Opción 135, diciembre 2005.


 

Entré a Opción porque se me soltaba la lengua en clase de Ideas. Ideas yo no tenía muchas, pero tenía ocurrencias y poca vergüenza. Un día el profesor Geneyro se hartó de mis ocurrencias. Me llevó de la oreja al cubículo de Opción. Ya no salí. Publiqué en Opción desde el número 58 hasta el 77. No se me acabaron las ocurrencias, aunque sí los nueve semestres de Economía. Cuando pasé la última materia, dejé de publicar. Opción es la revista de los alumnos del ITAM, y ya no había lugar para mí.

Hay quien encuentra esposa en el ITAM. Yo encontré Opción. Me casé con una ocurrencia: iba a ser escritor. Avisé en mi casa que no me iba a dedicar a economista y me mudé a un cuarto de azotea. empecé a publicar a cambio de dinero, aunque apenas me alcanzaba para comprar cemitas. Al poco tiempo me harté de esa dieta y encontré trabajo, haciendo lo que aprendí a hacer en Opción: corrigiendo manuscritos, revisando pruebas, rechazando textos. Siempre fui bueno para rechazar textos. Es fácil. Los miras por encima y dices: “No”.

Trabajaba de editor pero nunca me olvidé de la revista Opción. Extrañaba lo que sentía al escribir en Opción. Sufría síndrome de abstinencia. Quería sentir lo mismo. Renuncié a mi empleo. Me senté a escribir Tierra salada, libre y feliz, como cuando iba al ITAM, publicaba en Opción y, en mis ratos libres, estudiaba econometría. Opción se hizo hábito en mí. Es mi tatuaje. Balzac tenía que tener un gato enfrente para escribir. Yo tengo que tener puesta mi camiseta, que dice: “Hecho en Opción”.