Este es un extracto del libro El fulgor de la noche. El comercio sexual en las calles de la Ciudad de México, publicado por Océano en el 2017.


Para muchas personas, ganar dinero con actos sexuales degrada un intercambio humano que debe ser íntimo, incluso significa una violación a la intimidad. En relación con este planteamiento, Martha Nussbaum (1999) ha desarrollado una muy buena argumentación en su ensayo sobre la venta de servicios corporales “Whether from Reason or Prejudice. Taking Money from Bodily Services”.1 Ahí retoma una idea de Adam Smith, quien dice que “existen algunos talentos muy agradables y bellos que son admirables, siempre y cuando no reciban pago, pero cuando se los lleva a cabo con el fin de ganar dinero, son considerados, sea por razonamiento o por prejuicio, una forma de prostitución pública”. Al explorar por qué está mal visto que las mujeres tengan sexo para ganar dinero, Nussbaum hace un paralelismo muy elocuente con lo que ha ocurrido con las cantantes de ópera. Pocas profesiones hoy son más honrosas que la de cantante de ópera, sin embargo, apenas hace doscientos años ese uso público del cuerpo femenino fue considerado una forma de prostitución. Las cantantes mujeres eran inaceptables socialmente durante la primera época de la ópera, al grado que los castrati sustituían a los personajes femeninos. La restricción provenía de la creencia de que, para una mujer, era vergonzoso mostrar el cuerpo a personas extrañas, especialmente cuando expresaba una emoción apasionada.2 Por ello, fue inadmisible que las mujeres decentes cantaran en público, y las primeras mujeres que empezaron a hacerlo fueron consideradas inmorales, que se prostituían. Ese prejuicio no aludía a la actividad en sí de cantar, que las mujeres podían hacer en familia o en su círculo íntimo, sino al hecho de hacerlo en público para ganar dinero.3 Esa prohibición (no en público y por dinero, sí en privado y por amor) está vigente en nuestros días para la relación sexual y conlleva una serie de presunciones sobre lo que es vergonzoso o inapropiado en una mujer decente. Nussbaum recuerda el desagrado y repudio que inicialmente produjeron las cantantes, así como las actrices y bailarinas, y señala que, cuando reflexionamos sobre nuestras perspectivas relativas al comercio sexual, debemos tomar en consideración dos vertientes: el prejuicio aristocrático clasista en contra de ganar dinero y el miedo al cuerpo y sus pasiones.4  Nussbaum reflexiona sobre cómo los juicios y las emociones que subyacían en la estigmatización de las cantantes eran irracionales y censurables, igual que sucede hoy con otros prejuicios. Lo que pasó con las cantantes de ópera ocurre en la actualidad con quienes reciben dinero por el acto sexual. Si la mujer lo realiza por amor, gratuitamente, es una mujer decente; si toma dinero a cambio, es una puta. ¿Qué significa esto? Según Nussbaum, que debemos poner bajo cuidadoso escrutinio nuestras ideas sobre el dinero y la mercantilización, pues están teñidas de prejuicios que son injustos.

Ricardo Cavolo

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Nussbaum concluye que la estigmatización de ciertas ocupaciones se basa en prejuicios de clase y en estereotipos de género, pero también plantea que el estigma puede transformarse cuando el contexto y los prejuicios cambien. Señala que hoy en día no tenemos la mínima razón para suponer que una cantante de ópera que no recibe pago es una artista más pura y verdadera que la que cobra por su trabajo. Y nos parece totalmente correcto que el buen arte reciba un buen salario. Y si un productor de ópera decidiera no pagarles a las cantantes, argumentando que darles dinero por su talento las denigra, pensaríamos que ese productor es un explotador dispuesto a hacerse de ganancias tratando mal a sus artistas. Lo que hoy se piensa es que lejos de abaratar o arruinar los talentos, la presencia de un contrato garantiza condiciones con las cuales el artista puede desarrollar su arte, con suficiente confianza y tranquilidad. Para Nussbaum, este ejemplo plantea un dilema análogo respecto al acto sexual. ¿Por qué un acto aceptado por ambas partes no puede tener un intercambio de dinero? ¿Por qué, en nuestra cultura, no está bien visto que las mujeres intercambien sexo por dinero?5

