetería, todas las mañanas me dan “lo de siempre”; diario tomo tres tazas de café en mi cubículo y soy muy estricto con la puntualidad en la clase de siete de la mañana; sin embargo, un día no se parece en nada al siguiente. Esto es la universidad para mí: la idéntica rutina siempre diferente, ya se trate de los días o de los siglos. Ojalá nunca cambie.

Seminario de Tesis

Tema: La universidad.

Subtema: Los enemigos de la universidad contemporánea.

Preguntas problematizadoras: ¿La universidad enfrenta en el nuevo siglo enemigos hasta ahora desconocidos? ¿Cuáles son los nuevos enemigos de la universidad? ¿Podrá la universidad salir airosa de este nuevo desafío?

Hipótesis: Aunque la universidad siempre se ha enfrentado a los mismos enemigos, algunos de ellos adquieren más relieve en ciertas épocas. En nuestro tiempo, los principales retos de la universidad son resistir la tentación del pragmatismo, el tecnicismo y la hiperespecialización; recuperar la confianza de esa parte de la sociedad que parece darle la espalda a la ciencia y a la razón; incorporar la coyuntura a sus planes de estudio, pero en ningún caso dejarse enceguecer por ella; renovarse, para seguir siendo la misma.

Palabras clave: La universidad siempre vence.