El objetivo de este escrito consiste en enfrentar la cuestión del trabajo tomando como fundamento las ideas derivadas de la tradición judía. Con ello, se busca esbozar una respuesta novedosa en el campo de las reflexiones típicas sobre el tema que nos ocupa.

Concebimos generalmente el trabajo como una actividad que forma parte integral de la rutina del hombre. Hay incluso quienes se identifican frente a los demás a partir de la profesión u oficio al que se dedican. Si bien parece innegable que existe una relación muy íntima entre el hombre y el trabajo, no toda labor humaniza a quien la efectúa y, en cambio, en diversas ocasiones provoca el efecto contrario.

Por lo tanto, habrá que encontrar cómo es que se logra dignificar y humanizar al hombre a través del trabajo, así como también enmarcar un mecanismo que detenga los efectos negativos derivados de éste.

Ricardo Cavolo

Ricardo Cavolo

¿CÓMO DIGNIFICAR AL HOMBRE A TRAVÉS DEL TRABAJO?

Al intentar definir la manera en la que el hombre se humaniza como resultado del trabajo que realiza, es necesario partir de una idea del hombre originada en la tradición judía, la cual permite que los seres humanos sean valorados como dignos dentro de la inmensidad de especies existentes en el universo.

También es pertinente desarrollar y esclarecer dos visiones del trabajo que coexisten dentro del marco teórico ya señalado, para determinar qué tipo de trabajo es el que permite dignificar al hombre.

EL SER HUMANO COMO UN SER DIGNIFICADO

En las escrituras sagradas del judaísmo, nos encontramos con dos narraciones acerca del ser humano y su misión dentro de la creación del universo, sin embargo, para fines de este momento en el texto, únicamente abordaremos la siguiente descripción de la formación del hombre: “Y Dios creó al hombre a Su propia imagen. Lo creó a la imagen de Dios. Lo creó macho y hembra. Y los bendijo Dios diciéndoles: ‘Procread y multiplicaos. Colmad la tierra, sojuzgadla y dominad a los peces del mar, a las aves de los cielos y a todo animal que se arrastra sobre la tierra’” (Génesis I).

A partir de la cita anterior, hemos de profundizar en lo concerniente al significado de que el hombre fue creado a imagen de Dios. “Imagen de Dios”, explica el R. Dr. Joseph Soloveitchik,1 se refiere a la capacidad intrínseca del ser humano como ser creador.

El mayor de los atributos con los cuales fue dotado el ser humano para su actividad creativa es la inteligencia, elemento que le permite confrontar el medio en el que se desarrolla e intentar descifrar la manera de dominarlo. En este sentido, nos referimos a un conocimiento tecnológico, práctico y funcional que dota al hombre de la capacidad de controlar la naturaleza.2

El hombre, a través de esa capacidad creativa, pretende encontrar su identidad y, por ende, diferenciarse del mundo que lo rodea, pero no sólo eso, ya que al ocuparse en el trabajo creativo trata de imitar a su Hacedor (imitatio Dei). Entonces, el ser humano se entiende distinto del resto de los animales, como dice el salmista: “Lo has hecho poco menos que los ángeles, y lo coronaste de gloria y honra [dignidad]” (Salmos 8:6).

El ser humano se ve traducido en un ser digno. La dignidad es entendida como la capacidad de dominio sobre la naturaleza y la consecuente diferenciación del hombre frente a las demás criaturas. “Lo hiciste señorear sobre las obras de tus manos. Todo lo pusiste debajo de sus pies”.3

Podemos señalar que existen ciertas actividades que contribuyen a dignificar al ser humano. La pretensión siguiente será determinar si el trabajo es o no una de estas actividades que distinguen al hombre del resto de las criaturas.

¿CUÁL ES UN TRABAJO DIGNIFICANTE SEGÚN LA TRADICIÓN JUDÍA?

Dentro del contexto del trabajo existen en el pentateuco dos términos distintos para hacer alusión a esta actividad y, por ende, también dos maneras de entenderla.

Por un lado tenemos el término avoda, que podemos traducir como un trabajo con esfuerzo u ocupación. Es importante destacar que este término es empleado en el contexto de la esclavitud hebrea en Egipto: “Y amargaron sus vidas [de los hebreos] con trabajo [avoda] pesado de construcción con barro, con ladrillos y con duras faenas en el campo, impuestas a ellos tiránicamente” (Éxodo I).