En su alegato contra el prejuicio de recibir dinero por servicios corporales, Nussbaum se pregunta qué hace distinta a la prostitución. Para ella dos factores destacan como fuentes de estigma: uno es creer que el objetivo último del sexo es la procreación o la intimidad, por lo que entonces se considera que el sexo en la prostitución es vil porque no es procreativo ni llega a la intimidad; el otro es que esta práctica refleja una jerarquía de género y contiene la idea de que debe haber mujeres disponibles para que los hombres den rienda suelta a sus incontrolables deseos sexuales. Por eso, Nussbaum considera que la valoración de la prostitución está vinculada a la visión que se tiene sobre la sexualidad y sobre las relaciones entre mujeres y hombres. Ella analiza siete argumentos típicos que se esgrimen con el objetivo de criminalizar la prostitución, de los cuales destaco tres:

  • La prostitución implica la invasión del espacio íntimo en el cuerpo propio.
  • La prostitución dificulta que las personas desarrollen relaciones de intimidad y compromiso.
  • La prostituta aliena su sexualidad en el mercado; hace de sus actos y órganos sexuales mercancías.

Además de que está presente una visión moralista sobre cualquier tipo de relación sexual que no se dé dentro del matrimonio y con intimidad, Nussbaum señala que establecer una relación no impide tener otra diferente, y pone como sencillo ejemplo que, a veces, leer un best seller no nos quita el gusto de leer a Proust (se pueden leer ambas obras en distintos momentos y derivar distintos placeres de tales lecturas). Además, plantea que tampoco hay razón para considerar que la prostituta enajena su sexualidad a cambio de dinero y el hecho de que una prostituta reciba un pago por sus servicios no implica una conversión funesta de su intimidad en una mercancía. Así como una cocinera que trabaja en un restaurante no pierde el gusto para cocinar en su casa, la sexualidad de la prostituta permanece intacta para usarla en su intimidad, con su pareja o en otro tipo de relaciones. Ella también podrá dejar de trabajar y ejercer su sexualidad como le plazca.

La pregunta, entonces, se reduce a: ¿Es el sexo sin una relación íntima siempre inmoral? Para esta filósofa, evidentemente, la ausencia de intimidad ocurre en muchas relaciones sexuales comerciales porque así se desea. El trabajo sexual no busca intimidad, justo porque de eso se trata. Para Nussbaum, lo que es problemático en el comercio sexual no es el hecho de que medie el dinero o que no exista un intercambio amoroso, sino las condiciones laborales y la forma en que la prostituta es tratada por los demás.6

Así, Nussbaum centra su alegato contra los prejuicios de recibir dinero a cambio de servicios corporales diciendo que:

Todas las personas, excepto las que son ricas de manera independiente y las desempleadas, recibimos dinero por el uso de nuestro cuerpo. Profesores, obreros, abogados, cantantes de ópera, prostitutas, médicos, legisladores, todos hacemos cosas con partes de nuestro cuerpo y recibimos a cambio un salario. Algunas personas reciben un buen salario y otras no; algunas tienen cierto grado de control sobre sus condiciones laborales, otras tienen muy poco control; algunas tienen muchas opciones de empleo y otras tienen muy pocas. Y unas son socialmente estigmatizadas y otras no lo son.7

Además, Nussbaum señala que no hay nada vil o humillante en tomar dinero por un servicio, incluso cuando éste implica algo que se considera íntimo.8

