Llegamos tarde: todo ocurrió en nuestra presencia. ¿Había manera de anticipar la muerte? Callamos: todo ocurrió en nuestra ausencia, pero nos obstinamos en nombrarnos culpables. La vida se construye a deshoras; habitamos el mismo mundo desde distintas dimensiones. Compartimos una complejidad sin tiempo, un único adelanto de la muerte, un cerebro demasiado a la intemperie para pensarse a sí mismo. En la idea del suicidio se configura una contradicción: la existencia humana, con sus sentimientos y supervivencias, tiene un sesgo constante por complicarse; pero todo lo demás —incluso la muerte— es más sencillo de lo que parece. Lo único que puede reflejar las complejidades del suicidio es la vida, algo más allá de la superficie de los espejos, pero de una fragilidad gemela.

Ensayar el suicidio es hablar de los infiernos personales, darles espacio; y, más allá de lo personal, tratar las contradicciones comunes: el drama y la tragedia enfrentadas con el humano interpuesto. Ensayar es buscar con el puro ánimo de la búsqueda. ¿Es posible hallar respuestas para la vida en el suicidio ajeno? La actitud usual es asociarlo con la falta de sentido, pero ¿no podría ser el pesimismo la mejor forma de llevar a cuestas la idea de la muerte?, ¿no es el suicidio un producto del optimismo? Conversar de la muerte es cuestión de voluntad, implica encararla, no invocarla. ¿Y qué tan voluntario es en realidad el suicidio?, ¿puede haber voluntad en no querer tenerla?

El ensayo del suicidio no sólo es su reflexión desde la forma, se propone también en modo de anticipación, adelanto, lo que vino antes: no explicar la sombra, sino la luz en fuga, lo continuo, las causas todavía latentes. ¿Es origen de una mente en conflicto o de sus circunstancias?, ¿acaso pueden distinguirse? Nombrar las complejidades no es hallar culpables, sino darles cuerpo para su diagnóstico. ¿Viene de una enfermedad o de lo incurable de la existencia? La necesidad de la salud mental, sin embargo, no responde a ontologías: ensayar el suicidio frente a la vida implica aceptar que ninguna atención es un lujo.

Explorar el suicidio es decir lo entredicho, hacer catarsis entre tanta angustia; no acabar con las penas, sino sentirse humano en ellas, saberse común, hallado, convivido, con nombre, con palabra entre los otros, con pulso en la tierra. No es darles voz a los muertos, ni siquiera comprenderlos, es solamente, quizá, pensar en ellos.

Opción se parece a quien la escribe, es el espejo, y es también su fragilidad: es quien la escribe, y más que nada, quien la lee y la leía. Opción abre un espacio para ensayar esa presencia: siempre ahí, sin hora, lo escrito y lo leído se hacen compañía. Opción intenta llegar a tiempo.

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