Conforme a la Real Academia Española, se entiende por esclavitud la “sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación”. La esclavitud implica la enajenación del hombre, es decir, que éste “no se siente a sí mismo como centro de su mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus acciones y las consecuencias de ellas se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece”.4

Lamentablemente, nuestra generación se caracteriza, como dice Erich Fromm, por vivir en la enajenación y justamente una de las maneras en que se desarrolla este fenómeno tiene que ver con el trabajo. Particularmente, los más propensos a enajenarse a través del trabajo son los obreros.

La empresa industrial moderna, la cual además se desarrolla dentro del fenómeno globalizador de la producción económica, genera la circunstancia en la cual el obrero no tiene en ningún momento contacto con el producto completo. El trabajador se dedica pues, a realizar una función especializada en un momento concreto del desarrollo de un bien, de tal manera que pareciera que el hombre pierde su calidad de hombre, para convertirse en una máquina más, dentro del proceso productivo. El hombre deja de ser un fin en sí mismo para transformarse en un medio. Desde esta perspectiva, no parece obtenerse como resultado un trabajo dignificante, por lo que es necesario abordar otra visión al respecto.

En la Biblia también se utiliza otro término: melajá, es decir, trabajo creativo o trabajo que concede dominio sobre la naturaleza. Este término es empleado en el contexto de la creación del universo y de la construcción del Tabernáculo.5

“Y fueron acabados los cielos, la tierra y todas las huestes. Y habiendo terminado Dios al día séptimo su obra/trabajo [melajá] que había hecho, descansó el día séptimo” (Génesis II).

“Bezalel y Aholiab y todo varón dotado por el Eterno de capacidad e inteligencia hicieron todo lo que había ordenado el Eterno en lo concerniente a la obra/trabajo [melajá] para el servicio del santuario” (Éxodo xxxvi).

El trabajo entendido como melajá es el trabajo creativo que asemeja al hombre con su Creador y lo dota de dignidad. Al contrario de avoda, el término melajá implica el empleo de las cualidades más elevadas del hombre, como lo es la inteligencia y creatividad para que, a través del trabajo, quede reflejada la identidad particular de cada ser humano en el producto de su labor.

El trabajo creativo es un trabajo consciente. ¿Consciente sobre qué? Sobre el resultado final del esfuerzo físico y mental del ser humano.

Comenta Maimonides que6 dentro de las obligaciones de los patrones con respecto a sus siervos o asalariados existe una prohibición de darles un trato cruel e inhumano, queriendo decir con ello que no se les puede encomendar un trabajo por tiempo indefinido ni asignarles una tarea por el solo hecho de mantenerlos ocupados. El trabajador debe realizar su labor con sujeción a plazos y sobre necesidades reales.7

Lo que se quiere decir con lo anterior es que el trabajo que dignifica al ser humano y que implica la capacidad creativa del mismo radica en la posibilidad de tener consciencia plena sobre el objetivo que se busca obtener, además del conocimiento de los recursos materiales y temporales que son necesarios para su consecución. En pocas palabras, el trabajo digno enfatiza las cualidades humanas.

Sin embargo, la concepción del trabajo como melajá también implica el dominio sobre la naturaleza en su conjunto o de un aspecto de ella, lo cual sin duda puede ser origen de algunas problemáticas de necesaria solución.

¿A TRAVÉS DE QUÉ MECANISMO LA TRADICIÓN JUDÍA BUSCA LIMITAR LOS EFECTOS NEGATIVOS DEL TRABAJO QUE DIGNIFICA AL HOMBRE?

Hoy en día podemos ver las consecuencias de los avances tecnológicos e industriales en el medio ambiente. Cuestiones como la contaminación, el maltrato animal en las industrias agropecuarias, la extinción de especies animales y vegetales, las amenazas nucleares o el surgimiento de nuevos debates bioéticos, como el de la clonación, por sólo mencionar algunos, representan un fiel reflejo de que el dominio demostrado por el ser humano debe encontrar algún tipo de límite y que el trabajo creativo no puede ser irresponsable frente al medio que nos cobija.

También el trabajo creativo que nos permite la adquisición del dominio sobre el bien formado plantea el conflicto originado en la propiedad. Como acertadamente escribe J. J. Rousseau: “¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano” la no existencia de la propiedad, el entender que “los frutos son de todos y la tierra no es de nadie”.8

Inevitablemente, la propiedad trae aparejado el tema de la desigualdad; aquella que refleja que mientras más se empoderan algunos, más se empobrecen otros.