Y pone distintos ejemplos de cómo los seres humanos intercambian servicios corporales por dinero. En oposición a las declaraciones que califican las transacciones comerciales de la sexualidad femenina como denigrantes, Nussbaum explora por qué está mal visto recibir dinero o hacer contratos en relación al uso de ciertas partes del cuerpo o por qué se piensa que implican tanto una mercantilización dañina como una enajenación de la sexualidad. Su crítica, entonces, se centra en el valor simbólico que le otorgamos a los genitales. Las abolicionistas dicen que las mujeres se vuelven objetos que los hombres controlan y usan a su antojo y que, al convertir la sexualidad en mercancía, se le despoja de su valor intrínseco. Nussbaum califica estas creencias como prejuicios y, al analizar la prostitución, hace una revisión de las opciones y alternativas que tienen las mujeres pobres.

A Nussbaum no le preocupa que una mujer con muchas opciones laborales elija el trabajo sexual, sino que la ausencia de opciones haga que la prostitución sea la única alternativa posible, lo que es verdaderamente alarmante.9 Para ella, ese es el punto más candente que plantea la prostitución: el de las oportunidades laborales de las mujeres de escasos recursos y el control que pueden tener sobre sus condiciones de empleo. Por eso le inquieta que el interés de las abolicionistas esté demasiado alejado de las opciones laborales existentes (como si la venta de servicios sexuales eliminara las otras posibilidades que las mujeres pobres tienen para sobrevivir). Para ella, la legalización de la prostitución mejora un poco la situación de las mujeres y considera que la lucha de las feministas debería promover la expansión de las alternativas laborales, a través de la educación, la capacitación en habilidades y la creación de empleos.10 Lo grave, según ella, es que muy pocas personas en el mundo tienen la ocasión de usar sus cuerpos en su trabajo (lo que Marx llamaría una manera realmente humana de funcionar): “esto supone, entre otras cosas, tener opciones sobre el trabajo a elegir, una medida razonable de control sobre las condiciones laborales y también la posibilidad de usar el pensamiento y la habilidad, en lugar de funcionar como una parte de una maquinaria”.11 Por estas razones, para Nussbaum, el punto toral radica en cómo expandir las alternativas y oportunidades que tienen los trabajadores, en cómo aumentar la humanidad inherente al trabajo y en cómo garantizar que sean tratados con dignidad.12

Ricardo Cavolo

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Por otro lado, la pregunta “¿es inmoral el sexo sin relación íntima?” remite a la discusión sobre el sexo recreativo. El trabajo sexual es menos íntimo, porque de eso se trata, y el desfogue sexual que el hombre realiza con una trabajadora sexual no se parece al que tiene con una amante, novia o esposa, pues la relación, y por tanto la intimidad, es totalmente distinta, y no sólo por el hecho del intercambio explícito de dinero. Ello explicaría el sexo episódico de quienes buscan alejarse de la intimidad conyugal.

Como crudamente comentó un conocido: “Si para echarse un palo hay que desarrollar un teatrito romántico de varias horas, mejor voy con las putas”. Sin embargo, como muestran muchas investigaciones sobre los clientes, hay hombres que buscan una cierta intimidad que no encuentran con sus parejas y otros que buscan justamente lo contrario: un distanciamiento.

Ahora bien, aunque desde la perspectiva del liberalismo político de Nussbaum no hay razón para estar en contra del comercio sexual, mientras lo que cada quien haga con su cuerpo sea libremente decidido, algunas feministas ponen énfasis en que la compraventa de sexo es de un orden distinto al de otras transacciones mercantiles. Tienen razón: el trabajo sexual no es un trabajo igual que los demás y el estigma lo prueba claramente. Además, si evaluamos las relaciones políticas y sociales que el comercio sexual sostiene y respalda, y si examinamos los efectos que produce en hombres y mujeres, es posible ver, en las normas sociales y en el significado que imprimen a las relaciones entre ambos, que el comercio sexual refuerza una pauta de desigualdad sexista y contribuye a la percepción de las mujeres como objetos sexuales y como seres socialmente inferiores a los hombres.

