En la infancia hay algo que siempre acaba por destejerse sin que nos demos cuenta: inocencia perdida o fantasía abandonada. Los hilos que quedan de esos primeros tiempos se extienden como raíces hasta las infértiles tierras de la madurez y siguen con su misión de mantenernos cuerdos. Estas primeras inquietudes se entretejen de nuevo en la poesía para reedificar nuestra identidad. En cada verso se advierte una pequeña parte de eso que se ha perdido y que se recupera para volver a darnos sentido. El mundo necesita que alguien ate los primeros hilos de su tiempo para mantener la forma que nos mantiene sobre la tierra. Esta es la tarea de los poetas, de los artistas; aunque no están solos. La poesía requiere de la abundancia de otras ramas para seguir creciendo y bifurcarse.

Para Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) el principio de la creación poética se teje con los hilos de la ciencia y la religión. En Principia (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2018), obra ganadora del Premio Nacional Alonso Vidal 2016, la autora nutre sus inquietudes con ambas ramas. La ciencia, sobre todo, le permite explorar conceptos que escapan del lenguaje cotidiano y los funde con la inocencia y la madurez para recuperar la fantasía que se sentía perdida. Sin embargo, lo que más llama la atención de sus poemas no es la conciliación entre los temas científicos y los cotidianos (que ya supone un reto importante de técnica y sensibilidad), sino la manera en la que las experiencias y los sentimientos adquieren un nuevo significado con este contraste. De igual modo, a lo largo del libro los motivos religiosos salen de los lugares comunes para llevar al lector a ese punto intermedio en el que conviven las imágenes del poema y lo que él mismo ha vivido.

principia

Ciencia y religión, como aproximaciones a la realidad, son el punto de partida para resaltar las impresiones y desconciertos que surgen frente al reencuentro con esas imágenes familiares. Nuestros recuerdos se reconocen en las metáforas y se aviva el ojo de la inocencia: el “principio de incertidumbre” que deviene de la infancia. En el poema “Radiografías”, que Díaz Castelo comparte para Opción, este fenómeno se repite en cada verso y se distorsiona con cada lectura.

Así expuesto, el cuerpo boreal
despliega sus estrellas húmedas.
Es un árbol de huesos,
un enjambre de órganos, una hoja
a contraluz, jirones de músculo

La descripción de la radiografía, desde el lado científico, es clara: “cuerpo boreal”, “hoja a contraluz”. El lado que despierta nuestra sensibilidad se construye, en cambio, con lo no aparente, lo figurativo: “estrellas húmedas”, “enjambre de órganos”. Es este último el que abandona la teoría y deja de describir desde la mesa de disección y, en su lugar, ata el lazo entre la imagen y lo que recordamos al imaginarla. El punto de encuentro es la experiencia, el espacio en nuestra memoria que guarda el momento en que alguna vez nos tomamos una radiografía, aunque no corresponda exactamente con el terreno de las definiciones:

De niña, colocaba una mano frente a la linterna
para mirarme el cuerpo a contraluz y rojo
encarnizado, denso y rutilante
como imagino el plasma.

Ahí donde se recuperan los hilos destejidos de la infancia el lector se reencuentra, de igual forma, con el paraíso perdido de la fantasía y la memoria. En Principia la ciencia —o los temas y tecnicismos con los que la asociamos— va más allá del interés casual que despierta en quienes no la entendemos del todo y nos permite ver “a contraluz” nuestro “árbol de huesos”: la vida que nos ha crecido dentro y a la que, a veces, preferimos ignorar.

En este punto medio, el poema flota, prístino, a nuestro alcance. La metáfora es un lugar que no se habita hasta que se nombra. El lector, guiado por una poeta como Díaz Castelo, tiene la libertad de encontrarse en su propia cotidianidad.

Sólo en compañía de la poesía es que habitamos nuestra memoria y una experiencia se convierte en ese lugar que señalaba Federico García Lorca: “allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios”.