¿Sería correcto afirmar que, considerando la naturaleza humana, no es posible solucionar los efectos negativos del trabajo? Pero también será necesario esclarecer qué mecanismo que se origine justamente en la naturaleza humana puede equilibrar el ansia de dominio del hombre.

Ricardo Cavolo

Ricardo Cavolo

EL HOMBRE COMO PARTE INTEGRAL DEL COSMOS

Para enfrentar estas cuestiones, es el momento oportuno para emplear otro aspecto del ser humano que queda de manifiesto en una segunda narración sobre la creación del hombre y su misión en el universo: “Entonces Dios, el Eterno, formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se volvió un ser viviente […]. Y Dios, el Eterno, tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara.” (Génesis II).

Al contrario de la primera narración de la creación del hombre, que hace alusión a una intrínseca relación entre las cualidades humanas y las de su Creador, en esta descripción se enfatiza el origen humano en el polvo de la tierra, en el elemento más básico que conforma a todo ser terrestre o material. De esta manera, se enmarca al hombre como una creación más dentro del cosmos.

“¿Qué es el hombre para que Tú te acuerdes de él? ¿Y qué es el hijo del hombre, para que Tú pienses en él?” (Salmos 8:5). El ser humano visto desde esta perspectiva, como reflexiona el R. Dr. Joseph Soloveitchik, logra vislumbrar su pequeñez dentro del universo y tiene la capacidad de asombrarse por los aspectos más simples que conforman la totalidad de la creación. También a través de la actividad filosófica se pregunta por el motivo de su existencia y trata de descifrar las respuestas que le permitan entender a su Creador.9

A partir de estas líneas encontramos teóricamente el fundamento de que el dominio humano sobre la naturaleza debe ser limitado y responsable. También visualizamos la igualdad intrínseca del hombre con las demás criaturas a raíz de su origen común y su dependencia frente a su Hacedor.

A continuación, el tema a tratar consiste en cómo la tradición judía pretende solucionar el conflicto de la desigualdad y el dominio incontrolable del hombre sobre la naturaleza de manera práctica, tomando como base el fundamento teórico descrito anteriormente.

EL CONCEPTO DE SHABAT O DESCANSO

Todo trabajo, como es entendido en nuestros días, trae consigo un periodo mínimo de descanso. Esta oportunidad de tener un momento de cese total de la actividad laboral es herencia de la práctica y tradición judía que era tanto cuestionada como incluso burlada por las civilizaciones antiguas.10 Sin embargo, la idea de descanso judío va más allá de cesar toda actividad laboral en aras de recargar energías y comenzar de nuevo, fortalecidos, el trabajo cotidiano. Para la tradición judía, el descanso no es un medio para alcanzar ese fin, sino que es un fin en sí mismo.

La idea de descanso, relacionada con el séptimo día de la creación del universo o Shabat, le permite al ser humano acentuar el aspecto derivado de la segunda narrativa de la creación del hombre, ya que su finalidad es desarrollar de manera existencial a quien cuida el sábado.

El R. Dr. Abraham Yehoshua Heschel explica que,11 a raíz de la destrucción del Templo Sagrado de Jerusalén en el año 70 d. c. a manos de los romanos, el pueblo judío sustituyó el énfasis en santificar el espacio por el desarrollo de la santificación del tiempo. En ausencia de un templo en el espacio, se introdujo la idea de un templo en el tiempo.12

La materia es lo que ocupa un lugar en el espacio. Consagrar el espacio implica distinguir aquello que es posible tener y adquirir en propiedad. Al contrario, el tiempo es abstracto y su consagración está vinculada no con el tener, sino con el ser. El Shabat le muestra al hombre que lo importante no es el tener, sino el ser.

El Shabat, es decir, el séptimo día de la creación, es el primero en ser explícitamente consagrado en la narrativa bíblica: “Y Dios bendijo el séptimo día y lo santificó porque en él descansó de toda la obra/trabajo [melajá] que había creado” (Génesis II).

Cuando en el pentateuco se habla acerca del Shabat, se hace alusión al descanso del trabajo entendido como melajá. Lo anterior se puede observar en la narración de los diez mandamientos: “Seis días trabajarás y harás en ellos toda tu labor [melajá], pero el día séptimo, sábado, lo consagrarás al Eterno, tu Dios, y ese día no harás labor [melajá] alguna” (Éxodo XX).

Detener la realización del trabajo en Shabat implica el cese de manifestar toda forma de dominio sobre la naturaleza. Y no solamente eso, sino que también significa un reconocimiento de las limitaciones humanas y la dependencia del hombre frente a su Creador.