El grupo de trabajadoras sexuales que ha sido capaz de asumir una peculiar toma de posicionamiento político, al considerarse trabajadoras y reclamar el reconocimiento de sus derechos, contrasta con la gran hipocresía que existe respecto al comercio sexual y rebate la idea de que la prostitución denigra a las mujeres. No es cierto, como las propias trabajadoras dicen, que en los genitales se encuentre la dignidad de una persona. Y aunque ellas hacen una resignificación política de la prostitución como trabajo, el estigma sigue vigente, justo porque no es un trabajo como los demás.

Hace tiempo que varias filósofas y politólogas feministas han reflexionado sobre el efecto que el comercio sexual tiene en la justicia social, en especial, en cómo estructura las opciones vitales de las mujeres.

Aunque resulta complicado hablar en abstracto del tema, sin ubicarlo en el contexto concreto e histórico en que ocurren intercambios sexo-mercantiles, en el debate entre feministas sobre cuál debería ser el estatus de la prostitución es posible escuchar que tanto la penalización como la despenalización pueden tener el efecto de exacerbar las desigualdades de género. Algunas autoras argumentan que ciertas transacciones vinculadas al cuerpo, como la prostitución, deberían estar fuera del mercado, porque dicha comercialización obstaculiza las relaciones igualitarias. La manera en que se habla del mercado suele ser muy economicista, pero las economistas feministas están ampliando la perspectiva de análisis, al subrayar que el mercado no sólo implica procesos económicos, sino que también da forma a la cultura y a la política. La economía feminista plantea que tanto los mercados como los intercambios contractuales no toman en consideración que el contexto en el que se llevan a cabo es de desigualdad entre hombres y mujeres. Las relaciones de género “marcan el terreno sobre el que ocurren los fenómenos económicos y ponen las condiciones de posibilidad de los mismos”.13

Sí, la división sexual del trabajo y sus usos y costumbres de género estructuran y validan las relaciones desiguales de manera absolutamente funcional para la marcha de la sociedad. Además, ciertas transacciones mercantiles frustran o impiden el desarrollo de las capacidades humanas,14 mientras que otras determinan algunas problemáticas y muchas respaldan relaciones jerárquicas y/o discriminatorias totalmente objetables. Como los mercados no sólo abarcan cuestiones económicas, sino también éticas y políticas, por eso se habla de mercados nocivos que aparecen cuando hay una distribución previa e injusta de recursos, ingresos y oportunidades laborales.15

Debra Satz analiza dichos mercados, en los que incluye al del sexo, y establece cuatro parámetros relevantes para valorar un intercambio mercantil: 1) vulnerabilidad, 2) agencia débil, 3) resultados individuales dañinos y 4) resultados sociales dañinos.

La vulnerabilidad aparece cuando las transacciones se dan en circunstancias de pobreza o desesperación que llevan a las personas a aceptar cualquier condición; y la agencia débil se da cuando, para las transacciones, una parte depende de las decisiones de la otra (ambas aluden a lo que las personas aportan en la transacción). Los otros dos parámetros, daños individuales y sociales, son resultado de ciertos mercados que posicionan a los participantes en circunstancias en extremo malas, por ejemplo, en las que son despojados o en las que sus intereses básicos son pisoteados. También eso produce consecuencias dañinas, pues socava la igualdad y alienta relaciones humillantes de subordinación.

Ricardo Cavolo

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En efecto, el mercado no es un mecanismo neutral de intercambio y sus transacciones dan forma a las relaciones sociales. Y aunque, en principio, cualquier mercado puede convertirse en nocivo, algunos tienen más posibilidades de hacerlo al producir mayor desigualdad. Satz señala, por ejemplo, que el mercado de las verduras resulta mucho más inocuo y no es comparable con el del comercio sexual, que indudablemente refuerza una pauta de disparidad sexista y contribuye a la percepción de las mujeres como objetos sexuales y como seres socialmente inferiores a los hombres. También en otros mercados de servicios personales, como en el trabajo doméstico, se llevan a cabo transacciones con consecuencias significativas en las relaciones de género que producen creencias negativas sobre el papel de las mujeres.

