Para quien entra al Consejo Editorial de Opción y se enfrenta por primera vez con las tareas cotidianas de la revista –determinar y desarrollar temas para exégesis; revisar, seleccionar y editar textos de la más diversa índole–, la pregunta por la línea editorial cobra de pronto cierta relevancia. Y debo confesar que tal inquietud, al menos en mi caso, ha quedado intacta con el paso de los años. De entrada, uno da por sentada la existencia de una cierta línea –de una particular mezcolanza de criterios editoriales y posturas filosóficas, de lecturas ‘imprescindibles’ y de inclinaciones artísticas– que guía la actividad de la revista. Algo que todos los miembros conocen y que, por lo mismo, nadie repara en hacer explícito. Luego de indagar un poco, uno se da cuenta de que la mentada línea no es tal, sino más bien rizoma, cuerpo repleto de entradas y salidas, de encuentros y desencuentros, de relaciones mudables. Uno se percata de que no es algo estático, sino que está en mutación constante: que tiene una historia –más aún, múltiples historias.

La antología que aquí presentamos ha surgido precisamente de tal reconocimiento. Pretende ser, en primer término, una exploración de la historia de la revista. El criterio no ha sido –¿cómo podría serlo?– seleccionar los ‘mejores’ textos publicados en estas páginas. Ésta es una reconstrucción histórica, entre tantas otras posibles, que inevitablemente carga consigo la impronta de las particulares inclinaciones y preocupaciones de los actuales miembros del Consejo. Y si bien no podemos asegurar que hemos seleccionado lo ‘mejor’, confiamos en que el contenido pueda provocar en el lector la fascinación que en nosotros ha despertado.

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Como todo aquello que carece de una esencia fijada de antemano, Opción ha tenido que (re)definirse a cada instante. No han sido pocas las ocasiones en que un nuevo Consejo ha anunciado: “se abre ante nosotros una nueva etapa para Opción”. Cada uno a su manera parece responder –directa o indirectamente– a la pregunta: ¿para qué Opción? Cosa curiosa: aunque la publicación se ha mantenido ‘sana’ por mucho tiempo (al menos económicamente), se tiene la extraña sensación de que podría desaparecer en cualquier momento, y por lo mismo debe esforzarse, una y otra vez, por definirse como algo vital.

Así la primera editorial de la revista, aparecida en unas cuantas hojas engrapadas en noviembre de 1980: “…[dejamos] en sus manos lo más importante: la Opción de plasmar en estas páginas sentires, inquietudes, reflexiones… Conocemos nuestras limitaciones y la dificultad de echar [a] andar esta publicación pero creemos responder a una necesidad real”.1 35 años de existencia ininterrumpida sugieren que, en efecto, aquel Consejo Fundador respondía a una necesidad real. De cualquier modo, cabe preguntar si Opción todavía responde a una necesidad; y si es así, si ésta sigue siendo la misma.

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Tal como sucede (al menos en teoría) con cualquier órgano que ejerce presupuesto ‘público’, la cuestión de la justificación de la existencia de la revista está siempre presente, como una voz insistente –‘la voz de la comunidad’, claro– que uno debe atender en todo momento. Pareciera que si uno la tomara realmente en serio tendría que empezar a calcular, con los escasos datos y herramientas que un humilde estudiante puede adquirir, el Valor Presente Neto de la publicación. Diantres, ¿es en verdad rentable? Personalmente, no se me ocurre cómo valorar, en términos estrictamente económicos, la súbita revelación y transformación que puede suscitar un poema en la mente del lector. Si se ha de tomar en serio el cuestionamiento –y estoy convencido de que se debe hacerlo– habrá que valorar de otro modo la significación de Opción.

¿A qué viene el seguir inundando la institución con un costosísimo papel entintado con manías y sentires, con exploraciones poéticas, con las personalísimas cavilaciones de unos cuantos? No hacen falta, después de todo, medios impresos –institucionales o no– en donde publicar. Y si consideramos la torrente imparable de blogs y publicaciones electrónicas, parece aún más difícil justificar la necesidad de otro medio más.

En efecto, dentro del Instituto existen diversas revistas –dirigidas por alumnos y por académicos– que ofrecen un espacio de certidumbre y objetividad, donde uno puede leer (y en dado caso publicar) artículos académicos, con el rigor y la seriedad que felizmente adquirimos durante nuestras carreras. Estos espacios son necesarios, claro que lo son, y nos llena de tranquilidad el hecho de que estén ahí cuando los necesitemos. Confiamos en que la existencia de estos espacios está, en cierto sentido, asegurada: ante un exceso de demanda por espacios para publicaciones académicas, nuestro mercado intelectual bien pronto corregiría el desequilibrio. Y confiamos en que la demanda se mantendrá vigorosa, siempre y cuando sigamos alimentando esa peculiar forma de ‘competencia intelectual’ basada, claro, en lo que podemos contar –papers, menciones, conferencias–, en lo que sea que ensanche el currículum.