En un mundo que parece estar en perpetuo movimiento, donde frases como “el tiempo es dinero” y, por lo tanto, desperdiciar toda oportunidad de aumentar las utilidades es considerado casi un pecado o un delito, el detenerse por un día, e incluso olvidarse por completo de trabajar y producir utilidades, es una manifestación humana de fe en un Ser Trascendental.

El concepto de Shabat, sábado, es la base para el entendimiento de otro término vinculado al cese de toda manifestación de dominio sobre la naturaleza, como lo es el año sabático o Shnat Shemita. Durante ese año está prohibido trabajar la tierra, la cual es considerada sin propiedad, permitiendo que toda persona pueda aprovechar sus frutos: “El séptimo año será de sábado [descanso] estricto para la tierra y para el Eterno […]. Y el descanso de la tierra será alimento para ti, para tu siervo, para tu sierva, para tu asalariado y para el forastero que habita contigo. Y también para tus reses y para los demás animales de tu tierra, esa producción se destinará a ser su alimento” (Levítico XXV).

El descanso antes descrito, que anula la propiedad de la tierra durante un año, no sólo permite igualar a los hombres, sin distinción de ningún tipo, sino que también lo hace con respecto a los animales.

Además de la anulación del dominio humano sobre la naturaleza, el año sabático también refleja las limitaciones de los hombres y su dependencia de su Hacedor: “Y si os preguntáis qué comeréis en el séptimo año en vista de que no debéis sembrar ni cosechar nada en él, os impartiré Mi bendición en el sexto año para que la tierra rinda con hartura para tres años”. “Y la tierra no podrá ser vendida a perpetuidad porque es Mía, por cuanto sois forasteros y peregrinos para Mí” (Levítico XXV).

Resulta pues indudable que, a través de estas prácticas, el ser humano encuentra el equilibrio entre construir su dignidad a través del trabajo y ser consciente de sus limitaciones y responsabilidades frente a la naturaleza que le ha sido encomendada para su goce y cuidado.

La arrogancia humana puede elevarse de tal manera que, en aras de demostrar su poderío, el hombre podría incluso terminar destruyendo los recursos que le fueron dados para la recreación y perfeccionamiento continuo del universo. Conforme a la tradición judía, el ser humano es socio de Dios en la creación del cosmos. Ello lo dota de dignidad, pero sin duda también de mucha responsabilidad.

Finalmente, con respecto a esta misión del género humano, reflejada en la labor de contribuir al perfeccionamiento del universo, es pertinente enunciar lo que decía Rabi Tarfón, que nos invita a no evitar nuestras responsabilidades, sino a afrontarlas dignamente: “No te corresponde a ti terminar la obra [melajá], más no eres libre de eximirte de ella”.13

 


1 Joseph Ber Soloveitchik (1903-1993). Rabino ortodoxo, talmudista y filósofo. Considerado cabeza del movimiento de la Ortodoxia moderna, que fomenta la combinación del estudio religioso del judaísmo y lo mejor de los estudios seculares de la civilización occidental.

2 Joseph Ber Soloveitchik, La soledad del hombre de fe. Alcobendas, Nagrela, 2015.

3 Idem.

4 Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. México, FCE, 1970.

5 El Mishkán o Tabernáculo fue el santuario móvil construido por los israelitas durante su estadía en el desierto. Sirvió de santuario hasta la construcción del Templo Sagrado de Jerusalén.

6 Moisés, hijo de Maimón o Maimónides (1138-1204) fue un médico, rabino y teólogo judío medieval. Autor de obras como la Guía de los perplejos y el código de leyes Mishne Tora.

7 Vid. Maimónides, Mishne Tora. Tel Aviv, Sinai, 2008.

8 Jean Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Alicante, Delta, 2013.

9 Vid. Joseph Ver Soloveitchik, op. cit.

10 Léanse las sátiras del autor romano Juvenal.

11 Abraham Yehoshua Heschel (1907-1972). Prominente rabino y uno de los principales teólogos judíos del siglo xx, conocido también por reflejar sus ideas religiosas en movimientos sociales por los derechos civiles de los afroamericanos y en contra de la Guerra de Vietnam.

12 Abraham Yehoshua Heschel, The Sabbath. Nueva York, Farrar, Straus & Giroux, 2005.

13 Pirke Avot o Ética de los padres, capítulo II, Mishna 17.