Por eso, la preocupación ética y política que provoca la prostitución no puede ser abordada únicamente desde una perspectiva neocontractual, con el relativo consentimiento de las personas involucradas, o desde el punto de vista de la eficacia del mercado. Idealmente, en una sociedad justa, el papel del mercado debería estar acotado a una igualdad redistributiva, para que todas las personas tuvieran acceso a bienes básicos (salud, educación, vivienda, empleo). Y si a partir de tal supuesto hubiera mujeres que quisieran trabajar en el comercio sexual, no habría impedimento ético para que lo hicieran.

Sin embargo, y esto es muy relevante, Satz subraya que, aunque los mercados nocivos tienen efectos importantes en quiénes somos y en el tipo de sociedad que desarrollamos, la mejor respuesta no siempre es proscribirlos. Al contrario, las prohibiciones pueden llegar a intensificar los problemas que condujeron a que se condenara tal mercado. En ese sentido, ella reconoce que es menos peligrosa la prostitución legal y regulada que la ilegal y clandestina, pues esta última aumenta la vulnerabilidad y los riesgos de salud, tanto para las trabajadoras como para los clientes. Por eso no es benéfica una postura prohibitiva respecto al comercio sexual, sino una política de regulación, de cara a la necesidad de quienes requieren ese trabajo, además de otras consideraciones relacionadas con la necesidad de una política de salud pública. Satz concluye que la mejor manera de acabar con un mercado nocivo es modificar el contexto en que surgió, o sea, redistribuir la riqueza y dar más derechos y oportunidades laborales.

No hay que olvidar que las prohibiciones y restricciones, además de que son maternalistas y van contra la libertad constitucional de las mujeres, no son una solución. Como lo que impulsa a las trabajadoras de la calle a dedicarse a tal actividad suele ser una fuerte necesidad económica, desautorizarla, sin garantizarles un ingreso similar, les quita su tabla de salvación.

Si no se resuelven las circunstancias socioeconómicas que las llevan a realizar tal actividad, proscribir el comercio sexual las hundiría o marginaría aún más.

Ricardo Cavolo

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Respecto a las políticas públicas, la regulación de nuevas formas de organización del comercio sexual sería una mediación necesaria. Además, no hay que olvidar que varias investigadoras sostienen que el comercio sexual también es un medio de emancipación personal y movilidad social importante para muchas mujeres.16 Y como la legalidad del trabajo sexual ha demostrado ser una excelente aliada en el combate a la trata, es un error plantear la criminalización del comercio sexual (las neoabolicionistas lo hacen de manera permanente con el argumento de la explotación sexual). Claro que la explotación es un problema, pero repito, también existe con las demás trabajadoras (empleadas del hogar, obreras, jornaleras, campesinas, barrenderas, meseras, costureras, enfermeras, taquilleras y tantas otras) que venden su fuerza de trabajo en condiciones deleznables y de gran extracción de plusvalía. Sin embargo, en el trabajo sexual, la cantidad de dinero que se intercambia es mayor a la de otro tipo de trabajo. O sea, desde un punto de vista monetario, en el comercio sexual hay menos explotación laboral. Como bien dijo una trabajadora de La Merced:

¿Explotación? Ésa la viví cuando trabajaba en una empresa de limpieza de oficinas y me pagaban el salario mínimo al mes. Aquí gano, al día, varias veces lo que corresponde al salario mínimo.17

Sí, son muchas las trabajadoras sexuales que ganan en un día lo que percibirían en un mes en otros tipos de trabajos, pero, en lugar de luchar por que suban los salarios y todas las trabajadoras tengan mejores condiciones y prestaciones laborales, el neoabolicionismo pretende rescatar a las víctimas que ganan más que las demás trabajadoras de su nivel social.