No faltan, pues, publicaciones que sirvan como extensión al pensamiento dominante dentro del Instituto. Y no se trata aquí de criticar a dicho pensamiento por sí mismo, sino el hecho de su muchas veces incuestionado dominio. El problema se agudiza cuando dicho pensamiento olvida sus limitaciones y adopta una pretensión totalizadora. Las ‘ciencias sociales’, bien entendidas, nos conducen a dos clases de resultados: unos elegantísimos, fascinantes, que nada tienen que ver con la realidad, y otros más modestos, realistas, pero terriblemente particulares. Cuando no es así, uno sospecha que hay chanchullo, o quizás algún pobre confundido que pretende explicar el mundo –sí, el mundo– con las poderosas herramientas de Eco 1.

Pero éste no es el lugar para extendernos en esta discusión.2 Ante las expresiones totalizadoras de la Razón, que pretende acaparar todo bajo su formidable manto, agreguemos solamente unas palabras de Montaigne: “vemos que el alma, en sus pasiones, prefiere engañarse a sí misma, formándose un objeto falso y fantástico, incluso en contra de su propia creencia, a dejar de actuar contra alguna cosa”.3

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 Es aquí, dentro de este entorno, que Opción aparece como una especie de anomalía. La necesidad a la que responde la publicación debe entenderse, pues, no tanto en línea con el pensamiento dominante antes mencionado, sino más bien frente a él. Frente al pensamiento que somete, bajo su específico modo de ver, todo cuanto encuentra dentro del rango de su visión, Opción opone el incesante movimiento de un pensamiento siempre otro. Frente al rígido ensayo académico, defiende el sentido original del ensayo, como exploración franca donde el autor no se esconde tras el velo de la objetividad. Busca reivindicar, pues, el arte, el asombro, el rapto milagroso de la palabra. ¿Sería ésta la “necesidad real” a la que referían los fundadores del entonces periódico quincenal llamado Opción? Lo desconozco. No importa. Ésta es la necesidad a la que nosotros respondemos, y mientras Opción responda a alguna necesidad, seguirá siendo algo vital.

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Se entiende, pues, que Opción haya llegado a ser una especie de refugio para algunos de sus miembros, “último reducto habitable de esta universidad sin huelgas, volibol playero ni bar”.4 Pero si el refugio no se desenvuelve e incide en el espacio más amplio que lo circunda, está condenado a fosilizarse en su encierro. Debe abrirse e infectar aquello que lo rodea, perpetuar el movimiento libre del pensamiento. Tiene la difícil tarea de abrir un espacio distinto, de incomodar y cuestionar, pero sin romper el vínculo con la comunidad que lo alberga. Opción es esta tensión. Es la experimentación constante que nace de esta tensión.

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 Para esta antología hemos reunido apenas una pequeña muestra de los innumerables caminos que recorren la vasta historia de Opción. La selección bien pudo haber sido otra. No importa. Creemos que hay aquí material como para despertar interés en el lector y, con suerte, para mandar a uno que otro al sótano de la biblioteca a adentrarse en los interminables ríos de tinta que han pasado por estas páginas.

Dado que teníamos que ordenar los textos de algún modo, y siendo éste de cierta manera un recorrido histórico, optamos por seguir un orden cronológico. No hace falta sugerir recorridos ni lecturas específicas. Dejamos al lector la libre exploración de las páginas que tiene en sus manos; lo invitamos a abrir por sí mismo recorridos y a crear lecturas diversas: a ir tejiendo y destejiendo las relaciones inacabables de un cuerpo en devenir.

 


1 Consejo Fundador, “Editorial 1”, Opción 1, 1980. Véase la página 22 de la presente antología.

2 Si el lector desea hacerlo, puede encontrar un buen punto de inicio en las páginas 26, 31, 50, 142, 207 y 246 de la presente antología.

3 Michel de Montaigne, “Cómo el alma descarga sus pasiones sobre objetos falsos cuando le faltan los verdaderos” en Los ensayos, trad. Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2007, p. 29.

4 Joserra, “Editorial 55”, Opción 55, 1992. Véase la página 90 de la presente antología.