Opción 1, Noviembre 1980.


 

Se me ha pedido una opinión personal, con la brevedad obligada por estas jóvenes páginas, sobre el significado de los Estudios Generales en la Universidad.

No todas las universidades aceptan una misión de verdad, pero todas desempeñan un papel social.

Hay universidades que, con plena premeditación, se proponen fortalecer las condiciones de privilegio de su población escolar y de los grupos sociales que las sustentan. Eligen, en consecuencia, con sumo rigor sus programas de carreras, los contenidos de las materias, los maestros, los métodos pedagógicos más adecuados de adiestramiento para lograr así la gran meta: asegurar su propio futuro y el de la clase social que representan. En estas universidades se prohíbe la pluralidad de pensamiento, la universalidad, la libertad intelectual, el diálogo crítico…

Otras universidades se establecen como un mecanismo más de los sistemas condicionantes, totalitarios. Buscan formar (léase moldear) los profesionistas dóciles, sumisos y capaces más demandados por el sistema. Se imparten conocimientos útiles, funcionales, se enseñan ciencias y técnicas “neutrales” instrumentales. El estudiante más apreciado es el mejor repetidor, el mejor manejador de técnicas, el más devoto adorador de las teorías dadas y del “orden” establecido, el mejor funcionario (léase que funciona). Esta es la educación gregaria, condicionada para el sometimiento.

Algunas universidades se confiesan neutrales. Neutralidad, fachada demasiado transparente para ser encubrimiento. En la sociedad no cabe la neutralidad ni como expresión de mediocridad. Ni la ciencia ni el científico, ni la técnica o el técnico, ni el maestro o el alumno, ni persona alguna pueden ser neutrales, y mucho menos puede serlo la Universidad; por eso las universidades que se autocalifican neutrales manifiestan una imperdonable timidez y se sitúan de hecho en una de las categorías anteriores.

Pero también existen algunas, pocas universidades que aceptan el otro papel de la Universidad: ser la consciencia crítica de un pueblo, que transmite el saber, que investiga la realidad, que descubre, se pregunta, denuncia y anuncia; defiende la universalidad, porque se niega a ser privilegiada torre de marfil o limitada academia de partido; fomenta la reflexión en una sociedad en que parece que está prohibido pensar; propicia el desarrollo personal favoreciendo la afirmación del pensamiento crítico que hace al estudiante sentirse sujeto comprometido consigo mismo, con su sociedad y con su historia; tiende al conocimiento integrador que organiza racionalmente el saber del saber; cultiva, en síntesis, la educación para la libertad y el compromiso.

En el contexto de este último tipo de universidades es donde yo entiendo la función de los Estudios Generales, como un medio no sólo conveniente, sino necesario. El pensamiento crítico no es una teoría ni se aprende como teoría, se adquiere juzgando, cuestionando, analizando. No es posible vivir de ideas propias si no se confrontan las ideas recibidas del medio con otras significativas concepciones sustentadas en métodos intelectuales diferentes y en diferentes momentos histórico-sociales. Sin el análisis de la validez del conocimiento y sin esta confrontación crítica, las llamadas ideas propias no pasan de ser meras representaciones determinadas por el medio. Imposible comportarse como sujetos vigilantes y comprometidos con la sociedad, con el mundo y con el cambio si se contempla el mundo plano o unidimensional, si no se tiene la evidencia de la relación persona-sociedad y de las relaciones causales de los acontecimientos de la historia.