Por eso, creo que el escándalo respecto a la prostitución, más que tratarse de explotación laboral, tiene que ver fundamentalmente con el uso del cuerpo femenino en una actividad sexual. La prostitución voluntaria femenina produce reacciones adversas porque atenta contra el ideal cultural de la feminidad.18 Y el asunto de fondo es justamente la existencia de una doble moral: el ejercicio de la sexualidad de las mujeres debe ser distinto al de los hombres.

El eje estructurador de la valoración de la feminidad, el conjunto de virtudes asociadas con la maternidad, deja fuera a la sexualidad. Por eso, en la tradición judeocristiana, el ideal femenino está presente en la secuencia feminidad / maternidad / amor / servicio / altruismo / abnegación / sacrificio. Simbólicamente, las madres no están sexualizadas.

El ejemplo arquetípico es la Virgen María. Esta figura máxima encarna el paradigma cultural de la feminidad desexualizada: ser madre sin haber tenido relaciones sexuales. Así, la aspiración normativa del ideal femenino plantea un mensaje paradójico que se convierte, paulatinamente, en un rechazo a las mujeres que tienen una sexualidad activa, desvinculada de la reproducción. Si la definición de una mujer decente se caracteriza indefectiblemente por su recato y fidelidad, no debe sorprender que a las mujeres se les juzgue principalmente por su reputación sexual y que sean estigmatizadas como ligeras, zorras o putas. En La invención de la mujer casta,19 un elemento relevante es la idea de que las mujeres no desean ni necesitan el sexo en la misma medida que los varones. Esta creencia sirve para negar el otro lado de la moneda que la doble moral consolida: el grave problema de represión sexual de las mujeres, con su expresión cultural de frigidez. La negación simbólica del deseo sexual femenino opera como un dispositivo de control y, desde la lógica del género, la sexualidad se vuelve, perversamente, la vara para medir si una mujer es decente o puta. El insulto de puta se dirige a mujeres que se salen de la estrecha norma de la doble moral, comercialicen o no su actividad sexual: también es puta la que se acuesta libremente con varios hombres, sin cobrar.

 


1 Martha Nussbaum, “‘Whether from Reason or Prejudice’: Taking Money for Bodily Services”, en Sex and Social Justice. Nueva York, Oxford University Press, 1999.

2 Ibid., p. 280.

3 Ibid., p. 279.

4 Ibid., p. 280.

5 Ibid., p. 293.

6 Ibid., p. 92.

7 Ibid., p. 276.

8 Ibid., p. 292.

9 Ibid., p. 278.

10 Idem.

11 Ibid., p. 298.

12 Idem.

13 Amaia Pérez Orozco, “Prólogo”, en La economía feminista vista desde América Latina. Una hoja de ruta sobre los debates actuales en la región. Santo Domingo, onu Mujeres, 2012.

14 Vid. Amartya Sen, (1996). “Capacidad y bienestar”, en Martha C. Nusbaum y Amartya Sen (comps.), La calidad de vida. México, FCE, 1996.

15 Vid. Debra Satz, Why Some Things Should Not Be for Sale. The Moral Limits of Markets. Nueva York, Oxford University Press, 2010.

16 Vid. Laura María Agustín, Sex at the Margins: Migration, Labour Markets and the Rescue Industry. Londres, Zed Books, 2007; Sophie Day, “The Re-emergence of ‘Trafficking’: Sex Work between Slavery and Freedom”, en Journal of the Royal Anthropological Institute, 2010, vol.16, núm.4, pp. 816-834 y Kamala Kempadoo, “Introduction: Globalizing Sex Workers’ Rights”, en Kamala Kempadoo y Jo Doezema (eds.), Global Sex Workers: Rights, Resistance, and Redefinition. Nueva York, Routledge, 1998, pp. 1-27.

17 Comunicación personal, La Merced, 2015.

18 Vid. Edmund Leites, La invención de la mujer casta. La conciencia puritana y la sexualidad moderna. Madrid, Siglo XXI, 1990.

19 Edmund Leites, op. cit.